Señoras y señores:
Deseo hablaros esta tarde sobre la “misa evangélica” de Martín Lutero y de la sorprendente semejanza entre sus innovaciones litúrgicas de hace más de cuatro siglos y el nuevo orden de la Misa recientemente promulgado, el Novus Ordo Missae.
¿Por qué son importantes estas consideraciones? Por el papel destacado que, según el propio Presidente de la Comisión Litúrgica, se ha concedido al concepto de ecumenismo en la realización de estas reformas. Porque, además, si podemos afirmar que existe una estrecha relación entre las innovaciones de Lutero y el Novus Ordo, entonces la cuestión teológica, es decir, la cuestión de la fe, debe plantearse en los términos del conocido adagio "lex orandi, lex credendi"; la ley de la oración no puede cambiarse profundamente sin cambiar la ley de la fe.
Para ayudarnos a comprender las reformas litúrgicas actuales, conviene examinar cuidadosamente los documentos históricos reales sobre las reformas de Lutero.
Para comprender el objetivo de Lutero al presentar sus reformas debemos recordar brevemente la doctrina de la Iglesia con respecto al Sacerdocio y al Santo Sacrificio de la Misa.
El Concilio de Trento (1562) enseña que Nuestro Señor Jesucristo, queriendo que su sacerdocio continuara después de su muerte en la cruz, instituyó en la Última Cena un sacrificio visible destinado a aplicar el efecto salvífico de su Redención a los pecados de la humanidad. Por eso, Cristo instituyó el Orden Sagrado y, eligió a sus Apóstoles y a sus sucesores para que fueran los sacerdotes del Nuevo Testamento, los marcó como tales con un carácter sagrado e indeleble.
Este Sacrificio instituido por Cristo se realiza en nuestros altares por la acción sacrificial del mismo Redentor, verdaderamente presente bajo las especies del pan y del vino, ofreciéndose como víctima a su Padre. Y al participar en la Comunión de esta Víctima, nos unimos al Cuerpo y a la Sangre de Nuestro Señor, y nos ofrecemos también en unión con Él.
Así, la Iglesia enseña, en primer lugar, que el sacerdocio del sacerdote es esencialmente diferente del de los fieles, que no tienen el sacerdocio pero pertenecen a una Iglesia que esencialmente requiere un sacerdocio. Es profundamente apropiado que este sacerdocio sea célibe y que sus miembros se diferencien de los fieles por la vestimenta clerical.
En segundo lugar, el acto litúrgico esencial realizado por este Sacerdocio es el Santo Sacrificio de la Misa, diferente del Sacrificio de la Cruz solamente en que este último es un sacrificio cruento, y el primero es un sacrificio incruento. El Sacrificio de la Misa se realiza mediante la acción sacrificial de recitar las palabras de la Consagración, y no simplemente recitando una narración o haciendo un recuerdo de la Pasión o de la Última Cena.
En tercer lugar, en virtud de este acto sublime y misterioso, los efectos de la Redención se aplican tanto a las almas de los fieles de la Tierra como a las del Purgatorio. Esta doctrina se expresa de la manera más admirable en el ofertorio de la Misa.
En cuarto lugar, se requiere la presencia real de la Víctima, que se realiza mediante la conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor. Por eso se nos exige adorar la Eucaristía y reservarle el máximo respeto, de donde proviene la tradición de que sólo los sacerdotes distribuyan la Sagrada Eucaristía y cuiden de su custodia.
De lo anterior se desprende, finalmente, que aunque el sacerdote celebre la Misa y tome la Comunión solo, sin embargo, realiza un acto público, un sacrificio de igual valor que cualquier otra Misa y de valor infinito, tanto para el celebrante como para toda la Iglesia. Por consiguiente, la Iglesia alienta vivamente las Misas celebradas en privado.
Los principios antes mencionados son la base de las oraciones, la música y las ceremonias que han hecho de la Misa en latín del Concilio de Trento una verdadera joya litúrgica. La doctrina profundamente conmovedora del Concilio de Trento sobre el Canon, el elemento más precioso de la Misa, afirma:
"Como conviene que las cosas santas sean administradas santamente, y este sacrificio es el más santo de todos, la Iglesia Católica, para que fuera ofrecido y recibido digna y reverentemente, instituyó hace muchos siglos el santo Canon, que está tan libre de error, que no contiene nada que no tenga en sumo grado sabor a cierta santidad y piedad y eleve a Dios los ánimos de los que lo ofrecen. Pues se compone en parte de las mismas palabras del Señor, en parte de las tradiciones de los Apóstoles, y también de piadosas prescripciones de los santos Pontífices" (Actas del Concilio de Trento, sesión 22, capítulo IV).Examinemos el modo en que Lutero llevó a cabo su reforma de la liturgia, es decir, la “misa evangélica”, como él mismo la llamaba. De particular interés en este esfuerzo son las palabras del propio Lutero, o de sus discípulos, con respecto a las reformas. Es esclarecedor observar las tendencias liberales que inspiraron a Lutero:
En primer lugar, escribe, "Quisiera pedir amablemente y por el amor de Dios a todos aquellos que vean este orden de servicio o deseen seguirlo: no lo conviertan en una ley rígida para atar o enredar la conciencia de nadie, sino úsenlo en libertad cristiana mientras, cuando, donde y como lo encuentren práctico y útil" (T. C. Tappert, ed., Selected Writings of Martin Luther, vol. 3, p. 397). "El culto" -continúa- "antes estaba destinado a rendir homenaje a Dios; de ahora en adelante se dirigirá al hombre para consolarlo e ilustrarlo. Mientras que antes el sacrificio ocupaba el lugar de honor, de ahora en adelante lo más importante será el sermón" (de Léon Christiani, Du luteranisme au protestantisme (1910), p. 312).
Reflexiones de Lutero sobre el sacerdocio
En su obra sobre las Misas celebradas en privado, Lutero trata de demostrar que el sacerdocio católico es una creación de Satanás. Fundamenta esta afirmación en el principio, que desde entonces es fundamental para su pensamiento, de que lo que no está en la Sagrada Escritura es una adición de Satanás. Por consiguiente, para Lutero, puesto que la Escritura no menciona el sacerdocio visible, sólo puede haber un sacerdote y un Pontífice, Cristo. Con Cristo todos estamos llamados al sacerdocio, lo que hace que éste sea a la vez único y universal. ¡Qué locura pretender limitarlo a unos pocos! Del mismo modo, todas las distinciones jerárquicas entre los cristianos son dignas del Anticristo: "¡Ay, pues, de los que se llaman sacerdotes!" (Christiani, Ibid., p. 269).
En 1520, Lutero escribió "A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre la reforma del Estado cristiano", en el que ataca a los romanistas e insta a la convocación de un concilio libre:
"El primer muro que construyeron los romanistas es la distinción entre clérigos y laicos. Es pura invención que al papa, obispos, sacerdotes y monjes se les llame estado espiritual, mientras que a los príncipes, señores, artesanos y campesinos se les llame estado temporal. Esto es, en verdad, un engaño y una hipocresía. Todos los cristianos son verdaderamente del estado espiritual, y no hay diferencia entre ellos excepto la del cargo... El papa o el obispo unge, confiere la tonsura, ordena, consagra y prescribe un hábito diferente al de los laicos. Bien podría convertir a un hombre en hipócrita al hacerlo, pero nunca en cristiano o en hombre espiritual... Quien sale del agua del bautismo puede jactarse de que ya es sacerdote, obispo y papa consagrado, aunque, por supuesto, no es apropiado que cualquiera ejerza tal cargo". (Tappert, Ibid., vol. 1, 23-65)Con esta doctrina, Lutero se desprendió tanto del hábito clerical como del celibato. De hecho, él y sus discípulos mostraron el camino al casarse.
¿Cuántas de las reformas del Vaticano II reflejan las propias conclusiones de Lutero? El abandono de la vestimenta clerical y religiosa, la generalización de los matrimonios de religiosos sancionados incluso por la Santa Sede, la supresión de las distinciones entre sacerdotes y laicos. Este igualitarismo se manifiesta además en el reparto de funciones litúrgicas que antes estaban reservadas al sacerdocio.
La abolición de las Ordenes Menores y del Subdiaconado, y la creación de un Diaconado casado, han contribuido también a la concepción puramente administrativa del sacerdote, en detrimento de su carácter esencialmente sacerdotal, de modo que uno es ordenado principalmente “para servir a la comunidad” y ya no con el propósito de ofrecer el Sacrificio de Cristo, que es lo único que justifica la concepción católica del Sacerdocio.
Los “sacerdotes obreros”, los que pertenecen a sindicatos o a cargos remunerados por el Estado contribuyen igualmente a difuminar las distinciones entre sacerdocio y laicado. De hecho, las innovaciones van mucho más allá de las de Lutero.
El segundo grave error doctrinal de Lutero se deriva del primero y se funda en su principio rector: la salvación viene únicamente de la fe y la confianza en Dios, y no de las buenas obras, negando así el valor del acto sacrificial que es la Misa Católica.
Para Lutero, la Misa es un sacrificio de alabanza, es decir un acto de alabanza, de acción de gracias, pero ciertamente no un sacrificio expiatorio que recrea el Sacrificio del Calvario y aplica sus méritos.
Al describir las “perversiones” litúrgicas que observó en algunos monasterios, escribió: “La principal expresión de su culto, la Misa, supera toda impiedad y abominación en cuanto que hacen de ella un sacrificio y una buena obra. Si ésta fuera la única razón para dejar el hábito y el convento y abandonar los votos, sería más que suficiente” (Christiani, p. 258).
Para Lutero, la Misa, que debe ser simplemente una comunión, ha sido sometida a una triple esclavitud: los laicos han sido privados del uso del cáliz, han sido atados como un dogma a la opinión tomista sobre la transubstanciación, y la Misa ha sido convertida en un sacrificio.
"Es, pues, manifiestamente erróneo e impío -declaró- ofrecer o aplicar los méritos de la Misa por los pecados, o en reparación de los mismos, o por los difuntos. La Misa es ofrecida por Dios al hombre, y no por el hombre a Dios". (Christiani)
"En cuanto a la Eucaristía, que debe impulsar ante todo a la fe, conviene que se celebre en lengua vernácula, para que todos puedan comprender la grandeza de la promesa de Dios a los hombres". (Christiani, p. 176)
La consecuencia lógica de esta herejía fue que Lutero aboliera el ofertorio de la Misa, que expresa inequívocamente los fines propiciatorios y expiatorios del sacrificio. Del mismo modo, abolió una parte importante del canon, conservando sólo los pasajes esenciales como narración de la Última Cena de Cristo. Para enfatizar mejor este último evento, agregó a la fórmula de la Consagración del pan las palabras "quod pro vobis tradetur" ("que será entregado por vosotros"), y suprimió tanto "mysterium fidei" ("el misterio de la fe") como "pro multis" ("por muchos"). Consideró que los pasajes que preceden y siguen inmediatamente a la Consagración del pan y del vino eran esenciales.
Para Lutero, la Misa es, en primer lugar, Liturgia de la Palabra y, en segundo lugar, Comunión. Para nosotros, resulta sorprendente que las actuales Reformas litúrgicas hayan adoptado precisamente estas mismas modificaciones. En efecto, como bien sabemos, los textos que hoy utilizan los fieles ya no hacen referencia al Sacrificio, sino a la Liturgia de la Palabra, a la Cena del Señor y a la fracción del pan, o a la Eucaristía. El artículo VII de la instrucción que introdujo la nueva Liturgia refleja una orientación claramente protestante. Una versión corregida que siguió a raíz de las protestas indignadas de los fieles sigue siendo lamentablemente deficiente.
No hace falta decir que, además de estas modificaciones sustanciales, han contribuido a inculcar aún más actitudes protestantes que amenazan seriamente la doctrina católica un gran número de modificaciones litúrgicas menores: la supresión de la piedra del altar, el uso de un solo mantel, el sacerdote de cara al pueblo, la Hostia permaneciendo sobre la patena en lugar de sobre el corporal, la introducción del pan ordinario, vasos sagrados de sustancias menos nobles y otros numerosos detalles.
No hay nada más esencial para la supervivencia de la Iglesia Católica que el Santo Sacrificio de la Misa. Quitarle importancia es amenazar el fundamento mismo de la Iglesia de Cristo. Toda la vida cristiana y el sacerdocio se fundan en la Cruz y en la repetición del Sacrificio de la Cruz sobre el altar.
LUTERO NEGÓ LA TRANSUBSTANCIACIÓN Y LA PRESENCIA REAL QUE ENSEÑA LA IGLESIA CATÓLICA.
Para Lutero, la sustancia del pan permanece. Por eso, en palabras de su discípulo Melanchton, que se oponía firmemente a la adoración del Santísimo Sacramento, "Cristo instituyó la Eucaristía como memorial de su Pasión. Adorarla es, por lo tanto, idolatría".
De aquí se sigue que la Comunión debe tomarse en la mano y bajo las dos especies, lo que refuerza la negación de la presencia del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor; por lo tanto, es normal considerar “incompleta” la Eucaristía bajo una sola especie.
Una vez más notamos la extraña semejanza entre la renovación actual y la Reforma de Lutero. Cada promulgación reciente sobre la Eucaristía tiende a una disminución del respeto, a un retroceso en la adoración: la comunión en la mano y su distribución por laicos, hombres y mujeres; la reducción del número de genuflexiones, que muchos sacerdotes han abandonado por completo; el uso de vasos y panes ordinarios; todas estas innovaciones han disminuido la creencia en la Presencia Real tal como la enseña la Iglesia Católica.
No se puede dejar de concluir que, siendo los principios inseparables de la práctica ("lex orandi, lex credendi"), el hecho de que la liturgia de hoy imite las reformas de Lutero conduce inevitablemente a la adopción de los mismos principios propuestos por él. La experiencia de los seis años que han seguido a la promulgación del Novus Ordo es prueba suficiente de ello. Las consecuencias de este pretendido “esfuerzo ecuménico” han sido nada menos que catastróficas, sobre todo en el ámbito de la fe, y especialmente en términos de perversión del sacerdocio y la grave disminución de las vocaciones, en las escandalosas divisiones creadas entre los católicos de todo el mundo y, de hecho, en las relaciones de la Iglesia con los protestantes y los cristianos ortodoxos.
Las concepciones protestantes sobre las cuestiones esenciales de la Iglesia, del sacerdocio, del sacrificio y de la Eucaristía se oponen irrevocablemente a las de la Iglesia Católica. No fue en vano que se convocó el Concilio de Trento y que el Magisterio de la Iglesia se haya pronunciado con tanta frecuencia sobre estas mismas cuestiones durante más de cuatro siglos desde Trento.
Es imposible, desde el punto de vista psicológico, pastoral y teológico, que los católicos abandonen una liturgia que siempre ha sido la verdadera expresión y sustento de su fe y adopten en su lugar ritos nuevos concebidos por herejes sin exponer esta fe al más grave peligro. No se puede imitar indefinidamente al protestantismo sin hacerse protestante.
¿Cuántos fieles, cuántos sacerdotes jóvenes, cuántos obispos han perdido la fe desde que se adoptaron las nuevas reformas litúrgicas? No se puede pretender ofender a la vez a la fe y a la naturaleza y no esperar que éstas, a su vez, se venguen de ella.
Para captar la sorprendente analogía entre las dos Reformas, vale la pena leer relatos contemporáneos de las primeras “misas evangélicas”. Las descripciones de León Christiani siguen siendo vívidas:
Al día siguiente, el 26 de diciembre, Karlstadt anunció su compromiso con Anna de Mochau. Numerosos sacerdotes siguieron su ejemplo.
Mientras tanto, Zwilling, que había dejado el monasterio, predicaba en Eilenberg. Había dejado el hábito y ahora tenía barba. Vestido con ropas laicas, despotricaba contra las misas celebradas en privado. El día de Año Nuevo, distribuyó la comunión bajo las dos especies. Las hostias pasaban de mano en mano. Los comulgantes se llevaban algunas en los bolsillos. Una señora, mientras recibía la comunión, dejó caer fragmentos al suelo. Nadie pareció darse cuenta. Los fieles se sirvieron generosamente del cáliz.
El 29 de febrero de 1522, Zwilling se casó con Catalina Falki. Para entonces, se había producido una oleada de matrimonios entre sacerdotes y monjes. Los monasterios empezaban a vaciarse. Los monjes que quedaron quitaron todos los altares salvo uno, destruyeron estatuas e imágenes e incluso los Santos Óleos.
Entre el clero reinaba la anarquía. Cada sacerdote celebraba la misa a su manera. Finalmente se decidió prescribir una nueva liturgia con vistas a restablecer el orden y consolidar las reformas.
El orden de la “misa” se fijó de modo que incluyera el Introito, el Gloria, la Epístola, el Evangelio y el Sanctus, seguidos de un sermón. Se abolieron tanto el Ofertorio como el Canon. A partir de entonces, el sacerdote debía simplemente narrar la institución de la Cena del Señor, recitando en voz alta en alemán las palabras de la Consagración y distribuyendo la Comunión bajo las dos especies. El Agnus Dei, la oración de la Comunión y el Benedicamus Domino se cantaban para terminar la “misa”. (Christiani, p. 281-85).
Una de las preocupaciones de Lutero en esa época era la creación de un repertorio de himnos apropiados. Con considerable dificultad logró conseguir el apoyo de letristas. Se abolieron las fiestas de los santos. Sin embargo, en general Lutero intentó minimizar las aboliciones totales. Dirigió sus esfuerzos a conservar la mayor cantidad posible de ceremonias antiguas, tratando más bien de orientar su significado hacia el espíritu de sus Reformas.
Así, durante un tiempo, la “misa” conservó en gran parte su aspecto exterior. Las iglesias conservaron el mismo decorado y los mismos ritos, con modificaciones, pero orientados hacia los fieles, pues en adelante se debía prestar a éstos mucha más atención que antes, para que tuvieran conciencia de un papel más activo en la liturgia: debían participar así en el canto y en las oraciones de la “misa”. Y, poco a poco, el latín cedió definitivamente el paso a la lengua vernácula alemana.
Incluso la Consagración fue cantada en alemán, con estas palabras: "Nuestro Señor, la noche en que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed de él, porque éste es mi Cuerpo entregado por vosotros. Haced esto cuantas veces lo hagáis, en memoria mía. Asimismo, cuando terminó la cena, tomó también el cáliz, diciendo: Tomad y bebed de él, porque éste es el cáliz de la nueva alianza, de mi Sangre que es derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto cuantas veces bebáis de este cáliz, en memoria mía".
Así se añadieron a la Consagración del pan las palabras "que es entregado por vosotros", y se suprimieron de la Consagración del vino las palabras "el misterio de la fe" y "por muchos".
Estas consideraciones sobre la “misa evangélica” ¿no reflejan nuestros mismos sentimientos hacia la liturgia reformada desde el concilio?
Todos estos cambios que componen la nueva Liturgia de la Misa son verdaderamente de consecuencias peligrosas, especialmente para los sacerdotes jóvenes. Al no haber sido nutridos con las doctrinas del Sacrificio, de la Presencia Real, de la Transubstanciación, éstas ya no tienen ningún significado para los sacerdotes jóvenes que, como resultado, pierden pronto la intención de realizar lo que realiza la Iglesia y, en consecuencia, ya no celebran Misas válidas.
Los sacerdotes más antiguos, por otra parte, incluso cuando celebran según el Novus Ordo, pueden seguir teniendo la fe de siempre. Durante años han celebrado la Misa según el Rito Tridentino y, de acuerdo con las intenciones de ese rito, podemos suponer que sus misas son válidas. Sin embargo, en la medida en que estas intenciones desaparezcan, incluso sus misas pueden llegar a ser inválidas.
Se pretendía que católicos y protestantes “se acercaran”, pero es evidente que los católicos se han convertido en protestantes, y no al revés.
Cuando cinco cardenales y quince obispos participaron recientemente en un "Consejo de la Juventud" en Taizé, Francia, ¿cómo podían los jóvenes distinguir entre catolicismo y protestantismo? Algunos recibían la comunión de los católicos, otros de los protestantes.
Recientemente, el cardenal Willebrands, en su calidad de enviado de la Santa Sede ante el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra, declaró solemnemente que ¡tendremos que rehabilitar a Martín Lutero!
¿Y qué ha sido del Sacramento de la Penitencia con la introducción de la “absolución general”? ¿Es verdaderamente una mejora pastoral enseñar a los fieles que, habiendo recibido la absolución general, pueden recibir la comunión siempre que, si están en estado de pecado mortal, aprovechen la oportunidad para confesarse dentro de los seis meses o el año siguientes? ¿Quién sugerirá que esto es realmente “una mejora pastoral”? ¿Qué concepto de pecado mortal deben retener los fieles de este argumento?
El Sacramento de la Confirmación se encuentra en una situación similar. Un rito común hoy en día es pronunciar simplemente: "Te señalo con la señal de la cruz. Recibe el Espíritu Santo". Al administrar la Confirmación, el obispo debe indicar con precisión la gracia sacramental especial por la que confiere el Espíritu Santo. No hay Confirmación si no dice: "Te confirmo en el nombre del Padre..."
Los obispos me reprochan con frecuencia y me recuerdan que confiero el Sacramento donde no estoy autorizado. A ellos les respondo que confirmo porque los fieles temen que sus hijos no hayan recibido la gracia de la Confirmación, porque tienen una seria duda sobre la validez del Sacramento conferido en sus iglesias. Por eso, para que al menos puedan estar seguros de su conocimiento de la validez de la gracia sacramental, me piden que confirme a sus hijos. Y respondo a su petición porque me parece que no puedo rechazar a quienes piden que su Confirmación sea válida, aunque no sea lícita. Estamos claramente en un tiempo en el que la ley divina natural y sobrenatural tiene precedencia sobre la ley positiva de la Iglesia cuando esta última se opone a la primera, cuando en realidad debería ser el canal que conduce a ella.
Vivimos en una época de extraordinaria crisis y no podemos aceptar sus reformas. ¿Dónde están los buenos frutos de estas reformas, de la reforma litúrgica, de la reforma de los seminarios, de la reforma de las congregaciones religiosas? ¿Qué han producido todos estos Capítulos Generales? ¿Qué ha sido de sus congregaciones? La vida religiosa prácticamente ha desaparecido: ¡ya no hay novicios, ya no hay vocaciones!
El arzobispo Bernardin de Cincinnati reconoció claramente el problema cuando declaró ante el Sínodo de los Obispos en Roma: "En nuestros países" -hablaba en nombre de los países de habla inglesa del mundo- "no hay más vocaciones porque el sacerdote ha perdido su sentido de identidad". Es esencial, por lo tanto, que permanezcamos fieles a la Tradición, porque sin Tradición no hay gracia, no hay continuidad en la Iglesia. Si abandonamos la Tradición, contribuimos a la destrucción de la Iglesia.
Tuve ocasión de decir a los cardenales: “¿No ven que la Declaración del Concilio sobre la libertad religiosa es una contradicción? Mientras que la Introducción afirma que el Concilio deja intacta la doctrina católica tradicional, el cuerpo del documento se opone por completo a la Tradición: se opone a lo que enseñaron los Papas Gregorio XVI, Pío IX y León XIII”.
Ahora nos encontramos ante una difícil elección: o estamos de acuerdo con la Declaración del Concilio sobre la Libertad Religiosa, y por lo tanto, nos oponemos a las enseñanzas de los Papas, o estamos de acuerdo con las enseñanzas de los Papas, y por lo tanto, estamos en desacuerdo con la Declaración del Vaticano II sobre la Libertad Religiosa. Es imposible suscribir ambas. Yo he hecho mi elección: elijo la Tradición. Me aferro a la Tradición por encima de la novedad, que es mera expresión del liberalismo, el mismo liberalismo condenado por la Santa Sede durante un siglo y medio. Ahora bien, este liberalismo ha penetrado en la Iglesia a través del Concilio, y sus lemas siguen siendo los mismos: libertad, igualdad y fraternidad.
El espíritu del liberalismo impregna la Iglesia actual, aunque sus lemas están apenas velados: la libertad es “libertad religiosa”; la fraternidad es “ecumenismo”; la igualdad es “colegialidad”. Ésos son los tres principios del liberalismo, legado de los “filósofos” del siglo XVIII y de la Revolución Francesa.
La Iglesia de hoy se acerca a su propia destrucción porque estos principios son absolutamente contrarios a la naturaleza y a la fe. No hay verdadera igualdad posible, y el Papa León XIII, en su encíclica sobre la libertad, explicó claramente por qué.
¡Y la fraternidad! Si no hay Padre, ¿dónde encontraremos fraternidad? Si no hay Padre, no hay Dios, ¿cómo seremos hermanos? ¿Hemos de abrazar a los enemigos de la Iglesia, a los comunistas, a los budistas, a los masones?
Y ahora tenemos noticias de que no hay excomunión para los católicos que se convierten en masones. La masonería casi destruyó Portugal; estuvo con Allende en Chile y ahora está en Vietnam del Sur. Los masones consideran importante destruir los Estados Católicos. Así fue durante la Primera Guerra Mundial en Austria, así fue en Hungría y en Polonia. La masonería busca destruir las naciones católicas. ¿Qué les espera a España, Italia y otros países en el futuro cercano? ¿Por qué la Iglesia se siente obligada a abrir los brazos a los enemigos de la Iglesia?
Ahora tenemos que rezar, redoblar nuestras oraciones. Estamos asistiendo a un asalto de Satanás contra la Iglesia como nunca se ha visto. Debemos rezar a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que venga en nuestra ayuda, porque no podemos imaginarnos los horrores que nos deparará el mañana. No es posible que Dios tolere indefinidamente estas blasfemias, estos sacrilegios que se cometen contra Su Gloria y Su Majestad. Basta pensar en el horror del aborto, en el divorcio rampante, en la ruina de la ley moral y de la verdad misma. Es inconcebible que todo esto pueda continuar sin que Dios castigue al mundo con algún castigo terrible.
Por eso debemos implorar la misericordia de Dios para nosotros y para toda la humanidad, y debemos luchar, debemos luchar. Debemos luchar sin miedo para mantener la Tradición, para mantener, sobre todo, la Liturgia de la Santa Misa, porque es el fundamento mismo de la Iglesia, más aún, de la civilización cristiana.
De aquí se sigue que la Comunión debe tomarse en la mano y bajo las dos especies, lo que refuerza la negación de la presencia del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor; por lo tanto, es normal considerar “incompleta” la Eucaristía bajo una sola especie.
Una vez más notamos la extraña semejanza entre la renovación actual y la Reforma de Lutero. Cada promulgación reciente sobre la Eucaristía tiende a una disminución del respeto, a un retroceso en la adoración: la comunión en la mano y su distribución por laicos, hombres y mujeres; la reducción del número de genuflexiones, que muchos sacerdotes han abandonado por completo; el uso de vasos y panes ordinarios; todas estas innovaciones han disminuido la creencia en la Presencia Real tal como la enseña la Iglesia Católica.
No se puede dejar de concluir que, siendo los principios inseparables de la práctica ("lex orandi, lex credendi"), el hecho de que la liturgia de hoy imite las reformas de Lutero conduce inevitablemente a la adopción de los mismos principios propuestos por él. La experiencia de los seis años que han seguido a la promulgación del Novus Ordo es prueba suficiente de ello. Las consecuencias de este pretendido “esfuerzo ecuménico” han sido nada menos que catastróficas, sobre todo en el ámbito de la fe, y especialmente en términos de perversión del sacerdocio y la grave disminución de las vocaciones, en las escandalosas divisiones creadas entre los católicos de todo el mundo y, de hecho, en las relaciones de la Iglesia con los protestantes y los cristianos ortodoxos.
Las concepciones protestantes sobre las cuestiones esenciales de la Iglesia, del sacerdocio, del sacrificio y de la Eucaristía se oponen irrevocablemente a las de la Iglesia Católica. No fue en vano que se convocó el Concilio de Trento y que el Magisterio de la Iglesia se haya pronunciado con tanta frecuencia sobre estas mismas cuestiones durante más de cuatro siglos desde Trento.
Es imposible, desde el punto de vista psicológico, pastoral y teológico, que los católicos abandonen una liturgia que siempre ha sido la verdadera expresión y sustento de su fe y adopten en su lugar ritos nuevos concebidos por herejes sin exponer esta fe al más grave peligro. No se puede imitar indefinidamente al protestantismo sin hacerse protestante.
¿Cuántos fieles, cuántos sacerdotes jóvenes, cuántos obispos han perdido la fe desde que se adoptaron las nuevas reformas litúrgicas? No se puede pretender ofender a la vez a la fe y a la naturaleza y no esperar que éstas, a su vez, se venguen de ella.
Para captar la sorprendente analogía entre las dos Reformas, vale la pena leer relatos contemporáneos de las primeras “misas evangélicas”. Las descripciones de León Christiani siguen siendo vívidas:
"Durante la noche del 24 al 25 de diciembre de 1521, grandes multitudes comenzaron a llegar a la iglesia parroquial... La misa evangélica estaba a punto de comenzar; Karlstadt se dirige al púlpito; debe predicar sobre la Eucaristía. Afirma que la Comunión bajo las dos especies es obligatoria y que no se requiere confesión previa. Solo importa la fe. Karlstadt se acerca al altar con vestimenta secular, recita el Confiteor y comienza la misa propiamente dicha, de la manera habitual, hasta el Evangelio. Se omiten el Ofertorio y la Elevación, es decir, las partes que expresan la idea del Sacrificio. Después de la Consagración viene la Comunión. Muchos de los congregados no se han confesado y muchos no han ayunado, ni siquiera de alcohol. Se acercan a la mesa de la Comunión con los demás. Karlstadt distribuye las hostias y ofrece el cáliz. Los comulgantes reciben el pan consagrado en la mano y beben del cáliz con indiferencia. Una hostia cae al suelo y Karlstadt hace una seña a un laico. El laico se niega y Karlstadt la deja donde está por el momento, advirtiendo a la congregación, sin embargo, que no la pisen. (Christiani, p. 281-83)Ese mismo día de Navidad, otro sacerdote del mismo distrito dio la comunión bajo las dos especies a unas cincuenta personas, de las cuales sólo cinco se habían confesado. El resto había recibido la absolución general, siendo su penitencia la recomendación de resistir al pecado.
Al día siguiente, el 26 de diciembre, Karlstadt anunció su compromiso con Anna de Mochau. Numerosos sacerdotes siguieron su ejemplo.
Mientras tanto, Zwilling, que había dejado el monasterio, predicaba en Eilenberg. Había dejado el hábito y ahora tenía barba. Vestido con ropas laicas, despotricaba contra las misas celebradas en privado. El día de Año Nuevo, distribuyó la comunión bajo las dos especies. Las hostias pasaban de mano en mano. Los comulgantes se llevaban algunas en los bolsillos. Una señora, mientras recibía la comunión, dejó caer fragmentos al suelo. Nadie pareció darse cuenta. Los fieles se sirvieron generosamente del cáliz.
El 29 de febrero de 1522, Zwilling se casó con Catalina Falki. Para entonces, se había producido una oleada de matrimonios entre sacerdotes y monjes. Los monasterios empezaban a vaciarse. Los monjes que quedaron quitaron todos los altares salvo uno, destruyeron estatuas e imágenes e incluso los Santos Óleos.
Entre el clero reinaba la anarquía. Cada sacerdote celebraba la misa a su manera. Finalmente se decidió prescribir una nueva liturgia con vistas a restablecer el orden y consolidar las reformas.
El orden de la “misa” se fijó de modo que incluyera el Introito, el Gloria, la Epístola, el Evangelio y el Sanctus, seguidos de un sermón. Se abolieron tanto el Ofertorio como el Canon. A partir de entonces, el sacerdote debía simplemente narrar la institución de la Cena del Señor, recitando en voz alta en alemán las palabras de la Consagración y distribuyendo la Comunión bajo las dos especies. El Agnus Dei, la oración de la Comunión y el Benedicamus Domino se cantaban para terminar la “misa”. (Christiani, p. 281-85).
Una de las preocupaciones de Lutero en esa época era la creación de un repertorio de himnos apropiados. Con considerable dificultad logró conseguir el apoyo de letristas. Se abolieron las fiestas de los santos. Sin embargo, en general Lutero intentó minimizar las aboliciones totales. Dirigió sus esfuerzos a conservar la mayor cantidad posible de ceremonias antiguas, tratando más bien de orientar su significado hacia el espíritu de sus Reformas.
Así, durante un tiempo, la “misa” conservó en gran parte su aspecto exterior. Las iglesias conservaron el mismo decorado y los mismos ritos, con modificaciones, pero orientados hacia los fieles, pues en adelante se debía prestar a éstos mucha más atención que antes, para que tuvieran conciencia de un papel más activo en la liturgia: debían participar así en el canto y en las oraciones de la “misa”. Y, poco a poco, el latín cedió definitivamente el paso a la lengua vernácula alemana.
Incluso la Consagración fue cantada en alemán, con estas palabras: "Nuestro Señor, la noche en que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed de él, porque éste es mi Cuerpo entregado por vosotros. Haced esto cuantas veces lo hagáis, en memoria mía. Asimismo, cuando terminó la cena, tomó también el cáliz, diciendo: Tomad y bebed de él, porque éste es el cáliz de la nueva alianza, de mi Sangre que es derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto cuantas veces bebáis de este cáliz, en memoria mía".
Así se añadieron a la Consagración del pan las palabras "que es entregado por vosotros", y se suprimieron de la Consagración del vino las palabras "el misterio de la fe" y "por muchos".
Estas consideraciones sobre la “misa evangélica” ¿no reflejan nuestros mismos sentimientos hacia la liturgia reformada desde el concilio?
Todos estos cambios que componen la nueva Liturgia de la Misa son verdaderamente de consecuencias peligrosas, especialmente para los sacerdotes jóvenes. Al no haber sido nutridos con las doctrinas del Sacrificio, de la Presencia Real, de la Transubstanciación, éstas ya no tienen ningún significado para los sacerdotes jóvenes que, como resultado, pierden pronto la intención de realizar lo que realiza la Iglesia y, en consecuencia, ya no celebran Misas válidas.
Los sacerdotes más antiguos, por otra parte, incluso cuando celebran según el Novus Ordo, pueden seguir teniendo la fe de siempre. Durante años han celebrado la Misa según el Rito Tridentino y, de acuerdo con las intenciones de ese rito, podemos suponer que sus misas son válidas. Sin embargo, en la medida en que estas intenciones desaparezcan, incluso sus misas pueden llegar a ser inválidas.
Se pretendía que católicos y protestantes “se acercaran”, pero es evidente que los católicos se han convertido en protestantes, y no al revés.
Cuando cinco cardenales y quince obispos participaron recientemente en un "Consejo de la Juventud" en Taizé, Francia, ¿cómo podían los jóvenes distinguir entre catolicismo y protestantismo? Algunos recibían la comunión de los católicos, otros de los protestantes.
Recientemente, el cardenal Willebrands, en su calidad de enviado de la Santa Sede ante el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra, declaró solemnemente que ¡tendremos que rehabilitar a Martín Lutero!
¿Y qué ha sido del Sacramento de la Penitencia con la introducción de la “absolución general”? ¿Es verdaderamente una mejora pastoral enseñar a los fieles que, habiendo recibido la absolución general, pueden recibir la comunión siempre que, si están en estado de pecado mortal, aprovechen la oportunidad para confesarse dentro de los seis meses o el año siguientes? ¿Quién sugerirá que esto es realmente “una mejora pastoral”? ¿Qué concepto de pecado mortal deben retener los fieles de este argumento?
El Sacramento de la Confirmación se encuentra en una situación similar. Un rito común hoy en día es pronunciar simplemente: "Te señalo con la señal de la cruz. Recibe el Espíritu Santo". Al administrar la Confirmación, el obispo debe indicar con precisión la gracia sacramental especial por la que confiere el Espíritu Santo. No hay Confirmación si no dice: "Te confirmo en el nombre del Padre..."
Los obispos me reprochan con frecuencia y me recuerdan que confiero el Sacramento donde no estoy autorizado. A ellos les respondo que confirmo porque los fieles temen que sus hijos no hayan recibido la gracia de la Confirmación, porque tienen una seria duda sobre la validez del Sacramento conferido en sus iglesias. Por eso, para que al menos puedan estar seguros de su conocimiento de la validez de la gracia sacramental, me piden que confirme a sus hijos. Y respondo a su petición porque me parece que no puedo rechazar a quienes piden que su Confirmación sea válida, aunque no sea lícita. Estamos claramente en un tiempo en el que la ley divina natural y sobrenatural tiene precedencia sobre la ley positiva de la Iglesia cuando esta última se opone a la primera, cuando en realidad debería ser el canal que conduce a ella.
Vivimos en una época de extraordinaria crisis y no podemos aceptar sus reformas. ¿Dónde están los buenos frutos de estas reformas, de la reforma litúrgica, de la reforma de los seminarios, de la reforma de las congregaciones religiosas? ¿Qué han producido todos estos Capítulos Generales? ¿Qué ha sido de sus congregaciones? La vida religiosa prácticamente ha desaparecido: ¡ya no hay novicios, ya no hay vocaciones!
El arzobispo Bernardin de Cincinnati reconoció claramente el problema cuando declaró ante el Sínodo de los Obispos en Roma: "En nuestros países" -hablaba en nombre de los países de habla inglesa del mundo- "no hay más vocaciones porque el sacerdote ha perdido su sentido de identidad". Es esencial, por lo tanto, que permanezcamos fieles a la Tradición, porque sin Tradición no hay gracia, no hay continuidad en la Iglesia. Si abandonamos la Tradición, contribuimos a la destrucción de la Iglesia.
Tuve ocasión de decir a los cardenales: “¿No ven que la Declaración del Concilio sobre la libertad religiosa es una contradicción? Mientras que la Introducción afirma que el Concilio deja intacta la doctrina católica tradicional, el cuerpo del documento se opone por completo a la Tradición: se opone a lo que enseñaron los Papas Gregorio XVI, Pío IX y León XIII”.
Ahora nos encontramos ante una difícil elección: o estamos de acuerdo con la Declaración del Concilio sobre la Libertad Religiosa, y por lo tanto, nos oponemos a las enseñanzas de los Papas, o estamos de acuerdo con las enseñanzas de los Papas, y por lo tanto, estamos en desacuerdo con la Declaración del Vaticano II sobre la Libertad Religiosa. Es imposible suscribir ambas. Yo he hecho mi elección: elijo la Tradición. Me aferro a la Tradición por encima de la novedad, que es mera expresión del liberalismo, el mismo liberalismo condenado por la Santa Sede durante un siglo y medio. Ahora bien, este liberalismo ha penetrado en la Iglesia a través del Concilio, y sus lemas siguen siendo los mismos: libertad, igualdad y fraternidad.
El espíritu del liberalismo impregna la Iglesia actual, aunque sus lemas están apenas velados: la libertad es “libertad religiosa”; la fraternidad es “ecumenismo”; la igualdad es “colegialidad”. Ésos son los tres principios del liberalismo, legado de los “filósofos” del siglo XVIII y de la Revolución Francesa.
La Iglesia de hoy se acerca a su propia destrucción porque estos principios son absolutamente contrarios a la naturaleza y a la fe. No hay verdadera igualdad posible, y el Papa León XIII, en su encíclica sobre la libertad, explicó claramente por qué.
¡Y la fraternidad! Si no hay Padre, ¿dónde encontraremos fraternidad? Si no hay Padre, no hay Dios, ¿cómo seremos hermanos? ¿Hemos de abrazar a los enemigos de la Iglesia, a los comunistas, a los budistas, a los masones?
Y ahora tenemos noticias de que no hay excomunión para los católicos que se convierten en masones. La masonería casi destruyó Portugal; estuvo con Allende en Chile y ahora está en Vietnam del Sur. Los masones consideran importante destruir los Estados Católicos. Así fue durante la Primera Guerra Mundial en Austria, así fue en Hungría y en Polonia. La masonería busca destruir las naciones católicas. ¿Qué les espera a España, Italia y otros países en el futuro cercano? ¿Por qué la Iglesia se siente obligada a abrir los brazos a los enemigos de la Iglesia?
Ahora tenemos que rezar, redoblar nuestras oraciones. Estamos asistiendo a un asalto de Satanás contra la Iglesia como nunca se ha visto. Debemos rezar a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que venga en nuestra ayuda, porque no podemos imaginarnos los horrores que nos deparará el mañana. No es posible que Dios tolere indefinidamente estas blasfemias, estos sacrilegios que se cometen contra Su Gloria y Su Majestad. Basta pensar en el horror del aborto, en el divorcio rampante, en la ruina de la ley moral y de la verdad misma. Es inconcebible que todo esto pueda continuar sin que Dios castigue al mundo con algún castigo terrible.
Por eso debemos implorar la misericordia de Dios para nosotros y para toda la humanidad, y debemos luchar, debemos luchar. Debemos luchar sin miedo para mantener la Tradición, para mantener, sobre todo, la Liturgia de la Santa Misa, porque es el fundamento mismo de la Iglesia, más aún, de la civilización cristiana.
Si la verdadera Misa ya no se celebrara en la Iglesia, la Iglesia desaparecería.
Debemos, pues, preservar esta Liturgia, este Sacrificio. Nuestras iglesias fueron construidas para esta Misa y para ninguna otra: para el Sacrificio de la Misa, y no para una “cena”, una “comida”, un “memorial” o una “comunión”. Nuestros antepasados construyeron magníficas catedrales e iglesias, no para una “comida” o un simple “memorial”, sino para el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo que continúa en nuestros altares.
Cuento con vuestras oraciones por mis seminaristas, para que sean verdaderos sacerdotes, sacerdotes que tengan la fe, para que puedan administrar los verdaderos Sacramentos y celebrar el verdadero Santo Sacrificio de la Misa. Gracias.
Debemos, pues, preservar esta Liturgia, este Sacrificio. Nuestras iglesias fueron construidas para esta Misa y para ninguna otra: para el Sacrificio de la Misa, y no para una “cena”, una “comida”, un “memorial” o una “comunión”. Nuestros antepasados construyeron magníficas catedrales e iglesias, no para una “comida” o un simple “memorial”, sino para el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo que continúa en nuestros altares.
Cuento con vuestras oraciones por mis seminaristas, para que sean verdaderos sacerdotes, sacerdotes que tengan la fe, para que puedan administrar los verdaderos Sacramentos y celebrar el verdadero Santo Sacrificio de la Misa. Gracias.
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