Qui dicunt videntibus: “Nolite videre”
et aspicientibus: “Nolite aspicere nobis ea, quae recta sunt;
loquimini nobis placentia, aspicite nobis illusiones”.
Dicen a los videntes: “No veas”.
y a los profetas: “No nos deis profecías verdaderas;
habladnos cosas agradables, profetizadnos ilusiones”.
Is 30,10
PREMISA
Esta conferencia en línea organizada por el profesor Edmund Mazza tiene como tema un asunto que sólo recientemente está empezando a debatirse públicamente, tras más de diez años de horrores peores que los que hemos presenciado en los últimos sesenta años, pero perfectamente coherentes con los fundamentos filosóficos y teológicos que el Concilio Vaticano II sentó para la crisis actual. ¿Es católico el Papa? Una pregunta como ésta en otros tiempos habría sonado casi a blasfemia, tan profundamente arraigados estaban el respeto y el amor de los fieles por el Romano Pontífice, considerado como el dulce Cristo en la tierra. ¿Quién, en tiempos de Pío XII, se habría atrevido a cuestionar su autoridad moral y magisterial? Y, por otra parte, ¿por qué los fieles habrían tenido necesidad de expresar su disentimiento contra un Papa, puesto que la voz de cada Papa era expresión de una continuidad ininterrumpida con sus Predecesores y con el Divino Maestro? Escuchar hablar hoy a Jorge Mario Bergoglio y comparar sus palabras con las del Pastor Angelicus [Pío XII] nos hace comprender el abismo que separa a un verdadero Papa de su grotesca parodia, el abismo que divide al Vicario de Cristo de la simia Pontificis [el simio del papa]. La autoridad hierática de todos los Papas desde San Pedro hasta Pío XII, íntimamente ligada a la autoridad divina de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, se ha pervertido en autoritarismo arrogante y tiranía; el sano sentido de pertenencia a las Sagradas Órdenes de clérigos y Prelados se ha corrompido en clericalismo; la inmutabilidad fija de la Verdad revelada, fundada en la perfecta inmutabilidad de Dios -e incluso de aquella verdad naturalmente conocible a través de la razón- ha cedido a la revolución permanente y al caos, a la provisionalidad del “loquimini nobis placentia” (háblanos cosas agradables) y a la arbitrariedad de lo discutible: “aspicite nobis illusiones” (profetiza ilusiones para nosotros) (Is 30,10).
DISONANCIA COGNITIVA
Pero al igual que ante la repentina muerte de millones de personas en el mundo tras la criminal campaña de inoculación que siguió al fraude psicopandémico, hay gente que todavía se niega a reconocer la relación causal entre la administración del suero genético experimental y el exterminio masivo planeado y declarado por la élite. Así también en el ámbito eclesial ante la devastación causada por la revolución conciliar y la llamada llamada “reforma litúrgica” todavía hay quien no quiere admitir la relación causal entre la acción no menos criminal de aquellos “expertos y consultores” -que eran notoriamente modernistas mucho antes del Vaticano II y como tales justamente condenados por el Santo Oficio o mirados con sospecha por los Obispos- que utilizaron nada menos que un Concilio Ecuménico como prestigioso escenario en el que representar la falsa y engañosa pièce del diálogo con el mundo, ecumenismo, democratización y parlamentarización de la Iglesia, todo ello con el aval de los “papas del Concilio”. Esa asamblea fue justamente definida por sus propios artífices como “el 1789 de la Iglesia”. Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI no dejaron de subrayar cómo los principios revolucionarios y masónicos - liberté, égalité, fraternité - podían de alguna manera ser compartidos y hechos suyos por el catolicismo, a partir de la aceptación, más aún, de la promoción convencida de la laicidad del Estado y de la anulación sustancial de la Realeza divina y universal de Nuestro Señor Jesucristo.
Si tienen la paciencia de seguirme en mi examen, verán que la Realeza Social de Cristo es la petra scandali (1 Pe 2,8) - la piedra de tropiezo contra la que se estrellan indiscriminadamente todos los cómplices del plan anticrístico del Nuevo Orden Mundial.
LA RELACIÓN CAUSAL
La vexata quæstio - “¿Es Bergoglio católico?” - se aborda desde muy diversos ángulos, según distintos criterios procedentes de diversas herencias culturales: el punto de vista escolástico tradicional; el moderado y conciliar o, podríamos decir, el montiniano; y el que se tambalea, por así decirlo, entre las dos orillas, reconociendo a Bergoglio como “papa” aunque siendo de facto canónicamente independiente de él. Pero debemos reconocer que hoy es posible compartir, junto a muchos sacerdotes y laicos, un sentimiento de serio malestar y grave escándalo por la engorrosa presencia del jesuita argentino. Hoy podemos preguntarnos si Bergoglio es católico, y ya es un buen punto de partida, porque su heterogeneidad al papado es hoy evidente y percibida tanto por los simples fieles como por gran parte del clero, e incluso por ciertos medios de comunicación. La Jerarquía se limita a demostrar o cobardía o complicidad con el tirano, y las pocas voces discordantes no se atreven a sacar las conclusiones necesarias ante las herejías y disparates del inquilino de Santa Marta. Porque discrepan de él, pero no del Vaticano II; ni están dispuestos a reconocer que fue precisamente a partir de ese Concilio cuando surgió el proceso revolucionario que permitió a una persona como Jorge Mario entrar en la Compañía de Jesús, ordenarse, ser obispo, ser creado cardenal y, finalmente, entrar en un Cónclave y salir de él como “papa”. Para ellos, es lícito criticar a Bergoglio, pero a condición de no criticar nunca al ídolo conciliar, fetiche intocable de los montinianos que hoy, comparados con los horrores del jesuita argentino, parecen campeones de la ortodoxia católica.
Y aquí llegamos al punctum dolens, es decir, a la gran contradicción que une a los partidarios del Vaticano II con sus adversarios históricos -la Sociedad de San Pío X in primis- al querer proceder a una evaluación de hechos objetivamente extraordinarios utilizando las normas ordinarias de evaluación. Como he dicho a menudo, me parece que algunos comentaristas están más preocupados por la doctrina del papado que por la salvación de las almas, de modo que se encuentran prefiriendo ser gobernados por un papa herético y apóstata en lugar de reconocer que un hereje o un apóstata no puede estar a la cabeza de la Iglesia a la que, como tal, no pertenece. Así, tenemos todo tipo de argucias sobre las distinciones entre herejía formal y material, ninguna de las cuales hace lo más mínimo para impedir la acción destructiva de Bergoglio. La objeción de que acusar al “pontífice reinante” de herejía o apostasía podría causar división y escándalo es desmentida por la evidencia de la división y el escándalo que ya están ampliamente presentes en el cuerpo eclesial precisamente a causa de la herejía y la apostasía de Bergoglio, que es, por así decirlo, la punta del iceberg de una crisis mucho peor y más extendida de la Jerarquía y del Clero que comenzó hace sesenta años y ahora casi ha alcanzado su punto culminante.
UN ÚNICO PLAN SUBVERSIVO
Hace unas semanas, un importante colaborador de Hillary Clinton y John Podesta fue detenido por pedofilia y pornografía infantil. Me refiero a Slade Sohmer, un hombre vinculado al mundo de Broadway y del cine, que desempeñó un papel en el esfuerzo por desacreditar el infame asunto “Pizzagate”, es decir, la red de sucias complicidades y horrendos crímenes contra menores que gira en torno al Estado profundo internacional. Hemos sabido que ciertamente Jeffrey Epstein y muy probablemente Ghislaine Maxwell eran miembros del Mossad israelí. Esto nos hace comprender que los famosos viajes de muchas personas conocidas a la isla de Epstein se utilizaron para chantajearles recogiendo pruebas de su culpabilidad en la participación en atroces crímenes rituales contra menores. Y si los Jefes de Estado y los responsables gubernamentales del mundo occidental no se atreven a pronunciar una palabra de protesta contra las masacres de civiles en la Franja de Gaza, es legítimo suponer que esta actitud se debe a los extensos dossieres y videos inculpatorios que obran en poder de los servicios de inteligencia israelíes. Lo mismo debe haber sucedido con la preparación de la falsa emergencia pandémica, que fue servilmente reproducida en todos los Estados miembros del Foro Económico Mundial y de las Naciones Unidas, y también con la farsa de la crisis ucraniana (no olvidemos Gaza Marine, el enorme yacimiento de gas natural situado frente a las costas de la Franja de Gaza, un objetivo bastante tentador en un momento en que el suministro de gas procedente de Rusia ha sido bloqueado por sanciones económicas que benefician a las multinacionales y a sus fondos de inversión). Pero si este chantaje a los poderosos del mundo constituye el elemento aglutinador del proyecto subversivo globalista, no podemos dejar de pensar que el indispensable papel desempeñado por la Iglesia católica se ha visto de alguna manera forzado no sólo por el nombramiento de Bergoglio como emisario de los enemigos de la Iglesia colocado en la más alta posición, sino también por los escándalos sexuales y financieros que sólo han salido a la luz parcialmente debido a los numerosos prelados que son agentes de la Iglesia profunda. ¿Cómo podemos pensar que una persona como Theodore McCarrick, que entró en la Casa Blanca sin necesidad de ser anunciado y que siguió representando los intereses diplomáticos del Vaticano en China incluso después de haber sido acusado de ser un depredador en serie, no gozara del apoyo de esas personas poderosas, que compartían con él los vicios más viles y los crímenes más atroces? ¿Debemos pensar que la asociación entre el Estado profundo y la Iglesia profunda se limitaba a la complicidad en la especulación financiera, cuando un pedófilo como Slade Sohmer colaboró con los Clinton y Barack Obama, todos ellos implicados en el Pizzagate? ¿O que los numerosos vuelos de Bill Gates a la isla de Epstein, junto con los de numerosos actores, gobernantes, políticos, banqueros y personalidades no tienen nada que ver con la red de complicidades de la mafia lavanda?
Por los correos electrónicos filtrados en el caso Wikileaks, sabemos que John Podesta trabajaba en nombre de Hillary Clinton y Obama -y de la élite globalista en general- para promover una “revolución de color” dentro de la Iglesia que supuestamente expulsaría a Benedicto XVI del papado, elegiría a un papa ultraprogresista y modificaría sustancialmente el Magisterio católico haciéndole aceptar las exigencias de la Agenda 2030: la igualdad de género, la introducción de la ideología de género y la doctrina lgbtq+, la democratización del gobierno de la Iglesia, la colaboración en el proyecto neomalthusiano del Great Reset, la cooperación en materia de inmigracionismo, y cancelar la cultura. Me parece evidente que este proyecto subversivo ha encontrado una realización perfecta en el nombramiento de Bergoglio -y utilizo la palabra “nombramiento” deliberadamente- y que se ve confirmado por su patrón consistente de actos de gobierno y enseñanza magisterial, tanto públicos como privados, en el transcurso de esta década tan poco propicia. Una acción que, de hecho, ha llevado a cabo los deseos (desiderata), o más bien los mandatos (mandata), las órdenes de la élite, punto por punto, y de un modo tan preciso como inequívoco: la “igualdad de género” con la apertura a las mujeres de las funciones en el gobierno y el ministerio eclesiásticos; la legitimación moral de la sodomía y la ideología de género con la admisión de sodomitas y transexuales como padrinos y testigos de boda; la falsa democratización, siguiendo el modelo de las oligarquías en la esfera civil, mediante la “sinodalidad”; la aceptación de reivindicaciones pseudoambientalistas con una drástica reducción de la condena del aborto, la eutanasia y la manipulación genética mediante la subversión de la Academia Pontificia para la Vida; la campaña de acogida de inmigrantes ilegales en nombre de una inevitabilidad del mestizaje no exenta de intereses económicos; la cultura de la cancelación con su denigración de la historia de la Iglesia y la falsificación de las Sagradas Escrituras. Y de hecho, bien mirado, es siempre la promesa de un quid pro quo económico lo que une a los miembros de la Iglesia profunda con los agentes del Estado profundo: la élite les ha pagado el pretium sanguinis de su traición con patrocinios y financiación. Me pregunto si los grotescos intentos de Bergoglio de revalorizar a Judas no traicionan la simpatía instintiva de un traidor por Iscariote, mercator pessimus.
Así que volvamos al pretium sanguinis, el pago de los servicios prestados por personas que han sido chantajeadas no sólo por quienes conocen los secretos más desconcertantes y oscuros sobre ellas, sino también por quienes coinciden con ellas mientras ocupan cargos similares en otras naciones, en el Parlamento Europeo, en la ONU, en el Banco Mundial o en otras instituciones internacionales. Imaginemos que el Primer Ministro canadiense, Justin Trudeau, se atreviera a considerar la posibilidad de desvincularse de ciertas cuestiones -por ejemplo, el silencio sobre los crímenes de guerra de Netanyahu en Gaza-, desobedeciendo así las órdenes que se le han dado. Incluso antes de que la noticia llegara a los medios de comunicación, serían sus homólogos de Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Francia, Holanda, Bélgica y Dios sabe dónde más, quienes le presionarían para que guardara silencio, sabiendo muy bien que el Mossad no dudaría un instante en arrastrar al escándalo -y a la cárcel- no sólo a Trudeau (sobre quien pesan cargos por violación de una menor, por ahora retenidos en alguna fiscalía), sino también a aquellos miembros de la élite pedófila internacional que tienen pruebas de otros delitos cometidos por el mismo Justin Trudeau. Por eso era necesario que la corrupción se hiciera endémica en el sistema, para que el cáncer globalista quedara grabado en él.
Y sería tonto o irresponsable creer que la jerarquía bergogliana está exenta de este chantaje. Más bien sabemos que está ampliamente implicada en los mismos vicios, con la protección del propio Bergoglio. Por otra parte, ¿qué credibilidad puede pretender tener el jesuita argentino, cuando en el caso de McCarrick decidió personalmente como cosa juzgada la condena sin juicio de uno de los cardenales más poderosos de los últimos cincuenta años, evitando el interrogatorio de testigos que podrían haber dado los nombres de sus cómplices, hoy ascendidos a las más altas esferas de la Iglesia o de las instituciones públicas? ¿Creen ustedes que, si fue posible perpetrar impunemente un fraude electoral para echar a Donald Trump de la Casa Blanca, no hicieron lo mismo en el cónclave de 2013, teniendo en cuenta lo comprometida que está la mayoría del Colegio Cardenalicio? El hecho de que el fraude sea público y siga impune es, si acaso, un agravante derivado de la arrogancia de creerse omnipotente e invencible.
EL CASO DEL PAPA HEREJE: ENTRE LA HIPÓTESIS ABSTRACTA Y LA REALIDAD CONCRETA
Cuando San Roberto Belarmino se planteó, como hipótesis de estudio académico, la cuestión de si un Pontífice romano podía caer en la herejía, imaginó a un Papa que, aunque convencido de que seguía manteniendo la fe católica, se adhería material o formalmente a una herejía concreta, en un contexto general en el que el cuerpo social y eclesial seguía siendo católico. Belarmino nunca habría podido imaginar que un emisario de la masonería pudiera llegar a ser elegido Papa con el propósito de demoler la Iglesia desde dentro, usurpando y abusando del propio poder del papado contra el papado. Tampoco podría haber imaginado que un hipotético papa superaría la mera herejía y abrazaría la apostasía total. Ningún Doctor de la Iglesia ha contemplado jamás la posibilidad de un Papa apóstata, o de una elección falseada y manipulada por poderes declaradamente hostiles a Cristo, porque semejante enormidad sólo podría darse en un contexto único y extraordinario como el de la persecución final predicha por el Profeta Daniel y descrita por San Pablo. La admonición de Nuestro Señor videritis abominationem desolationis -cuando veáis la abominación de la desolación (Mt 24,15)- debe entenderse así precisamente por su absoluta singularidad y por el hecho de que todos verán cumplirse -algunos con horror, otros con satánica satisfacción- la abominación de la desolación de pie en el lugar santo: qui legit intelligat (entienda el que lee) (Mt 24,15)-.
Los católicos de hoy se escandalizan por el silencio temeroso de cardenales y obispos por la misma razón que los ciudadanos se escandalizan de la complicidad de políticos, médicos, periodistas, jueces y fuerzas del orden en la traición del contrato social. Han llegado a comprender que es todo el sistema el que es rehén del enemigo, y que es inútil esperar obtener justicia y verdad de quienes apoyan el golpe de Estado global, ya sea en el ámbito civil o en el eclesiástico. La operación subversiva es tan eficiente y organizada que muestra inequívocamente el trabajo de una inteligencia luciferina que va mucho más allá de la supuesta astucia de un Klaus Schwab o un Rockefeller. Es por ello que el “problema Bergoglio” no puede ser resuelto por medios ordinarios: ninguna sociedad puede sobrevivir a la corrupción total de la autoridad que la gobierna, y la Iglesia no es diferente, cuando sus miembros -y especialmente sus Pastores- se niegan a reconocer las causas profundas de esta corrupción doctrinal, moral y espiritual y se limitan a deplorar los excesos de tal o cual declaración de Bergoglio, sin comprender que se trata del homo iniquus et dolosus del Salmo 42 - el hombre injusto y engañoso - injusto por los fines que tiene, engañoso por los medios que utiliza para alcanzar esos fines injustos. Hablar de herejía formal en el caso de Bergoglio es como acusar de mera malversación a los criminales que ahora están matando a millones de personas con sueros letales, aire y agua envenenados, alimentos nocivos y artificiales, hambrunas y pestes planificadas, esterilidad inducida y muerte, ya sea muerte física real u ostracismo civil. Estamos tan lejos de la herejía como de los delitos normales de los que se puede acusar a los jefes de Estado, con el agravante de que el culpable sabe (o más bien espera) que puede salvarse de la condena porque sus principales acusadores lo consideran “el Sumo Pontífice”, y como tal, exento de cualquier tribunal humano. Prima Sedes a nemine judicatur (La Primera Sede no es juzgada por nadie). Precisamente en este principio se basaron quienes lo hicieron elegir “papa”, pero olvidaron un pequeño detalle: la intención de perjudicar a la Iglesia actuando en nombre de una potencia enemiga no es compatible con la aceptación del papado, por lo que existe un vicio de consentimiento dado por la voluntad del elegido -confirmada por sus palabras y hechos en los últimos diez años-, a saber, la intención de actuar in fraudem legis, eludiendo el derecho canónico y ocultando sus intenciones desde la primera aparición en la Logia del Vaticano. Repito: no estamos ante una situación en la que un Papa se adhiere a una herejía concreta (cosa que, por otra parte, Bergoglio ha hecho repetidamente). No. La situación es más bien que un hombre fue enviado al cónclave con órdenes de revolucionar la Iglesia desde arriba, mientras estaba sentado en la Cátedra de Pedro. Y de nuevo: no asumió el papado sin reservas y sólo después se dejó persuadir por malos consejeros para actuar de forma cuestionable. No. Por el contrario, su premeditación es evidente, confirmada tanto por la correspondencia de sus acciones con las órdenes que ya habían sido dadas por la Iglesia profunda bajo el pontificado de Benedicto XVI -ya sea por los conspiradores de la “Mafia de San Gall” o del “Pacto de las Catacumbas”, poco importa- como por las repetidas reuniones del jesuita argentino con exponentes de la élite globalista y los potentados financieros del mundo ante los ojos de todos.
EL VICIO DEL CONSENTIMIENTO
Es plausible que la Declaratio de Benedicto XVI del 11 de febrero de 2013, debido a las cuestiones críticas magistralmente puestas de relieve por el profesor Enrico Maria Radaelli, condujera a una situación de irregularidad canónica que precediera al cónclave de marzo de 2013 tal que lo invalidara y, por lo tanto, también hiciera nula la elección del sucesor de Benedicto XVI, independientemente de que el elegido fuera Bergoglio o un nuevo Pío X. Pero aunque Benedicto XVI abdicara legítimamente -aunque consciente del riesgo de hacer materialmente posible la elección del jesuita argentino- es la intención maliciosa de abusar de la autoridad y el poder del papado, asumiéndolo mediante engaño, lo que hace real el consenso del vitium y convierte a Bergoglio en un usurpador del Trono de Pedro. El consenso y apoyo al jesuita argentino proviene significativamente del ala ultra-progresista y pro-herética que auspició su elección: todos miembros notorios de la iglesia profunda y estrechamente ligados al lobby homosexual y pedófilo del estado profundo.
Si hay quienes se empecinan en examinar el dedo de quienes denuncian este golpe de Estado y no a la luna de la evidente coherencia de Bergoglio con él, no podemos comportarnos como si estuviéramos resolviendo la cuestión de un punto de Derecho Canónico. No. Se está ultrajando al Señor, se está humillando a la Iglesia y se están perdiendo almas porque permanece en el Trono un usurpador, cuyos actos de gobierno y magisterio pueden ser juzgados a la luz de las palabras de Nuestro Señor:
Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de las zarzas? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos, y todo árbol malo produce frutos malos; un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo puede producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Por sus frutos, pues, podréis discernirlos (Mt 7,15-20).
Has leído bien: Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo puede producir frutos buenos, lo que significa que el comportamiento ininterrumpido de Bergoglio -antes, durante y después de su elección- cuenta por sí solo como prueba de su iniquidad inherente.
¿Podemos estar moralmente seguros, entonces, de que el inquilino de Santa Marta es un falso profeta? Mi respuesta es: Sí. ¿Estamos, pues, autorizados en conciencia a revocar nuestra obediencia a quien, presentándose como Papa, actúa en realidad como el jabalí bíblico en la viña del Señor (Sal 79,14), o como el asalariado, qui non est pastor, cuius non sunt oves propriæ (que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas) et non pertinet ad eum de ovibus (y que no tiene cuidado de las ovejas) (Jn 10,12-13)? Sí.
Lo que no podemos hacer, porque no tenemos autoridad para ello, es declarar oficialmente que Jorge Mario Bergoglio no es Papa. El terrible callejón sin salida en el que nos encontramos hace imposible cualquier solución humana.
Nuestra tarea no debe ser dedicarnos a las especulaciones abstractas de los canonistas, sino resistir con todas nuestras fuerzas -y con la ayuda de la Gracia de Dios- a la acción explícitamente destructiva del jesuita argentino, rechazando con valentía y determinación cualquier colaboración, incluso indirecta, con él y sus cómplices.
EL RECHAZO DE LA REALEZA DEL HOMBRE-DIOS
El mal de este mundo está intrínsecamente relacionado con la negativa a reconocer que, tanto en el Estado como en la Iglesia, la autoridad vicaria de los gobernantes emana directamente de la Unión Hipostática, es decir, de la unión de la divinidad y la humanidad en Nuestro Señor Jesucristo, Rey y Sumo Sacerdote. El odio de los malvados contra Cristo Rey nació en la aeveternidad, cuando la Santísima Trinidad puso a prueba a Lucifer y éste comprendió que tendría que adorar y obedecer al Hombre-Dios, que tendría que reconocerlo como Rey y Señor a pesar de la humillación de haber asumido un cuerpo humano y de la infamia del suplicio de la Cruz. Fue entonces cuando Lucifer gritó su Non serviam.
Ese grito de rebeldía que valió la condena eterna de parte de los espíritus angélicos lo encontramos en las vestiduras rasgadas de Caifás, en las maniobras de los sumos sacerdotes y escribas del pueblo para enviar a la muerte al Mesías prometido, culpable de no haberse prestado a las ambiciones de poder del Sanedrín. Lo encontramos en el delirio teológico del sionismo, que desde el Congreso de Basilea de 1897 se posicionó como una especie de Vaticano II del judaísmo, sustituyendo la figura de un Mesías personal por el advenimiento del Estado de Israel. Ese Concilio judío sancionó la divinización del Estado y su independencia de la voluntad divina, la premisa misma de la tiranía. Los miembros del Sanedrín modernista del Vaticano II no actuaron de otro modo cuando, en nombre de la laicidad del Estado y de la libertad religiosa, pisotearon la doctrina de la Realeza Social de Cristo que acababa de proclamar Pío XI. “Non serviam” ya había resonado en la Alemania del heresiarca Lutero y en la Inglaterra de Enrique VIII con el rechazo de la autoridad del Vicario de Cristo, y volvió a resonar arrogantemente en la Francia revolucionaria, con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y de nuevo con el Liberalismo, que arrebata al Señorío de Dios no sólo el dominio de las naciones, sino también la primacía de la ley moral sobre las reglas de la economía. Encontramos el “Non serviam” en el materialismo ateo del Comunismo, falso contrapunto del Liberalismo que lo pretendía y fomentaba para destruir el tejido social mediante la lucha de clases. Y hoy este grito infernal resuena con los horrores del aborto, la eutanasia, la transición de género y la ingeniería genética, cuyo único propósito es borrar todo rastro de lo Divino tanto en el hombre como en la Creación, y romper el vínculo entre el hombre y Dios que se cumple en la Encarnación.
Mientras no reconozcamos la inevitabilidad de la victoria del Hombre-Dios como Rey y Señor del Universo, y la victoria de la Virgen Madre de Dios como Reina y Señora por Gracia; mientras todas las naciones y pueblos no doblen la rodilla ante el Único Salvador y Redentor del género humano; mientras la sociedad y la Iglesia sigan secuestradas por los enemigos de Cristo Rey y de su Augusta Madre, no podremos esperar el final de esta dolorosísima prueba, porque no habremos hecho la necesaria elección de bando que el Señor espera de nosotros para hacernos partícipes de su triunfo total y definitivo sobre Satanás. No nos engañemos: los que se obstinan en leer la situación actual con ojos meramente humanos exponen no sólo a sí mismos, sino a toda la humanidad, a la continuación y agravamiento de esta situación: pues nuestra lucha no es contra criaturas de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los gobernantes de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en las regiones celestes (Ef 6,12).
CONCLUSIÓN
Que las naciones otrora cristianas vuelvan a la Fe de sus padres. Que los disidentes abracen la unidad católica. Que los pueblos sumidos en las tinieblas de la superstición y la idolatría se conviertan al Dios Vivo y Verdadero. Que los pueblos que un día fueron el Pueblo Elegido reconozcan al verdadero Mesías, alejándose de la herejía sionista. Que los individuos, especialmente los que están establecidos en la autoridad, se sacudan de su letargo y reconozcan con confianza que no hay otro poder que el de Dios, porque ésta -y sólo ésta- es la premisa para la armonía de los pueblos, para la justicia, para la paz. Que los fieles católicos se den cuenta de que ya no es posible diferir pasivamente la elección de un bando u otro, aferrándose a la ilusión de que la crisis actual encaja en cualquier precedente, permaneciendo sumisos al manto de autoridad que lleva quien sólo habla cosas agradables, pero no habla con la autoridad de Jesucristo. Y si los Pastores están ausentes de este despertar general de las conciencias, que recuerden las terribles palabras del Señor: “Si éstos callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40).
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
9 de diciembre de 2023
Infra Octavam Imm. Conc. B.M.V.
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