Por León Guinsburg
Entraba lentamente, apoyado en su bastón compañero que compartía su renguera y las cicatrices de múltiples operaciones a que se sometió para expulsar los tumores que tenazmente lo persiguieron por años. Respondiendo saludos casi imperceptiblemente, en una mesa cualquiera se enfrascaba en la lectura de algún libro o escribía en hojas oficio echando miradas al vacío. “Solitario por derecho propio”, diría su amigo Alberto Cortez.
Narrador sin embargo a veces, con fruición solía contarnos de sus innumerables periplos por el mundo, entusiasmándose, por ejemplo, con la construcción de un gigantesco teatro en Puebla, su lugar en México, donde se lo reconoce como vate absoluto. Lo hacía con la humildad de un principiante, de alguien que se descubre a sí mismo en cada gira, por más que por enésima vez hubiere actuado en cada lugar. Filoso en el humor, diseccionaba a cada pueblo como sintiéndose parte de él, como amante fiel y ecuménico de sus razones, vivencias y sufrimientos. En pinceladas naturales y sin ningún rictus trágico, también Facundo hablaba de su infancia indigente y cómo a los nueve años logró una entrevista con Perón y Evita para pedirles trabajo. “Mirá, Perón, tiene 9 años y pide trabajo y no juguetes”, dijo Evita perpleja mientras lo acariciaba. Lo consiguió para su madre abandonada por su esposo y también techo para la familia.
Fue en verdad un tipo entrañable, más allá de sus canciones, sus poemas, su condición natural de líder fraternalista y empecinado rabdomante de la paz. Entrañable, porque sus canciones y fraseos lo hicieron filósofo de las entrañas de los Pueblos, creyente no idólatra del único Dios del amor, la justicia y el equilibrio en el universo fragmentario que le tocó en suerte vivir, Facundo no solo puso una voz viril, hermosa y llena, sino que recorrió el mundo con sus repetidos cánceres cargando en el hombro a Jesús y Ghandi, sintiéndose quizás el mínimo y feliz participe -o el soporte cancionero- del más formidable y melódico conjunto mensajero de la Historia de la convivencia humanas.
Halló una muerte paradójica en uno de sus queridos países de Centroamérica, la de su admirado Miguel Ángel Asturias, la de su amiga Rigoberta Menchú, la sufrida, explotada e invadida Guatemala. Las balas que odiaba y despreciaba por ser balas lo alcanzaron, lo clavaron al madero como no pudieron hacerlo los tumores cancerosos que por mucho tiempo le disparó la muerte.
Facundo nunca será olvidable, porque sus canciones, sus versos, sus dichos, sus discos lo llevaran nuevamente de gira perpetua por millones de hogares del mundo que en su voz se identificarán con la paz, la hermandad y la justicia. Es comprensible ahora, que fue un solitario por ser amigo de todos.
Los que usamos la confitería del appart – hotel de Suipacha al 1200 como primera o segunda oficina sabemos que no será lo mismo sin Facundo Cabral, el artista de la Paz. Nos duele como le duele al resto de todos los hombres del mundo de buena voluntad, y lo extrañaremos igual que ellos.
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