Por Stefano Fontana
El uso del término discernimiento se ha hecho muy frecuente, pero al mismo tiempo su contenido se ha vuelto problemático. El término, en su nuevo significado, es ahora la palabra clave en la transformación en curso de la Teología moral católica, como puede verse en los escritos de Maurizio Chiodi [1].
En la visión tradicional, el discernimiento significaba la actividad de la conciencia guiada por la virtud de la prudencia y dirigida a considerar lo que debe hacerse aquí y ahora para realizar mejor la norma moral [2]. Su núcleo es la comprensión correcta de lo que es la conciencia y de lo que es la prudencia. La conciencia en el sentido moral del término, es decir, el yo inteligente que se preocupa por la rectitud de la acción humana, relaciona la norma moral universal con la situación particular en la que uno está llamado a actuar. No hay oposición entre la norma y la conciencia moral porque la conciencia da testimonio de la norma aquí y ahora. No es que la norma sea abstracta y la conciencia concreta, entre ambas no hay ningún “salto” que alguien deba salvar de algún modo. La conciencia es fidelidad a la norma en la situación concreta.
Un punto importante es considerar si la conciencia tiene un papel creativo o aplicativo. Esta alternativa no es conveniente. La conciencia tiene ambas cosas. Tiene un papel creativo en el sentido de que debe idear sabiamente qué hacer entre las muchas acciones posibles, qué camino tomar entre los muchos caminos posibles. Sin embargo, no es correcto afirmar que es creativa en la medida en que cambia la norma según las circunstancias. En este sentido, también tiene una función aplicativa, en el sentido de que asume la norma sin modificarla, pero esto no indica una labor puramente pasiva o impersonal [3]. Es incorrecto negar la posibilidad del silogismo práctico, pues implicaría una pasividad de la conciencia respecto a las conclusiones lógicas que formula. La aceptación de la norma moral y sus consecuencias no indica la pasividad de la conciencia sino su racionalidad. Cuando la conciencia reconoce la necesidad de la norma y las conclusiones prácticas que de ella se derivan, no es en absoluto pasiva sino activa. Tanto más cuanto que de una misma norma pueden derivarse muchas conclusiones prácticas distintas y compatibles, ya que la acción moral trata de lo contingente [4] y requiere la creatividad descendente de la conciencia. No es cierto que la Teología Moral Tradicional privilegiara lo objetivo (la norma) en detrimento de lo subjetivo (la conciencia) [5]. Los mantenía unidos, pero con la prioridad (no exclusiva) del polo objetivo, ya que la conciencia tampoco es pura conciencia, sino conciencia de ser, de ahí el reconocimiento de que ella misma es ante todo un objeto. Hoy, la nueva Teología Moral pone de relieve la creatividad de la conciencia más allá de lo aceptable, acusando a la postura contraria de entenderla sólo como aplicativa.
La conciencia se identifica con la virtud de la prudencia. Incluso en el lenguaje común, hacer algo “con conciencia” significa hacerlo prudentemente. La prudencia es tan coextensiva con la conciencia moral que no sólo es una de las virtudes cardinales, sino que es entre ellas la virtud principal: actuar con prudencia significa simplemente actuar moralmente, ni más ni menos.
Un aspecto es de fundamental importancia en la Teología Moral Católica clásica. La virtud sólo se refiere al bien y no al mal, la prudencia sólo se refiere a las acciones buenas y no a las malas. Un ladrón puede actuar para robar un banco de manera muy prudente, pero esto no puede considerarse virtud [6]. Hay acciones respecto de las cuales no puede haber valoración prudencial, sino que deben rechazarse siempre y en todo caso. La prudencia sólo es aplicable a las acciones buenas.
El discernimiento es, pues, un acto de la razón práctica que, teniendo en cuenta las normas morales absolutas y universales y el conocimiento de la situación concreta, decide qué hacer para alcanzar el mayor bien posible. Como es bien sabido, Santo Tomás describió las diversas etapas en las que se desarrolla la acción moral, que parece una sola cosa pero que, en realidad, contiene varios momentos en su interior. La conciencia está presente en todas las etapas, en un entrelazamiento complementario de intelecto y voluntad. La nueva Teología Moral insiste en el carácter comunitario del discernimiento como si fuera un aspecto de su propia invención, mientras que también estaba presente en la concepción clásica en la medida en que el discernimiento se sirve del consejo de padres, sabios y expertos.
En la Exhortación Amoris laetitia intervienen dos novedades de gran peso. La primera consiste en considerar la norma moral como abstracta, es decir, como algo que debe ser interpretado, declinado en la situación concreta, reconsiderado a la luz de ella. La conciencia, así, debe hacer una síntesis entre dos extremos, entre dos polos opuestos, como si la teología moral tuviera un “doble estatuto” [7]. Hay quien sostiene que Francisco se inspira en esta visión en la oposición polar de Romano Guardini [8] que, sin embargo, si se considera detenidamente, no se refiere ni puede referirse al bien y al mal o a lo verdadero y lo falso. La norma moral considerada abstracta se piensa también como separada de la vida, como ajena y fuera de la realidad. De este modo, la situación concreta, entendida como separada de la norma abstracta, corre el riesgo de ser vista o bien como desprovista de sentido ético o bien como dotada de un sentido ético propio, ambas cosas erróneas. Dada su oposición, la visión de la conciencia también cambia en el sentido de que debe "mediar" entre dos opuestos y debe elegir cómo reunirlos. De este modo, asume un papel de reelaboración de la norma ajeno a la moral clásica. El discernimiento se convierte así en la continua reelaboración de la norma, cuyo sentido surgiría de la acción mediadora de la conciencia. Esta es la interpretación “creativa” de la conciencia moral rechazada por la Teología Moral Tradicional [9].
También en la Exhortación Amoris laetitia se encuentra la grave novedad de que el discernimiento se aplica también a una acción mala, como el adulterio. Este último siempre había sido considerado por la Moral Tradicional como una acción intrínsecamente mala. Si el discernimiento se aplica también al adulterio, significa o bien que ya no debe considerarse como tal, o bien que el discernimiento ya no se aplica sólo a las acciones buenas, sino a todas las acciones. Sin embargo, si así fuera, todas las acciones se considerarían buenas, aunque en diversos grados. Y, de hecho, la Exhortación parece elegir este camino: la norma moral no indica preceptos, sino que señala ideales hacia los que todos nos dirigimos, aunque sea de manera diversamente buena. Del mismo modo que las personas tienen una inteligencia diferente, una capacidad diferente, una fe diferente... también pueden ser buenas de forma diferente. Lo que aquí se pone de manifiesto es la aceptación de una dimensión ética trascendental y otra categorial [10], de las que la primera garantiza un horizonte a priori de bondad “natural” para todos los hombres, mientras que la segunda señala la diferente distancia respecto a ella de las diversas situaciones. Aquí se advierte la gran influencia de la perspectiva ética del giro antropológico de Rahner [11].
Notas:
[1] Cf. M. Chiodi, Coscienza e discernimento: quale rapporto con la norma? Riflessioni sul capitolo VIII di Amoris Laetitia (Conciencia y discernimiento: ¿qué relación con la norma? Reflexiones sobre el capítulo VIII de Amoris laetitia), Theologia, XLIII (2018) 1, pp. 18-47; Id. Teología moral fundamental, Queriniana, Brescia 2020 (3ª edición),
[2] S. Th. II-II, q. 47, a. 6 - “La prudencia aplica los principios universales a las conclusiones prácticas sobre las acciones a realizar”.
[3] Cf. A. Poppi, Per una fondazione razionale dell'etica, San Paolo, Cinisello Balsamo.
[4] S. Th. II-II, q. 47, a. 3 - “La prudencia no se limita a los universales, sino que debe conocer también los singulares”.
[5] Cf. M. Chiodi, Coscienza e discernimento: quale rapporto con la norma? (Conciencia y discernimiento: ¿qué relación con la norma?) cit.
[6] S.Th., II-II, q. 47, a. 13.
[7] Juan Pablo II, Carta Apostólica Veritatis splendor, n. 56.
[8] R. Guardini, L'opposizione polare. Saggio per una filosofia del concreto vivente, (1925), Morcelliana, Brescia 1997.
[9] Juan Pablo II, Carta Apostólica Veritatis splendor, n. 54.
[10] Lo que Veritatis splendor niega, cf. nn. 65-68.
[11] Cf. S. Fontana, La nuova Chiesa di Karl Rahner, Fede & Cultura, Verona 2016.
Véase el artículo anterior de la misma serie:
La revolución en curso en la teología moral católica (1)
Vanthuan Observatory
No hay comentarios:
Publicar un comentario