Por Julio Loredo
La primera sesión del sínodo de la sinodalidad se clausuró en Roma el 28 de octubre con la publicación de su “Informe de síntesis”. Quienes esperaban un documento incendiario quedaron consternados por su incapacidad para abordar espinosas reivindicaciones progresistas como el sacerdocio de la mujer, el “matrimonio” entre personas del mismo sexo, los derechos lgbt, etc.
El documento final, titulado “Una Iglesia sinodal en misión”, no concluye nada y deja todo sin resolver, lo que llevó a algunos a restarle importancia. Algunos comentaristas conservadores incluso cantaron victoria, pensando que se había evitado una revolución en la Iglesia. Los alemanes se sintieron especialmente frustrados al ver que su infame Synodaler Weg (camino sinodal) no contaba mucho en el documento.
De hecho, la Asamblea Sinodal se mostró muy reticente, sobre todo por parte de los representantes de Europa Central y Oriental, Australia y el Tercer Mundo. Esta resistencia enfrió drásticamente el ardor de las facciones progresistas en los temas más candentes, especialmente en el terreno moral. En este sentido, el informe final puede representar una victoria a medias.
Sin embargo, hagamos también una lectura diferente (y preocupada) porque el informe de síntesis aborda la esencia del proceso sinodal: reformar la Iglesia para establecer una nueva “Iglesia sinodal”. El informe puede considerarse una especie de certificado de nacimiento de esta “iglesia” recién nacida. Así pues, el acontecimiento tiene importancia histórica.
El sacerdocio femenino, el “matrimonio” homosexual y cuestiones similares fueron puntos secundarios ante el gran proyecto sinodal: cambiar la estructura misma de los tres ejes fundamentales de la Iglesia: su constitución jerárquica, su enseñanza y su praxis. Es decir, el sínodo apuntó al munus regendi, docendi y sanctificandi de la Iglesia (los tres oficios mediadores de Cristo: gobernar, enseñar y santificar). En este sentido, el informe de síntesis es profundamente revolucionario.
El carácter revolucionario del documento es evidente por lo que afirma e insinúa. El informe no presenta conclusiones, sino que plantea preguntas; propone objetivos, allana el camino hacia ellos y empuja el debate en esa dirección: “La Asamblea no es un acontecimiento aislado, sino una parte integrante y un paso necesario en el proceso sinodal” (1). Así, los autores hablan de una “dinámica sinodal”, un proceso en desarrollo. Sin embargo, la lectura atenta del informe muestra una lógica profunda que une y da sentido a todas sus propuestas. No es otra que la de construir la Iglesia “pneumática”, “carismática” o “profética” soñada por las corrientes más activas del progresismo.
En este sentido, es útil el análisis de Plinio Corrêa de Oliveira, de 1969, sobre la “Nueva Iglesia” propuesta por las llamadas corrientes proféticas. Sus paralelismos con el actual proceso sinodal son sorprendentes (2). También podemos detectar similitudes llamativas con el modelo de “Iglesia pneumática” propuesto por las corrientes más actuales de la teología de la liberación (3).
Una nueva forma de “ser Iglesia”
La revolución sinodal comienza por la forma en que se desarrolla la Asamblea. Marshall McLuhan decía que “el medio es el mensaje”. Podemos decir que el “proceso sinodal” es la revolución. En otras palabras, la forma misma en que se desarrolla la Asamblea revela la nueva eclesiología.
El sínodo sobre la sinodalidad inauguró una nueva forma de “ser Iglesia”. “La experiencia... que hemos tenido en esta primera sesión [del Sínodo ha sido que] hemos sido capaces de vivir estos días juntos con un solo corazón y un solo espíritu... La multiplicidad de intervenciones y la pluralidad de posiciones expresadas en la Asamblea revelaron una Iglesia que está aprendiendo a abrazar un estilo sinodal y está buscando las formas más adecuadas para que esto suceda”.
La disposición del Aula del Sínodo se diseñó para transmitir esta nueva eclesiología circular y ya no piramidal: “La forma en que se desarrolló la Asamblea en el Aula Pablo VI, incluida la disposición de las personas en pequeños grupos en mesas redondas... se entendió como emblemática de una forma sinodal de ser Iglesia”.
En su introducción, el informe de síntesis explica que el Bautismo nos hace “uno”, ya que todos vivimos de la misma vida del Espíritu Santo. El informe sugiere -sin afirmarlo pero insinuándolo repetidamente- que esta vida común establece una igualdad sustancial en el “Pueblo Santo de Dios”. Las diferencias en la Iglesia se caracterizan por diferentes “ministerios” sin una auténtica “jerarquía”. En este contexto, Bergoglio se convierte casi en un punto de referencia: “Nuestro encuentro tuvo lugar en Roma, reunidos en torno al sucesor de Pedro”.
Una nueva “Iglesia sinodal”
“Sinodalidad” se repite no menos de 192 veces (¡!) en el documento. Se convierte en la clave para reinterpretar toda la Iglesia. En otras palabras, toda la Iglesia debe ser repensada de manera “sinodal”: “Los términos 'sinodal' y 'sinodalidad' hablan de un modo de ser Iglesia que integra comunión, misión y participación”, es decir, todo. De ahí que haya un “modo sinodal” de dirigir la Iglesia, un “modo sinodal” de presentar su doctrina, un “modo sinodal” de realizar sus rituales, un “modo sinodal” de rezar, etc.
La sinodalidad es el modo en que los fieles se relacionan entre sí. Se convierte así en el fundamento mismo de la Iglesia, en detrimento de cualquier otra estructura: “Este proceso ha renovado nuestra experiencia y deseo de la Iglesia como hogar y familia de Dios, una Iglesia más cercana a la vida de su pueblo, menos burocrática y más relacional. Los términos “sinodal” y “sinodalidad” se han asociado a esta experiencia y deseo”. La tarea del proceso sinodal es esbozar “el rostro de la Iglesia sinodal, presentando la práctica y la comprensión de la sinodalidad y sus fundamentos teológicos... Aquí se presenta ante todo como una experiencia espiritual” (4).
La “experiencia”
El informe emplea la palabra “experiencia” 53 veces, convirtiéndola en un hilo conductor. Todo se origina, desarrolla y termina en la “experiencia” o “vivencia” de los fieles. La Asamblea General del Sínodo no pretendía definir ninguna doctrina, sino tener una “experiencia de la sinodalidad”, “una experiencia compartida”, “una experiencia humana”, “una experiencia de encuentro”, etcétera.
La continua apelación a la “experiencia” en detrimento de la investigación teológica, o al menos racional, recuerda a la herejía modernista de principios del siglo XX. Los modernistas negaban que el hombre pudiera llegar al conocimiento de Dios (agnosticismo) y fundaban la fe en el “sentimiento religioso”, la experiencia de la acción divina en el alma. El Programa de los Modernistas afirma: “El conocimiento religioso es la experiencia real de lo divino operando en nosotros y en el todo” (5). Así, cortan de raíz cualquier posibilidad de una verdad objetiva. La Iglesia es vista como el producto de una experiencia colectiva, una asociación de conciencias individuales que ponen en común sus experiencias religiosas. En resumen, la Iglesia sería una emanación vital de la colectividad de los fieles y no una sociedad sobrenatural fundada directamente por Nuestro Señor Jesucristo.
Una Iglesia “carismática”
Según el informe de síntesis, deberíamos experimentar concretamente el soplo del Espíritu Santo, que es el alma del Sínodo y de la Iglesia. Pero que los fieles tengan cuidado. Esa experiencia no consiste en estudiar la teología del Espíritu Santo, sino en sentir su acción inmanente. Así, en los pequeños círculos (las mesas redondas), los participantes se detenían de vez en cuando para recogerse en oración y escuchar la voz del Espíritu en el fondo del alma: “La conversación en el Espíritu es un instrumento que, aun con sus limitaciones, permite una escucha auténtica para discernir lo que el Espíritu dice a las Iglesias”.
La acción del Espíritu Santo es consecuencia del Bautismo que reciben todos los fieles. Hace iguales a todos en la Iglesia, eliminando de hecho toda jerarquía. El soplo del Espíritu es el mismo en el Papa que en los laicos: “Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu en un solo cuerpo (1Cor 12,13). Por lo tanto, entre todos los bautizados existe una auténtica igualdad de dignidad y una común responsabilidad por la misión”. La existencia de diferentes “vocaciones” en el Pueblo de Dios no invalida esta igualdad fundamental, porque simplemente constituyen “signos carismáticos”.
Puesto que el Espíritu es uno, esta acción en las almas debe conducir a un consenso entre los fieles. Este consenso se convierte en el criterio de la verdad y de la praxis eclesial: “Por la unción del Espíritu, que 'todo lo enseña' (1Jn 2,27), todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, el sensus fidei. Éste consiste en una cierta connaturalidad con las realidades divinas y en la aptitud para captar intuitivamente lo que se ajusta a la verdad de la fe. Los procesos sinodales potencian este don, permitiendo confirmar la existencia de ese consenso de los fieles (consensus fidelium). Este proceso proporciona un criterio seguro para determinar si una determinada doctrina o práctica pertenece a la fe apostólica”.
De este modo, el informe oscurece los aspectos estructurales a la vez que subraya “la dimensión carismática de la Iglesia”. Afirma: “El Santo Pueblo de Dios reconoce en estos carismas la ayuda providencial con la que Dios sostiene, dirige e ilumina su misión”.
Como predijeron las corrientes “proféticas” desde los años sesenta, la Iglesia ya no se funda en el triple munus de la jerarquía, sino en los carismas del Espíritu, que sopla donde quiere.
Un nuevo concepto de sacramento
Bajo esta luz, los sacramentos adquieren un carácter “comunitario” o “sinodal”. Por ejemplo, la Santa Misa ya no sería una renovación del sacrificio del Calvario, sino una reunión del Pueblo de Dios: “La celebración de la Eucaristía, especialmente el domingo, es la forma primera y fundamental por la que el Pueblo Santo de Dios se reúne y se encuentra. Cuando esto no es posible, la comunidad, aunque desea la Eucaristía, se reúne para celebrar una Liturgia de la Palabra”.
La Iglesia, una “Comunión de Iglesias”
Toda la estructura de la Iglesia también cambia según la lógica de una “Iglesia carismática”. Al tiempo que rechaza el “clericalismo”, el informe de síntesis revisa y reinterpreta cada sector de la Iglesia bajo “esta nueva luz”.
Por ejemplo, sin negar que el obispo es un sucesor de los Apóstoles, el documento final reinterpreta su papel: “El obispo tiene un papel indispensable en la vivificación y animación del proceso sinodal en la Iglesia local... Tiene, en particular, la tarea de discernir y coordinar los diferentes carismas y ministerios enviados por el Espíritu para anunciar el Evangelio y el bien común de la comunidad. Este ministerio se realiza de manera sinodal cuando el gobierno va acompañado de la corresponsabilidad”.
En otras palabras, el obispo pierde el poder de gobernar, enseñar y santificar su diócesis y se convierte en un mero “facilitador” de los carismas que soplan en su rebaño. El obispo, dice el informe, “tiene un papel indispensable para vivificar y animar el proceso sinodal en la Iglesia local, promoviendo la reciprocidad entre 'todos, algunos y uno'”.
La lógica de la “Iglesia carismática” afecta también al papel del Papa: “La dinámica sinodal también arroja nueva luz sobre el ministerio del Obispo de Roma. En efecto, la sinodalidad articula sinfónicamente las dimensiones comunitaria (“todos”), colegial (“algunos”) y personal (“uno”) de la Iglesia a nivel local, regional y universal. En tal visión, el ministerio petrino del Obispo de Roma es intrínseco a la dinámica sinodal, como lo son el aspecto comunitario que incluye a todo el Pueblo de Dios y la dimensión colegial del ejercicio del ministerio episcopal”.
Así, el modelo de una “nueva Iglesia” se impone. Puesto que todo el “Pueblo Santo de Dios” está animado por el Espíritu Santo, cada circunstancia en la que se reúnen los fieles constituye una “Iglesia”: la familia, la parroquia, la diócesis, la nación, el continente, y así sucesivamente hasta llegar a la Iglesia universal. Lo que hace que la Iglesia aparezca como una “Comunión de Iglesias”. Así pues, independientemente de lo que se siga practicando o diciendo en otros lugares, la Iglesia prevista por el informe de síntesis abandonará su estructura jerárquica y adoptará los rasgos de una red de comunidades ya no unidas por la misma autoridad y Magisterio, sino libremente animadas por “el soplo del Espíritu”.
Notas:
1) Todas las citas están tomadas del texto oficial publicado por el Vaticano: “Una Iglesia sinodal en misión”
2) Plinio Corrêa de Oliveira, “¿Hacia una Nueva Iglesia?”,
3) Cf. Julio Loredo, Liberation Theology: How Marxism Infiltrated the Catholic Church (Teología de la liberación: cómo el marxismo se infiltró en la Iglesia Católica), American Society for the Defense of Tradition, Family, and Property—TFP, 2022.
4) Nota del traductor: El texto oficial en inglés difiere del oficial en italiano, que dice: “Aquí el estilo de la sinodalidad aparece como una manera de actuar y operar en la fe”.
5) Ernesto Buonaiuti, The Modernists’ Program (El programa de los modernistas), s/s, 1907, p. 96.
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