Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
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Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
CUARTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPÍTULO XVII
DE LAS TENTACIONES DE LOS NOVICIOS
I. Un Hermano español (1), que después fue de gran autoridad y religión, era al principio muy tentado a causa de la dureza de la cama y vestidos, como quién en el siglo había vivido con gran regalo. Reveló a su confesor humildemente lo que sentía, el cual respondió:
- Acuérdate, Hermano carísimo, que en el mundo has pasado una vida liviana; recibe, pues, no solo con paciencia, sino de buena voluntad, esta dureza en redención de la liviandad pasada y en remisión de tus pecados. Dios será contigo.
Las cuales palabras se grabaron de tal suerte en su corazón, que desapareció desde entonces la tentación predicha, y le fueron en lo sucesivos fáciles las cosas que antes creía insoportables, considerando que así conseguía el perdón de todos los pecados.
Notas:
II. Había sido en el mundo este mismo Hermano, tan faceto, jovial y con los hombres afable, que cuando en la Orden quería vencerse y guardar silencio, y privarse de paseos inútiles, sentíase arder y no podía contener el espíritu, hasta parecerle que una cierta llama abrasaba su pecho y garganta si callaba por más tiempo. Ilustrado un día su espíritu y considerando que semejante ardor era tentación del diablo y no otra cosa, resolvió firmemente en su corazón contenerse en su sitio y en silencio, así le costara abrasarse todo y estallar. Pero Dios, que veía su propósito y firmeza, removió de él el espíritu de vértigo en tal forma, que por siempre le fue dulce callar y no moverse de su sitio; alejada la ansiedad antigua, siendo después notable sobre todos en esta especial gracia. Oyó esto de sus propios labios el Maestro de la Orden (2), que con él estuvo por largo tiempo en la enfermería y en la misma habitación en París; y decía que no recordaba haberle oído jamás una palabra ociosa, sino que o consolaba a los afligidos, o hablaba de cosas divinas, o humildemente callaba. Aunque casi siempre padecía enfermedad, y era por otra parte buen médico, nunca pedía cosa alguna, sino que tomaba lo que le daban, aunque le parecía contrario a su complexión y dolencias, y lo tomaba con acción de gracias. Porque había puesto en Dios todo su cuidado, Dios cuidó de él, y fuera de toda humana esperanza, después de muchas tentaciones y enfermedades, de tal manera le fortificó que salió un Predicador ameno, y útil Lector, y laborioso Prior Provincial en España, donde vivió muchos años, sin omitir nada o casi nada, en medio de tantas ocupaciones, de sus antiguos ejercicios de santidad y religiosidad.
III. En la tierra de Romanos hubo un Religioso (3), en gran manera noble, al cual, llevándole consigo el Maestro de la Orden, Fr. Juan, a fin de que estudiase en París, le asaltaron en el camino sus consanguíneos y le arrebataron, confiados en el señor Federico, emperador, con quien por entonces andaban. Lleváronle a un castillo remoto donde le encerraron, poniendo gran cuidado en que no se acercase ningún Hermano, mi carta de Hermano llegaste a su poder, y mandándole amigos que de mil maneras le apartasen de su propósito. Más después de un año, viendo que no había medio de convencerle a que dejase el hábito o cometiese alguna cosa contra la Orden, por estar con él la gracia de Dios, desesperados le soltaron; y él, vuelto a los Hermanos, fue enviado a París, y allí le hicieron Maestro en Teología; varón de rara ciencia y gran columna de la Orden.
IV. Había en el convento de Besanzón, provincia de Francia, un novicio que, agitado de tentaciones, propuso dentro de sí volver al siglo con la intención de vender la herencia que de su padre le correspondía y de nuevo entrar en la Orden, trayendo consigo el dinero. Así le había hecho discurrir el falso tentador. Cuando esto en su corazón revolvía, se le aproximó un Hermano rogándole que no llevase a mal lo que pensaba contarle; y contestándole el novicio que hablase, pues nada le diría que no fuera por su bien, comenzó el otro:
- He visto en sueños que venía hacia ti un juez asperísimo con multitud desenfrenada de siervos, airados los rostros, y entre sí bramando, que te ponía al cuello una soga, y recogidos hacia la cabeza los hábitos de la Orden, te llevaba así desnudo a colgarte sin piedad ninguna. Yo estaba aterrado, mirándote de lejos y llorando, sin poder acercarme a ti por temor del juez y de la muchedumbre de siervos. Mira, pues, Hermano carísimo, en qué estado te hallas, y no te dejes llevar por alguna tentación.
Sobrecogido el novicio, que al momento comparó lo que en su corazón proponía con lo que el Hermano le contaba, replicó lleno de miedo:
- ¡Por Dios! Hermano, decidme, ¿Habéis visto que me colgasen?
- No he visto más- dijo el otro.
Comenzó entonces el novicio a comprender que quien le volvía al siglo era el diablo, deseoso de llevarlo después al patíbulo del infierno; y en aquel momento prometió servir perpetuamente a Dios y a la Bienaventurada María en la Orden, vilipendiando aquella herencia terrena que a poco le arrebataba la celestial y verdadera.
V. En el mismo convento de Besanzón, vio en sueños un Hermano muy bueno, al Señor como indignado contra cierto novicio y como diciéndole con ira:
- Apártate de mí, que no eres digno de vivir tú, manchado, con los impíos.
Y parecíale al Hermano que aquel novicio entraba en las celdas y no salía. Comprobó esta visión de hecho, pues a la mañana siguiente un novicio, con quien Dios estaba en efecto airado, cogidos furtivamente los vestidos de otros, se los puso en secreto y se fugó por la ventana.
VI. En el mismo convento, otro novicio de muchas maneras tentado contra la fe, al cual frecuentemente alentaba el Prior y le aconsejaba que acudiera con instancia a la oración, le fue una noche manifestado que dijera muchas veces la siguiente súplica:
“¡Oh Dios que justificas al impío y no quieres la muerte de los pecadores! Protege benigno por tu misericordia al que en tu celestial auxilio confía y consérvalo bajo tu constante amparo, a fin de que siempre te sirva y por ninguna tentación de Ti se aparte. Por Cristo Señor Nuestro”.
Aunque nunca había visto ni oído esta oración, ni creía que en parte alguna estuviese escrita, tanto se fijó en ella durante dicha visión, que la aprendió perfectamente de memoria. Cuando a la mañana siguiente lo contó al Prior y el Prior le dijo, que esa misma oración se hallaba en el Misal para decirla por los tentados, cobró más grande ánimo; pero las tentaciones no desaparecieron por completo, por más que la repetía con devoción y frecuencia. Por aquellos días, había traído un Hermano reliquias del paño teñido en la sangre del Bienaventurado Pedro Mártir, la cual milagrosamente había salido de un trozo de la túnica que el Santo llevaba puesta cuando recibió el martirio. Con este motivo iban movidos de gran devoción muchos vecinos a pedir que les echasen en el vino algunas gotas de la vasija en que estaban dichas reliquias, con cuya bebida sanaban muchas de sus enfermedades. El novicio, que no creía en estos milagros, estaba una mañana ayudando a Misa cuando llegó una mujer pidiendo reliquias. Accedió el Hermano sacerdote, y al inclinar la vasija hacia el vaso que la mujer traía, de repente cayeron muchas gotas de sangre sobre el paño de seda que estaba en el altar, quedando una de tal manera pegada que no pudo el Prior limpiarla por más que la fregó con paños. A su vista, creyó el novicio que aquello lo hacía el señor en su misericordia para convencimiento suyo y de otros, y dando a Dios gracias, se dio entonces libre de la tentación antigua. Hízose público este milagro por toda la ciudad de Besanzón.
VII. Hubo en el convento de Gante un novicio muy tentado que quería abandonar la Orden, movido de que en el siglo tenía una rica iglesia, que fielmente regía y daba muchas limosnas, mientras que en el convento comía las limosnas de otros, y ni dar, ni socorrer a nadie podía, ni predicar, ni visitar enfermos, ni oír confesiones, acostumbrado como estaba a estas cosas, y con mucho gusto. Persistiendo, pues, en esta idea, sin que los consejos de los Hermanos fueran parte a consolarle, una mañana, después de orar largo tiempo, quedóse dormido ante el altar de la Bienaventurada Virgen, y en el sueño se le apareció Nuestra Señora con dos tazas en la mano y le dijo:
- Balduino, bebe, que has llorado y tienes sed.
Bebió, y luego le dijo la Señora:
- ¿Qué has bebido?
- Un vino turbio -respondió él- insípido y lleno de heces.
Alargándole enseguida otra taza, díjole otra vez la Virgen:
- Bebe de ésto.
Y como así lo hiciese, preguntóle la segunda vez:
- ¿Qué has bebido?
- Un vino preciosísimo -contestó- dulcísimo, limpio y sin heces.
- Pues aunque es grande la diferencia del vino que has bebido -añadió la Bienaventurada María- es aún mayor la que hay entre la buena vida que en el siglo has llevado y la que en esta Orden has emprendido: no temas, no aflojes, que yo te daré mi ayuda.
Y desapareció la visión, y el Hermano fue en la Orden confirmado, y llegó después a ser un buen Lector y Predicador devoto.
VIII. En el convento de Sens, un novicio, muy tentado de dejar el hábito y que ya no podía resistir a tan graves y continuas tentaciones, confesó un día a cierto Hermano, que era bueno, cuánto en su corazón le pasaba y el pensamiento que tenía, al cual después de muchos consuelos, contestó dicho Hermano:
- Ay, pobre de ti! ¿Qué es lo que piensas? Has elegido a Cristo y su Madre, y ¿quieres ahora reprobar lo bueno y elegir lo malo? Coge tu cíngulo, póntelo al cuello, y arrojándote a los pies de la Bienaventurada Virgen y dile de corazón: “¡Oh, Señora mía! Siervo tuyo soy, recíbeme bondadosa y no me confundas en mi esperanza”.
Hízolo así y al momento cesó la tentación, y fue después un Predicador bueno y devoto.
IX. Muchas son las maneras con que a los novicios tienta el adversario para que abandonen el estado religioso. Unas veces les inspira fervor indiscreto y abstinencia excesiva, como lo hizo con el Maestro Jordán; otras los acomete por la relajación de vida y omisión de cosas a que la Orden está obligada, como se vio en aquel novicio que por el calor se quitaba las calzas, a quién no se dignó mirar la Virgen María; otras por el nimio amor de sus padres y amigos; otras por la inquietud de no cumplir su propia voluntad, de lo cual, si quieren justificarse, no raras veces se acusan a sí mismos; otras por la memoria de los placeres carnales; otras por el terror de los sueños; otras por el hastío de los compañeros, y otras por el efecto de los libros y hasta de cosas viles. Novicio conocí yo, que salió de la Orden porque no podía vivir sin un perro que había criado, al cual tenía más afecto que a cuanto había dejado, que era mucho. Tienta, además, ya con angustias de corazón, ya con diversas enfermedades de cuerpo, ya con las lenguas de los aduladores, ya con injurias de los murmuradores, y de otras muchas maneras; por dónde con razón es llamado artífice de mil formas, pues son sus ojos septuplos, y no cesa de matar gentes. Por cuyo motivo deben todos precaverse de sus acechanzas, y descubrirlo en puras y frecuentes confesiones, y atenerse más a los consejos de los Padres que a los propios.
Notas:
1) El Bienaventurado Gil de Portugal.
2) El Venerable Humberto.
3) Santo Tomás de Aquino.
Imagen: Bienaventurado Gil de Portugal.
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