martes, 30 de septiembre de 2014

ENTRE BASTIDORES DE LA CITA DE CHICAGO

El nombramiento de Blase J. Cupich como nuevo pastor de la tercera diócesis más importante de Estados Unidos ha sumido al catolicismo estadounidense en una profunda depresión.


Cuando aún se tambalea por la noticia de la inminente destitución del cardenal Raymond L. Burke, el catolicismo más conservador y tradicional de Estados Unidos -e históricamente más “papista”- ha recibido un nuevo golpe con el nombramiento del nuevo arzobispo de Chicago.

La elección por parte de Francisco de Blase J. Cupich como nuevo pastor de la tercera diócesis más importante de Estados Unidos ha sumido a este componente particularmente dinámico del catolicismo estadounidense en una profunda depresión, casi al borde de un ataque de nervios. Basta con escudriñar las reacciones de las páginas web y los blogueros de esta zona para darse cuenta del desconcierto y la decepción ante este nombramiento.

Por el contrario, el segmento más progresista del catolicismo estadounidense, históricamente hipercrítico con los últimos pontificados, ha celebrado con entusiasmo la llegada de Cupich, calificado de “moderado” por la prensa laica, una descripción típicamente utilizada en Estados Unidos para indicar a un “liberal” que puede no estar radicalizado, pero que sigue siendo un “liberal”.

El predecesor de Cupich, el cardenal Francis E. George, había escrito no hace mucho en una columna para el periódico diocesano:
“Espero morir en la cama, mi sucesor morirá en la cárcel y su sucesor morirá mártir en la plaza pública. Su sucesor recogerá los fragmentos de una sociedad arruinada y ayudará lentamente a reconstruir la civilización, como la Iglesia ha hecho tantas veces en la historia de la humanidad”.
George siempre ha sido muy crítico con la tendencia laicista en el ámbito legislativo establecida bajo la presidencia de Barack Obama, a quien conoce bien desde que era senador por Illinois. Pero es difícil imaginar que su profecía se haga realidad, al menos para su sucesor inmediato.

Para comprenderlo, basta con repasar aunque sea brevemente la trayectoria eclesiástica del nuevo arzobispo de Chicago.

Cupich, de 65 años, no es originario de Chicago, como George, sino de Omaha, en el estado rural periférico de Nebraska.

Su primera sede episcopal fue Rapid City, donde sucedió a Charles J. Chaput. Y fue en esta diminuta diócesis de Dakota del Sur donde en 2002 se hizo notar por prohibir a una comunidad católica tradicionalista celebrar el Triduo Pascual según el antiguo rito romano, liberalizado posteriormente en 2007 por Benedicto XVI con el motu proprio Summorum Pontificum.

Los católicos conservadores también recuerdan que durante el enfrentamiento entre los obispos de Estados Unidos y la Casa Blanca por la reforma sanitaria, Cupich fue uno de los poquísimos prelados, menos de una docena, que no dijo ni una palabra en contra, a pesar de que la crítica al Obamacare no era una postura de algunos obispos “extremistas” o “guerreros culturales”, como se les suele llamar en sentido despectivo, sino la postura oficial del episcopado.

Tras ser nombrado obispo de Spokane en 2010, al año siguiente Cupich prohibió a sus sacerdotes y diáconos participar en oraciones frente a clínicas abortistas. Una prohibición que contrasta fuertemente con la “corriente principal” de la Iglesia en Estados Unidos. De hecho, el Rosario se reza delante de estas clínicas en casi todas las diócesis de Estados Unidos. Y decenas de obispos participan en ellas, entre ellos, por ejemplo, el cardenal “moderado” de Washington, Donald Wuerl, y el actual presidente de la conferencia episcopal, el arzobispo de Louisville Joseph Kurtz.

La voz de Cupich -como señalan tanto los católicos conservadores, con angustia, como los progresistas, con satisfacción- suena siempre alta y clara cuando se habla de inmigración o de pena de muerte, pero parece coger laringitis cada vez que se habla de aborto, eutanasia y libertad religiosa, o se critica a la administración Obama por la reforma sanitaria.

A este respecto, es significativo el hecho de que Cupich haya decidido ampliar el alcance de la oficina de “Respeto a la vida” en la diócesis de Spokane, para dar a la lucha contra la pena de muerte el mismo peso que a la lucha contra el aborto.

Así pues, Cupich parece estar devolviendo a Chicago al apogeo del cardenal Joseph Bernardin, predecesor de George, campeón del catolicismo “liberal” en Estados Unidos y creador de la montañosa maquinaria burocrática de la conferencia episcopal, de la que fue presidente de 1974 a 1977 y “dominus” hasta su muerte en 1996.

Y la “era Bernardin” parece volver gracias a una jugada del papa Francisco, que ha tomado por sorpresa y a contrapié a un episcopado, como el de Estados Unidos, hoy ampliamente caracterizado por nombramientos realizados por Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Que fue una sorpresa se nota por el hecho de que pocos días antes del nombramiento, el diario Our Sunday Visitor, el más oficial de los periódicos católicos estadounidenses -su presidente es el periodista Greg Erlandson, miembro de la comisión para la reorganización de los medios de comunicación vaticanos que se reunió en Roma por primera vez la semana pasada-, al enumerar ocho nombres de posibles sucesores del cardenal George no presentó el seleccionado por Jorge Mario Bergoglio, el de Cupich.

El hecho de que el nombramiento equivocó al episcopado estadounidense se desprende de los resultados de las elecciones del actual presidente y vicepresidente de la conferencia episcopal que se celebraron hace menos de un año, en noviembre de 2013.

En aquel ciclo electoral, de hecho, entre los diez candidatos figuraba Cupich. Y la suya fue considerada por sus colegas la figura más netamente “progresista”, eclesiásticamente hablando, de las candidaturas presentadas.

Así pues, en la primera ronda de votaciones, que vio la elección inmediata como presidente del vicepresidente saliente, el arzobispo Kurtz, con 125 votos de 236, Cupich volvió a ocupar el séptimo lugar con sólo 10 votos.

Más papeletas tuvieron el cardenal de Houston Daniel N. DiNardo (25), el arzobispo de Filadelfia Chaput (20), el arzobispo de Los Ángeles José H. Gomez y el de Baltimore William E. Lori (15 votos cada uno), y el arzobispo de Nueva Orleans Gregory M Aymond (14).

En las dos rondas de votación para la vicepresidencia, Cupich estuvo lejos de ser elegido, quedando en quinto lugar (de nueve) tanto en la primera ronda, con 24 votos de 236, como en la segunda, con 17 votos de 235.

Para Chicago, pues, el papa Francisco no ha tenido en cuenta las perspectivas del episcopado local, a diferencia, por ejemplo, de lo que hizo en España, donde en Madrid promovió a Carlos Osoro Sierra, que como arzobispo de Valencia fue elegido vicepresidente de la conferencia episcopal en la primera vuelta del pasado marzo, con 46 votos de 79.

Tampoco parece que Bergoglio haya tenido en cuenta las recomendaciones del cardenal George, que habría pedido como coadjutor a un sacerdote de su diócesis. Al contrario de lo que ocurrió en Sidney, donde en cambio el 18 de septiembre Francisco nombró al dominico Anthony Colin Fisher, protegido del arzobispo saliente, el cardenal conservador George Pell, a quien el papa ha llamado a Roma como “zar” del aparato económico-financiero vaticano.

Sólo hay un punto en el que Francisco utilizó en Chicago el mismo procedimiento que en Madrid y Sydney. En los tres casos procedió al nombramiento sin haberlo discutido antes con los cardenales y obispos de la congregación para los obispos, a pesar de que todos ellos fueron confirmados por él el año pasado con importantes nuevas incorporaciones e igualmente significativas destituciones (la más escandalosa de ellas, la del cardenal estadounidense Burke).

Para Chicago, parece que Francisco procedió a su propia consulta personal, paralela a la del dicasterio. Se cree que el nombramiento de Cupich fue recomendado a Bergoglio con especial entusiasmo por el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga y, sobre todo, por el cardenal Theodore McCarrick, arzobispo emérito de Washington, representante de la vieja guardia “liberal” del episcopado estadounidense.

A decir verdad, no es nada nuevo en este pontificado que los nombramientos oficiales, incluso los importantes, no sean discutidos colegialmente por la congregación vaticana correspondiente. Con Benedicto XVI no hubo discusión sobre el personal de Venecia (pero con Milán, Malinas-Bruselas, Santiago y Manila sí). Con este pontificado, sin embargo, el procedimiento parece dejarse de lado con mucha más frecuencia.

De hecho, la congregación no fue consultada para examinar no sólo los nombramientos de Chicago, Sydney y Madrid, sino también, en Alemania, la selección de tres nombres que debían someterse según la tradición al capítulo de Colonia, así como todos los nombramientos, una veintena, para Argentina.

En Italia, por poner dos ejemplos, no se consultó a la congregación episcopal para examinar a los sucesores de Locri e Isernia, donde las promociones recayeron en los vicarios generales de dos eclesiásticos “en gracia del papa”, respectivamente del obispo de Cassano all'Ionio y secretario general de la conferencia episcopal, Nunzio Galantino, y del arzobispo de Chieti-Vasto y secretario especial del próximo sínodo de obispos, Bruno Forte.

Volviendo a Estados Unidos, en este punto será interesante ver qué ocurrirá en el próximo consistorio para la creación de nuevos cardenales.

Actualmente hay tres diócesis estadounidenses tradicionalmente cardenalicias dirigidas por un arzobispo que aún no tiene la escarlata: Chicago, Los Ángeles y Filadelfia.

Es fácil adivinar que Francisco concederá el birrete al de Chicago, el único de los tres que ha nombrado.

Pero será curioso ver si al mismo tiempo el birrete irá a la diócesis de Los Ángeles, cuyo ordinario es del clero del Opus Dei, o a la de Filadelfia (no a las dos a la vez, porque parece impensable que Bergoglio haga tres nuevos cardenales estadounidenses de un solo golpe).

O si en cambio, como una señal más enviada al otro lado del Atlántico, la escarlata de Chicago quedará desnuda. Sin ningún adorno.




No hay comentarios: