Por Monseñor de Segur (1820-1881)
Entiendo, hijito, entiendo tu dificultad, y te alabo si ha nacido en ti un impulso de caridad que te haga desear la salvación de todos los hombres. Pero este impulso de caridad es cabalmente lo que forma la vida y el espíritu de la Iglesia; con que figúrate, aún antes de que yo responda a tu pregunta, si su inmensa caridad no enseñará y practicará, en el particular de que se trata, lo más conforme a la justicia y a la misericordia de Dios.
Cuando la Iglesia dice: “Fuera de mí no hay salvación”, tú entiendes que lo que quiere decir es: “El que, por cualquier causa y de cualquier manera que sea, no es católico, está condenado”.
Pero el sentido común te debía ya desde luego hacer sospechar siquiera que la Iglesia ni dice ni puede querer decir semejante desatino. Lo que la Iglesia quiere decir y dice, cuando enseña que “fuera de ella no hay salvación”, es que siendo ella sola, como lo es, la única maestra y dispensadora de la única Religión divina, en ella sola se hallan los tesoros de la verdad y de la virtud necesarios para salvar a los hombres. Lo que de aquí se deduce no es ni puede ser que todo el que esté fuera de la Iglesia, por cualquier causa que sea, se condena; sino que todo el que la conozca está obligado, si quiere salvarse, a entrar en ella; y que todo el que, después de haberla conocido, la rechace y desprecie, se condena necesariamente.
Ahora bien, como la Iglesia puede no ser conocida de cualquier hombre, o porque nunca haya oído hablar de ella, o porque no haya oído lo bastante para penetrarse bien de la verdad y la virtud que ella sola posee para salvar almas, claro está que con el que se halle en este caso no habla la regla de la Iglesia, pues nadie está obligado por ninguna ley divina ni humana a hacer una cosa que no conoce ni puede de manera ninguna conocer.
Aquí tienes por qué, según la racional y caritativa doctrina, comúnmente enseñada por los Doctores y admitida por la Iglesia, un protestante o cismático que de buena fe profesan su error, y que por una causa involuntaria no han podido verdaderamente conocer y abrazar la Fe Católica son considerados como si formaran parte de los fieles, aunque en realidad no la formen; y respecto de ellos te enseña que si han vivido rectamente, según lo que de buena fe creían ser la verdadera ley de Dios, tendrán parte en el reino de los cielos.
Muchos protestantes hay, y aún entre ellos algunos ministros de su culto, que gracias a Dios, profesan de buena fe sus errores. El ilustrísimo Sr. Cheverus, Obispo de Boston, convirtió a dos, muy sabios y muy piadosos, que declararon no haber tenido duda ninguna acerca de la verdad de su religión, hasta que oyeron a aquel buen Prelado.
De todos modos, lo más prudente y más cristiano que hay que hacer en estas materias, hijito, es no meternos a cavilar el cómo juzgará Dios a los protestantes y a los incrédulos. Nos baste saber que Dios, en cuanto es soberanamente bueno, quiere que todos los hombres se salven, y que, en cuanto es infinitamente justo, no puede menos que dar a cada cual lo que merezca. Con esto, y con servirle nosotros lo mejor que podamos, no tenemos necesidad de más.
Seguramente nos habríamos ahorrado todo lo que te llevo dicho en esta respuesta, si tú no hubieras dado oídos a otra palabrota que anda también muy en boga por el mundo, juntamente con la libertad de conciencia y demás de su especie que antes de ahora te he mencionado. Esta otra palabrota es la tolerancia.
La idea que con esta palabra se expresa, buena y santa es; porque nada más bueno y santo, sobre todo para un cristiano, que tolerar, es decir, mirar con caridad los errores y compadecer los extravíos de los hombres. Pero no es esto lo que predican y pretenden los nuevos apóstoles de la tolerancia, sino que exigen como una obligación el que se consientan y se aprueben, todos los errores y todos los vicios, y niegan que la Religión y el Gobierno tengan derecho a detestarlos y condenarlos.
Estos tales son los que acusan a la Iglesia Católica de intolerante, confundiendo, por ignorancia o por malicia, dos cosas que no pueden confundirse, a saber: la intolerancia respecto a las doctrinas con la intolerancia respecto a las personas.
La Iglesia es intolerante con las doctrinas, y en esto no hace más de lo que debe, y aún lo que hace cualquier hombre de razón en los negocios comunes de la vida. Todo el mundo es intolerante con los errores que sabe que lo son, y esto es lo que hace la Iglesia, ni más ni menos. La Iglesia sabe que lo que ella enseña en materia de Religión es la verdad, y que no hay otra verdad sino la que ella enseña, como que Dios mismo es el Maestro que se la ha enseñado a ella. ¿Cómo ha de tolerar, por consiguiente, que nadie la contradiga y la desmienta?
¿Qué quieren los que acusan a la Iglesia de intolerante? ¿Que renunciando al encargo que tiene de enseñar y de salvar al mundo, oiga en silencio los errores más monstruosos contra la Religión, y que no solamente los oiga en silencio, sino que también los proteja, declarando que pueden ser tanta verdad como lo que ella enseña? Cuando la Iglesia enseña, por ejemplo, que el soberano espiritual de los fieles cristianos es el Sumo Pontífice, como sucesor que es de toda la autoridad de San Pedro, príncipe de los Apóstoles, ¿pretenderán los que la acusan de intolerante que, mientras esto confiesa por un lado, confiese por otro que puede ser soberano espiritual cualquier lego motilón en lugar del Papa?
No; la Iglesia no puede ser tolerante con el error por la misma razón que tú en tu casa no puedes ser tolerante con el que venga a decir a tu hija que no tiene obligación de obedecerte, o a tu mujer que no tiene obligación de criar a tus hijos. La Iglesia está en posesión de la verdad, su Doctrina sola es la verdadera, y no puede, por lo tanto, tolerar ninguna otra doctrina contraria a la suya.
Pero si la Iglesia es intolerante con las doctrinas, es, en cambio, caritativa con las personas. Obrando en esta parte como el Dios mismo a quien representa, detesta y condena el error y el pecado; pero compadece y ama al que yerra y al que peca. Mientras por una parte nos enseña que ella sola posee la verdad, y nos asegura que solo en ella podemos salvarnos y que fuera de ella nos perderemos, también por otra parte nos enseña que todos los hombres somos hermanos, y que debemos, por lo tanto, amarnos recíprocamente como hijos de un mismo padre. Por eso nos manda a condenar el error, pero amar al que yerra.
¿Qué hay en esto de cruel, de duro, de bárbaro como suponen los enemigos de la Iglesia cuando la acusan de intolerante? Jamás la Iglesia ha dicho lo que uno de los más famosos, entre ellos Rousseau, de quién ya te he hablado. Este tal ha sido uno de los grandes predicadores de la tolerancia, y, sin embargo, no se ha estremecido al enseñar esta máxima horrible: "El soberano puede arrojar del estado al que no cree en la Religión del país donde manda". "Si algún ciudadano, después de haber reconocido, públicamente esta Religión, se portase como si no la creyera, debe ser castigado con pena de la vida".
¿Qué te parece la tolerancia de este dichoso tolerante? Preciso es confesar que la Iglesia sabe algo más y obra bastante mejor, en punto a tolerancia, que los que la acusan de intolerante.
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