Por la Dra. Carol Byrne
En la liturgia anterior a 1956, la bendición del agua bautismal tenía lugar en el baptisterio, la parte de la iglesia (o incluso un edificio separado) donde tradicionalmente se encontraba la pila bautismal. El clero salía del santuario para bendecir tanto la pila como el agua que contenía, mientras el coro cantaba la sección correspondiente del Salmo 41, Sicut cervus.
Al igual que el cirio pascual, esta procesión era también un claro y brillante ejemplo de teología en movimiento. Los que se acercan a la fuente son comparados con el ciervo del Salmo 41, que anhela la fuente de agua viva. Sería útil tener presente esta metáfora visual cuando examinemos la versión reformada.
Estragos litúrgicos
Como resultado de los invidiosos esquemas elaborados por la Comisión de 1948, lo que sucedió después puso otra mancha en su ya manchado historial. Fiel a su costumbre, la Comisión causó estragos en la parte de la liturgia de la Vigilia Pascual que sigue a la lectura de las Profecías, convirtiendo lo que era una de las obras más antiguas y supremas de la Tradición Católica en lo que sólo puede describirse como una escena de total desorden y confusión.
Como veremos, esta sección de la Vigilia Pascual fue radicalmente reconfigurada, y se convirtió en un fárrago de cambios estructurales y rituales salpicados de incoherencias y rarezas.
En lugar de bendecir el agua y administrar los bautismos en el lugar designado donde tradicionalmente se encuentra la pila bautismal, estas acciones se realizaban en el santuario mientras el sacerdote miraba al pueblo ("coram populo"). Esto hizo necesario el uso de un cubo u otro recipiente para el agua bautismal, mientras que la pila, que había estado en uso continuo durante 16 siglos, de repente se hizo redundante y su importancia simbólica en consecuencia, disminuyó.
Monseñor Léon Gromier señaló en su momento los efectos de la dislocación del simbolismo de la pila de su contexto litúrgico:
“Las pilas bautismales, el agua bautismal y el bautismo son una sola cosa. Una innovación espectacular que los separa deliberadamente, instalando sustitutos de la pila en el santuario y bautizando en ellos, y luego utilizando este receptáculo para transferir el agua bautismal a la pila es un insulto a la historia, a la disciplina, a la liturgia y al sentido común” (1).Fue vilipendiado por el establishment litúrgico por atreverse a criticar la reforma de la Semana Santa. No deja de ser irónico que se le considerase loco, cuando son los autores de la reforma los que parecen haber perdido la brújula litúrgica. En efecto, la ceremonia reformada del agua bautismal iba en contra de la lógica y del sentido común.
Desajuste entre texto y ritual
Para empezar, no tenía sentido la metáfora del ciervo sediento del Salmo 41, que simboliza a los que se acercan a la fuente anhelando las aguas del Bautismo. Pero en el rito reformado este simbolismo se vuelve incoherente porque el Salmo se canta después de la bendición del agua y la concesión del Bautismo, es decir, después de que el ciervo haya saciado su sed.
Para aumentar la confusión, el salmo se canta mientras la procesión se dirige hacia una pila completamente seca cuyo papel en la ceremonia es meramente funcional: ser el receptáculo del contenido restante del cubo bautismal.
Desajuste entre arquitectura y ritual
En segundo lugar, con el traslado de la ceremonia fuera de la pila bautismal (situada tradicionalmente cerca de la entrada de la iglesia parroquial), se perdió el simbolismo arquitectónico del Bautismo como janua Sacramentorum (la puerta de entrada a los Sacramentos y el comienzo de una nueva vida en la Iglesia).
Confusión entre clero y laicos
En tercer lugar, y lo peor de todo, el uso del santuario como baptisterio improvisado. Era una ruptura radical con la Tradición, porque implicaba la intrusión de laicos (los aún no bautizados y sus padrinos) en el santuario, el lugar reservado para el clero.
Podría decirse que era peor que la ceremonia del lavatorio de pies del Jueves Santo, que permitía a los laicos entrar en el santuario. Porque si, en la Vigilia Pascual reformada, incluso a los no bautizados se les concedía el mismo privilegio que a los ordenados, es decir, el de entrar en el santuario, se daba la impresión de que el pecado original podía ser ignorado como algo sin importancia. Eso fue, por supuesto, precisamente lo que sucedió en el Novus Ordo.
Una interrupción que distrae
En cuarto lugar, los reformadores progresistas liberaron a la liturgia de su contexto y lógica, siendo aceptados de otra manera.
En el rito anterior a 1956, las letanías de los santos se cantaban íntegramente tras la bendición del agua y la administración del bautismo. Pero en la reforma, las letanías, que se consideraron demasiado largas y repetitivas, se dividieron en dos, con una serie de ceremonias intercaladas entre las dos partes: la bendición del agua, la administración del bautismo, una "Renovación de las promesas bautismales" totalmente nueva y la procesión hasta la pila bautismal.
El simbolismo original era una clara indicación de que los recién bautizados se incorporaban a la Comunión de los Santos. Pero esta conexión se perdió por la ambigüedad estructural de los dos fragmentos inconexos de las letanías. Cuando el canto se detiene repentinamente a mitad de camino y la escena pasa a la "participación activa" en el santuario, para reanudarse más tarde, es cuestionable qué es exactamente lo que está en primer plano en la mente de la gente en un momento dado. Se podría decir que esta reforma es un arma de distracción masiva.
Del orden racional al caos
Antes de la reforma de la Semana Santa, tanto la arquitectura como el rito habían funcionado simbióticamente como una especie de mapa que podía "leerse" para mostrar la naturaleza jerárquica de la Iglesia y el camino al Cielo. Litúrgicamente, todo estaba "en su sitio" por una buena razón: simbolizar la constitución de la Iglesia y la unidad de la Fe. Se ponía de manifiesto la identidad católica.
Cuando el mapa se modificó en 1956 -se rompería por completo unos años más tarde-, la confusión en cuanto al sentido básico del orden y la certeza católicos era inevitable. La combinación desordenada de elementos ideada por los reformadores hizo que se perdieran identidades y se mezclaran distinciones.
¿Por qué este cambio de paisajes, esta reorganización del mobiliario del edificio de la iglesia e incluso de su geografía interna?
En un artículo escrito inmediatamente después de la reforma, el padre Antonelli dio la respuesta en pocas palabras: "Devolver a los fieles la participación activa y consciente" en la liturgia. Haciéndose eco de la "gran narrativa" del Movimiento Litúrgico, afirmaba que en los últimos siglos los fieles se habían convertido en "no más que espectadores silenciosos" divorciados de la "acción litúrgica"; ésta había pasado a ser coto exclusivo del clero, separado de la congregación por un "santuario cerrado" (2).
Una insinuación tóxica
Las observaciones del padre Antonelli contienen suposiciones y prejuicios subyacentes, extraídos del Movimiento Litúrgico, que conllevan un lento envenenamiento de la mente contra una verdadera apreciación de la participación de los laicos. No hay pruebas de que los laicos se sintieran en absoluto desfavorecidos frente al clero al no permitírseles entrar en el santuario. Sin embargo, el padre Antonelli presentó la reforma como un medio para permitirles disfrutar por fin del privilegio que supuestamente les había negado durante tanto tiempo el patriarcado clerical.
Sobre la base de este pretexto inventado, la Comisión introdujo la idea, que iba a revolucionar toda la vida litúrgica, de que la Iglesia tenía el deber de reparar la injusticia cometida con los laicos y cambiar un sistema que se consideraba hostil a ellos. Y sobre esta base, los progresistas estaban dispuestos a romper con las formas aceptadas, el simbolismo y la lógica de la tradición inmemorial para elaborar un nuevo rito para la Vigilia Pascual y promover un nuevo paradigma, el de la "participación activa" de los laicos.
Un síntoma de decadencia
Porque era la condición previa para la remodelación de toda la liturgia que destruiría progresivamente las tradiciones inmemoriales de la Iglesia. No es de extrañar que los progresistas estuvieran tan ansiosos por comenzar en 1951.
Continúa...
Notas:
1) Monseñor Léon Gromier, “The ‘Restored’ Holy Week”, Conferencia pronunciada en París en julio de 1960, publicada en la revista del padre Ferdinand Portal, Opus Dei, n. 2, abril de 1962, París, pp. 89-90.
2) Ferdinando Antonelli,"The Liturgical Reform of Holy Week, its Importance, Achievements and Perspective", La Maison-Dieu,n. 47-48, julio de 1956, p. 230.
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