lunes, 5 de febrero de 2024

QUINTA PARTE DEL LIBRO "VIDAS DE LOS HERMANOS" (CAPITULO IX)

Finalizamos con la publicación de la Última Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.


QUINTA PARTE

DEL LIBRO INTITULADO

"VIDAS DE LOS HERMANOS"

CAPITULO IX

DE LOS MUCHOS HERMANOS QUE OBRARON MILAGROS DESPUÉS DE SU MUERTE

I.
A honra y gloria de Jesucristo referiremos lo que nuestros Hermanos de España nos han escrito de Fr. Pelagio, español, el cual después de haber trabajado fiel, fervorosa y humildemente por mucho tiempo en predicar y confesar, descansó en el Señor rodeado de sus Hermanos, en el convento de Coimbra, Reino de Portugal. Sea el primer prodigio que contamos lo acaecido en su tumba, pues haciendo junto a ella un hoyo para enterrar a otro Hermano, brotó un tal admirable olor y salieron tan suaves aromas que el cavador y Hermanos que allí estaban quedaron enteramente perfumados. 

Dicho cavador tenía una hija tan enferma que hacía tiempo no podía levantarse de la cama, y marchando él seguidamente a casa la ofreció a Fr. Pelagio, con lo cual, y sin otro remedio, se levantó ella al instante, tomó un cántaro y se fue al río, plenamente curada.

Fray Pelagio

Queriendo los Hermanos de aquel lugar hacer una campana, y hallando que faltaba mucho cobre, por error del campanero, un Hermano que estaba en oración se levantó, cogió tierra del sepulcro de Fr. Pelagio, la echó en el horno y acto continuo se convirtió en cobre con lo que se hizo la campana, sobrando aún ciento veintiséis libras, que fueron repartidas entre los fieles, además de la parte que los Hermanos se guardaron. Según juicio del fabricante faltaba más de la tercera parte para completar la campana.

A una mujer que padecía del estómago y del costado, le aplicó su marido ropa de Fr. Pelagio en las partes que le dolían y fue al momento curada. Lo mismo sucedió a otro hombre docto.

A un escudero de Coimbra que padecía terriblemente de una fiebre aguda, le aplicaron al cuello sus amigos tierra del sepulcro, y la fiebre desapareció al momento.

Otro Hermano del mismo convento que se abrasaba en igual enfermedad, se postró sobre el sepulcro y no sintió más fiebre.

Otro hombre cargado de pecados mortales que, aunque quería, no podía confesarse por la dureza del corazón, vino al sepulcro de Fr. Pelagio, rogando afectuosamente que le alcanzara una confesión dolorosa, y poco después sintió súbitamente tal contrición, que por las lágrimas y sollozos apenas podía expresarse, según el confesor dijo.

Un ciego que algunas veces se había confesado con dicho Hermano, oídos sus milagros, con mucha humildad se encomendó a él y al momento recobró la vista.

Visitaron asimismo su sepulcro, en diversos tiempos, dando a Dios y a él gracias, cinco endemoniados que a su invocación se habían curado.

Ítem, ¡cosa aún más admirable! dos arracenas que en Coimbra padecían fiebres vehementes, tomaron tierra de la tumba, y por la divina misericordia se curaron.


II. En la misma Provincia de España floreció Fr. Pedro González (1), el cual está honoríficamente sepultado en la iglesia de Tuy, donde a su invocación se obran muchos milagros; tanto, que el venerable Obispo de la ciudad transmitió bajo su sello más de ciento ochenta milagros, por hombres discretos y fidedignos examinados y por testigos jurados, al Capítulo General que se celebró en Tolosa, año del Señor mil doscientos cincuenta y ocho. Entre los cuales Milagros se cuentan cinco leprosos curados, con diez endemoniados y gran número de ciegos, sordos, mudos, contrahechos y calenturientos. 

Fr. Pedro González (San Telmo)

Uno que, tropezando con un matorral se le hincaron en el ojo dos espinas, tan hondamente que no era posible extraerlas ni aún verlas, invocó el auxilio de Fr. Pedro y al instante cayeron por sí las espinas y quedó perfectamente curado.

Una mujer que hacía siete semanas había perdido la leche, viéndose en la necesidad de entregar su hijo a otra con gran dolor suyo, porque era muy pobre, se fue al sepulcro del Hermano, donde oró, y al volver se sintió llena de leche que pudo criar al hijo.

Unos marinos que se hallaban en peligro grande invocaron a Fray Pedro González, quien de repente se les apareció diciendo: “Aquí estoy”. Y confortándolos los condujo al puerto.

Una madre que al pasar en una lancha un río profundo, llena de miedo, cayó al agua con un niño que en el regazo llevaba, después de haberse sumergido por cinco veces, invocado Fray Pedro por ella al caer y por el marido que a la orilla estaba, salió del peligro sana y buena con su niño.

Otro afirmó bajo juramento que, habiendo estado por seis meses ha cometido de calenturas y el vientre entumecido de tal suerte que ni con báculo podía apenas moverse, apareciósele Fray Pedro y le dijo: “Ven a mi sepulcro y te curarás”. Fue, y al instante quedó sano.


III. Muerto después de una santa vida el venerable Fr. Colón, Prior un tiempo de Montpeller, hombre prudente como la serpiente y sencillo como la paloma, fue sepultado en el atrio de la Bienaventurada María de Frejús, en la Provenza, a cuyo sepulcro quedaron sanos dos paralíticos y muchos otros enfermos, siendo en adelante venerado del pueblo y del clero.


IV. Contó a nuestros Hermanos Fr. Ponce, hombre religioso y veraz, de la Orden de los Menores, que sobre el sepulcro de nuestro Fr. Mauricio, predicador ferviente del convento de Tolosa, muerto y sepultado en la casa de los Hermanos Menores de Albia, habían recobrado la salud más de cinco (2) enfermos y calenturientos, según él lo había comprobado con testigos oculares.


V. Habiendo muerto en Burdeos Fr. Guillermo de Sissac, Prior Provincial de Provenza, hombre religioso y veraz y abundante en entrañas de misericordia; algunas mujeres religiosas familiares de los Hermanos, que se dolían mucho de su muerte, vieron luminares que descendían sobre el sepulcro, con que se llenaron de consuelo, y así lo dijeron a los Hermanos.


VI. Fray Domingo de Valencia, del convento de Ortez, enviado a predicar a Bansas, pueblo de la Vasconia, después de muchos trabajos soportados en las predicaciones, confesiones y observancia regular, murió en el Señor en el hospital de pobres de dicho pueblo y fue enterrado; él pobre, por los mismos pobres; en cuyo sepulcro sanaron muchos de diversas enfermedades.

Habiendo dado las medias del difunto un Hermano del hospital a un pobre peregrino, quizás sin licencia, aquella misma noche se le apareció en sueños el Religioso reclamándolas, y se apareció igualmente al peregrino mandándole que las devolviese al hospital, como lo hizo, y dividiéndolas los Hermanos en pequeñas partes las repartieron como reliquias entre los enfermos, con que muchos sanaron.

Uno que por largo tiempo había estado muy enfermo y recobrada la salud había salido, repentinamente fue acometido por una fiebre que le obligó a volver, pidiendo al Prior del hospital misericordia. El Prior le dijo:

- Vete al sepulcro de Fr. Domingo, que ahora está enterrado afuera, y si creyeres serás sano.

Se fue y al momento quedó sano.

Un sacerdote del hospital, que padecía fuertes dolores en la cara, visitó el sepulcro, lo besó devotamente y se puso bueno.


VII. Fr. Bernardo de Cancio, de vida venerable y fervor extraordinario en la predicación, martillo de los herejes y consolador de los fieles, por quien, aún vivo, obró el Señor muchos milagros y atrajo muchas almas a la verdadera Fe, y verdadera caridad, habiendo muerto con gran devoción en Agén, dejóse ver la misma noche a un Hermano que oraba en la iglesia de la Orden en Tolosa, vestido de hábito resplandeciente, y le dijo:

- Vamos a la iglesia de la Bienaventurada María.

Y siguiéndole el Hermano hasta las puertas de la iglesia que se dice Dorada, uno de los Anarca oyóle decir con devoción: "Comerán los pobres y se saciarán, etc., hasta Se acordarán (3). Y habiendo entrado, le vio elevarse revestido de alba preclarísima de sacerdote. Despertó lleno de consuelo el Hermano y después de dos días oyó que aquella misma noche y hora había muerto; en cuyo sepulcro muchos fueron curados.


VIII. Cuando Fr. Gualterio Teutónico se durmió en el Señor en la casa de Basilea, un lector de los Hermanos que estaba en Strasburgo, oyó en sueños los coros de ángeles que cantaban el responsorio: En fragancia admirable de olor; y comprendiendo que llevaban algún alma, preguntó quién era y le fue respondido que era el alma de Fr. Gualterio. Apenas por la mañana lo hubo contado a los Hermanos, llegó de Basilea un propio que les dio parte de la muerte de dicho Hermano.

Hallándose en las angustias del alumbramiento una matrona de Strasburgo, rogó al Señor que por los méritos de Fr. Gualterio la socorriese; y hecho esto se quedó dormida, y durmiendo dio a luz, según ella misma contó a los Hermanos.


IX. Exhumando los felices huesos de Fr. Volicnardo, de buena memoria, sucesor de Fr. Gualterio en el priorato, hallaron sobre el pecho donde él acostumbraba a apretar la cruz, otra cruz también fabricada que solo un superior artífice pudo hacerla.


X. Un Hermano joven, por nombre Conrado, de Alemania, que desde sus tiernos años había guardado la castidad de su carne, dijo a su tío Fr. Alberto, el primer año de su sacerdocio, que la Bienaventurada Virgen le había anunciado que en breve moriría. Así sucedió en verdad, y fue sepultado en el convento de unas monjas, porque los Hermanos habían sido arrojados por los impíos de su convento. Una de ellas, que estaba enferma, acercóse con devoción y confianza al sepulcro del Hermano pidiendo al Señor por sus méritos la salud, y al punto se vio libre del mal que cinco años continuos venía apareciendo.


XI. Cuando los Hermanos exhumaron el bienaventurado cuerpo del ya referido Fr. Conrado, Prior un tiempo de Constanza, hombre de todos querido, el cual estaba enterrado en la iglesia de los Hermanos de Emburk, salió un tan suave olor de sus miembros, que no solo perfumó a todos, sino que los excitó a la devoción. Las manos que tocaron el cuerpo conservaron mucho tiempo aquel olor suavísimo; y uno que tenía la mano paralítica y los dedos trémulos, tocando un dedo de aquellas reliquias recobró por completo la salud. Según testimonio de muchas personas, ya en la vida había obrado este hermano muchos y grandes prodigios.


XII. Hubo en el convento de Tolosa un Hermano llamado Fr. Bernardo de Trasversa, vasco de origen, verdadero obediente y predicador sobremanera devoto, el cual habiendo muerto en la ciudad de Urgel y sepultado en el claustro, hace el Señor por él muchos milagros. A su sepulcro quedó libre una joven endemoniada, doce ciegos fueron en distintos tiempos alumbrados; tres sordos, siete cojos, cuatro contrahechos y más de treinta enfermos invocándole sanaron, como testifican los venerables canónigos de la misma iglesia y los enfermos que experimentaron los beneficios.

Una joven a quien por creerla muerta la habían ya cerrado los ojos, revivió de esta manera: Dirigióse el padre llorando a Fr. Bernardo y le dijo:

- ¡Oh Bienaventurado Bernardo! Devuélveme mi hija, que desde ahora te la ofrezco.

Abrió la joven sus ojos y quedó completamente buena.

Un presbítero que era atormentado de graves cuartanas encomendóse al Hermano y sanó al momento.

Otro que hacía dos años padecía el mismo mal, invocando el auxilio del mismo, instantáneamente quedó curado.


XIII. Dos jóvenes que invocaron a Fr. Isnar, de buena memoria, Prior de Pavía, viéronse milagrosamente libres de la cárcel, sin que pudieran los guardias alcanzarlos; en testimonio de lo cual depositaron los grillos sobre el sepulcro de dicho Hermano.


Otro que tenía un hijo paralítico de un brazo, pierna y lengua, invocando a Fr. Isnar, tocó los miembros áridos del hijo y al momento recobraron el movimiento.

Una Religiosa del convento de Josafat, cerca de Pavía, pegó tan gran garrotazo a un cerdo que le dejó muerto. Arrepentida de su ligereza y temerosa de un castigo, invocó con lágrimas a Fr. Isnar, y por sus méritos devolvió al cerdo la vida Aquel que salva hombres y jumentos (4).

Otra Religiosa de la Orden de los Humillados ofreció a Fr. Isnar tres salterios si la libraba de una debilidad de nervios que la tenía en cama postrada hacía un año; y echa la oferta se sintió sana.


XIV. Hubo en el convento de Valenciens, Provincia de Francia, un Hermano llamado Fr. Juan de Escalinis, débil de cuerpo, en su enfermedad resignado, en la contemplación sublime, de corazón humilde y predicador devoto, el cual a un familiar suyo contó en secreto que se había visto a sí mismo en sueños en un palacio clarísimo, gozando de nobilísima y gratísima compañía, y que había allí oído melodía dulcísima de unos que cantaban: Este es el que despreció la vida del mundo, etc., hasta en el número de los Santos. A los pocos días murió con muerte santa.

Un Hermano converso del mismo convento que en cierta parte del cuerpo sufría dolores intolerables sin poderse sentar, desahuciado ya de los médicos, se fue al sepulcro de dicho Hermano lleno de fe, y para siempre se vio libre de tales dolores. Lo contó el mismo converso al que esto escribe.


XV. En el convento de León hubo un Hermano, por nombre Fr. Chamberto, celador grande de las almas, que después de haber predicado 20 años o más por las montañas de Saboya y sus alrededores, hallándose en una villa llamada Aguabella, en la cuál paraba todos los días y donde había celebrado su primera Misa, y predicando había conseguido mucho fruto, sintióse un día muy mal y dijo:

- Preparadme las cosas para la Misa, porque aquí, donde dije la primera, diré la última.

La cual celebrada devotamente, hizo que le diesen la Extremaunción, y edificando con palabras santas y la devoción de su fe a muchos que habían acudido, poco después se durmió en el Señor. Concurrieron no pocos pueblos a su entierro, y se dice que fueron muchísimos curados de varios males, y se aumentaron las limosnas a la iglesia de los Canónigos Regulares, donde fue enterrado.


XVI. Cuando Fr. Domingo de Segovia, Prior Provincial en Lombardía y después en España, varón en gran manera devoto y discreto, y celador insigne de la Orden y de las almas, consumada felizmente la carrera de su vida, era llevado a la sepultura, presente el Obispo de Segovia y multitud del clero y pueblo, uno que tenía el brazo seco tocó el ataúd e instantáneamente quedó sano. Lo cual como oyese una mujer que yacía paralítica, mandó que pusieran su túnica sobre el sepulcro, y vistiéndola después con la invocación de Cristo, por los méritos del bienaventurado varón se levantó perfectamente curada engrandeciendo a Dios. Otros muchos, tocando el polvo del sepulcro quedaron libres de varias enfermedades.

Notas

1) San Telmo.
2) Otros leen cincuenta.
3) Palabras del Salmo XXI.
4) Expresión de la Escritura.


FIN DEL LIBRO QUE SE DICE

VIDAS DE LOS HERMANOS

DE LA ORDEN DE PREDICADORES


Capítulo VIII



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