miércoles, 9 de agosto de 2023

ECLIPSE DE LA REALIDAD Y DE LA VERDAD

Hoy, negar un deseo puede ser un delito, negar la realidad puede ser un derecho y mistificar ambas cosas, un instrumento legítimo de control.

Por Roberto Allieri


Desde que la Verdad fue destronada, primero por el relativismo y luego por las ideologías revolucionarias imperantes en los últimos tiempos (ecologismo, feminismo, generismo, antirracismo, emergencias sanitarias y climáticas, etc.) nos hemos ido deslizando hacia un mundo cada vez más surrealista, es decir, alejado de la realidad. Un mundo en decadencia ética y racional, que vira hacia derivas virtuales y artificiales, empeñado en pretensiones ideales que nada tienen que ver con la razonabilidad. Igual suerte corre la investigación científica, la medicina y todas aquellas disciplinas (incluido el derecho) que se basan en axiomas, certezas, puntos fijos, principios.

La distorsión en la percepción de la realidad nos está conduciendo a pasos agigantados hacia ese modelo de vida/no vida humana manejada por la 'inteligencia artificial', bien descrita en la película Matrix. En el que larvas de hombres, cultivados, alimentados y controlados por sistemas tecnológicos, flotan en un limbo de sensaciones inducidas, soñando los sueños que les han sido asignados.

Este escenario es un desenlace, no muy lejos de la ficción, que los filántropos del 'Foro Económico Mundial' desean para su próxima 'Agenda 2040'.

Funcional para estos fines es el desarrollo de la Inteligencia Artificial, permeada por los dogmas y lineamientos éticos que impone la corriente principal. No se trata sólo de un delirio de omnipotencia tecnológica: puede convertirse en la principal herramienta para aplicar al máximo el Pensamiento Único.

Si queremos contrarrestar estos planes inhumanos, tenemos que librar una batalla de 'reconquista' que tiene como objetivo la defensa de la realidad. Una guerra contra el pensamiento gnóstico y revolucionario que, en última instancia, se mueve incesantemente por el rechazo del orden dado (Logos) con el terco deseo de remodelarlo.

La palabra realidad se remonta a la palabra rex (Rey), no a res (cosas). Comparto la fascinante hipótesis de que, originalmente, la palabra latina realitas era de alguna manera una expresión de lo que definimos como realeza.

La realidad no es pues un conjunto de cosas (res) sino algo regio (es majestuosa y nos domina como un Rex). ¿Y qué es lo que la hace regia? El hecho de que la realidad está impregnada de Verdad.

La realidad no es un cúmulo aleatorio de cosas y hechos cuestionables. No, está formada por elementos que tienen una connotación de certeza. La realidad está hecha de certezas; sin ellas se derrumbaría y se convertiría en irrealidad, mistificación o fantasía. Por eso se asienta en un trono (de certeza y Verdad) que impone el respeto propio de un Rey.

Hago este preámbulo para concienciar de cuán indispensable es en vastas áreas del conocimiento científico (debate sobre el clima, emergencias sanitarias, generismo y transgenerismo, transición ecológica, etc.) reafirmar la primacía del método inductivo o experimental. Por el cual los hechos (adecuadamente comprobados y no manipulados) preceden siempre a las ideas; con el consiguiente rechazo a la pretensión gnóstica de anteponer teorías y esquemas ideológicos, como punto fijo en torno al cual deben girar los hechos.

El principio que siempre debe aplicarse es que contra factum non valet argumentum (los argumentos son inválidos frente a un hecho). Los hechos no pueden ser prisioneros de los prejuicios y encerrados en una jaula de la que no puedan salir. Situación bien conocida por todos aquellos que, acusados ​​de “conspiranoicos” y “negacionistas”, se ven impedidos por la censura o la intimidación de poner de manifiesto hechos concretos y demostrar correlaciones entre hechos.

Y, entre otras cosas, permítanme subrayar que la tenacidad en el respeto y la defensa de los hechos y la razón es también una exigencia de la fe cristiana. 'Estad siempre preparados para dar cuenta de la esperanza que hay en vosotros': esta es la amonestación de San Pedro en su Primera Carta, contenida en el Nuevo Testamento. Esta exhortación está en la base de la actitud del buen cristiano no sólo cuando están en juego las razones del corazón (o de la fe), sino también cuando se buscan las razones de la razón, es decir, también en la investigación científica. En efecto, los cristianos saben ser realistas: tanto cuando investigan con la razón como con instrumentos científicos (las leyes que regulan el universo son en realidad una manifestación del Logos, son la Palabra de Dios); pero también cuando se encuentran con un milagro. En este último caso, ser realista significa reconocer que un hecho es siempre un hecho, aunque sea un milagro.

La defensa de la realidad se convierte entonces necesariamente, en defensa de la Verdad.

La definición clásica, tomista, efectivamente nos explica esto. Veritas est adaequatio rei et intellectus: es decir, la verdad es la correspondencia entre la realidad y el intelecto.

Por lo tanto, el intelecto, en la búsqueda de la verdad, debe tender a adherirse a la realidad que se le presenta.

En cambio, la pretensión, propia de nuestro tiempo y de cierto orgullo intelectual, de que “la realidad se adapta al intelecto” (o incluso al deseo) es antitética a la búsqueda de la Verdad. Podemos decir que conduce a abrazar una ilusión. Y aún más: a una mentira.

La adaptación de la razón a la sinrazón es la inversión total de la Verdad que acaba por doblegarse a cualquier capricho subjetivo.

Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando alguien exige ser reconocido no por lo que es sino por lo que quiere ser.

Esbozo aquí, de paso, algunas dudas que deberían plantearse quienes se preguntan por su orientación sexual, anhelando soluciones transgénero (es decir, cirugía de “cambio de sexo”).

Si soy hombre y sin embargo me siento mujer, ¿estoy realmente seguro de que es mi cuerpo el que está mal?

Si luego me someten a amputaciones, mutilaciones, terapias, administración de hormonas y diversas sustancias químicas que me hacen aparecer con rasgos propios de un sexo diferente al de origen, ¿realmente habré cambiado de identidad sexual? ¿Será en cambio que usé algún tipo de máscara o disfraz, como sustituto de una identidad considerada imperfecta, para mistificar una identidad sexual que mi ADN (es decir, mi verdadera naturaleza) sigue manteniendo?

Y entonces, persevero con la duda: ¿la máscara con los rasgos de Trump que uso en el carnaval realmente me hace Trump y me da el derecho sagrado de ser reconocido como tal por todos?

¿Y qué decir de esa negación de la realidad que empuja a tantas mujeres al aborto? Madres que son víctimas de un engaño cuando se les oculta o no se les reconoce la calificación de ser humano (y no “una masa de células”) de la criatura abortada. También en este caso se arrogan el derecho a negar una realidad incontrovertible: que el niño abortado es un ser humano, como grita científicamente su herencia cromosómica o su ecografía o la auscultación de sus latidos.

Se podrían hacer consideraciones similares para quienes escapan o rechazan la realidad refugiándose en un mundo virtual. Aquí, sin embargo, seamos claros: la búsqueda o la vaga idea de una realidad transfigurada, es decir, de una fantasía, puede tener una función positiva en el arte o en un camino de espiritualidad. Siempre que sea un medio y no un fin para alcanzar un conocimiento más pleno de uno mismo y de la realidad. Y siempre que la propia confusión entre lo real y lo irreal siga siendo una sugerencia personal no demasiado alienante y no se convierta en una perturbación psíquica o en un modelo impuesto a los demás para obligarles a alejarse de la realidad.

Hasta ahora he hablado en defensa del realismo y la verdad, destacando cómo estos valores van de la mano no solo en la investigación científica sino también en los campos ético, filosófico y religioso. Razón, razonabilidad, racionalidad y Verdad: tout se tient (todo vale), en la medida en que se respeten.

Sin embargo, puede parecer desalentador en su análisis del colapso provocado por los eclipses de sentido. Pero hay motivos para la esperanza.

Los eclipses, como las modas, pasan. El problema es la escoria y los desechos, después de que han pasado. Porque las épocas de eclipses son propicias para ladrones, asaltantes y saqueadores. Y en particular para los ladrones de la Verdad. 

Pero hay otra razón para volverse hacia horizontes distintos (aunque, me temo, quizá no mucho mejores): la decadencia en la que estamos inmersos es el coletazo de una sociedad preagónica, que es sólo una parte del mundo. Una parte cada vez más marginal: el globalismo que hoy nos parece tan amenazador pronto se reducirá a un miniglobalismo (es decir, a un sistema de poder cada vez más pequeño) que tendrá que hacer frente a sus propias decisiones perversas. Y pagar por ellas. El nihilismo, el suicidio cultural, las políticas inhumanas y neomalthusianas impregnadas de odio a la humanidad apretarán la soga cada vez más.

Sin perjuicio de otras hipótesis de palingenesia de carácter metafísico, comencemos entonces a confrontar otros modelos sociales que tarde o temprano tomarán el relevo, recuperando los valores que han dado vigor y credibilidad a nuestra civilización grecolatino-cristiana. Y preservando la semilla de cara a tiempos mejores, que sin duda llegarán. Sólo así podremos afrontar el futuro con mayor serenidad, evitando ser borrados o condenados a la insignificancia.


Il Blog di Sabino Paciolla


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