Por Julio Loredo
Para el católico medio, el nombre de Saramago tal vez no signifique nada. Para los católicos portugueses, sin embargo, es el epítome de la maldad, la blasfemia y la aversión a la Iglesia. Ateo, comunista e impío, Saramago escribió “El Evangelio según Jesucristo” en 1991, lo que provocó una muy fuerte reacción de las autoridades eclesiásticas y de los fieles lusitanos.
Acusando al autor de ser un “ateo confeso y comunista impenitente”, monseñor Eurico Dias Nogueira, entonces arzobispo de Braga y primado de Portugal, escribió: “La obra contiene una vida delirante de Cristo, concebida en la perspectiva de la ideología político-religiosa [de Saramago], y distorsionada por esos parámetros, dando como resultado un libro blasfemo, pisoteando la verdad histórica y difamando a los más grandes personajes del Nuevo Testamento, como la Virgen, San José y los Apóstoles, así como al mismo Cristo, principal objetivo. Por tanto, este libro constituye un insulto a los creyentes cristianos: a todos nosotros”.
Para comprender a qué abismo de maldad llegó Saramago, y pidiendo disculpas a los lectores por la crudeza de la escena, recuerdo que en el libro, desafiando la verdad histórica, la fe y el espíritu cristiano, Saramago imagina un acto sexual entre la Virgen y San José, durante el cual Dios Padre habría mezclado su simiente con la de José, y de la cual habría sido concebido Jesús.
La virginidad de María, inmaculada antes, durante y después del parto, es negada escandalosamente con la afirmación de que habría tenido otros ocho hijos con José. Jesús habría sido el primogénito, y el único que escapó del anonimato. Jesús dejaría entonces la casa de su padre y se encontraría con María Magdalena en un burdel, viviendo con ella desde entonces en concubinato.
Para completar la blasfemia y la herejía, la relación de Jesús con el Padre Eterno es cualquier cosa menos amistosa. El Jesús de Saramago es escéptico, lleno de dudas, de espíritu rebelde. Dios Padre es vengativo, colérico, impaciente con los problemas existenciales del Hijo. Hasta el punto de que, poco antes de morir en la cruz, Jesús afirma, tergiversando la frase evangélica: “Hombres, perdonadle, porque [Dios] no sabe lo que hace”.
Su desencuentro con la Iglesia era tal que, cuando murió en 2010, el Osservatore Romano -tan pródigo en guiños amistosos- le dedicó un artículo bastante rencoroso, llegando a describirlo como “un hombre y un intelectual sin admisión metafísica, clavado hasta el final en su obstinada fe en el materialismo histórico, alias marxismo”, que había elegido “lúcidamente situarse del lado de la cizaña en el campo evangélico del trigo” (1).
Es verdaderamente triste ver a un pontífice mencionar de manera positiva a un personaje que, para usar la expresión del órgano vaticano, “se había puesto del lado de la cizaña” que, como recuerda el Evangelio, había sido sembrada por el Maligno.
Nota:
1) “La (presunta) omnipotencia del narrador”, Osservatore Romano, 19 de junio de 2010.
Chiesa e Postconcilio
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