María Antonia de Paz y Figueroa nació en el año 1730, en la localidad de Villa Silípica, antigua encomienda de indígenas de la actual Provincia de Santiago del Estero. Fue hija de Miguel de Paz y Figueroa Mendoza, sargento mayor, maestro de Campo y alcalde de la Santa Hermandad en 1728, procurador y mayordomo del Real Hospital en 1730, protector de Naturales en 1745, alcalde ordinario de segundo voto del Cabildo de Santiago del Estero y defensor en 1750, y de María de Zurita y Suárez de Cantillana.
María Antonia recibió la educación que se daba en las familias acomodadas, y al comenzar su adolescencia se acentuó en ella su inclinación por la vida religiosa. A los quince años hizo sus votos y vistió el hábito consagrándose a la oración y al apostolado. Luego realizó sus ejercicios espirituales en el convento de los padres de la Compañía de Jesús de aquella ciudad.
En 1760, María Antonia reunió a un grupo de chicas jóvenes que decidieron hacer vida en comunidad, rezaban, ejercían la caridad y colaboraban con los jesuitas. En aquel entonces se las llamaba beatas (actualmente estas agrupaciones son llamadas “laicas consagradas”). Durante veinte años María Antonia estuvo al servicio de los jesuitas, asistiéndolos especialmente en las tareas auxiliares de los ejercicios espirituales.
Cuando se produjo la expulsión de los jesuitas en 1767, María Antonia pidió al mercedario fray Diego Toro que asumiera las tareas propias de la predicación y la confesión, mientras que ella se ocuparía con sus compañeras del alojamiento y las provisiones para continuar con los ejercicios espirituales. La amistad con los jesuitas la siguió manteniendo vía epistolar. Mientras tanto, continuó su tarea evangelizadora en las parroquias de Salavina, Soconcho y Silípica. Su figura ya era familiar, siendo conocida en su pueblo como la “Mama Antula”.
Con autorización del obispo del Tucumán, Juan Manuel Moscoso y Peralta, predicó y realizó una caminata evangelizadora por toda la diócesis. Recorrió las actuales provincias argentinas de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja.
En 1777 pasó por Córdoba y finalmente llegó a Buenos Aires en septiembre de 1779. La provisión episcopal concedida le permitía solicitar limosnas, pudiendo fundar casas de recogimiento, realizar ejercicios y propender a reformar las costumbres, por lo que se la exhortaba a que continuase tan altos fines.
“Mama Antula” era una mujer con un estilo muy peculiar. Los viajes los hacía caminando descalza y pidiendo limosnas. A pesar de sus viajes por montañas, desiertos y parajes que desconocía, jamás sufrió percance alguno. En Catamarca padeció una enfermedad y fue desahuciada por el médico. “Me encomendé al Sagrado Corazón y me encontré curada pronto, sin ningún remedio”, aseguraba. Una vez se rompió una costilla y en otra ocasión se dislocó un pie “pero fui curada una y otra vez por una mano invisible”, repetía.
A sus 49 años decidió trasladarse a Buenos Aires caminando junto con sus compañeras alrededor de dos meses hasta llegar a esa ciudad, lo que implicó un viaje de 700 kilómetros.
Sin embargo en Buenos Aires no fue bien recibida: la gente viendo a aquella mujer que había entrado a la ciudad con los pies descalzos, con una cruz de madera en las manos, exhortando por las calles a la penitencia e invitando al retiro de los Ejercicios espirituales, la tuvieron por persona extraviada, tratándola de loca, borracha, fanática y hasta de bruja. Los niños de las afueras de la ciudad al verla llegar con tan mal aspecto por el largo viaje, comenzaron a apedrearla y abuchearla.
El virrey Vértiz se opuso a su petitorio de abrir una casa para dar ejercicios. De igual manera, el obispo diocesano fray Sebastián Malvar y Pinto, le demostró desconfianza y postergó la respuesta por nueve meses, mientras solicitaba informes sobre María Antonia. Queriendo probar su espíritu, trató de disuadirla, pero ella resistió todas esas pruebas.
Obteniendo el consiguiente permiso, en agosto de 1780, comenzó a dar los primeros ejercicios espirituales ante veinte personas, pero ese número creció de tal manera que pronto se calculaba en miles las almas que las recibieron, siendo insuficientes las casas donde las brindaba. Luego el obispo no solo le dio autorización sino que además se convirtió en un gran admirador suyo y le dejó un nada despreciable legado.
Luego, el virrey Vértiz se convirtió en un opositor inflexible a ella fue, dada su antipatía visceral hacia todo lo que fuese jesuita. En esa actitud firme permaneció por dos años y con poderes sobre el terreno religioso, le negó a María Antonia la autorización para organizar los ejercicios espirituales. Hubo un gran revuelo en ese entonces y solo se hablaba de ella, ya que realizaba los ejercicios de forma clandestina en casas alquiladas por el obispo a algunas familias concurrentes a la iglesia. Las personas cercanas a la nobleza comenzaron a concurrir a estos retiros a escondidas y cuando esto se supo, María Antonia se vio obligada a tener una reunión con el virrey.
Una que vez que esto se hizo oficial, la gente de la nobleza y personas de alto poder económico y social, que ya no tenían que ocultarse para concurrir a los ejercicios, realizaron grandes donaciones a María Antonia para poder comenzar la construcción de la actual Santa Casa de Ejercicios Espirituales en terrenos ubicados en Independencia al 1190 (Buenos Aires).
Santa Casa de Ejercicios Espirituales (Buenos Aires)
Mientras tanto, dos amigas suyas habían emprendido en Salta y Tucumán la organización de los ejercicios espirituales. Este hecho, unido a la trascendencia que cobraba esta práctica religiosa, la alentó a darle forma a su pequeño grupo de beatas, con una serie de pasos que comenzaron en un postulantado, la investidura del hábito y la formulación de votos privados.
Su prestigio creció rápidamente llegando a convertirse en el oráculo de la ciudad, que todos consultaban, anhelando las mismas autoridades servirla en lo que fuese menester para sus ejercitantes.
A pesar de su avanzada edad y de las fatigas de su vida, emprendió un nuevo viaje con la venia del obispo y del virrey, en 1784, llegando primero a Colonia del Sacramento, y luego a Montevideo, promoviendo en esos lugares la práctica de los ejercicios espirituales.
En 1784 el obispo de Buenos Aires, Sebastián Malvar y Pinto, envió una carta al papa Pío VI informándole que durante los cuatro años en los que se habían realizado los ejercicios espirituales en esa ciudad, habían pasado unas quince mil personas, sin que se les haya pedido “ni un dinero por diez días de su estadía y abundante manutención”.
Hacia 1788 escribió Ambrosio Funes una carta contando que en ocho años habrían hecho ejercicios espirituales unas setenta mil personas. Por eso María Antonia proyectaba una casa dedicada especialmente a estas prácticas. Como respuesta obtuvo la donación de tres parcelas de terreno contiguas; la primera de ellas fue donada el 27 de noviembre de 1788, por Antonio Alberti y Juana Agustina Marín, padres del sacerdote Manuel Alberti, integrante de la Primera Junta; pocos días después donó el segundo lote don Pedro Pavón y Benedicta Ortega; y el 10 de diciembre don Alfonso Rodríguez y doña Francisca Jirado donaron la tercera parcela. Pero faltaba todo lo demás, de manera que solicitó nuevamente ayuda y tuvo como apoderado en esta tarea a Cornelio Saavedra.
La práctica de los ejercicios espirituales pasó a convertirse en una de las actividades religiosas más prestigiosas de la vida porteña, y tanto los sectores de abolengo, como los de condición humilde encontraron en “Mama Antula” a la persona a quien encomendaban sus oraciones por diversas necesidades.
En 1793, María Antonia planeó la construcción de su propia Santa Casa de Ejercicios Espirituales en Buenos Aires, obra que vio terminada en su parte principal cuatro años más tarde.
María Antonia dejó firmemente establecida la Orden de su beaterio designando en el Rectorado a su sucesora, Margarita Melgarejo, antes de morir. Ella tenía previsto trasladarse a Europa para continuar su apostolado, pero presintiendo su próximo fin, dictó su testamento con las disposiciones pertinentes para la conservación de su obra.
María Antonia contaba con sesenta y nueve años cuando fue atacada por una mortal enfermedad, falleciendo en la Casa que había fundado el 7 de marzo de 1799.
Sus restos fueron inhumados en la Basílica de Nuestra Señora de la Piedad de la ciudad de Buenos Aires, por haber sido la primera a la que entró al término de su larga peregrinación a pie desde Santiago del Estero. Cuatro meses después, Fray Julián Perdriel, Prior del Convento de Predicadores de Buenos Aires, que había sido su confesor, predicó una oración fúnebre, el 12 de julio del mismo año, en las solemnes exequias que se celebraron en la iglesia de Santo Domingo.
La congregación llamada Hijas del Divino Salvador, siguiendo su ejemplo, fundó el Santuario de San Cayetano en el actual barrio de Liniers, Buenos Aires. San Cayetano y San José eran los santos en los que María Antonia de Paz y Figueroa tenía mayor devoción.
El grupo de mujeres que la acompañaba se convirtió en una pujante congregación religiosa en 1878, y actualmente desarrolla sus tareas apostólicas en varias provincias argentinas. La obra de “Madre Antula” continúa en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales en Buenos Aires. Dicho edificio aún se conserva como uno de los más antiguos de la ciudad y atesora viejos recuerdos en forma de imágenes, muros, puertas y patios, que constituyen un patrimonio vivo de la historia argentina.
Los retratos que de ella se conservan, son uno hecho por José Salas el Madrileño, y otro posterior de García del Molino, firmado en 1861. Se muestra a María Antonia hermosa y de distinguida presencia, a pesar de su hábito modesto y humilde.
Al demolerse la antigua Basílica de Nuestra Señora de la Piedad, sus restos fueron encontrados, el 25 de mayo de 1867, en la nave derecha del actual templo. Ahora descansan al pie de un artístico mausoleo coronado con su estatua de mármol, costeado por monseñor Marcos Ezcurra y que fue declarado histórico en 2014.
La Casa de Ejercicios que ella fundó se encuentra en la avenida Independencia 1190-94 en Buenos Aires, y ha sido declarada monumento nacional.
Proceso de beatificación
El 30 de septiembre de 1905, los obispos argentinos se dirigieron al papa Pío X solicitando la introducción de la Causa de Beatificación de María Antonia de Paz y Figueroa. Es el primero de la historia argentina. Al año siguiente quedó terminado el proceso y fue elevado a Roma. Más tarde el papa Benedicto XV firmó el Decreto de Introducción de la Causa, el 8 de agosto 1917.
En mayo de 1929 el papa Pío XI la declaró Venerable.
En junio de 2010 la Congregación para las Causas de los Santos aprobó por unanimidad sus virtudes heroicas. El 2 de julio de 2010, Benedicto XVI firmó el decreto por el que se reconocieron los martirios y virtudes heroicas de la religiosa, que es el primer paso para la beatificación.
En marzo de 2016, Francisco aprobó la realización de un milagro en 1904, la curación de una colecistitis aguda a la hermana Rosa Vanina de la Congregación de “Siervas del Divino Salvador”, que fuera fundada con posterioridad a la muerte de María Antonia, bajo su legado. De esta manera, se oficializó la beatificación de “Mama Antula” en ese año.
María Antonia fue proclamada beata el 27 de agosto de 2016 en la ciudad de Santiago del Estero por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y enviado especial de Francisco.
El cardenal Amato indicó, además, que Bergoglio estableció que la fiesta litúrgica en honor a la laica consagrada santiagueña sea el 7 de marzo, fecha de su muerte, “en los lugares y modos establecidos”.
A fines de 2018, se cerró el proceso canónico de un posible milagro de María Antonia de Paz y Figueroa, ocurrido en la Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz. Se trató de un hombre de esa provincia que sufrió un ACV y había sido diagnosticado sin esperanzas de sobrevivir. Dicho paciente tuvo una recuperación inesperada, sin explicación lógica desde lo científico. Las investigaciones fueron enviadas a la Santa Sede en Roma, para ser analizadas por los cuerpos profesionales y teológicos. De aprobarse y pasar las siguientes instancias, podría ser el segundo milagro conseguido por intercesión de “Mama Antula”, necesario para que sea declarada santa.
Finalmente, el 24 de octubre de 2023 Bergoglio aprobó el milagro atribuido a su intercesión y será canonizada a inicios de 2024. Se convertirá en la primera santa argentina.
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