Por Mons. Héctor Aguer
¡Qué paradoja! Un país como la Argentina, sin moneda, con lenguaje inclusivo impuesto por la ignorancia gramatical de los políticos, y con Fuerzas Desarmadas -es decir, casi un “no” país, según la caracterización de país ofrecida por el Gral. De Gaulle-, ha colonizado a la Roma papal. El sumo pontífice es argentino, y ahora también lo será el prefecto del más importante Dicasterio, el de la Doctrina de la Fe.
La carta del sucesor de Pedro a su elegido para el cargo, pretende implícitamente rehacer la historia del ex Santo Oficio. Fernández, el destinatario, aseveró en declaraciones que “ese nombre, o el de Inquisición -como también se llamaba- da un poco de miedo, porque era un lugar de persecución de herejes; el papa Francisco dice que a veces se han usado métodos inmorales, como una suerte de inteligencia y de control y aún en algún momento, de torturas”.
Lo primero que se me ocurre es que esa lejanísima alusión olvida siglos de historia eclesial. Muy bien podría detenerse, por lo menos en parte, en comentar el todavía presente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, protagonizado por el cardenal Joseph Ratzinger -luego Benedicto XVI- durante dos décadas del pontificado de Juan Pablo II.
Ratzinger es el autor de una obra teológica monumental, en curso de publicación completa, no de unos libritos de espiritualidad. Esta obra aúna el saber teológico, la penetración filosófica, la ascética y la mística y una amplísima cultura. Esta referencia a la obra personal de Ratzinger viene a propósito, pues en ella se encuentran los criterios de su desempeño como Prefecto. El oficio incluye el examen de las ideas difundidas, y la necesidad de ponderar lo que se difunde en la Iglesia a la luz de su Tradición autoritativa.
Monseñor Fernández -que era hasta ahora arzobispo de La Plata- continúa transmitiendo lo que Francisco le dijo, que “es muy claro. Vos tenés que cuidar la enseñanza de la Iglesia pero no controlando o persiguiendo, sino haciéndola crecer, profundizando las reflexiones, tratando de ir a la profundidad del tema. Eso nos hace crecer a todos. Si hay un problema o acusan a alguien de haber dicho algo fuera de lugar, se charla y se conversa”. Indica también el nuevo prefecto sobre la insistencia del papa para que aceptara el cargo lo cual “muestra la enorme delicadeza de él, y el respeto que tiene por la conciencias de las personas”.
Según estas referencias, ponderan la “novedad muy grande”, la cual se reflejaría asimismo en el próximo sínodo, en el que “van a salir una multitud de temas porque está planteado con una apertura nunca vista; es un espacio único donde el papa se sienta, no a bajar línea, sino a escuchar a la diversidad de opiniones y de procurar llegar a algunos consensos”. Continúa: “Hay una misión, y es que tengo que procurar que las cosas que se digan tengan coherencia con lo que nos ha enseñado Francisco. Nos dio una mirada, una comprensión más amplia, y no se puede responder hoy lo mismo que se respondía hace 40 años”.
Traduzco: hay libertad absoluta para todas las invenciones y macaneos; sólo hay que cuidarse de los “indietristas” que siguen pertinazmente la Tradición eclesial. A un buen entendedor, lo dicho explica el sentido de la ideología pontificia, según la cual la monarquía papal persigue y liquida a quienes no se ponen al día del relativismo doctrinal que profesa el oficialismo latinoamericano, argentino, deberíamos decir.
La posición que he reseñado basándome en declaraciones auténticas, que han sido recogidas por los periódicos, es absolutamente contraria a la hondura histórica del cuidado eclesial de la Fe, desde tiempos de los Apóstoles. Aún en épocas en que el poder pontificio era ejercido por hombres cretinos, mujeriegos, mundanos, o víctimas de las intromisiones imperiales, siempre cuidaron que no se mancillara la Verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia.
Repasemos la enseñanza apostólica registrada en el Nuevo Testamento. Me limito a una sola cita: “Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino: proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansables y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas (el texto griego dice mitos). Tú, en cambio, vigila atentamente…”.
Así escribió el Apóstol Pablo a su discípulo Timoteo (2 Tm 4, 1-5). Los Padres de la Iglesia asimismo lucharon contra los errores; en los seis primeros siglos se multiplicaron los catálogos de herejías, reprobándolas. Recordemos, por ejemplo, el Adversus haereses, de San Ireneo de Lyon, el De haeresibus, de San Agustín, y otras obras homónimas de distintos autores. Los concilios incluían en sus decisiones la condenación de personajes que difundían errores. Es una actitud constante. No solo corresponde profundizar, iluminar, y difundir la Verdad; se la debe vindicar cuando es menoscabada, como se ha hecho siempre, para lo cual es preciso vigilar. En la cita de 2 Tm 4, 5 se dice, en griego: sy de nēphe en pasin; es una ocupación laboriosa y totalizante.
Como complemento hago referencia a un caso no católico. El filósofo de la existencia Soeren Kierkegaard, luterano en busca continua del Cristianismo auténtico, en su “Diario”, que ocupa 19 volúmenes de su obra, la emprende contra el mundo moderno y sus errores, que implican la abolición del Cristianismo.
En un reciente comentario sobre la situación de nuestro país, Francisco ha dicho que “el problema somos los argentinos”. ¡Sí, pero hemos colonizado la Roma papal!
Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Arzobispo Emérito de La Plata
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