Queridos amigos y benefactores
El 2 de diciembre, el Presidente de Exsurge Domine ofreció su hospitalidad en Torrita di Siena para la celebración de la Misa del Primer Sábado de mes, seguida de una recepción a la que asistieron numerosos amigos y simpatizantes. Fue la ocasión de conocernos personalmente -o de reencontrarnos- y de comunicaros la decisión de emprender la creación del Collegium Traditionis, la casa de formación clerical que acogerá a las jóvenes vocaciones tradicionales y las acompañará en el discernimiento hacia el Sacerdocio: os invito a leer mi homilía para tener una visión más completa. Huelga decir que este ambicioso proyecto responde a una evidente necesidad pastoral de los fieles -especialmente en Italia- y a mi deber, como Sucesor de los Apóstoles, de garantizar un puerto doctrinal y moralmente seguro para las nuevas y santas Vocaciones: sólo con una mirada a largo plazo, proyectada hacia el futuro de nuestros hijos, podremos crear las bases para el renacimiento de una sociedad auténticamente cristiana. Sin obreros, bien lo sabéis, la Viña del Señor no da fruto.
A estas alturas ya os habréis enterado de la decisión unilateral de las Monjas de Pienza de no continuar por el camino emprendido y abandonar el proyecto de la Aldea Monástica, que Exsurge Domine les había ofrecido generosamente. Sin entrar en los méritos de la elección de la Comunidad Benedictina, quiero reiterar -como ya ha tenido ocasión de comunicar el Presidente- que lo realizado hasta ahora gracias a vuestro apoyo no se interrumpirá, sino que simplemente se adaptará al nuevo destino de las propiedades y edificios: ya no un cenobio para monjas, sino un Seminario y un lugar de retiro para quienes se sientan llamados al servicio de Dios. Creo también que este cambio ha permitido la realización de algo más urgente y ciertamente deseado por la Divina Providencia. Por supuesto, no puedo dejar de sentir pena por los ataques que se han hecho contra Exsurge Domine; pero ustedes saben mejor que yo que cualquier obra que tenga un fin sobrenatural es blanco del demonio. Así que no nos sorprendamos si incluso nuestros esfuerzos -por prudentes y concienzudos que sean- son objeto de críticas y calumnias poco generosas: esto nos permitirá más bien encomendarnos con mayor confianza a la ayuda del Señor.
Este nuevo número del boletín Exsurge Domine se publica en una ocasión especial y simbólica: la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Y es bajo Su patrocinio que ponemos nuestro apostolado, nuestra actividad, nuestro compromiso, pero también vuestras familias, vuestras intenciones y preocupaciones. A Ella, nuestra Reina y Señora, nos encomendamos nosotros, nuestros seres queridos y todos vosotros, cuyas oraciones y apoyo material han hecho posible lo realizado hasta ahora. Confío en que podamos contar con su ayuda y la de tantas personas generosas para sostener todo lo que queda por realizar.
Con profunda gratitud, os deseo a todos que paséis el Adviento con espíritu de preparación a la Natividad de Nuestro Señor, acompañados en este camino de espera y oración por la materna protección de la Virgen Inmaculada.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
HOMILÍA
en la Misa Votiva del Inmaculado Corazón de María Santísima
Adeamus cum fiducia ad thronum gratiæ,
ut misericordiam consequamur,
et gratiam inveniamus in auxilio opportuno.
Heb 4:16
Queridos hermanos y amigos, en este primer sábado de diciembre, el Introito de la Misa votiva en honor del Corazón Inmaculado de María es para nosotros una invitación a dirigirnos a la Mediadora de todas las gracias, a Aquella que es Todopoderosa por la gracia, mientras el mundo y la Iglesia están asediados por un ataque que parece arrollarlo todo en una apostasía general.
Acerquémonos con confianza al trono de las gracias, para obtener misericordia y encontrar gracias que nos ayuden en el momento oportuno. Con estas palabras concluye el capítulo cuarto de la Epístola a los Hebreos, en la que el Apóstol nos habla de Cristo Sumo Sacerdote: No hay criatura que le permanezca oculta, sino que todo está desnudo y abierto a sus ojos, y a él debemos rendir cuentas (Hb 4, 13). E inmediatamente después: Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote que ha atravesado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, permanezcamos firmes en la profesión de nuestra fe (Heb 4,14).
La razón por la que la Iglesia ha querido proponer, en el marco de la Misa del Corazón Inmaculado, un pasaje de la Escritura relativo a su Divino Hijo reside, en primer lugar, en el papel de Corredentora de la Virgen Madre. Ego sum ostium (Jn 10,7) dijo el Señor - “Yo soy la puerta”- y esa puerta de gracia es el Sacratísimo Corazón de Jesús, abierto de par en par para acogernos a cada uno de nosotros. Pero también invocamos a María Santísima como Ianua Cœli, la Puerta del Paraíso. Cristo el Señor es Mediador Universal, en virtud de su Encarnación, Pasión y Muerte; Nuestra Señora es Mediadora, en virtud de su Maternidad Divina y de su Compasión en la Cruz de su Hijo. La devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús y al Corazón Inmaculado de María es para nosotros un poderoso refugio, sobre todo cuando la Passio Christi se prolonga en la Passio Ecclesiæ: no sólo en sus miembros individuales, sino en todo el cuerpo eclesial. Es en estas horas de oscuridad y apostasía, cuando todo parece perdido, cuando el Corazón traspasado del Salvador se abre en la inmolación del amor al alma arrepentida, y el Corazón de la Virgen, atravesado por la espada, late al unísono con el de Su Hijo.
El nuestro es un mundo sin amor, porque está sin Dios. Un mundo en el que Dios ha sido desterrado de la sociedad y, por horrible que parezca, en el que los mismos enemigos que hacen estragos en el mundo secular también querrían expulsarlo de la Iglesia, convirtiéndola en una secta masónica al servicio del Nuevo Orden Mundial. La Civitas Dei parece ser un lejano recuerdo de una época pasada, mientras que la Civitas diaboli está establecida en casi todas las naciones otrora cristianas. Pero olvidamos que la Civitas Dei no es una utopía que engañó a nuestros padres, sino la necesaria realización de las palabras del Apóstol: Oportet autem illum regnare, donec ponat omnes inimicos sub pedibus ejus. Es necesario que Nuestro Señor reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies (1 Cor 15, 25). Hay, pues, enemigos -y hoy sabemos bien quiénes son- destinados a ser humillados por el Rey de reyes, y su destino está sellado; es sólo cuestión de tiempo. Enemigos que hoy se han unido -consilium fecerunt in unum (Sal 70,10)- en una alianza infernal entre el Estado profundo y la Iglesia profunda, para acelerar su delirante proyecto de dominación global. Un proyecto que es exactamente lo contrario de ese regnum veritatis et vitæ; regnum sanctitatis et gratiæ; regnum justitiæ, amoris et pacis del que habla el Prefacio de la Fiesta de Cristo Rey. El reino del Anticristo es un reino de mentira y de muerte; un reino de perversión y de condenación; un reino de injusticia, de odio y de guerra. Y si en la economía de la Redención todo lo que nos viene de Dios es gratuito y fruto de su generosa magnificencia, donde reina Satanás todo se puede monetizar, todo se compra y se vende, todo tiene un precio.
La restauración de la Realeza Divina de Nuestro Señor no puede alcanzarse, sin embargo, sin restaurar primero el sacerdocio católico, del que dependen la supervivencia del Santo Sacrificio de la Misa, la Santísima Eucaristía y la gracia sacramental por la que las almas son santificadas. Y así como un cuerpo no puede subsistir sin un corazón, tampoco la Iglesia Católica puede vivir sin el sacerdocio, a través del cual se perpetúa en nuestros altares el Sacrificio Eucarístico, corazón palpitante del Cuerpo Místico.
Como prueba de esta realidad sobrenatural, podemos ver el lamentable estado en que se encuentra hoy la Iglesia, víctima de la distorsión del sacerdocio y de la falsificación de la Misa: el desastroso hundimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, por una parte, y, por otra, la deformación de los jóvenes en los pocos seminarios supervivientes, corrompidos ahora doctrinal y moralmente. Desde la gran reforma del Concilio de Trento habíamos asistido a un renacimiento de las Ordenes Religiosas y del Clero, ayudado en esto por una sabia disciplina que forjaba santos. Desde la llamada “reforma conciliar”, hemos visto vaciarse iglesias, seminarios, conventos y escuelas católicas. Por el afán de agradar al mundo, de seguir las modas y de no parecer reaccionaria, la Iglesia postconciliar ha quedado reducida a la insignificancia, después de haber privado a los fieles y al clero de ese inestimable patrimonio que ha demostrado su validez y eficacia a lo largo de los siglos. Es difícil no ver en el Concilio Vaticano II la flagrante contradicción de dos mil años de fe.
La providencial labor del arzobispo Marcel Lefebvre, a partir del inmediato postconcilio, tuvo el indiscutible mérito, por un lado, de denunciar el alejamiento de la inmutable lex credendi, y por otro de comprender la amenaza a la que se exponía el sacerdocio con la introducción de la liturgia reformada y con ella los inquietantes cambios en el rito de conferir las Sagradas Órdenes. Los sacerdotes de la “nueva iglesia” se convirtieron en “presidentes de la asamblea” y su función ministerial fue progresivamente silenciada y olvidada, precisamente porque ya no debía haber un alter Christus que sacrificara la Hostia Inmaculada en el altar al Padre Eterno, sino un mero “delegado del pueblo” que presidiera un “ágape fraterno” en torno a una mesa. Para esto ya no era necesario un Sumo Sacerdote, un Rey, un Profeta. Por eso el reino de Cristo debe ser restaurado también y ante todo en el seno de la Iglesia, reconociendo que desde hace sesenta años la Jerarquía modernista ha borrado y negado metódicamente toda referencia a la Doctrina de la realeza social de Cristo reafirmada sólo unas décadas antes -en 1925- por Pío XI. Por otra parte, muy poco habrían podido conseguir los Innovadores si no hubieran dado pasos para eliminar este obstáculo a la secularización de la sociedad y, paradójicamente, de la propia Iglesia. A estas alturas es evidente: Cristo Rey y Sacerdote es el escollo del neomodernismo conciliar y más aún de los últimos diez años del “pontificado bergogliano”.
Italia, bendecida por Dios, que providencialmente quiso que la Sede del Papado se ubicara en Roma, sigue ahora la ruina de otras naciones católicas que se han convertido en apóstatas y rebeldes contra Cristo. La Iglesia Italiana también se ha hundido en la ruina, y la Conferencia Episcopal Italiana es totalmente servil al nuevo curso bergogliano. Los obispos de las diócesis italianas guardan silencio o son partidarios convencidos de Bergoglio. La mayoría de los párrocos, sacerdotes y religiosos siguen el viento sinodal como veletas, y los pocos disidentes no se atreven a reaccionar públicamente.
Por este motivo, creo que ha llegado el momento de dar un nuevo impulso a Exsurge Domine, la Asociación que fundé hace unos meses. He querido reservar esta ocasión particular que nos reúne hoy en la casa del Presidente de Exsurge Domine para anunciar que la Aldea Monástica de la ermita de Palanzana, en Viterbo, inicialmente destinada a ayudar a las Hermanas Benedictinas de Pienza, se convertirá, si Dios quiere, en una casa de formación para el clero que tomará el nombre de Collegium Traditionis, ya que las Hermanas han decidido recientemente desvincularse del proyecto que Exsurge Domine les había ofrecido.
El Collegium Traditionis será la primera y única realidad tradicional italiana destinada a seminario, dotándose de profesores y guías espirituales de segura ortodoxia y sólida espiritualidad, bajo mi supervisión.
Este pasaje sigue en cierto modo la iniciativa del venerable arzobispo Lefebvre, pero se diferencia de ella por su sabor italiano y romano, y también por la consideración del contexto eclesial diferente hoy respecto a la situación de los años setenta. Tendremos, pues, vocaciones y ordenaciones para Italia, para restaurar el sacerdocio católico en la patria de san Ambrosio y san Carlos Borromeo, de san Roberto Belarmino, de san Pío V y san Pío X, y de todos los santos de los que se honra a la amada Italia.
Soy muy consciente del desafío que representa este proyecto, pero confío igualmente en que, cuando la intención sea la correcta, el Señor no dejará de bendecir nuestro compromiso al servicio de la Iglesia y de proteger la Exsurge Domine de los ataques de los que sin duda será objeto. Sin embargo, mi compromiso y el de mis cohermanos necesitarán la ayuda y la colaboración de aquellos a quienes, como escribe san Juan Crisóstomo, el Señor ha dotado de medios materiales para hacerlos cooperadores e instrumentos de la Providencia. Los bienes pertenecen al Señor, dice el gran Doctor de la Iglesia, y los ricos son los que tienen el privilegio de administrar las riquezas que Dios les ha concedido para usarlas para el bien. Por eso, queridos hermanos y amigos, os exhorto a convertiros vosotros mismos en ministros de la Providencia en este ambicioso proyecto, conscientes de que esta obra de caridad vuestra -evidentemente acompañada de una mirada sobrenatural- servirá ante todo a Italia, más aún, al pueblo italiano, dada la total ausencia de un seminario tradicional en esta región. Vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos merecen no sólo crecer y educarse en una familia cristiana, sino también tener Ministros de Dios que no traicionen su vocación, y que continúen, incluso en tiempos de apostasía, haciendo lo que Cristo mandó a los Apóstoles y a sus Sucesores, permaneciendo fieles a lo que la Santa Iglesia ha enseñado siempre.
La alegría de cooperar en las urgentes necesidades de la Iglesia va unida al orgullo de realizar una obra meritoria también para nuestro país, porque sólo a través de la acción santificadora de los Sacramentos y de la Santa Misa el pueblo italiano podrá redescubrir el orgullo de su fe y encontrar el coraje para resistir al proyecto subversivo en curso. Pero para que esto sea posible se necesitan sacerdotes buenos y santos que no estén sometidos al chantaje de tener que aceptar los errores del Vaticano II o las desviaciones de Bergoglio para ejercer su ministerio. Si se piensa en el escaso clero de los antiguos Institutos Ecclesia Dei, o en los sacerdotes seculares y regulares dispersos por las Diócesis y las Órdenes Religiosas, se comprende fácilmente por qué hoy es más indispensable que nunca un instituto de formación clerical independiente: no porque la independencia deba perseguirse en sí misma, sino porque el abuso de autoridad por parte del Vaticano y de los Obispos diocesanos impide de hecho cualquier actividad pastoral auténticamente Católica y verdaderamente Tradicional.
En este rito de hoy están presentes cuatro sacerdotes de Familia Christi y dos seminaristas. Su pasado debe servir como ejemplo de esta persecución sistemática que la Iglesia bergogliana está llevando a cabo contra todo aquel que se desvíe de la línea declaradamente antitradicional de este “pontificado”. Estos sacerdotes han tenido la oportunidad de conocer de primera mano la absoluta falsedad de la supuesta parrhesía tan alabada por Bergoglio. Y puedo atestiguar que la persecución que sufrieron les dio la oportunidad de comprender que no se puede aceptar ningún compromiso, al menos en materia doctrinal, moral y litúrgica. Pero ¿cuántos otros sacerdotes, cuántos párrocos, cuántos monjes y frailes, cuántas jóvenes vocaciones permanecen aisladas y estériles, porque no hay un refugio que las acoja y asista?
Por esta razón, estoy seguro de que todos ustedes sabrán aprovechar la oportunidad que se les brinda, cada uno según sus propios medios, tanto espirituales como materiales, de contribuir a la obra de Exsurge Domine. A este respecto, San Juan Crisóstomo amonesta también a aquellos a quienes el Señor ha enriquecido, recordándoles la tarea que tienen de hacerse cooperadores de la magnificencia de Dios, de ser de algún modo administradores de sus bienes, creados y concedidos no para alimentar el egoísmo y el ansia de poder, sino en armonía con el orden divino, para gloria de la Santísima Trinidad y para el Bien de las almas.
Esta tarde, con las Primeras Vísperas del Primer Domingo de Adviento, la Santa Iglesia se prepara para celebrar el Nacimiento del Redentor. El primer y el último domingo del año litúrgico nos instruyen con el Evangelio del final de los tiempos, mostrándonos cómo todo comienza y se cumple en Cristo, Rey y Sumo Sacerdote, Alfa y Omega, Principio y Fin. Nos encontramos en un interregno entre la venida en humildad del Verbo encarnado y su retorno en gloria; una gloria eterna: cujus regni non erit finis, como recitamos en el Credo. Pues bien, en este tiempo de prueba y de misericordia que nos prepara tanto para el Adviento litúrgico como para la venida final del Señor, tenemos la posibilidad de merecer la bienaventuranza del cielo cumpliendo la Voluntad de Dios, en la Fe animada por las buenas obras.
Una perspectiva escatológica nos lleva a creer que estamos viviendo el final de los tiempos, y que ha llegado el momento de mirar con realismo la lucha a la que estamos llamados. Non præteribit generatio hæc donec omnia hæc fiant. Esta generación no pasará antes de que todo esto suceda (Mt 24,33), nos advierte el Señor. Debemos comprender el privilegio que hemos recibido de asistir a las etapas finales de la guerra de época entre Dios y Satanás; una guerra ya ganada por Nuestro Señor en la Cruz, pero que espera ser sancionada por el triunfo de Cristo y la derrota definitiva del Adversario. Es un privilegio que consiste sobre todo en ser testigos de esta victoria, precisamente cuando el aparente éxito de los enemigos hace pensar que todo está perdido y que la Iglesia ha sido derrotada y derrocada. Pero, ¿no sucedió lo mismo después de la muerte del Salvador, después de su sepultura, cuando los Apóstoles abandonaron al Señor y se encerraron en el Cenáculo? La Passio Ecclesiæ no es diferente de la Passio Christi, y no hay gloria de la resurrección a través de ella sin sufrir primero los sufrimientos del Calvario. En esto se cumplen las palabras del Apóstol: Instaurare omnia in Christo (Ef 1,10) significa precisamente restaurar todas las cosas en Cristo, entendiendo que la Cruz es el trono desde el que reina el Rey Divino, y que también la Iglesia, su Cuerpo místico, debe redescubrir su propia identidad y misión subiendo también al Gólgota.
Vivamos así para que el Niño Rey, a quien pronto adoraremos con los pastores y los Reyes Magos, ilumine este valle de lágrimas, caliente nuestros corazones e inflame nuestras voluntades: para que a su regreso triunfal como Rex tremendæ majestatis cada uno de nosotros sea llamado a su diestra: voca me benedictis.
Y que la Santísima Virgen -cuyo Corazón Inmaculado fue elegido por el Hijo eterno del Padre para ser la domus aurea, el palacio del Rey de reyes- se digne ofrecer a Nuestro Señor todo lo que hemos devuelto en esta vida, en la confianza de que recibiremos de vuelta el céntuplo. Que la inminente fiesta de la Inmaculada Concepción nos estimule a confiar en la Santísima Virgen, la única que venció todas las herejías y que en su humildad -modelo para todos nosotros- mereció poder aplastar la cabeza de la antigua Serpiente. A la Inmaculada Concepción, nuestra Madre, Señora y Reina, encomiendo de manera muy especial la Asociación Exsurge Domine y a todos los que la apoyan con la ayuda espiritual de la oración y con la ayuda material de la caridad. Pidámosle que responda a nuestra súplica y nos haga dignos de las promesas de Cristo. Y que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
2 de diciembre de 2023
Último día del Año Litúrgico
y primer sábado del mes
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