viernes, 15 de diciembre de 2023

OBJECIONES CONTRA LA RELIGIÓN (20)

¿Por qué me ha dicho usted que los protestantes tienen una religión falsa? ¿Pues no son tan cristianos como los católicos?

Por Monseñor de Segur (1820-1881)


Si, casi lo mismo; como la moneda falsa es casi lo mismo que la de buena ley: no hay más diferencia sino que la una pasa en el mercado y la otra no pasa. Del mismo modo, entre protestantes y católicos no hay más diferencia sino que unos profesamos la Religión que nos enseña Jesucristo y otros profesan la que a ellos les acomoda.

Ante todo, debo advertirte que protestantes son todos los que niegan alguno o algunos de los artículos de la fe que reconocemos y confesamos los católicos. Como estos artículos de nuestra fe son varios, y como de entre todos los llamados en común protestantes, unos niegan unos artículos y otros niegan otros, resulta que hay varias clases o sectas de protestantes, las cuales se distinguen entre sí por el número y la calidad de los artículos de fe que cada una de ellas niega.

Se llaman todos en común protestantes, porque todos ellos, aunque diferentes entre sí, convienen en protestar contra la fe que unánimemente profesamos los católicos. Todos ellos desprecian la autoridad de la Iglesia Católica fundada por Jesucristo para enseñarnos y explicarnos su divina doctrina, y para aplicarnos por medio de los Sacramentos los méritos de nuestro Salvador, y al desechar la autoridad de la Iglesia, no admiten más reglas de fe que la Biblia, según cada cual de ellos quiera y sepa entenderla.

Así es que los protestantes no admiten más sacramentos que el Bautismo, y aún éste lo entienden y administran de mala manera. Todos los demás Sacramentos los desechan; así es que ni se confiesan, ni comulgan, ni reciben la Extremaunción. Como no reconocen el Sacramento del Orden, sus sacerdotes no tienen ninguna autoridad espiritual, ni les sirven más que para hablarles un ratito los domingos sobre la Biblia. Como el Matrimonio tampoco es Sacramento para ellos, resulta que se descasan cuando les da la gana. 

Para los protestantes, como antes de ahora te he dicho, la Hostia Santísima no es más que un pedazo de pan cualquiera, porque ellos no creen que en la sagrada forma esté real y positivamente presente el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo.

Tampoco veneran a María Santísima y a los Santos; así es que en sus templos no hay imágenes. Sobre todo a la Virgen Nuestra Señora le tienen verdadera aversión.

Como para ellos la Iglesia no es la comunión de los fieles regida por la soberana autoridad espiritual del Sumo Pontífice, niegan que éste sea Vicario de Jesucristo, Y en lugar de obedecerlo y venerarlo como nosotros los católicos, dicen de él mil atrocidades, y le llaman Anticristo, Vicario de Satanás y otros insultos por el estilo.

Estos son los protestantes. Ahora que ya los conoces, dime si te parecen lo mismo que los católicos. Donde, nosotros decimos sí, ellos dicen no, y por consiguiente, estoy en el caso de repetirte lo que ya te he dicho: o ellos tienen la razón, o no la tienen; si la tienen ellos, no la tenemos nosotros, y si la tenemos nosotros, es imposible que la tengan ellos.

Y como punto a religión, el tener razón o no tenerla vale tanto como el profesar una religión verdadera o falsa, resulta que si su religión es verdadera, la nuestra es una superstición ridícula; pero si nuestra Religión es la única verdadera, como ya antes te lo he demostrado, la suya es un error abominable y una burla del nombre de cristianos. Esta es la cuestión.

Para resolverla importa que, después de saber ya lo que son los protestantes, sepas alguna cosa de el cuándo y el cómo nacieron.

Dieciséis siglos había ya que la Iglesia Católica estaba en pacífica posesión del derecho que le dio Jesucristo para dirigir y santificar a los fieles cristianos, cuando salió en Alemania un fraile, orgulloso y díscolo de suyo, llamado Martín Lutero, el cual, rabioso de tener que obedecer a sus prelados, y conociendo que le sería imposible dejar de hacerlo si no se revelaba contra la suprema autoridad espiritual del Papa, ahorcó los hábitos y renegó de sus creencias, empezando a predicar que la Religión cristiana se había echado a perder y que él quería reformarla; que el Papa era un nadie, un usurpador de la autoridad suprema de la Iglesia; que los Sacramentos no servían para nada, y que bastaba la fe sin obras para salvarse; que los clérigos debían ser casados, y, por último y en resumen, que la Religión no había de ser para los cristianos lo que la Iglesia dijese y mandase, sino lo que a cada cual le pareciese conveniente.

Mientras esto predicaba Lutero, sucedió que el rey de Inglaterra, Enrique VIII, casado con una hermana de nuestro rey y emperador Carlos V, se enamoró perdidamente de una dama de su corte, llamada Ana Bolena, y queriendo casarse con ella, pidió al Papa que anulase su matrimonio con la reina, su mujer. Se negó el Papa, como era natural y justo, a semejante picardía, y no fue menester más para que el rey de Inglaterra negase la obediencia al Papa y diese entrada y protección en sus Estados a la herejía de Lutero.

Se pusieron de parte del Rey muchos obispos y casi todos los grandes señores de su corte, que se repartieron bonitamente entre ellos los bienes de la Iglesia, y se juntaron con aquellos en este escándalo todos los clérigos, frailes y monjas que, mal avenidos con las virtudes de obediencia y castidad, que habían prometido a Jesucristo, quisieron acampar por sus respetos y darse a la vida alegre y regalona. Los muchos fieles que se resistieron a esta abominación fueron perseguidos y tratados como traidores.

Lo mismo, y por las mismas causas que había sucedido en Inglaterra, sucedió en Alemania y algunas otras naciones; de donde vino a resultar que, pocos años después de la predicación de Lutero, la mitad casi de Europa se había revelado contra la divina autoridad de la Iglesia Católica por dar rienda suelta al orgullo, a la avaricia y a la lujuria que se habían apoderado de los pueblos y de los Reyes.

Negada de este modo la autoridad de la Iglesia, y una vez declarado que cada cual podía entender y practicar la religión cristiana como mejor le acomodase, resultó, y continúa hoy resultando, que cada protestante ha negado y niega lo que le parece conveniente; porque ellos no tienen más regla de fe que su opinión particular. Así ha sucedido que, negando unos un dogma y otros otro, fundándose entre ellos una nueva secta según cada nuevo dogma que niegan, han venido a parar a un punto de que, si se juntaran en un libro todas las verdades de la Religión que cada una de las sectas ha negado, se vería que entre todas no han dejado en pie ni uno solo de los artículos de la fe cristiana, empezando por la misma existencia de Dios.

Esto sucede entre los protestantes, mientras los católicos, por la misericordia divina sujetos a la autoridad salvadora de nuestra Madre la Iglesia, creemos y profesamos unánimemente todos y cada uno de los dogmas y preceptos que dio Jesucristo a los hombres. Por eso nuestra Iglesia es y se llama Católica, es decir, universal, lo cual no sólo quiere decir que es de todos los tiempos, de todos los lugares y de todos los hombres, sino que une a todos sus fieles con el vínculo común y universal de una misma fe y de un mismo culto.

Pues bien; ahora que ya conoces quiénes son y de dónde vienen los protestantes, te haré estas sencillas preguntas: ¿Es o no verdad que el protestantismo pretende fundar una religión nueva? No puedes decirme que no, pues una religión se compone de fe y de culto, y los protestantes pretenden enseñar una nueva fe y profesar un nuevo culto. ¿Es o no indispensable que, o ellos se equivoquen o nos equivoquemos los católicos? O lo que es igual, ¿Es o no indispensable que, si su religión es verdadera, la nuestra sea falsa, y que si la suya es falsa la nuestra sea verdadera? Tampoco me dirás que no, Pues sabes que ellos dicen y profesan lo contrario que nosotros en unos mismos puntos; y por consiguiente, alguno va errado. Si yo digo que tres y dos son cinco, y tú dices que no son cinco, si no seis, alguno de nosotros se equivoca por fuerza; si son cinco, no son seis; si son seis, no son cinco: no hay remedio. ¿Es o no indispensable, para que una Religión sea verdadera, el que sea divina, es decir, enseñada por el mismo Dios, o por alguien de quien no pueda dudarse que es enviado suyo? Ya te he demostrado, y ahora te lo recuerdo, que la religión que no es divina, que no procede de Dios mismo, y que es mera invención de los hombres no es religión, y por consiguiente, no es verdadera.

Luego para tener por divina, es decir, por verdadera una nueva religión, me parece que lo primero que tiene que probar el que la predique es que es Dios o enviado de Dios.

Y ahora te pregunto: ¿Los infinitos predicadores de una nueva religión, fundadores de las infinitas sectas protestantes, son dioses o enviados de Dios? ¿Te atreverás a tener por tales a esos danzantes que se rebelaron contra la Iglesia por orgullo, por avaricia y por lujuria? El enviado de Dios ha de saber la verdad y ha de tener virtudes. ¿Y dónde está la verdad que enseñan y saben los protestantes? La verdad no puede ser más que una, y ellos enseñan tantas verdades contrarias cuantas son las sectas innumerables en que se dividen, y que por más señas se hacen pedazos unas a otras. Además de que, entre ellos, y aún dentro de una misma secta, cada cual, en punto a religión, es dueño de tener por verdad lo que le parece, y de tener hoy por verdad lo que ayer le parecía mentira, o al contrario; es decir, que a cada instante varían; luego no saben la verdad; porque el que sabe la verdad no puede variar.

Pero ya que no poseen la verdad estos predicadores de la religión nueva, ¿tienen virtudes? Para responder a esta pregunta, necesitaría contarte la vida y milagros de todos ellos. Ya sabes la buena pieza que era el amigo Lutero. ¡Pues si leyeras en los libros escritos por ellos mismos lo que han sido otros fundadores de sectas, ya verías buenas cosas! Y si hoy mismo te dieras una vuelta por Alemania o por los Estados Unidos de América, que es donde el protestantismo está más en boga, tropezarías en varias tabernas con algunos apóstoles y evangelistas, que lo primero que se te ocurriría al verlos, sería meterlos en un presidio correccional o en una jaula de locos.

En resumen, los enviados de Dios no pueden ser reputados tales por nadie si no tienen y obran algo de divino. Pues bien, ¿dónde están sus profecías? ¿dónde están sus milagros? El gran fundador de secta, Calvino, viéndose apurado con esta pregunta que le hacían los católicos, quiso una vez meterse a hacer un milagro, y pagó a un perdido para que se fingiera muerto, a fin de resucitarlo él enseguida. Cuando todo estaba ya arreglado para la farsa, llega nuestro apóstol rodeado de gentes, y empieza a decir al que estaba en tierra: “Levántate, levántate”; pero el otro, nada; como si tal cosa, sin levantarse; ¿ni cómo se había de levantar, si estaba real y verdaderamente muerto? Para castigar su gran mentira y confundir a Calvino, Dios le había quitado la vida.

El mismo Lutero, que en su calidad de fundador del protestantismo estaba más obligado a mostrarse como enviado de Dios, cada vez que alguien le pedía una prueba de lo que era, salía como un perro rabioso tratándolo de burro, puerco, turco endiablado y otras lindezas tan caritativas como estas que se le ocurrían a aquel buen siervo de Dios y santo reformador de su Iglesia.

Cuenta, hijito, que yo no quiero decirte con esto que los protestantes sean todos gente perdida y mala, no, entre ellos hay hombres buenos y virtuosos, porque al cabo, a pesar de sus errores, siempre su religión conserva algo de cristiana. Pero aún así y todo, sus virtudes tienen siempre cierta cosa de frías y de estériles, que a la legua van diciendo no estar abonadas por la caridad.

Y así tiene que suceder; la razón te dice que unos hombres acostumbrados por su misma religión a no tener más regla de fe ni de conducta que su opinión particular, no pueden estar ligados entre sí con aquellos vínculos de amor que engendra el hecho de pensar todos del mismo modo y de practicar unas mismas obras como nos sucede a los católicos.

Tú ves lo que sucede en una familia mal avenida, donde el padre tira por un lado, la madre por otro y los hijos cada uno por el suyo. En esta familia, ni se quieren unos a otros, ni se ayudan en sus necesidades, como sucede en las familias donde hay unión, es decir, donde todos los protestantes son la otra familia mal avenida, en a pensar del mismo modo, viven verdaderamente unidos, no solo con sus cuerpos, sino con sus espíritus.

Pues bien, los católicos somos esta familia bien avenida, que, sumisos todos a nuestra Madre la Iglesia, creemos y practicamos de una misma manera lo que ella nos manda a creer y practicar; y los protestantes son la otra familia mal avenida, en la cual no hay ni padre ni madre que tengan autoridad para hacerles creer y practicar las mismas cosas, y  donde, por consiguiente, cada cual tira por su lado para creer y obrar lo que le parece.

Si quieres saber lo que de esto resulta, no tienes más que ver por ti mismo lo que pasa en las familias donde hay unos de un partido político y otros de otro; donde unos son, por ejemplo, liberales y otros absolutistas. En la pasada guerra civil, ¿cuántos hermanos no hemos visto que unos estaban con las tropas de la reina Isabel y otros con las de D. Carlos? Pues figúrate si esto sucede por pensar de distinto modo en una cosa de tan poca importancia como la política, ¿qué sucederá cuando la diversidad de opiniones sea sobre materias religiosas?

Respecto a los protestantes, es tan verdad lo que te estoy diciendo, que entre sus mismas sectas sucede que las menos separadas de la fe de la Iglesia Católica son las que cuentan en su seno mayor número de gentes honradas y virtuosas, y que, al contrario, mientras más separadas están de la Iglesia, menos positivas, menos eficaces, menos cristianas son las pocas virtudes que conservan. Así está sucediendo hoy día que los protestantes de buena fe y de honradas intenciones van poco a poco volviendo a acercarse a la Iglesia, de tal manera, que ya nos imitan a los católicos en una porción de cosas: muchos de ellos creencia en la Misa y veneran a la  Virgen Santísima y a los Santos, y han cesado ya en sus sermones de decir las atrocidades y sandeces que tenían de costumbre contra la Religión Católica. 

Y no sólo sucede esto, sino que todos los días en Alemania, en los Estados Unidos y mucho más aún en Inglaterra, estamos viendo que abjuran sus errores y se convierten al Catolicismo millares de protestantes, entre ellos los hombres de más saber y más virtud que hay en sus sectas principales. Esto es tanto más notable, cuanto que hasta ahora no se ha visto nunca que un católico verdaderamente instruido en su Religión y de fe sincera se haga protestante.

Y tú puedes estar seguro de que se convertirían muchos más protestantes si no fuera por el pícaro temor de indisponerse con sus correligionarios, o de perder en sus intereses mundanos. La prueba de esto se halla en los muchos protestantes que se convierten a la hora de la muerte, sin que jamás haya sucedido que en semejante momento se haya hecho protestante ningún católico. Es decir, que cuando llega la hora verdaderamente de ajustar cuentas cada cual con su conciencia y de disponerse a parecer ante el tribunal de Dios, el protestante conoce que está fuera de la verdad, mientras que al católico no le ocurre nada dudar siquiera de la fe que recibió en el bautismo.

Estas pruebas solas y otras muchas de la misma especie que pudiera presentarte, bastarían a demostrar que solamente los católicos profesamos la Verdadera Religión de Jesucristo. Pero aún te daré algunas reflexiones que te convencerán más y más de ello, sin que te dejen lugar mínimo a la duda.

La primera es el hecho constante en la historia de la Iglesia de haber siempre existido, desde San Pedro a acá, una sucesión jamás interrumpida de Pontífices, los cuales han sido reconocidos constantemente como jefes supremos de la Religión Católica, y a cuya autoridad, por consiguiente, han estado sujetos todos los demás sacerdotes y fieles de la Iglesia, sin que a ninguno se le ocurriera decir lo contrario, hasta que apareció, hace trescientos años, la herejía de Lutero. Es decir, que la Iglesia Católica es tan antigua como el cristianismo, mientras que el protestantismo es una novedad, como quien dice, de ayer.

Lo propio que pasa con los Pontífices, pasa también con los demás Obispos, los cuales, desde los apóstoles a acá, vienen igualmente por una sucesión no interrumpida, siendo los pastores de la Iglesia, encargados como tales de la dirección espiritual de los fieles, y obedeciendo todos en común a la autoridad suprema del Papa, Obispo de Roma. Por eso nuestra Iglesia Católica se llama también Apostólica y Romana.

Esta es la organización que perpetuamente ha tenido nuestra Iglesia, desde Jesucristo su fundador; y tan cierto es que esto ha sido así, que los mismos protestantes no lo niegan. Ellos, lo mismo que todos los demás herejes que ha habido entre los cristianos, todos han reconocido que la verdadera Iglesia Católica se halla donde se hallan los Obispos unidos en una misma fe con el Papa, su cabeza y Padre común de todos los fieles.

Pero si alguno lo dudara, no habría más sino ponerle delante el Evangelio mismo, para que viese cuándo y de qué manera y a quiénes encargó Jesucristo de propagar, enseñar y aplicar los Dogmas y Sacramentos de su Iglesia. “RECIBID EL ESPÍRITU SANTO (dice el hijo de Dios a sus Apóstoles); así como MI PADRE ME HA ENVIADO A MÍ, OS ENVÍO YO A VOSOTROS. ID, PUES, Y ENSEÑAD A TODAS LAS NACIONES: bautizadlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; predicad el Evangelio a todas las criaturas. HE AQUÍ QUE YO MISMO ESTOY CON VOSOTROS HASTA EL FIN DEL MUNDO. EL QUE OS OYE, ME OYE; EL QUE OS DESPRECIA, ME DESPRECIA” (Evangelios de San Mateo y San Marcos).

Aquí ves, hijo mío, quiénes son los verdaderos pastores encargados por Jesucristo de administrar los bienes espirituales de su Iglesia. Estos encargados fueron sus Apóstoles y los sucesores de ellos. 

Pues oye ahora de boca del mismo Jesucristo quién es el verdadero y legítimo jefe supremo de estos apóstoles. “Tú eres Pedro, Y SOBRE ESTA PIEDRA FUNDARÉ MI IGLESIA, y las potestades del infierno no prevalecerán contra ella. A TI TE DARÉ LAS LLAVES DEL REINO DE LOS CIELOS; y todo lo que tú desatares sobre la tierra, será desatado en los cielos”. Por estas palabras del Salvador, ni la Iglesia entiende ni nadie puede entender otra cosa sino que San Pedro fue elegido por Jesucristo para ser el jefe supremo, el fundamento constante, el Doctor infalible y el Pastor universal de toda su Iglesia, es decir, de todos los demás Apóstoles y de todos los fieles.

Resulta, pues, de todo esto:

1) Que hay una Iglesia cristiana, Pues que Jesucristo dice: MI IGLESIA.

2) Que no hay más que una sola, porque Jesucristo no dice: MIS IGLESIAS, sino MI IGLESIA.

3) Que esta única Iglesia fundada por Jesucristo, no es ni puede ser nunca otra sino la establecida en cabeza de San Pedro, y perpetuada en sus legítimos sucesores y en los de los Apóstoles sujetos a su autoridad. Es decir, que no hay más Iglesia cristiana verdadera que la Iglesia Católica Apostólica Romana, esto es, la congregación de todos los fieles cristianos que en cualquier parte del mundo profesan una misma Fe, participan de los mismos Sacramentos y tributan a Jesús el mismo culto, dirigidos inmediatamente por sus pastores los Obispos y demás sacerdotes delegados de estos, y sujetos todos en común a la autoridad suprema espiritual del Papa, sucesor de San Pedro, actual Obispo de Roma, doctor infalible, Pontífice y Vicario de Jesucristo en la tierra.

Solamente los que se hayan unidos a esta Religión profesan la Religión cristiana. Todos los demás, aunque se llamen cristianos, profesan una religión falsa, porque ni creen, ni esperan, ni aman, ni obran lo que Jesucristo quiso que fuera por sus discípulos creído, esperado, amado y practicado.

Por consiguiente, no es verdad que los protestantes sean tan cristianos como nosotros los católicos. Lejos de eso, es indudable que el católico que se hiciera protestante dejaría de ser cristiano, así como el protestante que verdaderamente quiere hacer cristiano, tiene que hacerse católico. Esta es la misma verdad que, hace ya mil seiscientos años, enseñaba San Cipriano, Obispo y Mártir, cuando decía: “NADIE PUEDE TENER A DIOS POR PADRE, SI NO QUIERE TENER A LA IGLESIA POR MADRE”

La humildad y la caridad son las virtudes propias del cristianismo, y justamente esas dos son las que faltan a los protestantes, como poseídos que están del vicio que más las contradice y las imposibilita, esto es, el orgullo. El orgullo les hace desoír y despreciar a la Iglesia de Jesucristo; el orgullo les hace no tener más regla de fe que su propia opinión particular.

Acostumbrados así a no obedecer autoridad ninguna en el asunto principal de la vida, que es la Religión, fácilmente niegan toda autoridad y se revelan contra toda especie de gobierno, aún en los negocios puramente humanos. Por esta causa han sido ellos, desde que aparecieron, los maestros y causantes y ejecutores de las grandes revoluciones y guerras que han ensangrentado a Europa de tres siglos a esta parte.

Del propio modo, acostumbrados a no seguir más que su opinión particular, acaban por no pensar sino en sí mismos y en adorarse a sí mismos como a dioses. Esto explica por qué les falta la caridad, es decir, el amor a los hombres en Dios y por Dios. Y como donde este amor falta, ya sabes que no hay verdadera beneficencia, de aquí resulta que el mismo bien que se hace entre los protestantes es siempre una cosa fría y estéril; que no sirve ni para santificar al que lo hace ni para consolar al que lo recibe.

Por esta causa les ha sido imposible hasta hoy, aunque muchas veces lo han intentado, fundar Hermanas de la Caridad. Por esta causa sus misioneros, lejos de ser, como los misioneros católicos, Apóstoles de Jesucristo, y dispuestos a morir por confesar su fe, no son más que comerciantes que van a hacer su negocio y a vender Biblias, y que en cuanto les amaga la menor sombra de riesgo, o ponen pies en polvorosa, o consienten en abrazar aquellas supersticiones mismas que están obligados a combatir en los países adonde llevan sus misiones.

Nuestra España, hijito mío, tiene la gloria de haberse salvado, gracias a Dios, hasta hoy, de esta peste de la herejía, y yo espero en la divina misericordia que semejante desgracia no logre nunca juntarse a las muchas con que ya castiga el cielo las ofensas que ha recibido la Religión en este suelo clásico del Catolicismo. No; aquí jamás podrán tener carta de vecindad, ni mucho menos ser seguidas por españoles, esas sectas que, aunque diferentes entre sí, están todas conformes en negar, en aborrecer y en insultar lo que más aman los católicos de todas partes, y lo que tanto amamos los españoles.

Jamás podremos creer nosotros que Jesucristo tiene su morada en esas salas desnudas, sin altares ni imágenes, a que por mal nombre llaman templo los protestantes. Jamás podremos nosotros tener por cristianos a los que desprecian y aborrecen a nuestra dulce abogada María Santísima Madre de Dios, a los que escarnecen y detestan el inefable misterio de amor que nos da en la Sagrada Eucaristía el pan celestial de vida y la posesión anticipada de nuestro Dios y Salvador Jesucristo; a los que han convertido el matrimonio cristiano en un concubinato autorizado por la ley, y a los que han hecho del sacerdocio un oficio como otro cualquiera, despojándolo de toda dignidad, de toda santidad y de todo carácter; a los que han proclamado, en fin, como derecho del hombre, una rebeldía que ciega el entendimiento, que pervierte el corazón, que endurece las entrañas y que mina los fundamentos mismos de todas las verdades y de todas las virtudes.

Mira, hijo mío. Atiende bien a esta regla que voy a darte, y que contiene el sentido de todo cuanto te dejo dicho en esta respuesta: "Caridad y tolerancia con los protestantes, porque hombres, y los cristianos debemos amar a todos los hombres; pero guerra sin tregua y horror eterno a sus errores abominables y a su mal llamada religión, porque no es, porque no puede ser nunca la Religión de Jesucristo".



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