Por Pedro Luis Llera
Queridos obispos:
¿Siguen ustedes creyendo en Dios, en Cristo, en la Santísima Trinidad? ¿O creen en el Estado de Derecho, la democracia liberal y en la Constitución? ¿Creen que se puede poner una vela a Dios y otra al Diablo? ¿En qué creen ustedes? ¿En quién creen ustedes? ¿Son ustedes pastores del rebaño que Cristo les encomendó o funcionarios de Vaticano sumisos a los poderes de este mundo?
Para los obispos fieles a Cristo y al depósito de la fe corren malos tiempos. Ya lo sabemos. Pero tengamos vergüenza, dignidad y temor de Dios.
A Monseñor Strickland le han apartado de su diócesis en Texas. ¿Por qué? ¿Por defender el depósito de la fe, la ortodoxia y la Tradición? Y no sólo eso: también le han prohibido decir misa en la que, hasta hace unos días, era su diócesis.
Los fieles a la Verdad estamos rezando y apoyando espiritualmente al obispo Strickland. Y no nos van a callar.
Strickland es apartado de su diócesis. Y todos callan. Salvo Schneider y pocos más. Ahora, el papa ha privado de sueldo y de casa al cardenal Burke, por ser uno de sus enemigos. ¿Es esta la misericordia que el santo padre tiene en la boca todo el día? ¿Es caridad?
¿En la Iglesia no cabíamos todos, todos, todos? ¿O sólo caben los herejes, los sodomitas, los fornicarios y los corruptos?
¿Se amonesta a los que blasfeman gravemente al interpretar que el centurión y su criado eran sodomitas? ¿Se amonesta a la editorial supuestamente católica que publicó semejante blasfemia? ¿Se suspende al padre James Martin y a todos los obispos y cardenales que apoyan las bendiciones de los fornicarios y los sodomitas? ¿Se suspende a los obispos alemanes, herejes y apóstatas hasta la médula?
Todo el mundo calla. Lo cual es síntoma evidente de la tiranía que llevamos padeciendo desde hace tantos años. Me recuerda el final de La Casa de Bernarda Alba:
BERNARDA.- Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra HIJA.) ¡A callar he dicho! (A otra HIJA.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos todas en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!Pero, hay que recordar el comienzo de la Encíclica Pascendi de San Pío X:
“¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”
“Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan en el seno y en la jerarquía misma de la Iglesia”.En una carta que Mons. Schneider le dirige al obispo Strickland, el obispo auxiliar de Astaná aporta una cita de San Basilio que viene como anillo al dedo y describe perfectamente la situación actual de la Iglesia:
“Las doctrinas de la verdadera religión están derrocadas. Las leyes de la Iglesia están en confusión. La ambición de hombres que no temen a Dios se apresura a ocupar altos cargos en la Iglesia, y el cargo elevado ahora es conocido públicamente como el premio de la impiedad. El resultado es que cuanto más blasfema un hombre, más apto lo considera la gente para ser obispo. La dignidad clerical es cosa del pasado. Hay una completa falta de hombres que pastoreen el rebaño del Señor con conocimiento. Los eclesiásticos en autoridad tienen miedo de hablar, ya que aquellos que han alcanzado el poder por interés humano son esclavos de aquellos a quienes deben su avance. La fe es incierta; las almas están empapadas en la ignorancia porque los adulteradores de la palabra imitan la verdad. Las bocas de los verdaderos creyentes están mudas, mientras que cada lengua blasfema ondea libremente; las cosas sagradas son pisoteadas” (Ep. 92).Queridos pastores: guardar silencio ya no es digno a estas alturas de la película. Los enemigos declarados de la Iglesia ya no se cortan y ocupan mando en plaza en el mismo seno de la jerarquía eclesiástica. Los que no temen a Dios son promocionados a los más altos cargos de la Iglesia y los que ocupan cargos elevados parecen recibirlos como premio a su impiedad. Los buenos obispos son condenados y apartados, mientras que los blasfemos y los herejes son promocionados.
Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad.
Yo no soy nadie ni tengo autoridad alguna. Pero como dice Santo Tomás de Aquino, si la fe estuviera en peligro – y lo está –, un súbdito debe reprender a su prelado incluso en público. (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica II, II, q. 33, a. 45). Cuando la necesidad obliga, no sólo los que están investidos con el poder de gobernar están obligados a salvaguardar la integridad de la fe, sino, “cada uno tiene la obligación de manifestar su fe, ya sea para instruir y animar a otros fieles, o repeler los ataques de los incrédulos”.
Se atribuye a San Juan Crisóstomo esta frase: “el camino al infierno está pavimentado con huesos de sacerdotes y monjes, y las calaveras de obispos son los postes de luz que iluminan el camino”.
No sigamos el camino de la perdición. Sigamos el camino del Adviento que nos conduce al portal de Belén. Y cuando lleguemos, adoremos al Rey de la Gloria postrados ante el Niño Dios. Adoremos a Cristo en el Santísimo Sacramento (hasta los burros lo hacen), confesémonos y comulguemos en gracia de Dios. Recemos a diario el rosario e imploremos la intercesión de nuestra Madre del Cielo, que es corredentora y mediadora de todas las gracias.
Mañana celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción. Y sabemos que su corazón Inmaculado triunfará.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Purísima Concepción!
Santiago de Gobiendes
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