Una Oblación
Te ofrezco este libro, Señor Jesucristo, Fuente de luz eterna, en unión
con aquella inefable caridad que Te movió, Unigénito del Padre,
en la plenitud de la Divinidad, a tomar sobre Ti nuestra naturaleza y hacerte Hombre.
Te suplico que la tomes en Tu Divina custodia, para que glorifique Tu Divina bondad
hacia nosotros, viles criaturas que somos. Y ya que Tú, el Todopoderoso Dispensador
de todas las cosas buenas, te dignas alimentarnos durante nuestro exilio hasta que,
contemplando tu gloria con el rostro descubierto, nos transformemos en Ti,
concede, te lo suplico, a todos los que lean estos escritos con humildad,
que queden encantados con la dulzura de tu caridad e interiormente
a desear lo mismo para su perfeccionamiento,
para que, elevando sus corazones hacia Ti con ardiente amor,
sean como tantos incensarios de oro, cuyos dulces olores
suplirán abundantemente toda mi negligencia e ingratitud.
Querida Madre María, ruega también a tu Divino Hijo
por todos los que lean este librito.
Protesta del Autor
EN OBEDIENCIA a los decretos de Urbano VIII, de santa memoria, protesto que no pretendo atribuir otra autoridad que la puramente humana a todos los milagros, revelaciones, gracias e incidentes contenidos en este libro; ni tampoco a los títulos de santos o bienaventurados aplicados a los siervos de Dios aún no canonizados, excepto en los casos en que éstos hayan sido confirmados por la Santa Iglesia Católica Romana y por la Santa Sede Apostólica, de las que me profeso hijo obediente; y por tanto, a su juicio me someto a mí mismo y a cuanto he escrito en este libro.
Prefacio
Mi querido lector y hermano en Jesucristo:
Puesto que el espíritu de devoción que me ha impulsado a escribir este libro te anima a leerlo y nos hace felices hijos de un mismo Padre amoroso, si alguna vez oyes decir a alguien que podría haberme ahorrado el trabajo, habiendo ya tantas obras eruditas y célebres que tratan de este tema, te ruego respondas que Nuestro Señor Jesucristo en el Adorable Sacramento es una fuente tan abundante que cuanto más mana, más se llena, y cuanto más llena está, más mana, lo cual significa que la Santísima Eucaristía es un misterio tan grande y tan sublime que cuanto más decimos de él, más queda por decir. Si San Alfonso pudo decir con toda verdad de la Pasión de Nuestro Señor, “que la eternidad no bastará para meditarla adecuadamente”, podemos afirmar lo mismo de Jesucristo oculto en el Santísimo Sacramento, y con mil veces más justicia aplicar a nuestro tema lo que dice San Agustín en alabanza de la Santísima Virgen, a saber, que todas las lenguas de los hombres, aunque todos sus miembros se transformasen en lenguas, no bastarían para alabarla como se merece.
Los amantes mundanos acostumbran a mencionar y alabar con frecuencia a aquellos a quienes aman, para que otros también los alaben y aplaudan; cuán pobre y débil debemos considerar entonces el amor de aquellos que se llaman a sí mismos amantes del Santísimo Sacramento y, sin embargo, rara vez hablan de él o piensan en esforzarse por inspirar a otros su amor. Los verdaderos amantes del Santísimo Sacramento no actúan así; hablan de él, lo alaban en todas partes, en público y en privado; siempre que está en su mano procuran encender en los corazones de todos esas ardientes llamas de amor que ellos mismos abrasan por su amado Jesús.
El objeto de este librito es, pues, hacer que Jesús, en la Sagrada Eucaristía, sea más conocido y más amado. Nuestro Divino Salvador está dispuesto a conceder innumerables gracias por medio de este Sacramento, que se pierden a consecuencia de la ignorancia e indiferencia de los hombres. Cuando el Santísimo Sacramento del Altar no es venerado y amado, abundarán los escándalos, languidecerá la fe y se enlutará la Iglesia. En cambio, si se frecuenta dignamente este Sacramento, reinará la paz en los corazones cristianos, el demonio perderá poder y las almas se santificarán. “A todos los que le recibieron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Me ha parecido que una obra explicativa de los puntos sobresalientes de este misterio, escrita en estilo sencillo y familiar, contribuiría grandemente a remover los obstáculos que se oponen a la recta apreciación de este maravilloso Sacramento del amor divino; y con esta convicción me he aventurado a exponer al público las páginas que siguen, confiando en que, con la bendición de Dios, puedan resultar útiles a muchas almas.
Como Dios Todopoderoso en Su bondad imparte Sus favores a Sus fieles seguidores de diversas maneras -a veces iluminando sus mentes de una manera sobrenatural, e incluso conversando con ellos familiarmente, por así decirlo- y como la naturaleza de este trabajo pretende ser práctica, no polémica, he creído conveniente para la edificación de las almas piadosas introducir en él, a la manera de los Santos Padres, tanto algunas revelaciones hechas a ciertos Santos como varios hechos milagrosos concernientes a este misterio. Sé que hay algunas personas que, jactándose de estar libres de prejuicios, se atribuyen el gran mérito de no creer más milagros que los registrados en las Sagradas Escrituras, estimando todos los demás como cuentos y fábulas para mujeres necias. Pero será bueno recordar aquí una observación del sabio San Alfonso, que dice: “que los malos están tan dispuestos a burlarse de los milagros como los buenos a creerlos; añadiendo que, así como es una debilidad dar crédito a todas las cosas, por otra parte, rechazar los milagros que nos llegan atestiguados por hombres graves y piadosos, o bien huele a infidelidad, que los supone imposibles para Dios, o a presunción, que niega la creencia a tal clase de autores. Damos crédito a un Tácito, a un Suetonio, y podemos negárselo sin presunción a autores cristianos de erudición y probidad. Hay menos riesgo en creer y recibir lo que es relatado con alguna probabilidad por personas honestas y no rechazado por los doctos, y que sirve para la edificación de nuestro prójimo, que en rechazarlo con espíritu desdeñoso y presuntuoso...” (Glorias de María). De ahí que el Papa Benedicto XIV (De Canoni. Sanct.) diga: “Aunque no se les deba un asentimiento de Fe Católica, merecen un asentimiento humano según las reglas de prudencia por las que son probables y piadosamente creíbles”. Ahora bien, si el Reverendo Clero considera que esta publicación está poco calculada para promover la devoción al Santísimo Sacramento, el compilador se creerá ampliamente recompensado por su labor si fomentan su circulación.
Michael Müller, C.S.S.R.
San Alfonso, Baltimore, Maryland
8 de diciembre de 1867
No hay comentarios:
Publicar un comentario