Por Mark Dooley
El mayor error que cometemos es creer que estamos en la llamada “batalla cultural”. La frase “batalla cultural” supone que ambos bandos tienen culturas rivales que luchan por defender y promover. Sin embargo, los enemigos de la civilización, de la vida y del amor, no tienen cultura. En todo caso, su objetivo no es sólo destruir los grandes logros culturales y espirituales de Occidente, sino arrasar con todo lo que trascienda lo diabólico y obsceno.
La cultura presupone belleza, orden y tranquilidad. Asume aquellos valores morales y espirituales de los que dependen la armonía y la santidad. En la palabra, el rito, el canto y el ritual, idealiza lo que William Blake denominó “la forma humana divina”. En nuestro “valiente nuevo mundo”, sin embargo, la forma humana no se considera ni divina ni digna de reverencia o respeto. Ha quedado reducida a lo que Roger Scruton denominó sus “esencias animales”: un objeto puramente natural que puede rehacerse a imagen y semejanza de cualquier cosa menos de Dios. En pocas palabras, la única “cultura” que se ofrece es la de la muerte y la profanación, la de la corrupción y lo demoníaco.
Por lo tanto, evitemos hablar de una “batalla cultural” cuando lo que estamos librando es nada menos que un conflicto espiritual letal. Si percibes el ataque al matrimonio, la familia, la inocencia y la naturaleza misma del orden biológico como una batalla cultural, no podrás explicar por qué hay un ataque tan feroz a la santidad de la sexualidad. Te costará explicar a los niños por qué la heterosexualidad no es simplemente una entre muchas opciones a elegir, o por qué la eutanasia no es un acto de misericordia para los enfermos críticos, o por qué los bloqueadores de la pubertad no son una elección de estilo de vida sino una violación escandalosa del desarrollo sexual natural. Por eso debemos ver esta confrontación como lo que es: una batalla espiritual en la que las fuerzas de las tinieblas buscan devastar todo lo que es bueno, bello y verdadero.
Cuando se observa nuestra situación actual desde ese punto de vista, la locura prevaleciente tiene mucho sentido. Sin embargo, la mayoría de los cristianos y conservadores dudan en utilizar la palabra “mal” al describir las fuerzas que enfrentamos. Habiendo aceptado la psicocháchara de la época, a menudo optan por explicarla en términos puramente naturalistas o psicológicos. Yo mismo lo hice durante muchos años hasta que me di cuenta de la gravedad de lo que estaba sucediendo a mi alrededor y que simplemente no podía explicarse como una aberración ideológica. Así lo hice hasta que entendí que las Sagradas Escrituras no confunden enfermedad psicológica y espiritual. En otras palabras, Cristo no confundió la depresión clínica con la posesión diabólica.
De manera similar, San Pablo sabía exactamente a qué nos enfrentamos y no se inmutó al enfrentar el mal. En su carta a los Efesios, insta a sus lectores a vestirse “de toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo”. Al igual que Cristo, reconoció que el mal no es simplemente un estado mental, sino una fuerza espiritual que busca una destrucción total. Como lo expresó el mismo Cristo en el Evangelio de Juan: “El ladrón sólo viene a hurtar, matar y destruir. Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Por lo tanto, como instruye Pablo, debemos ponernos la armadura de Dios porque “nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes cósmicos que dominan las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
Consideremos el febril ataque contra la inocencia de los niños por parte de la pornografía, las políticas “de género”, la llamada “educación sexual” y todo lo demás, y veremos claramente que esto es algo mucho más que una visión alternativa de la infancia o una ampliación de “los derechos de los niños”. En mi opinión, es nada menos que una ofensiva demoníaca de las fuerzas espirituales del mal contra los más vulnerables e inocentes de nuestra sociedad. Y sólo cuando lo veas como tal podrás comenzar a proteger de manera creíble a los “hijos de la luz” contra lo que Pablo llamó “los hijos de la desobediencia”, o aquellos que participan activamente “en las obras infructuosas de las tinieblas”.
Observa, por ejemplo, todas las causas favoritas de la izquierda progresista y notarás que todas están dirigidas contra el concepto de personalidad derivado de la tradición judeocristiana. Ahora asumimos el lugar de Dios, nos rehacemos por capricho y sin criterios convencionales. A los niños se les hace creer, no sólo que pueden hacer lo que quieran, sino que pueden convertirse (en un giro perverso de la obra redentora de Cristo) en una “nueva creación”. De hecho, el objetivo principal es la noción misma de identidad, reformulada por Pablo a la luz de la crucifixión y resurrección de Cristo. Cuando Pablo escribe que “no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, está declarando que ya no estamos definidos por nuestra sexualidad o roles sociales, sino que nuestra identidad se encuentra en Cristo. Ahora, sin embargo, hemos sido reducidos a seres puramente sexuales que pueden “cambiar de género” por capricho y cuya dignidad depende nada más que de nuestros roles sociales. Si el mensaje glorioso del Nuevo Testamento es que “ya no soy yo quien vive sino Cristo quien vive en mí”, el mensaje de nuestra utopía multicolor es: “Ya no es Cristo quien vive, sino yo, que vivo sólo para mí”.
La velocidad y ferocidad con la que se libra esta batalla, y la desvergonzada vulgaridad de quienes la llevan a cabo, prueban que no se trata de una confrontación entre visiones del mundo en competencia. Repito, es una batalla entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, lo sagrado y lo profano. ¿Significa esto que creo en el mal como entidad metafísica? No sólo creo que es así, sino que también sostengo que todo cristiano debería creer lo mismo. Si Cristo no estaba sanando a los enfermos, estaba expulsando espíritus demoníacos. De hecho, al final de su vida terrenal, dijo que “estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre echarán fuera demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y si beben algún veneno mortal, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán”. Esa frase debería hacer reflexionar seriamente a todo cristiano creyente, pues si esos signos no nos acompañan, debemos cuestionar la solidez de nuestra creencia. Sea como fuere, debemos prestar mucha atención a la primera señal que Cristo menciona: “En mi nombre expulsarán demonios”.
Cristo asumió que sus discípulos no sólo creerían en lo demoníaco sino que también lo enfrentarían. La ironía es, sin embargo, que el mundo secular cree mucho más en el reino demoníaco que su contraparte cristiana. De hecho, es la fascinación generalizada por los demonios y lo oculto entre los jóvenes lo que llevó al exorcista estadounidense padre Carlos Martins para lanzar su exitoso podcast The Exorcist Files. El padre Martins explica por qué respondió a la invitación de la Santa Sede de utilizar el medio podcast para ofrecer reconstrucciones dramáticas de exorcismos acompañadas de una catequesis sobre lo demoníaco:
Por lo tanto, evitemos hablar de una “batalla cultural” cuando lo que estamos librando es nada menos que un conflicto espiritual letal. Si percibes el ataque al matrimonio, la familia, la inocencia y la naturaleza misma del orden biológico como una batalla cultural, no podrás explicar por qué hay un ataque tan feroz a la santidad de la sexualidad. Te costará explicar a los niños por qué la heterosexualidad no es simplemente una entre muchas opciones a elegir, o por qué la eutanasia no es un acto de misericordia para los enfermos críticos, o por qué los bloqueadores de la pubertad no son una elección de estilo de vida sino una violación escandalosa del desarrollo sexual natural. Por eso debemos ver esta confrontación como lo que es: una batalla espiritual en la que las fuerzas de las tinieblas buscan devastar todo lo que es bueno, bello y verdadero.
Cuando se observa nuestra situación actual desde ese punto de vista, la locura prevaleciente tiene mucho sentido. Sin embargo, la mayoría de los cristianos y conservadores dudan en utilizar la palabra “mal” al describir las fuerzas que enfrentamos. Habiendo aceptado la psicocháchara de la época, a menudo optan por explicarla en términos puramente naturalistas o psicológicos. Yo mismo lo hice durante muchos años hasta que me di cuenta de la gravedad de lo que estaba sucediendo a mi alrededor y que simplemente no podía explicarse como una aberración ideológica. Así lo hice hasta que entendí que las Sagradas Escrituras no confunden enfermedad psicológica y espiritual. En otras palabras, Cristo no confundió la depresión clínica con la posesión diabólica.
De manera similar, San Pablo sabía exactamente a qué nos enfrentamos y no se inmutó al enfrentar el mal. En su carta a los Efesios, insta a sus lectores a vestirse “de toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo”. Al igual que Cristo, reconoció que el mal no es simplemente un estado mental, sino una fuerza espiritual que busca una destrucción total. Como lo expresó el mismo Cristo en el Evangelio de Juan: “El ladrón sólo viene a hurtar, matar y destruir. Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Por lo tanto, como instruye Pablo, debemos ponernos la armadura de Dios porque “nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes cósmicos que dominan las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
Consideremos el febril ataque contra la inocencia de los niños por parte de la pornografía, las políticas “de género”, la llamada “educación sexual” y todo lo demás, y veremos claramente que esto es algo mucho más que una visión alternativa de la infancia o una ampliación de “los derechos de los niños”. En mi opinión, es nada menos que una ofensiva demoníaca de las fuerzas espirituales del mal contra los más vulnerables e inocentes de nuestra sociedad. Y sólo cuando lo veas como tal podrás comenzar a proteger de manera creíble a los “hijos de la luz” contra lo que Pablo llamó “los hijos de la desobediencia”, o aquellos que participan activamente “en las obras infructuosas de las tinieblas”.
Observa, por ejemplo, todas las causas favoritas de la izquierda progresista y notarás que todas están dirigidas contra el concepto de personalidad derivado de la tradición judeocristiana. Ahora asumimos el lugar de Dios, nos rehacemos por capricho y sin criterios convencionales. A los niños se les hace creer, no sólo que pueden hacer lo que quieran, sino que pueden convertirse (en un giro perverso de la obra redentora de Cristo) en una “nueva creación”. De hecho, el objetivo principal es la noción misma de identidad, reformulada por Pablo a la luz de la crucifixión y resurrección de Cristo. Cuando Pablo escribe que “no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, está declarando que ya no estamos definidos por nuestra sexualidad o roles sociales, sino que nuestra identidad se encuentra en Cristo. Ahora, sin embargo, hemos sido reducidos a seres puramente sexuales que pueden “cambiar de género” por capricho y cuya dignidad depende nada más que de nuestros roles sociales. Si el mensaje glorioso del Nuevo Testamento es que “ya no soy yo quien vive sino Cristo quien vive en mí”, el mensaje de nuestra utopía multicolor es: “Ya no es Cristo quien vive, sino yo, que vivo sólo para mí”.
La velocidad y ferocidad con la que se libra esta batalla, y la desvergonzada vulgaridad de quienes la llevan a cabo, prueban que no se trata de una confrontación entre visiones del mundo en competencia. Repito, es una batalla entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, lo sagrado y lo profano. ¿Significa esto que creo en el mal como entidad metafísica? No sólo creo que es así, sino que también sostengo que todo cristiano debería creer lo mismo. Si Cristo no estaba sanando a los enfermos, estaba expulsando espíritus demoníacos. De hecho, al final de su vida terrenal, dijo que “estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre echarán fuera demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y si beben algún veneno mortal, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán”. Esa frase debería hacer reflexionar seriamente a todo cristiano creyente, pues si esos signos no nos acompañan, debemos cuestionar la solidez de nuestra creencia. Sea como fuere, debemos prestar mucha atención a la primera señal que Cristo menciona: “En mi nombre expulsarán demonios”.
Cristo asumió que sus discípulos no sólo creerían en lo demoníaco sino que también lo enfrentarían. La ironía es, sin embargo, que el mundo secular cree mucho más en el reino demoníaco que su contraparte cristiana. De hecho, es la fascinación generalizada por los demonios y lo oculto entre los jóvenes lo que llevó al exorcista estadounidense padre Carlos Martins para lanzar su exitoso podcast The Exorcist Files. El padre Martins explica por qué respondió a la invitación de la Santa Sede de utilizar el medio podcast para ofrecer reconstrucciones dramáticas de exorcismos acompañadas de una catequesis sobre lo demoníaco:
Los jóvenes de 18 a 29 años abandonan cada vez más la religión organizada. Una encuesta reciente de Pew encontró que el número de personas no afiliadas religiosamente en este grupo demográfico aumentó del 15% a casi el 20% en sólo cinco años. Sin embargo, otra encuesta publicada por Public Policy Polling mostró que un enorme 63% del mismo grupo demográfico cree que las personas pueden ser poseídas por demonios, una cifra más alta que cualquier otro grupo. Evidentemente, en el grupo de edad más desinteresado por la religión, algo está sucediendo en sus vidas que les hace concluir que los demonios son reales.El hecho de que The Exorcist Files haya ocupado constantemente el puesto número uno en la categoría “Religión y Espiritualidad” de Spotify demuestra cuán omnipresente es la actividad demoníaca en las vidas de muchas personas, incluso si el mundo secular descarta este fenómeno como “medieval”.
Concluyendo su primera epístola, San Juan escribe: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está en poder del maligno”. Cuando comprendamos que estamos bajo el ataque de lo que Cristo llamó “el gobernante de este mundo”, cuando nos demos cuenta de que no estamos luchando contra carne y sangre sino contra “los poderes cósmicos sobre esta oscuridad presente”, estaremos en una posición mucho mejor para prevalecer. No digo que la batalla que enfrentamos se gane fácilmente, porque es claramente evidente que el “humo de Satanás” no sólo se ha filtrado en todas las esferas de la sociedad sino que también está asfixiando a la Iglesia. Porque, ¿quién puede negar que el escándalo de abuso sexual infantil por parte del clero, el vandalismo de la liturgia, el incesante intento de conformar la Iglesia al mundo y, en muchos casos, el completo abandono de los sacramentos por parte de sacerdotes despreocupados por el bienestar espiritual de sus feligreses, son manifestaciones malignas de las fuerzas a las que nos enfrentamos?
Sin embargo, a pesar de todo eso, podemos ofrecer lo que al mundo le falta: gracia, belleza, amor y verdad. Todavía poseemos lo que Matthew Arnold llamó “lo mejor que se ha pensado y dicho”, y cuanto más se asocia el mundo con lo diabólico, más debemos decir la verdad con belleza y amor. Cristo no respondió a su adversario con argumentos o agresión, sino que, cuando fue tentado en el desierto, respondió con las Escrituras. Invocó la Palabra de Dios, los antiguos textos de su tradición espiritual, y la serpiente huyó. Por eso San Juan declara que “esta es la victoria que ha vencido al mundo: Nuestra Fe”. Es por eso que Pablo escribe que debemos: “Estad, pues, firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y, como calzado para vuestros pies, con la preparación que da el evangelio de la paz. En toda circunstancia tomad el escudo de la fe, con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno”. El “Evangelio de la paz” debería ser nuestra respuesta a la destrucción demoníaca que presenciamos a nuestro alrededor. Ni la desesperación ni la desesperanza pueden resistir el día maligno, sino que sólo el evangelio que “os ha capacitado para participar en la herencia de los santos de la luz” puede vencer en última instancia el “dominio de las tinieblas”.
La victoria que vencerá al mundo comienza reconociendo que el ataque a nuestra fe y cultura, a nuestros hijos y a los más vulnerables, no son los dolores de parto de lo que Hegel llamó una nueva “forma de conciencia”. En la dialéctica hegeliana, cuando una forma de conciencia da paso a otra, lo viejo se incorpora a lo nuevo. Las características fundamentales del viejo paradigma no sólo se conservan sino que se hacen más explícitas a medida que la conciencia evoluciona y se expande. Lo que distingue nuestra situación es que hay un intento, no sólo de cortar todos los vínculos con el pasado, sino de destruir los fundamentos mismos de la dialéctica de la conciencia. La propia condición humana se ha convertido en el objetivo de lo que Scruton denominó “este mal impersonal” que “es el verdadero legado de la visión naturalista del hombre”. En esto sólo hay una cultura de muerte y destrucción, de violencia y repudio. Por eso debemos estar preparados para defender nuestros valores hasta el final, porque lo que está en juego es su fin.
Sin embargo, debemos hacerlo dejando que la verdadera belleza se manifieste a través del “Evangelio de la paz”, independientemente de las consecuencias. Ello se debe a que, como comprendió perspicazmente Scruton, “la máquina que se establece para la producción eficiente de la utopía tiene total licencia para matar”. Es, como él dice, “la religión del Anticristo, la religión que pone al hombre en el lugar de Dios y que, sin embargo, sólo ve en el hombre el organismo mortal, el trozo de carne que se evapora lentamente”.
Nosotros, por otro lado, poseemos la liturgia del amor, una liturgia que, según San Juan, se opone al “espíritu del Anticristo, que oísteis que venía y que ya está en el mundo”. Es una liturgia basada en la creencia, según Juan, de que “el que está en vosotros es mayor que el que está en el mundo”. Comprender esto es la clave para la victoria en una guerra que no se ganará en ningún campo de batalla cultural, sino en esa “llanura oscura” de la que tan elocuentemente habló Matthew Arnold, una llanura en la que las “obras infructuosas de las tinieblas” salen a la luz. Así expuestos, pierden su poder porque, como nos recuerda Pablo, “el fruto de la luz se encuentra en todo lo que es bueno, recto y verdadero”.
The European Conservative
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