Por Riccardo Cascioli
Que el cardenal Raymond Burke va a recibir un castigo por parte de Francisco y se quedará sin salario y sin casa está ya fuera de toda duda. Pero también parece que alguien tiene prisa por ver desalojado a Burke. Así, en los últimos días el director del diario online Open, Franco Bechis, anunciaba que el desalojo y la congelación salarial eran ejecutables desde el 1 de diciembre y que el cardenal –actualmente en Estados Unidos– había recibido dos cartas certificadas con las respectivas notificaciones. Sin embargo, se le habría ofrecido la opción de quedarse en el piso si aceptaba el pago de un alquiler superior a 10.000 euros al mes.
Por su parte, el diario digital estadounidense The Pillar (en español aquí) afirma que Burke recibió una carta el 1 de diciembre, pero fechada el 24 de noviembre, en la que se le indica que tenía que empezar a pagar el alquiler a precio de mercado, pues de lo contrario tendría que desalojar el piso antes del 29 de febrero de 2024.
Fuentes cercanas al cardenal estadounidense, sin embargo, niegan rotundamente la llegada de dichas cartas certificadas, así como el rumor de que Burke “pidió a sus colaboradores que buscaran entre las inmobiliarias otro piso en alquiler no lejos del Vaticano pero a precios más asequibles”. Además, contrariamente a lo escrito por Open y The Pillar, el piso en el que vive el cardenal Burke no es de cesión gratuita, sino que ya se paga un alquiler, aunque obviamente a un precio reducido. En cualquier caso el sueldo y la casa son sólo una cuestión de tiempo, y probablemente los rumores procedan de fuentes cercanas al remitente.
Sin embargo, estamos tan ocupados especulando sobre la llegada de las cartas certificadas que perdemos de vista el verdadero punto del asunto: un “papa” desalojando a un cardenal es un hecho sin precedentes, y lo hace no sobre la base de un juicio que haya reconocido alguna falta objetiva por parte del cardenal, sino sobre la base de su valoración personal. Y aunque los “apagafuegos” habituales se han apresurado a justificar la decisión del “papa”, nadie puede negar que se trate de un acto puramente arbitrario, signo de una gestión despótica del poder. Lo que el Papado nunca ha sido y no debería ser.
Y se crea confusión entre lo que significa la obediencia al “papa” por un lado, y estar de acuerdo con lo que el “papa” piense, diga y haga por otro. Haber presentado Dubia (preguntas de aclaración) no es un crimen contra la unidad de la Iglesia ni un ataque al Papado, sino que es un acto perfectamente legítimo cuando ciertas declaraciones del “papa” no parecen estar en continuidad con la enseñanza constante de la Iglesia. No es un acto de hostilidad, ni mucho menos: es precisamente la expresión del amor al “papa”, llamado a su tarea de salvaguardia del depositum fidei.
Es una forma de crítica muy distinta de las burdas impugnaciones hechas contra Juan Pablo II y Benedicto XVI por tantos que hoy, casualmente, se han convertido en defensores entusiastas de la “infalibilidad papal” en cualquier caso.
Por otra parte, la actitud de despreocupación de Francisco en el uso del poder queda también demostrada por otro curioso episodio relacionado con el caso Burke. Mientras que, de hecho, tras las revelaciones de La Brújula Cotidiana, el director de la Oficina de Prensa Matteo Bruni declinó cualquier petición de confirmación o desmentido de las decisiones del “papa”, fue el vaticanista inglés y biógrafo de Francisco Austen Ivereigh quien informó públicamente del pensamiento del “papa” al respecto: “Me reuní con el Papa Francisco en la tarde del 27 de noviembre (...). En el curso de la conversación me dijo que había decidido quitarle a Burke sus privilegios cardenalicios –piso y sueldo- porque estaba utilizando esos privilegios contra la Iglesia”.
El “pontífice” añadió entonces que en realidad había hecho el anuncio en la reunión de los jefes de dicasterio de la Curia romana, pero sin añadir ninguna razón, algo negado por otras fuentes presentes en la reunión, que dijeron en cambio a las agencias de noticias Reuters y Associated Press que Bergoglio había acusado a Burke de “trabajar contra la Iglesia y contra el Papado” y de ser “una fuente de división”. Según el relato de Ivereigh, el “papa” le envió entonces un mensaje en el que le decía que “nunca había utilizado la palabra ‘enemigo’”. Y finalmente, concluye Ivereigh, “me dio las gracias por aclarar este asunto”.
Ya sobre estas declaraciones habría mucho que decir de la concepción de Iglesia y Papado que se desprende, pero el aspecto en el que hay que detenerse es también el de la comunicación. En el Vaticano hay decenas y decenas de periodistas que trabajan para el Dicasterio de la Comunicación, hay una Sala de Prensa que tiene precisamente la tarea de comunicar y eventualmente aclarar el pensamiento del “papa”. Y sin embargo, por parte de la Sala de Prensa sólo silencio. Y en cambio el “papa” confía a un periodista amigo suyo sus decisiones y lo que piensa del cardenal Burke, agradeciéndole que lo comunique al mundo.
Hay dos cosas: o el Dicasterio de Comunicación y la Oficina de Prensa boicotean a Bergoglio y le censuran para que tenga que buscar otras formas de dar a conocer sus intenciones (lo que es muy improbable) o su desprecio por las instituciones de la Iglesia (que, por otra parte, él mismo ha reformado) llega hasta el punto de ignorar a sus colaboradores más cercanos y apoyarse de vez en cuando en quienes reconoce como sus “amigos”.
Ciertamente, apoyarse en portavoces improvisados tiene la indudable ventaja de poder contradecirles cuando las cosas vayan mal, pero no es menos cierto que la primera víctima de esta actuación es precisamente el Papado.
Brujula Cotidiana
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