Por Mons. Richard Williamson
En cuanto a las autoridades eclesiásticas que están por debajo del “papa” para ayudarle a proteger esa Verdad, o son sus cómplices o le tienen tanto miedo, que las pocas voces discordantes no se atreven a sacar las necesarias conclusiones, principalmente porque idolatran el Vaticano II. Se puede criticar a Bergoglio, y disentir de él, pero no del Vaticano II.
Estos hombres de bien no quieren reconocer que el proceso revolucionario que permitió a una persona como Bergoglio ser obispo y cardenal y finalmente entrar en el cónclave y salir “papa”, se debió al Concilio, que para ellos es intocable. Uno se ve obligado a concluir que a ciertas personas les importa más la doctrina del papado que la salvación de las almas. Prefieren ser gobernados por un “papa” hereje y apóstata antes que reconocer que un hereje o apóstata no puede ser cabeza de la Iglesia a la que, como tal, no pertenece.
Ningún Doctor de la Iglesia ha contemplado el caso de un “papa” apóstata tal como Bergoglio. Tal enormidad sólo podría ocurrir en un contexto único y extraordinario como el de la persecución final predicha por el Profeta Daniel y descrita por San Pablo. Y este “poder engañoso” (II Tes. II, 11) es tan eficiente y bien organizado que muestra claramente una inteligencia luciferina en acción. Por eso el “problema Bergoglio” no puede resolverse de ninguna manera ordinaria: ninguna sociedad puede sobrevivir a la corrupción total de la autoridad que la gobierna, y la Iglesia no es diferente.
Tampoco es este “poder engañoso” simplemente la cuestión de un “papa” que se adhiere a una herejía específica (lo que, por otra parte, Bergoglio ha hecho repetidamente). Estamos ante un personaje enviado al cónclave con órdenes de revolucionar la Iglesia desde lo alto de la Silla de Pedro. Es esta intención maliciosa de abusar de la autoridad y poder del papado, adquirido mediante engaño, lo que convierte a Bergoglio en un usurpador del Trono de Pedro.
Ningún Doctor de la Iglesia ha contemplado el caso de un “papa” apóstata tal como Bergoglio. Tal enormidad sólo podría ocurrir en un contexto único y extraordinario como el de la persecución final predicha por el Profeta Daniel y descrita por San Pablo. Y este “poder engañoso” (II Tes. II, 11) es tan eficiente y bien organizado que muestra claramente una inteligencia luciferina en acción. Por eso el “problema Bergoglio” no puede resolverse de ninguna manera ordinaria: ninguna sociedad puede sobrevivir a la corrupción total de la autoridad que la gobierna, y la Iglesia no es diferente.
Tampoco es este “poder engañoso” simplemente la cuestión de un “papa” que se adhiere a una herejía específica (lo que, por otra parte, Bergoglio ha hecho repetidamente). Estamos ante un personaje enviado al cónclave con órdenes de revolucionar la Iglesia desde lo alto de la Silla de Pedro. Es esta intención maliciosa de abusar de la autoridad y poder del papado, adquirido mediante engaño, lo que convierte a Bergoglio en un usurpador del Trono de Pedro.
Tampoco podemos comportarnos como si estuviéramos resolviendo una cuestión de Derecho Canónico: el Señor está siendo ultrajado, la Iglesia está siendo humillada, y las almas están perdiéndose porque quien se sienta en el Trono de Pedro es un usurpador.
El comportamiento invariable de Bergoglio -antes, durante y después de “su elección”- es prueba suficiente de su iniquidad inherente. ¿Podemos, por lo tanto, estar moralmente seguros de que es un falso profeta? Sí. ¿Estamos por lo tanto, autorizados en conciencia a revocar nuestra obediencia a quien, presentándose como “papa”, actúa como el jabalí bíblico en la Viña del Señor? Sí.
Sin embargo, no podemos hacer ninguna declaración oficial de que Bergoglio no es “papa” porque no tenemos autoridad para hacerlo. Este terrible callejón sin salida en el que nos encontramos hace que cualquier solución meramente humana sea imposible. Nuestra tarea no debe ser lidiar con abstractas especulaciones canonistas, sino resistir con todas nuestras fuerza -y con la ayuda de la gracia de Dios- a la acción explícitamente destructiva del jesuita argentino, rechazando con valentía y determinación cualquier colaboración, aunque sea indirecta, con él o con sus cómplices.
No nos engañemos: quienes persistan en leer la situación actual con ojos meramente humanos no sólo se exponen a sí mismos, sino a toda la humanidad, a que esta situación continúe y se agrave, porque nuestra batalla “no es contra criaturas de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!” (Ef. VI, 12).
Kyrie eleison
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