sábado, 10 de febrero de 2024

OBJECIONES CONTRA LA RELIGIÓN (31)

Haga yo lo que quiera, no ha de ser de mi salvación más que lo que Dios tenga previsto de toda la eternidad. Con que...

Por Monseñor de Segur (1820-1881)


Con que me echaré a dormir, dejaré rodar la bola, o soltaré la rienda a todas mis inclinaciones más perversas. ¿No es esto? ¡Buen discurso, por vida mía, hijito!

¿Quieres saber lo disparatado que vas al hablar así? Pues figúrate que tu mujer te dice una mañana: “Mira, hombre, Dios tiene previsto de toda la eternidad si tú has de comer hoy o no. Hágase en casa lo que se quiera, no hemos de poder evitar que suceda lo que Dios tiene previsto. Con que demás está que vayamos al mercado a comprar comestibles y que yo encienda la lumbre y eche el puchero. Por consiguiente, me voy a pasear, y ahí te quedas. Hasta la vista”.

¿Qué responderías a tu mujer? O creerías que se ha vuelto loca, y que quería burlarse de ti; y en ese caso, le dirías: “Oye tú, mujercita, ¿y el que Dios con su infinita sabiduría tenga previsto si yo he de comer hoy o no, es una razón para que no preparemos la comida, y para que tú te vayas a picos pardos?”

Pues esto mismo te respondo yo a ti. El que Dios en su infinita Sabiduría tenga previsto si tú has de salvarte o condenarte, ¿puede servirte de fundamento o de disculpa para que te olvides de todos tus deberes y te des a vivir sin ley y sin Dios? Respóndame por ti tu propia conciencia.

Ello, si, es verdad, y yo te lo confieso, que hay un gran misterio en este asunto; misterio que no descubriremos con entera claridad sino en el día de gloria cuando, participando del reino de los cielos, hayamos merecido ver la verdad en Dios mismo sin los velos que nos la ocultan mientras vivimos en la tierra.

Pero, con todo, sucede en este misterio, lo propio que en todos los demás que nuestra Religión nos propone: y es que si por un lado tienen de oscuros para nosotros el que no podemos ver cómo son ni cómo suceden, tienen, por otro lado, de claros el que podemos ver en ellos todo lo que necesitamos para no dudar de su verdad, de su justicia y de su conveniencia.

En el caso presente es para nosotros un misterio como la infinita Sabiduría y la perfecta Justicia y la infinita Bondad de Dios puede consentir que los hombres usemos mal de nuestro libre albedrío y que de sus resultados nos condenemos. Pero sabemos lo bastante acerca de nosotros mismos y acerca de Dios para poder asegurar que en estas cosas no hay la contradicción aparente que se nos muestra.

En primer lugar, sabemos que somos libres, y de tal modo lo sabemos, que no es posible hacérnoslo dudar. Yo sé, al escribirte lo que tú ahora estás leyendo, que soy dueño de poner una palabra en lugar de otra, que puedo seguir escribiendo, o dejarlo y marcharme de paseo, sí así me acomoda. Tú sabes, por tu parte, que eres dueño de leer o de cerrar el libro, de cantar o de estarte callado, de sentarte o de levantarte, etc. Luego, tú y yo somos libres.

Sabemos, en segundo lugar, que esta libertad nuestra, o sea lo que se llama nuestro libre albedrío, es tan propia, tan natural a nosotros, que es lo que nos hace ser hombres, como el calor y la luz son lo que al sol le hace ser sol.

Sabemos también que Dios, en cuanto infinitamente Sabio, no ha podido dejar de saber eternamente si nosotros habíamos de usar bien o mal nuestro libre albedrío. Pero también sabemos que, en cuanto es infinitamente Bueno, nos da todo lo que necesitamos para conocer y entender lo que es bueno y lo que es malo, así como su divina Misericordia nos da el auxilio de su gracia para suplir todo lo que le falta a nuestra voluntad imperfecta, y ayudarnos de este modo a ganar la gloria con el cumplimiento de la divina voluntad.

Sabemos, igualmente, que en cuanto Dios es tan soberanamente Justo como Misericordioso, no puede pedirnos cuenta de haber obrado un mal del que realmente no hubiéramos sido responsables, y, por lo tanto, que cuando nos castiga, lo hace con razón.

Sabemos, por consiguiente, y en resumen de todo lo dicho:

1. Que todos los hombres somos libres, y que no podemos dejar de serlo sin dejar de ser hombres.

2. Que Dios es Justo, y que no puede dejar de serlo sin dejar de ser Dios.

Si el hombre no puede dejar de ser libre sin dejar de ser hombre, libres somos, y cuenta debemos a Dios de la libertad que nos ha dado. Si Dios no puede dejar de ser Justo sin dejar de ser Dios, estemos ciertos de que no nos pedirá cuenta sino de lo que deba pedírnosla, y, por consiguiente, que nada se opone a la Justicia de Dios el que su infinita Sabiduría haya previsto de toda eternidad si nosotros hemos de salvarnos o condenarnos.

Con esto basta y sobra para que no nos metamos en más averiguaciones.

Sí, Dios mío, yo sé que Tú sabes de toda eternidad el uso que he de hacer yo de mi libre albedrío; porque sé que para Ti nada hay oculto en el pasado, ni en lo presente, ni en lo por venir, pues para Ti siempre es todo presente, para Ti no hay antes ni después, sino un eterno ahora. Pero sé también que yo soy libre: mi conciencia me dice a gritos que yo, y solo yo, soy dueño de mis acciones; qué puedo salvarme si quiero, y condenarme si así me acomoda. Sé también, oh Dios mío, que sin tu ayuda usaría mal de mi libertad, y por eso tu Misericordia viene con el socorro de tu gracia en auxilio de mi flaqueza. Sé que eres Bueno, y que quieres que yo me salve, y que me has dado lo que necesito para conseguirlo. Sé, en fin, que eres justo, y que cuando me salve, será porque yo lo he merecido, y que cuando me condene, será por culpa mía.

Esto que dice la fe, es lo propio que dice la razón. Y aquí tienes, hijo mío, como el misterio que parecía y es tan profundísimamente oscuro, tiene para nosotros toda la claridad que necesitamos para nuestra salvación.

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