En este Adviento, no olvides que Satanás te odia; pero, lo que es más importante, no olvides que Dios te ama; tanto, que quiso ser como tú: de carne y hueso, nacido de mujer
Por J.T. Noyes
La Encarnación sirve como la razón suprema por la cual Satanás alberga un odio tan tremendo hacia nosotros y desea y trabaja incansablemente para arrastrarnos a las profundidades del infierno.
Ya no se ve tanto, pero muchos buenos Exámenes de Conciencia católicos solían referirse al “miedo al Infierno“ como un medio aceptable, aunque imperfecto, de contrición al confesar los propios pecados. Tal vez sea nuestra moderna insensibilización a la realidad del Infierno y lo demoníaco, o el fracaso de los líderes de la Iglesia en enseñar adecuadamente al respecto, pero sea cual sea el caso, parece como si el Infierno, y los demonios y las almas condenadas que lo habitan, se han convertido cada vez más en productos de nuestra vieja y polvorienta imaginación católica.
Lo desconcertante de esto, sin embargo, es que Nuestro Señor nunca tuvo pelos en la lengua cuando se trataba de la realidad del Infierno. De hecho, uno bien podría argumentar que gran parte del ministerio público de Cristo fue para literalmente “asustarnos”. Si así fuera, ¿qué habría de malo en ello? Cristo era, después de todo, un maestro; y los buenos maestros saben que para ayudar a un grupo diverso de estudiantes que tienen diferentes estilos de aprendizaje, períodos de atención y habilidades a aprender un concepto, deben emplear métodos variados de enseñanza. Por eso podemos estar seguros de que cuando Cristo habla de “las muchas habitaciones de la casa de su Padre” en Juan 14:1-3 y de entrar en “el infierno y el fuego inextinguible” en Marcos 9:43, nos está enseñando esencialmente lo mismo. Es decir, que en la eternidad residiremos en uno de dos lugares: el Cielo o el Infierno.
De la misma manera que salpicarnos la cara con agua helada puede sacudirnos del cansancio una mañana temprano, recordarnos prudentemente la realidad de Satanás, sus obras y su reino, puede ser un medio digno de reiniciar nuestros discos duros espirituales de vez en cuando. Uno de esos momentos, que puede resultar especialmente fructífero, es el Adviento.
Aunque el tratamiento del Adviento como tiempo penitencial de reverencia y preparación para la venida de Cristo parece estar resurgiendo entre muchos católicos, para otros todavía puede quedar ahogado y pasado por alto por el ciclo de compras y rebajas interminables, la música secular navideña y la sarta de “películas navideñas” que se emiten repetidamente en televisión desde hace años. Para romper este ciclo, uno puede muy bien necesitar ese reinicio deliberado de su disco duro espiritual como se sugirió anteriormente. ¿Cómo podría ser ese reinicio? Tal vez un recuento de la bifurcación de los ángeles nos proporcionará una idea.
En un artículo de noviembre de 2013 de su sitio web, el Dr. Taylor Marshall (en ingles aquí) hace un excelente trabajo de resumir a Santo Tomás de Aquino y su análisis de la caída de Lucifer y la división de los ángeles cuando escribe:
Siguiendo pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, Santo Tomás enseña que los ángeles fueron puestos a prueba. Algunos ángeles se adhirieron a Dios y fueron recompensados con la visión beatífica de la esencia de Dios (ángeles buenos) y otros se rebelaron y perdieron la gracia (ángeles malos o demonios). Según la tradición cristiana, Satanás fue una vez un serafín y el ángel más elevado de todos.Al leer los pasajes anteriores, queda claro que la Encarnación de Cristo, que es central en las temporadas de Adviento y Navidad, fue tan significativa que literalmente causó la división de los ángeles en el Cielo. Además, sirve como la razón suprema de por qué Satanás alberga un odio tan tremendo hacia nosotros y desea y trabaja incansablemente para arrastrarnos a las profundidades del Infierno para estar con él en la miseria por toda la eternidad. El orgullo y la envidia de los ángeles caídos hicieron que no pudieran soportar lo que se detalla en Génesis 3:15, que Dios prometió un Salvador, nacido de “la mujer”, que vencerá a Satanás.
...Tomás cita Job 4:18: “En sus ángeles halló maldad”. Cuando fueron creados por primera vez, los ángeles no tenían la visión beatífica de la esencia de Dios. Estaban literalmente ciegos a la visión de Dios. Primero fueron puestos a prueba (algunos dicen que por una visión de Cristo encarnado en María, ver Apocalipsis capítulo 12) y ciertos ángeles no podían aceptar servir a Dios si ello implicaba servir a una especie inferior -a saber, la especie humana. Un tercio de los ángeles cayeron y se convirtieron en demonios.
María de Ágreda cuenta que cuando Lucifer supo que el Logos se haría hombre a través de una madre humana; [sic] Lucifer, la más alta de todas las criaturas, exigió el honor de convertirse en la Theotokos. Quería que la unión hipostática se produjera a través de él. Esta es otra razón por la que existe una enemistad perfecta entre Satanás y María (ver Génesis 3:15). También es la razón por la que María ocupa ahora el lugar más elevado en el Cielo.
Tal vez sea éste el restablecimiento que nuestros discos duros espirituales necesitan de este Adviento: un recordatorio claro y sin trabas de que Satanás nos odia, y está, como señala San Pedro sin rodeos, “merodeando como un león, buscando a quien devorar”.
Sin embargo, mientras tenemos presente esta desconcertante verdad, no olvidemos el siempre importante “por qué” del odio de Satanás. Satanás sólo nos odia porque Dios nos ama profundamente. Sí, a nosotros. Nosotros, pequeños humanos de carne y hueso, tropezando y luchando a través de los altibajos de la vida. Dios se hizo uno de nosotros.
Mediante este extraordinario acto de amor, Dios nos proporciona la prueba irrefutable en Juan 3:16, que es el versículo perenne al que tantos cristianos se aferran con comprensible y ferviente esperanza: “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
En este Adviento, no olvides que Satanás te odia; pero, lo que es más importante, no olvides que Dios te ama; tanto, que quiso ser como tú: de carne y hueso, nacido de mujer, hambriento, sediento, cansado y tentado por el enemigo. Éste es tu Dios. Esta es la profundidad de Su amor por ti. Por eso Satanás te odia.
Crisis Magazine
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