***
Excelencia, me parece oportuno volver a partir de lo que usted dijo en respuesta a mi pregunta sobre la lógica seguida por Bergoglio en los últimos nombramientos de cardenales. Usted me explicó:
Mire, ya en 2019 Bergoglio dijo claramente que no temía un cisma. Y si bien afirmó que “los cismáticos siempre tienen una cosa en común, se apartan del pueblo, de la fe del pueblo, de la fe del pueblo de Dios”, agregó: “La moral de la ideología te lleva a la rigidez, y hoy tenemos tantas escuelas de rigidez dentro de la Iglesia, que no son cismas, sino caminos cristianos pseudocismáticos que terminarán mal: cuando ves cristianos rígidos, obispos, sacerdotes, hay problemas detrás, no hay cordura del Evangelio”. Como de costumbre, acusó a los católicos de lo que él mismo estaba a punto de hacer.
Para resaltar aún más la estrategia adoptada por Bergoglio, ¿recuerda el ensayo de un autor estadounidense que ya en 2018 destacó algunas líneas que desde entonces han encontrado una confirmación oportuna? ¿Quieres hablar acerca de ello?
Ciertamente. El autor es Patrick Archbold y su ensayo apareció en cinco entregas, precisamente en 2018, en Creative Minority Report. El título es Actuating schism (“Actuando el Cisma”, en español la primera parte aquí, la segunda parte aquí, la tercera parte aquí, la cuarta parte aquí y la quinta parte aquí), es decir, Hacer un cisma.
La lógica de Bergoglio es muy evidente: quiere crear las premisas de un cisma, que él niega y deplora con palabras, pero que viene preparando desde hace tiempo. Bergoglio quiere apartar, de un modo u otro, a buena parte de los fieles y clérigos de la Iglesia oficial; y para conseguirlo, para que se aparten del Sanedrín modernista, está colocando en puestos clave de la Curia Romana a las personas que garantizan la peor gestión posible de los Dicasterios que se les encomiendan, con el peor resultado posible y el mayor daño para el cuerpo eclesial. Las progresivas restricciones a la celebración de la antigua Liturgia sirven para confinar a los conservadores en cotos de caza, de los que podrán salir huyendo hacia la Fraternidad San Pío X, en cuanto el Sínodo lleve a sus lógicas consecuencias los cambios doctrinales, morales y disciplinares que están en proyecto y provoquen un éxodo de católicos hacia lo que, tras la supresión o normalización de los Institutos Ecclesia Dei, se convertirá en el "monopolio" de la Tradición. Pero en ese momento -cuando, los católicos tradicionales hayan emigrado a la Fraternidad y sus dirigentes crean haber obtenido una victoria sobre la competencia del suprimido Summorum Pontificum- una nueva provocación intolerable obligará también a la Fraternidad San Pío X a distanciarse de la Roma bergogliana, sancionando la "excomunión" del Tradicionalismo, ya no representado en el seno de la Iglesia oficial, si es que alguna vez lo estuvo. Por eso, en mi opinión, es importante mantener una cierta fragmentación, para hacer más compleja la maniobra malintencionada de expulsar a los católicos tradicionales del cuerpo eclesial.
Diaconisas, abolición del celibato eclesiástico, bendición de las parejas homosexuales, tolerancia a la poligamia, teoría de género, ideología lgbt, panteísmo ecológico a lo Teilhard de Chardin: estos son los puntos de confrontación que Bergoglio abre deliberadamente entre el ala conservadora (pero no tradicional, ya distante o fuera de juego) y la ultraprogresista. Su propósito es crear confrontación, hacerla crecer, animar a los defensores de las exigencias más extremas con nombramientos y promociones, para luego presenciar la previsible reacción de condena de los pocos buenos Obispos, sacerdotes y religiosos que aún quedan, quienes, ante el escollo de Bergoglio, tendrán dos opciones: volver a someterse al silencio o levantarse, denunciar la traición de la Verdad Católica y verse obligados a dejar sus cargos y ejercer su ministerio en la clandestinidad o al menos en aparente irregularidad canónica.
Una vez condenados al ostracismo los pastores inconvenientes y destituidos los fieles conservadores, la jerarquía bergogliana podrá ejercer pleno control sobre el clero y el pueblo, segura de la obediencia de los que queden. Y esta secta, que sólo tendrá el nombre de "católica" (y quizás ya ni eso), eclipsará totalmente a la Esposa del Cordero, en la paradoja de una Jerarquía traidora y corrupta que abusa de la autoridad de Cristo para destruir Su Iglesia.En definitiva, la lógica parece ser la de crear las condiciones para que los verdaderos católicos abandonen la barca de Pedro. ¿Es eso así?
Mire, ya en 2019 Bergoglio dijo claramente que no temía un cisma. Y si bien afirmó que “los cismáticos siempre tienen una cosa en común, se apartan del pueblo, de la fe del pueblo, de la fe del pueblo de Dios”, agregó: “La moral de la ideología te lleva a la rigidez, y hoy tenemos tantas escuelas de rigidez dentro de la Iglesia, que no son cismas, sino caminos cristianos pseudocismáticos que terminarán mal: cuando ves cristianos rígidos, obispos, sacerdotes, hay problemas detrás, no hay cordura del Evangelio”. Como de costumbre, acusó a los católicos de lo que él mismo estaba a punto de hacer.
Para resaltar aún más la estrategia adoptada por Bergoglio, ¿recuerda el ensayo de un autor estadounidense que ya en 2018 destacó algunas líneas que desde entonces han encontrado una confirmación oportuna? ¿Quieres hablar acerca de ello?
Ciertamente. El autor es Patrick Archbold y su ensayo apareció en cinco entregas, precisamente en 2018, en Creative Minority Report. El título es Actuating schism (“Actuando el Cisma”, en español la primera parte aquí, la segunda parte aquí, la tercera parte aquí, la cuarta parte aquí y la quinta parte aquí), es decir, Hacer un cisma.
En este ensayo el autor, con gran lucidez, esboza lo que a su juicio habría sido la acción maliciosa del argentino tendiente a provocar deliberadamente un cisma dentro de la Iglesia Católica. Archibold escribió:
“Podemos estar seguros de que este proceso continuará. Sínodos manipulados para producir resultados destinados a seguir regateando la herejía en el campo de juego. […] La Iglesia ha estado en un estado de cisma de facto durante algún tiempo, pero aquellos que ya no siguen las enseñanzas de la Iglesia se han negado a irse. Aunque no son miembros vivos de la Iglesia, desempeñan funciones importantes en ella. No quieren fundar su propia iglesia alternativa o una jerarquía paralela: por el contrario, han actuado a largo plazo para apropiarse del nombre católico y su estructura jerárquica. No querían su propia iglesia: querían la nuestra. Ahora tienen el poder y lo usan”.Todavía:
“Así que esta es la cuestión: ¿cómo nos libramos de esos católicos que luchan contra nuestro poder? ¿Cómo deshacernos de esos fieles católicos que, por definición, se aferran tenazmente a la única Iglesia verdadera? ¿Cómo alejar de la Iglesia a los verdaderos católicos? ¿Cómo convertir un cisma de facto en un cisma real?”Y aquí Archbold esboza hábilmente el esquema adoptado por el Comité Central de Santa Marta, identificando algunas constantes detectables en varios casos: los franciscanos de la Inmaculada, el obispo Rogelio Livieres Plano en América del Sur, el obispo Martin Holley en los Estados Unidos, las Petites Sœurs de Marie Mère du Redempteur en Francia. A esta breve lista podríamos añadir los nombres de muchos otros obispos y comunidades religiosas, especialmente femeninas, que desde entonces han podido experimentar la “misericordia bergogliana”.
El sistema es siempre el mismo: la “Visita Apostólica” con muy poca antelación, sin informe de resultados, sin informe de puntos críticos encontrados, sin posibilidad de aclaración o defensa para el investigado.
“El mensaje y el método son claros. Cuando quieren que te vayas, te obligan a irte. Ya ni siquiera siguen los procedimientos y se sienten dispensados de respetar las reglas del debido proceso establecidas por el Derecho Canónico. Esto debería poner a cualquier obispo en alerta, y este es exactamente el punto”.Paralelamente a estas acciones canónicas completamente ilegítimas, los emisarios de Bergoglio no dudan en intimidar a los obispos y comunidades para que no acojan a los marginados: recordamos bien cuando el padre Fidenzio Volpi llevó a cabo el terrorismo contra los franciscanos de la Inmaculada Concepción, amenazando al Episcopado para que no incardinaran frailes conservadores en sus diócesis.
“Pero cuando las reglas permitieron que otros obispos proporcionaran una posible ruta de escape para las víctimas, esos prelados fueron amenazados y se cambiaron las reglas para garantizar que ningún obispo permitiera que nuevos grupos de fieles católicos se formaran en una diócesis muy lejana”.Me parece que Traditionis custodes es precisamente la expresión de este plan…
Exacto. Traditionis custodes reclamó para la Santa Sede la facultad de erigir canónicamente institutos "tradicionales" e hizo comprender a los obispos que ningún sacerdote secular habría obtenido permiso para celebrar según el rito antiguo. La cancelación de Summorum Pontificum va en esta dirección, es muy evidente. Basta pensar en el caso, entre otros, de las monjas benedictinas de Pienza o de las monjas dominicas de Marradi, que casualmente se encuentran en una situación no diferente a la de las Petites Sœurs de Marie Mère du Redempteur: “Cometieron el doble crimen de ser demasiado conservadoras y poseer bienes inmuebles codiciados por el Ordinario local”. Una propiedad en una colina con vistas a la Val d'Orcia o un enorme convento del siglo XVII en los Apeninos. Lo mismo sucedió con las Carmelitas de Arlington, en Texas, donde la furia contra el conservadurismo de las monjas ha llegado al punto de difamar vergonzosamente a la Madre Priora, sometida a un “comisionado” y despedida en violación de las normas canónicas. Allí también hay un Monasterio con vastos terrenos y un yacimiento petrolífero.
Pero mientras el Vaticano no duda en limitar los derechos de los obispos cuando pueden ayudar a la supervivencia de algunas comunidades tradicionales, los extiende significativamente más allá de la ley -al ocultar las irregularidades y los abusos de sus propios lacayos- si sirve para reprimirlos y perseguirlos. Añádase a esto la Constitución Vultum Dei Quærere y la Instrucción Cor Orans, con las que Bergoglio priva a las comunidades monásticas de su autonomía y las regimenta en federaciones bajo un estricto control ultraprogresista -y una reprogramación al estilo chino- del autodenominado “Dicasterio para los Religiosos”.
“Los medios católicos aprobados por el politburó le dirán que la sinodalidad tiene que ver con descentralizar el gobierno de la iglesia más cerca de la gente, en el modelo de las conferencias episcopales. Esto, por supuesto, no podría estar más lejos de la verdad. En una sorprendente confirmación de la mentira, antes de que se secara la tinta del documento del sínodo sobre la sinodalidad, el papa intervino personalmente para castrar públicamente a la conferencia de obispos estadounidenses, antes de que siquiera pensara en discutir hacer algo sobre el escándalo de abuso. En todo caso, habría sido una cuestión puramente formal, incluso para los más expertos observadores de la Iglesia”.Archbold resume este patrón con las siguientes palabras:
“Se trata de asegurarse de que ningún obispo ortodoxo refractario pueda construir un bastión de la Tradición y ofrecer un espacio seguro para el catolicismo tradicional. No puede permitir que se formen nuevos grupos de Religiosos en su Diócesis, no puede invitar a Hermanas tradicionales a abrir una casa en su Diócesis, y si hace algo demasiado tradicional, será objeto de una Visita Apostólica por el delito de no estar acuerdo con su Conferencia Episcopal. Todo esto ha resultado en el cierre de todas las vías de escape para los católicos tradicionales”.En este punto, Archbold cita un pasaje del “Arte de la guerra” de Sun Tzu: “A un enemigo rodeado, debes dejarle una vía de escape”. Y agrega:
“Para rodear al enemigo, todas las rutas de escape deben estar cerradas. Necesitamos capturar al enemigo, a los tradicionalistas católicos y conservadores que han tomado la pastilla roja, concentrándolos a todos en un lugar donde se sientan más seguros, antes de darles el golpe final. Pero el golpe es inminente. […] Creo que al abolir Summorum Pontificum y el derecho individual de los sacerdotes a decir Misa, y reunir a todos los católicos tradicionales en una o unas pocas fuentes aprobadas, tal vez la Fraternidad de San Pedro y el Instituto de Cristo Rey o alguna otra entidad creada por la Comisión Ecclesia Dei, donde no sea posible cerrar el trato con la Fraternidad de San Pío X. […] Nos retrotraerán a la época del Indulto y nos arrearán en algunos grupos (Fraternidad de San Pedro, Instituto de Cristo Rey etc.) y en algunos centros de indulto exentos de la liturgia ordinaria. Luego declararán -y sus secuaces aduladores en los principales medios católicos estarán encantados- que esto no es un movimiento anti-tradicional: “El papa no ha abolido una sola misa tradicional, es solo un acto de gobierno”. Eso es todo. Cualquier grupo aprobado que se resista a los cambios o se queje demasiado será sometido a la Visita Apostólica y eliminado por negarse a someterse al papa. Cualquier comunidad diocesana del Indulto que se resista será eliminada. ¿Qué pasa con cualquier católico que crea que puede bajar a las catacumbas y que solo se celebren misas en casas particulares? No: los sacerdotes individuales ya no tienen derecho a decir Misa. Quien lo intenta quiere decir que se niega a someterse a la autoridad del papa: es un cismático, como lo es cualquier obispo. O aceptas la sumisión al Vaticano II o eres considerado cismático. Cualquier intento de vivir una auténtica vida católica tradicional, ya sea como religioso, o simplemente asistiendo a la Misa Antigua, automáticamente te convertirá en un cismático. Si recurres a la Fraternidad San Pío X eres cismático. Si vas a una Misa clandestina, eres cismático. Si formas un grupo de creyentes bajo una regla tradicional sin permiso de Roma, eres un cismático. Convertirán cualquier intento de vivir una vida católica tradicional en un acto de desobediencia".Parece claro, monseñor, que después de cinco años la alarma suscitada por el clarividente ensayo de Archbold ha resultado fundada. Pero, como bien se preguntan muchos clérigos, religiosos y fieles, llegados a este punto, ¿cómo podemos resistir a esta acción subversiva, si cualquier camino que hayamos tomado puede hacer que se nos acuse de cisma?
La respuesta la encontramos en la firme resistencia de quienes nos precedieron: desde el heroísmo de los Mártires y Confesores de la Fe hasta la silenciosa fidelidad de muchos católicos -clérigos, religiosos y laicos- que a lo largo de los siglos se han encontrado ante la misma elección: elegir el camino ancho y cómodo del compromiso y la apostasía o el camino estrecho y difícil de la fidelidad a Cristo. Una elección a menudo dolorosa, pero para la que el Señor nos ha preparado: No penséis que he venido a traer la paz a la tierra; No he venido a traer paz, sino espada. Porque he venido a separar al hijo del padre, a la hija de la madre, a la nuera de la suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa (Mt 10, 34-36).
Esta espada –que San Pablo identifica con la espada del Espíritu, la Palabra de Dios (Ef 6,17)– separa a los fieles de Cristo de una jerarquía rebelde y corrupta, a los religiosos de sus superiores herejes, a los sacerdotes de sus obispos modernistas. Y nuestros enemigos están en nuestra casa, son nuestros párrocos, son los Obispos, y es el que usurpa la Sede de Pedro para sembrar el error y la división.
¡Ay del mundo por los escándalos! Los escándalos deben ocurrir inevitablemente, pero ¡ay del hombre a través del cual ocurre el escándalo! (Mt 18, 7). Estas palabras nos advierten sobre la gravedad de los escándalos actuales -doctrinales, morales y litúrgicos- y sobre su inevitabilidad, dada por el triunfo temporal de los impíos, antes del Juicio Final. Pero también nos exhortan a resistirlos, a denunciarlos, a no considerarlos normales sólo porque están muy extendidos en todos los niveles de la vida cotidiana.
No olvidemos que desde hace sesenta años nos hemos acostumbrado a ver la autoridad de los Pastores utilizada contra los fieles y contra la Iglesia misma, manteniendo una apariencia de legitimidad formal. El mismo "Concilio" -el único Concilio tan querido por los modernistas, porque es el único del que son artífices y que no tiene nada de católico- fue un engaño colosal contra el cuerpo eclesial, porque mantuvo la autoridad de un Concilio Ecuménico mientras insinuaba doctrinas heterodoxas de manera fraudulenta; mantuvo la autoridad de los Padres y del Romano Pontífice precisamente cuando se utilizó para demoler la estructura católica; impuso la obediencia ciega y servil a las normas en contraste con el Magisterio ininterrumpido e inmutable. La abolición de la Liturgia Tradicional, deseada con autoridad apostólica por Pablo VI, fue un fraude. Por otra parte, incluso la acusación de blasfemia que el Sanedrín hizo contra Nuestro Señor tenía todas las apariencias de una acción formalmente irreprochable, aunque intrínsecamente era ilegítima y nula, porque se usaba contra el divino e inocente Legislador.
La autoridad puede encontrar obediencia en virtud de su autoridad, o imponerse con autoritarismo. En el primer caso el poder se ejerce con el objeto para el cual fue instituido; en el segundo se convierte en el fin mismo. El autoritarismo subvierte el orden divino –tanto en lo temporal como en lo religioso– porque prescinde de la única Autoridad de Cristo. En suma, actúa como si una persona constituida en autoridad -un gobernador, un obispo- tuviese en sí misma su propia legitimidad, y no como vicario de la autoridad de Cristo. Esto lo convierte en un poder subversivo, liberado de cualquier deber de conformarse a la voluntad de Cristo en la búsqueda del bonum commune y por eso mismo, inexorablemente destinada a transformarse en una tiranía odiosa.
Fin de la primera parte
Aldo Maria Valli
No hay comentarios:
Publicar un comentario