martes, 15 de agosto de 2023

LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA



María ha elegido la mejor parte,
de la que jamás será privada (Lucas, 10, 42).


La vida de la Santísima Virgen, después de la Ascensión de Jesucristo, no estuvo exenta de sufrimiento. Sufrió al verse separada de su Hijo muy amado, y sin cesar suspiraba por el día en que podría reunirse con Él. Aumentaba su mérito al infinito mediante la práctica constante de las más heroicas virtudes. Llegó, por fin, el dichoso día de su muerte y su alma se separó de su castísimo cuerpo, sin dolor ni violencia. Mas, la noche siguiente al día en que se depositó ese cuerpo en el sepulcro, su alma descendió del cielo, reunióse con el cuerpo, y fue a colocarse en el cielo a la derecha de Jesucristo, en el trono que le había sido preparado.


MEDITACIÓN SOBRE EL TRIUNFO DE MARÍA

I. La Santísima Virgen muere sin dolor y sin temor, con inefable deseo de ir a juntarse con su adorable Hijo. El amor divino es quien desprende su hermosa alma de su envoltura mortal. Tú también morirás; pero, ¿cómo morirás? ¿En el dolor y en el temor? Aprende de María a vivir bien para morir bien. Pídele la gracia de morir santamente. Ella la concede a sus servidores; y cuando te halles en ese terrible momento, dile con Justo Lipsio: Santa María, socorre a mi alma en lucha con la eternidad.

II. La Santísima Virgen, resucita algún tiempo después de su muerte; ese cuerpo castísimo que había llevado a Jesucristo no debía sufrir la corrupción del sepulcro. ¡Oh, Virgen Santísima, qué alegría me causa el favor que se os ha acordado! Cuerpo mío, tú también resucitarás un día; pero, ¿será para la gloria o para los sufrimientos eternos? Lo ignoro, o más bien, sé que seré predestinado si soy un servidor fiel de María. Ningún servidor de María perece eternamente (San Bernardo).

III. ¡Cuán admirable es el triunfo de María! Entra en el cielo con cuerpo y alma; los ángeles salen a su encuentro; el Padre eterno la reconoce como Hija, Jesucristo como Madre, el Espíritu Santo como Esposa. Es elevada sobre los coros de los Ángeles y colocada en un trono al lado de su Hijo. Valor, ¡alma mía!, nada hay que no puedas obtener por medio de la Madre de Dios. Su poder es infinito, y su amor es igual a su poder. ¿Qué hice hasta ahora para merecer su protección y sus favores?


ORACIÓN

Perdonad misericordiosamente, Señor, 
las faltas de vuestros servidores, 
y, dada la impotencia en que nos encontramos 
de agradaros por nuestros propios méritos, 
concedednos la salvación por la intercesión 
de Aquélla que Vos elegisteis 
para que fuera la Madre de vuestro Hijo, Nuestro Señor, 
que, siendo Dios, vive y reina con Vos en unidad con el Espíritu Santo. 
Por Jesucristo Nuestro Señor 
Amén.

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