viernes, 26 de enero de 2024

PERDER LA VERGÜENZA




Lo único que puede juzgar uno externamente es de si alguien, sin entrar en la cosa de sus creencias más internas, lo que ha perdido ha sido la vergüenza, y eso sí es un dato objetivo.

Por el padre Jorge González Guadalix



Lo de tener o no tener fe es cosa íntima de cada uno que solo Dios sabe. Lo recordamos en el canon romano: “Acuérdate, Señor, de tus hijos … y y de todos los aquí reunidos, cuya fe y entrega bien conoces”. Dios, que no nosotros.

Demasiadas veces oigo decir de alguien que si este ha perdido la fe, que si el P. Fulánez no cree en nada, el obispo Merengánez más de lo mismo, los catequistas de santa Veneranda vaya usted a saber en qué leches creen y así hasta casi el infinito.

Una barbaridad, porque la fe y la entrega de cada uno solo las conoce Dios, y porque de lo que hay en el corazón del hombre, de su intimidad más íntima, no juzga ni la Iglesia. Por lo tanto, decir si Fulano tiene fe o ha dejado de tenerla es, cuando menos, muy arriesgado. Lo único que puede juzgar uno externamente es de si alguien, sin entrar en la cosa de sus creencias más internas, lo que ha perdido ha sido la vergüenza, y eso sí es un dato objetivo.

Si alguien, sea catequista, laico común, presbítero, religiosa semi contemplativa, misionero de lo social, obispo en ejercicio, fraile mostén o papa de Roma, tiene dudas de fe o no acaba de entender con claridad algunos dogmas, si vacila ante verdades supuestamente inmutables o cae víctima de sus debilidades, tiene un problema, él, que deberá solucionar con su director espiritual y llevarlo adelante con la necesaria dignidad.

Y si se diera el caso de tirar la toalla, todavía le quedan dos soluciones. Una, abandonar el ministerio, la actividad pastoral o la misma Iglesia, y otra que es continuar en su tarea como si de verdad creyera. Y esto no es hipocresía. Es fidelidad al ministerio recibido y la honradez de seguir ejerciendo su oficio según el compromiso adquirido en su momento. Y aquí vuelve lo de no juzgar el interior, que también hace referencia a si uno ejerce con hipocresía o sin ella y hasta qué punto, porque a lo mejor no se ha perdido del todo la fe, sino que se ha ido debilitando o que se pasa por un mal momento.

Lo que no es admisible bajo ningún concepto es perder la vergüenza, que eso sí que es algo que se puede comprobar objetivamente, y por ahí sí que no.

Perder la vergüenza es seguir ejerciendo de cura, obispo, catequista haciendo lo que se quiere, predicando lo que dé la gana y celebrando de aquella manera. Eso no es admisible.

Yo no sé si el sacerdote que celebra cree en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, reconoce la necesidad de celebrar como exige el misal, acepta en credo en su totalidad o tiene claro a quién puede admitir a la comunión eucarística. Me da igual. Lo que le exijo es que, crea o no, que es su problema, y lo solucione como le convenga, celebre misa COMO SI CREYERA, proclame el credo COMO SI CREYERA, distribuya la comunión COMO SI CREYERA y predique las verdades COMO SI CREYERA. Porque de lo contrario estaríamos entrando en un problema no de fe, sino de falta de vergüenza, y tener que aguantar a un sinvergüenza y encima echar dinero al cestillo no es admisible.

Me da mucha pena encontrarme con un sacerdote que ha dejado debilitarse o perder la fe. Me da rabia, y mucha, que se convierta en un sinvergüenza que, porque ha perdido la idea de muchas cosas, predique que qué más da y celebre como sea porque es igual. Esto me parece inadmisible, porque supone ir dejando perder a los fieles.

Y dicho esto, hoy en lugar de una avemaría, dos. Una, como siempre, por este portal y por las parroquias encomendadas a un servidor. Otra, especialmente por los sacerdotes, para que no perdamos la fe, y en caso de vivir dificultades, que el Señor no nos permita perder la vergüenza.


De profesión, cura


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