Ya
lo padece uno de cada tres profesionales. Es una mezcla de estrés y desgaste
físico y psíquico. Afecta principalmente a médicos y docentes. Un equipo de
psiquiatras argentinos está impulsando un proyecto para que la OMS lo
reconozca.
Por
Gisele Sousa Dias
Al
principio le cuesta dormir, la comida le cae mal, tiene problemas sexuales, el
cuello duro y apenas pone un pie en el trabajo siente que se le parte la
cabeza. Le parece normal y sigue. Unos meses después empieza a llegar al
trabajo arrastrando los pies, tiene la motivación de una ameba, tarda el doble,
rinde poco y busca excusas para faltar. Se fastidia, el médico le dice “debe ser estrés” y sigue. Al final, se
siente una cosa y empieza a tratar al resto como cosas, piensa que la “realización personal” es una utopía, le
da lo mismo que lo premien o que lo echen: se convierte en un robot. El burnout o el “síndrome del quemado” –la sensación de haber fundido motores– ya
afecta a 1 de cada 3 profesionales que trabajan con personas. Ahora un equipo
de psiquiatras argentinos presentará un trabajo científico en el que proponen
que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo considere una enfermedad laboral.
El
tema se tratará por primera vez en el 27° Congreso Argentino de Psiquiatría que
comienza hoy en Mar del Plata. Allí, un equipo de expertos propondrá su
inclusión en la Clasificación Internacional de Enfermedades, elaborada según
criterios de la OMS.
“El burnout ya es un grave problema de salud pública
pero no es atendido como tal”, sostiene la psiquiatra Elsa Wolfberg,
especialista en medicina del trabajo y miembro del equipo. “Por un lado, es un problema para
el trabajador, que no sólo pierde la motivación y la capacidad de responder a
las exigencias del trabajo sino que ve afectada toda su vida social. En su casa
está irritado, le molesta todo y hasta deja de cuidar a sus seres queridos. En
su trabajo, además, se rodea de colegas en la misma situación, por lo que se
generan ambientes muy tensos. Pero también es un problema para las empresas
porque estos empleados son menos competentes, eficientes y faltan más. Sólo si
se empieza a tratar al burnout como una enfermedad laboral se podrá
diagnosticar y prevenir”, explica.
Se
refiere a que hoy se diagnostica como “estrés”
y se manda al profesional a descansar unos días. Pero después vuelve al mismo
trabajo monótono, mal pago, sin reconocimiento y repleto de quejas: por lo que
vuelve al punto de partida. El equipo de psiquiatras cree que la valoración en
el campo médico, además, desembocaría en el reconocimiento jurídico. De ser
contemplado por la Ley de riesgos del trabajo podría abrir el camino a
indemnizaciones, por ejemplo, para casos que terminan con una incapacidad
transitoria o permanente. Comprobar que el origen del síndrome fue el trabajo
no sería imposible: para eso existe el cuestionario de Maslach (está online)
que permite saber si estamos “quemados” y
en qué grado.
El
cuestionario fue pensado para médicos porque fue en los primeros que se
describió burnout . Docentes y personal de atención al público los siguen en el
ranking. Tienen en común la violencia de sus interlocutores: clientes que
insultan, pacientes y familiares que agreden y alumnos o padres que atacan. No
es difícil entender por qué los psiquiatras creen que podría haber burnout en
cualquier otro rubro donde haya personas prestando un servicio a personas.
“No
va a ser sencillo. Incluirlo como enfermedad laboral significará que tanto las
empresas como el sistema de salud deberán hacerse responsables de que algunos
trabajadores se enfermen”, agrega Jorge Berstein, miembro del equipo de la
Asociación de Psiquiatras Argentinos que presentará la propuesta y profesor de
Medicina Familiar en la Universidad Favaloro. “Los casos más graves se ven en
los médicos. Sin embargo, si un chofer trabaja 24 horas seguidas la prensa hace
un escándalo, pero si un médico opera después de 24 horas de guardia aparece en
un reality como un héroe”.
“Todos
saben de qué hablamos pero el burnout está en un limbo”, dice Wolfberg.
“Estamos hablando de profesionales que se vuelven desapegados, cínicos, que
bloquean sus emociones y se robotizan”. Todos saben de qué hablamos. Por eso
muchos añoran a los médicos que tenían tiempo para escuchar antes de
prescribir. O a los docentes que eran como padres para los alumnos. O a los telemarketers
que, al menos, intentaban resolvernos el problema.
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