Por Marian T. Horvat
En las cuentas comerciales
En los negocios y en la industria, el orden no es sólo una virtud, sino una condición esencial. ¿Cuál será el destino de un negocio donde no hay orden en la contabilidad? Aquí no se trata sólo de apariencias de orden más o menos exacto, sino de la más estricta precisión. Un libro de registro o de contabilidad debe ser muy exacto: olvidar una inscripción, escribir un asiento contable en el lugar equivocado, equivocarse con cifras y omitir números es más grave que una mera negligencia, es una deficiencia que puede tener consecuencias fatales: pérdida de crédito, caída, decadencia y, finalmente, destrucción. Las empresas y la industria no pueden admitir ni tolerar la falta de orden.
En la oficina
Entramos en un taller donde están trabajando varios empresarios. El espacio de trabajo está cuidadosamente dividido, cada estación con sus máquinas y equipos necesarios. Cada empleado tiene a su alcance las herramientas y repuestos necesarios, ordenados por sección, grupo, tamaño y calidad. No se pierde tiempo en buscar cosas en otros lugares, porque cada cosa está en su lugar, siempre en el mismo lugar numerado. El orden y la diligencia reinan en cada sección. Por eso el trabajo es bien hecho, abundante y lucrativo.
La oficina bien organizada (arriba) da una sensación de calma y logro. Abajo, la oficina caótica y desordenada del artista moderno Alexander Calder
En varias semanas, la oficina está desordenada. En el almacén todo está desordenado. A los demás trabajadores les faltan diversas herramientas de trabajo: limas, cepilladoras, serruchos, martillos, clavos, tornillos, etc. Es el momento en que comienzan las peleas, discusiones y acusaciones recíprocas. Uno se irrita con otro, se pierde el tiempo y las disputas no terminan. Es imposible seguir así. O el nuevo trabajador cambia de conducta o debe irse. Esta medida es juiciosa, porque un hombre desordenado perjudica a todos aquellos con quienes trabaja.
En los servicios públicos
En los servicios relacionados con la salud pública es imperativo un orden minucioso y absoluto. En este ramo, una orden descuidada, una receta médica mal redactada, una fórmula confundida con otra, pueden tener consecuencias desastrosas. El enfermo o herido depende de la prontitud, el orden y la diligencia de los cuidadores y sus asistentes.
¿Cuántas veces en accidentes y catástrofes la asistencia es menor de lo que debería ser porque falta o está fuera de lugar el material necesario en ese preciso momento? Una llave no estaba en su lugar, no se podía encontrar un medicamento; una herramienta quirúrgica se perdió y no se reemplazó, y así sucesivamente.
Asimismo, la falta de orden en las líneas aéreas, ferrocarriles, líneas navieras y compañías telefónicas puede provocar problemas muy graves.
En la administración pública, el orden no es sólo una cualidad profesional, sino un pilar, una necesidad de la vida nacional. El desorden en los servicios públicos es la causa principal de la ruina de los países. Tiene que haber orden en las finanzas, en el ejército, en los sistemas educativo y judicial, en las obras públicas y en la policía.
El orden debe inculcarse tempranamente
Por lo tanto, el orden es de suma importancia. Se debe practicar desde una edad temprana. Ciertas personas tienen instintivamente el espíritu de orden. Al entrar en una habitación, no soportan ver objetos esparcidos por el suelo; los recogen y los colocan en el lugar que les corresponde. Un armario o cajón está abierto; lo cierran. Tienen sentido de la proporción y genio para la clasificación, ayudado por una buena memoria.
El sencillo pero ordenado escritorio de Blaise Pascal. Las páginas manuscritas son de su obra Defensa de la Fe Católica.
Un hombre ordenado es una ayuda preciosa en una familia. Todos recurren a él, porque sabe dónde están las cartas, los libros, las facturas pagadas, los utensilios.
Un joven debe estar acostumbrado desde sus primeros años al orden y al método en la vida y a la regularidad en el trabajo. No debe haber desorden ni confusión en sus bolsillos, cajones, armarios y escritorio. Todo debe estar en su lugar.
Al acostarse a dormir, su ropa debe colocarse en un lugar conveniente, al alcance de la mano. Debe tener la costumbre de ordenar todo lo que esté fuera de su lugar y limpiar lo que pueda estropearse por el polvo o la humedad.
Deberá retirar periódicamente los papeles y objetos que llenan los rincones de determinadas habitaciones. Una montaña de objetos inútiles se puede acumular en un armario, en una habitación desocupada o en una mesa de trabajo, cuando se convierte en el lugar donde tirar periódicos, revistas, libros, cartas y cachivaches diversos.
El desorden en el gobierno de las cosas materiales fácilmente genera un desorden o falta de gobierno en las ideas. La persona acostumbrada al espíritu de orden es generalmente tranquila, serena, siempre pronta, terminando su trabajo en el momento oportuno; en el sentido contrario, la persona desordenada está ordinariamente nerviosa, agitada, retrasada en su trabajo y todo mal hecho.
Además de esto, el desorden genera burla, porque resulta ridículo ver a un hombre rebuscando los objetos que necesita, revolviendo sus bolsillos, cuestionando a los demás, corriendo de aquí para allá. ¿Quién no se ríe al ver al pasajero desaliñado que llega a la estación, nervioso y jadeante, dejando caer sus bolsas revueltas, con los ojos desorbitados, la cara enrojecida y empapada de sudor, para descubrir que el tren ya ha partido? Es víctima de su propia falta de orden.
Una vida dirigida por el espíritu de orden es rica en obras útiles. El ilustre geólogo George Cuvier, una de las figuras más influyentes de la ciencia a principios del siglo XIX, cultivó el espíritu de orden en todos los aspectos de su obra y de su vida. Tenía un trabajo marcado para cada hora, un gabinete particular para cada tipo de trabajo, y en este gabinete guardaba todo lo necesario para ese trabajo: los ejemplares, libros, diseños, etc. Esta costumbre de orden constante le permitió realizar las incomparables obras que inmortalizaron su nombre.
Un estadista del siglo XIX que logró enormes reformas en cada rama del gobierno y en las instituciones públicas fue el presidente ecuatoriano Gabriel García Moreno. En su regla de vida diaria hacía esta anotación: “Cada mañana, antes de comenzar mi trabajo, anotaré lo que tengo que hacer, teniendo mucho cuidado de distribuir bien mi tiempo, de dedicarme sólo a asuntos útiles y necesarios, y continuarlo con celo y perseverancia”.
Imitemos un orden similar para que nuestra vida produzca frutos abundantes. Asignemos un lugar a cada objeto. Devolvamos siempre cada objeto a su lugar y realicemos cada trabajo a la hora señalada y en el tiempo previsto para ello.
Tradition in Action
Un joven debe estar acostumbrado desde sus primeros años al orden y al método en la vida y a la regularidad en el trabajo. No debe haber desorden ni confusión en sus bolsillos, cajones, armarios y escritorio. Todo debe estar en su lugar.
Al acostarse a dormir, su ropa debe colocarse en un lugar conveniente, al alcance de la mano. Debe tener la costumbre de ordenar todo lo que esté fuera de su lugar y limpiar lo que pueda estropearse por el polvo o la humedad.
Deberá retirar periódicamente los papeles y objetos que llenan los rincones de determinadas habitaciones. Una montaña de objetos inútiles se puede acumular en un armario, en una habitación desocupada o en una mesa de trabajo, cuando se convierte en el lugar donde tirar periódicos, revistas, libros, cartas y cachivaches diversos.
El desorden en el gobierno de las cosas materiales fácilmente genera un desorden o falta de gobierno en las ideas. La persona acostumbrada al espíritu de orden es generalmente tranquila, serena, siempre pronta, terminando su trabajo en el momento oportuno; en el sentido contrario, la persona desordenada está ordinariamente nerviosa, agitada, retrasada en su trabajo y todo mal hecho.
Además de esto, el desorden genera burla, porque resulta ridículo ver a un hombre rebuscando los objetos que necesita, revolviendo sus bolsillos, cuestionando a los demás, corriendo de aquí para allá. ¿Quién no se ríe al ver al pasajero desaliñado que llega a la estación, nervioso y jadeante, dejando caer sus bolsas revueltas, con los ojos desorbitados, la cara enrojecida y empapada de sudor, para descubrir que el tren ya ha partido? Es víctima de su propia falta de orden.
Orden y vida realizada
Una vida dirigida por el espíritu de orden es rica en obras útiles. El ilustre geólogo George Cuvier, una de las figuras más influyentes de la ciencia a principios del siglo XIX, cultivó el espíritu de orden en todos los aspectos de su obra y de su vida. Tenía un trabajo marcado para cada hora, un gabinete particular para cada tipo de trabajo, y en este gabinete guardaba todo lo necesario para ese trabajo: los ejemplares, libros, diseños, etc. Esta costumbre de orden constante le permitió realizar las incomparables obras que inmortalizaron su nombre.
Un estadista del siglo XIX que logró enormes reformas en cada rama del gobierno y en las instituciones públicas fue el presidente ecuatoriano Gabriel García Moreno. En su regla de vida diaria hacía esta anotación: “Cada mañana, antes de comenzar mi trabajo, anotaré lo que tengo que hacer, teniendo mucho cuidado de distribuir bien mi tiempo, de dedicarme sólo a asuntos útiles y necesarios, y continuarlo con celo y perseverancia”.
Imitemos un orden similar para que nuestra vida produzca frutos abundantes. Asignemos un lugar a cada objeto. Devolvamos siempre cada objeto a su lugar y realicemos cada trabajo a la hora señalada y en el tiempo previsto para ello.
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