miércoles, 29 de noviembre de 2023

MONSEÑOR AGUER: SACERDOTES DENIGRADOS, SACERDOTES CANCELADOS

Varios sacerdotes que se mantienen atentos a lo que enseña el papa Francisco me han expresado su consternación y tristeza porque han notado la frecuencia con la que su santidad denigra a los sacerdotes. 

Por Monseñor Héctor Aguer


Los ha llamado “amargados”, “cara de toro”, “solterones”, “sacramenteros”, “ambiciosos”, “chismosos”, “trepadores” y otros adjetivos despectivos. Falta de justicia y caridad.

Hay millones de sacerdotes en el mundo y ciertamente entre ellos no faltan aquellos a quienes son aplicables algunos de los epítetos de Francisco. Pero sus generalizaciones en sermones, catequesis y mensajes contradicen la verdad, y lo escandaloso es que estos insultos se apartan radicalmente de las declaraciones del Concilio Vaticano II, que dedicó el decreto Presbyterorum ordinis al ministerio y a la vida de los sacerdotes.

Cito algunos pasajes de aquel texto conciliar:
Por el Sacramento del Orden los presbíteros se configuran con Cristo Sacerdote, como miembros con la Cabeza, para la estructuración y edificación de todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal. Ya en la consagración del bautismo, como todos los fieles cristianos, recibieron ciertamente la señal y el don de tan gran vocación y gracia para sentirse capaces y obligados, en la misma debilidad humana, a seguir la perfección, según la palabra del Señor: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial” (Mt., 5, 48). Los sacerdotes están obligados especialmente a adquirir aquella perfección, puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la recepción del Orden, se constituyen en instrumentos vivos del Sacerdote Eterno para poder proseguir, a través del tiempo, su obra admirable, que reintegró, con divina eficacia, todo el género humano. Puesto que todo sacerdote representa a su modo la persona del mismo Cristo, tiene también, al mismo tiempo que sirve a la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, la gracia singular de poder conseguir más aptamente la perfección de Aquel cuya función representa, y la de que sane la debilidad de la carne humana la santidad del que por nosotros fue hecho Pontífice “santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores” (n. 12)
En el siguiente paso, el Concilio “exhorta firmemente a todos los sacerdotes a esforzarse siempre por alcanzar una mayor santidad; esto los hará más aptos para el servicio del Pueblo de Dios” (n. 13). El ideal que recuerda el Concilio es la unidad y armonía de la vida, que deriva de la imitación de Cristo en el ejercicio del ministerio; es la caridad pastoral, rasgo que distingue al sacerdote diocesano de los religiosos, a quienes el Concilio dedica el decreto Perfectae caritatis.

En Presbyterorum ordinis se afirma también que la unidad de vida produce “un inmenso consuelo y alegría” (n. 14). Es sorprendente cuán diferente es esta perspectiva teológica y espiritual de la estrecha perspectiva sociológica de Francisco en su denigración de los sacerdotes. Esto no se ve en las enseñanzas de Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes honraban a los sacerdotes.

Otro aspecto a destacar es que las calumnias del papa muchas veces van dirigidas a los sacerdotes más adherentes a la Tradición; Los llamó “indietristas” porque “miran hacia atrás”, es decir, porque no siguen los “nuevos paradigmas” propuestos por el sucesor de Pedro. Así abundan los “sacerdotes cancelados”, que son barridos como escoria del ejercicio del ministerio. El progresismo autoritario de Roma es imitado en todo el mundo. Como aquí, en Argentina, donde, en varias diócesis, es constante la cancelación de sacerdotes fieles a la Tradición, una Tradición dogmática y práctica.

El papa no deja de causar daño. Esa duplicidad, jesuita y argentino, lo inspira en las peores decisiones. Como en el caso de Joseph Strickland, obispo de Tyler (Texas), Francisco intenta neutralizar a los mejores de los sucesores de los Apóstoles imponiéndoles un asistente o enviándoles una “visita apostólica”. En nuestro país, en 2020, liquidó al excelente obispo de San Luis para reemplazarlo por un progresista que bendice “en el Nombre del Padre y del Espíritu Santo”, eliminando al Hijo Eterno, nuestro Señor Jesucristo, para que los no cristianos que le asisten no se sientan perturbados por sus actos “ecuménicos”.

En Argentina aumenta el número de sacerdotes cancelados, debido a la obediencia al papa de un episcopado insignificante, que asiste impasible a la descristianización de la sociedad. Este alejamiento de los orígenes cristianos, heredado de España, se inició entre nosotros a finales del siglo XIX. Y en los últimos tiempos ha mostrado toda su relevancia social y cultural, frente a la impotencia del catolicismo, que recibió el golpe final con la expansión del progresismo.

Al mismo tiempo, hay un hecho paradójico, de carácter misterioso: el crecimiento de algunas parroquias fieles a la Tradición, donde los católicos, especialmente los jóvenes, disfrutan de una liturgia normal, abierta a la participación devota en el Sacrificio eucarístico. Dije “normal”, es decir, sin extrañezas, como debería ser la liturgia pero no suele serlo en la opaca mediocridad del progresismo impuesto por la imaginación posconciliar.

La existencia de esta realidad fortalece nuestra esperanza de recuperación eclesial. La intercesión de la Madre de la Iglesia, que invocamos con confianza, la protegerá.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata


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