Como seguramente ya habréis oído, he sido destituido como Obispo de la Diócesis de Tyler. Se me pidió que me reuniera con el Nuncio Apostólico en los Estados Unidos, y en esa reunión se me leyó una lista de las razones por las que se me destituía. Si fuera posible, pondría a vuestra disposición estas razones; sin embargo, no se me dio una copia de esa lista en ese momento, y hasta ahora no he podido obtener una copia a pesar de mis peticiones.
En las razones que se me leyeron, no se mencionaban problemas administrativos o mala gestión de la diócesis como motivos de mi cese. Las razones dadas parecían estar relacionadas, en su mayor parte, con el hecho de que yo dijera la Verdad de nuestra Fe Católica, y con mis advertencias contra cualquier cosa que amenazara esa Verdad (incluidas las cosas que se estaban planteando en el sínodo sobre la sinodalidad). También se mencionó que no caminé junto a mis hermanos obispos mientras defendía a la Iglesia y sus enseñanzas inmutables, y que no implementé el motu propoio Traditionis custodes, que de haberlo implementado, me habría obligado a dejar parte de mi rebaño sin alimentar y sin atender. Como pastor y protector de mi Diócesis, no podía tomar medidas que sabía con certeza que perjudicarían a parte de mi rebaño y les privarían de los bienes espirituales que Cristo confió a su Iglesia. Mantuve mis acciones, ya que eran necesarias para proteger a mi rebaño y defender el Sagrado Depósito de la Fe.
Este es el momento para que todo lo que ahora está cubierto sea descubierto, y todo lo que ahora está oculto sea aclarado. De hecho, fue en una época en la que se ocultaban cosas relacionadas con el deshonrado ahora ex cardenal Theodore McCarrick y el escándalo de abusos sexuales de la Iglesia cuando parece que entré por primera vez en el radar del Vaticano. Mi principal delito, entonces como ahora, parece haber sido siempre sacar a la luz lo que otros querían que permaneciera oculto. Tristemente, ahora parece que es la Verdad misma, Nuestro Señor Jesucristo, lo que muchos desean que permanezca oculto.
Aunque ahora estoy sin diócesis, sigo siendo obispo de la Iglesia y, por lo tanto, sucesor de los apóstoles, y debo seguir diciendo la Verdad aunque me cueste la vida. Hoy quiero deciros a todos vosotros: ¡NO abandonéis nunca jamás la Iglesia! Ella es la Esposa de Cristo. Ahora está sufriendo su Pasión, y debéis decidiros a permanecer resueltamente junto a la cruz. Es importante asistir a Misa todos los domingos y tan a menudo como sea posible, pasar tiempo en adoración, rezar el Rosario diariamente, confesarse regularmente e invocar siempre la ayuda de los santos. Os exhorto a perseverar para que al final podáis decir: “He combatido el buen combate hasta el final; he corrido la carrera hasta la meta; he guardado la fe”.
Que Dios Todopoderoso os bendiga, y que nuestra Santa y Bendita Madre interceda por vosotros y os señale siempre a su Divino Hijo Jesús al entrar en este tiempo de Adviento.
Sigo siendo vuestro humilde padre y servidor,
Obispo Joseph E. Strickland
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