viernes, 19 de enero de 2024

¡VIVAN LAS CADENAS!

Soy un reaccionario irredento. Y no quiero nada sin Dios ni, mucho menos, contra Dios. Como ven, soy un integrista sin remedio.

Por Pedro Luis Llera


Por si alguien no lo sabía todavía, que sepan que hoy soy más reaccionario que ayer y probablemente menos que mañana. Sí. Soy reaccionario, contrarrevolucionario, antiliberal, carca… Iba a decir que antidemócrata, pero no sería preciso, así sin una explicación previa. A mí me vale cualquier forma de gobierno – monarquía, aristocracia, democracia – con una sola condición: que se reconozca la soberanía de Cristo Rey y se respete la ley moral universal y eterna como fuente y límite a cualquier legislación y como ley fundamental de la Patria. De tal modo, que ningún parlamento, ninguna mayoría, pueda legislar contra la ley de Dios: ni aborto, ni eutanasia, ni divorcio, ni matrimonio gay, ni educación inmoral, ni desfiles de orgullo ni leches. Ya se lo había dicho: soy un reaccionario irredento. Y no quiero nada sin Dios ni, mucho menos, contra Dios. Como ven, efectivamente, soy un integrista sin remedio.

El único Soberano es Dios. Los hombres, los pueblos o las naciones no son soberanos, no son dueños de sí mismos ni señores de sí mismos. El único Señor es Jesucristo: Él es el único Rey del Universo. Él nos da la vida y Él nos llama a su presencia, según su voluntad. Cristo es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. Por lo tanto, el poder debe ser justo, no despótico, sino paterno, porque el poder justísimo que Dios tiene sobre los hombres está unido a su bondad de Padre. Pero, además, el poder ha de ejercitarse en provecho de los ciudadanos, porque la única razón legitimadora del poder es precisamente asegurar el bienestar público. No se puede permitir en modo alguno que la autoridad civil sirva al interés de uno o de pocos, porque está constituida para el bien común de la totalidad social. Si las autoridades degeneran en un gobierno injusto, si incurren en abusos de poder o en el pecado de soberbia y si no miran por los intereses del pueblo, sepan que deberán dar estrecha cuenta a Dios.

El hombre es libre para servir y amar a Dios, que nos ha amado primero. Pero si el hombre hace un mal uso de su libre albedrío y se rebela contra Dios, pasa a formar parte del ejército de Lucifer y se convierte en su esclavo, en un demonio desalmado más.

Hemos sido creados por Dios y nuestro fin es Dios. Hemos sido creados para el cielo. Dios nos ha creado para vivir en caridad y en gracia de Dios. Esto significa que hemos sido creados por amor y para amar: para amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento, con todas las fuerzas y con toda el alma; y para amar al prójimo por Dios.

Vivir en caridad y en gracia de Dios, cumplir la voluntad de Dios, implica vivir unidos a Cristo gracias a los Sacramentos. Significa confesar los pecados (porque todos somos pecadores) y unirse a Cristo en la comunión. Porque nosotros solos y con nuestras fuerzas no podemos salvarnos a nosotros mismos. Para salir del pecado necesitamos a Dios. Nuestro Salvador es Jesucristo. Es Él quien nos limpia del pecado y quien nos da el Pan de Vida como alimento para nuestro peregrinar hacia el cielo. La Hostia es Cristo. Cristo es la Hostia. Él es el Amor de los Amores.

Nosotros no estamos llamados a salvar el mundo, como si fuéramos Superman. El único que salva al mundo es Cristo. Nosotros estamos llamados a cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida y así, salvar nuestra alma.

Salvar almas: esa es la misión de la Iglesia. No salvar el Planeta ni combatir el cambio climático. La misión es salvar almas, llevar almas al cielo, llevar almas a Cristo. Si todos viviéramos en gracia de Dios, el mundo sería muy diferente: no habría malos tratos ni violaciones ni divorcios ni agresiones de ningún tipo ni guerras ni abortos ni eutanasias ni corrupción ni robos ni asesinatos ni envidias ni egoísmos ni pobreza… Al mundo no lo van a salvar los políticos: al mundo lo salva solo Cristo. En la medida en que cada uno de nosotros vivamos en gracia de Dios, en esa medida el mundo será mejor. En la medida en que os alejéis de Cristo, el pecado se extenderá como la noche y el mundo se volverá inhumano y pestilente.

Si la Ley de la Caridad se cumpliera… Si Cristo reinara en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestros pueblos y en nuestra patria… Si nos quisiéramos, si nos amáramos, si nos preocupáramos los unos por los otros. Y esto no es una utopía. Esto es posible. ¡Qué paz cuando nos confesamos! ¡Qué gloria cuando comulgamos en gracia!

Amar a Dios y amar al prójimo consiste en cumplir sus Mandamientos con la ayuda de la gracia.

Pero el Enemigo no descansa. Y el trigo y la cizaña crecen juntos hasta el momento de la siega. La vida es un combate. Y Cristo es motivo de discordias. “Porque desde ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos; tres contra dos y dos contra tres. Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra”.

Hay dos bandos – dos ciudades – la ciudad de Dios y la ciudad del hombre.
Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria; ésta dice a su Dios: Gloria mía, tú mantienes alta mi cabeza (Salmo 3,4). La primera está dominada por la ambición de dominio en sus príncipes o en las naciones que somete; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad los superiores mandando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en los potentados; ésta le dice a su Dios: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Salmo 17,2).

Por eso, los sabios de aquélla, viviendo según el hombre, han buscado los bienes de su cuerpo o de su espíritu o los de ambos; y pudiendo conocer a Dios, no le honraron ni le dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus pensamientos, y su necio corazón se oscureció. Pretendiendo ser sabios, exaltándose en su sabiduría por la soberbia que los dominaba, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles (pues llevaron a los pueblos a adorar a semejantes simulacros, o se fueron tras ellos), venerando y dando culto a la criatura en vez de al Creador, que es bendito por siempre (Carta a los Romanos 1,21-25).

En la segunda, en cambio, no hay otra sabiduría en el hombre que una vida religiosa, con la que se honra justamente al verdadero Dios, esperando como premio en la sociedad de los santos, hombres y ángeles, que Dios sea todo en todas las cosas (Primera Carta a los Corintios 15,28) (De Civitate Dei XIV,28).
La soberbia de Lucifer y sus esclavos frente a la humildad de María y la libertad de los hijos de Dios.

El gran problema es el concepto de libertad. Los hijos de Lucifer, del “non serviam” (del “no obedeceré a Dios”); frente a los hijos de Dios, a los hijos de María: “hágase en mí según tu palabra”, “hágase Tu Voluntad y no la mía”. Los “finesensímismos” y los que tienen como único principio y único fin a Dios.
“Ahora yo digo que el hombre y, en general, todo ser racional, existe como fin en sí mismo y no sólo como medio para cualesquiera usos de esta o aquella voluntad y debe ser considerado siempre al mismo tiempo como fin de todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo sino las dirigidas también a los demás seres”. Nietzsche.
Los sindiós no reconocen la soberanía de Dios. Ellos se autolegislan, se autodeterminan y quieren hacer su voluntad sin restricciones, sin obedecer los mandamientos de la ley de Dios. Dicen que cada uno tiene su moral, una moral privada y que no hay una moral universal, igual para todos. La persona es autónoma y su fin no es Dios, sino la propia persona, sin someterse a la voluntad de nadie: ni siquiera de Dios.

Los ateos ponen su voluntad por encima de la voluntad de Dios. Y los neocones, que dicen creer en Dios, lo hacen porque ellos quieren, porque ellos lo han decidido después de comparar con otras religiones o con cualquier otra alternativa. Los católicos liberales aplican la Ley del Deseo a la propia fe. Y así, fundamentan su fe, no en la autoridad de Dios, infinitamente veraz e infalible, que se ha dignado revelarnos el camino único que nos ha de conducir a la bienaventuranza sobrenatural, sino en la libre apreciación de su juicio individual que le dicta al hombre ser mejor esta creencia que otra cualquiera. Juzgan su inteligencia libre de creer o de no creer y juzgan asimismo libre la de todos los demás. En la incredulidad, pues, no ven un vicio, enfermedad o ceguera voluntaria del entendimiento o del corazón, sino un acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño en eso de creer, como en no admitir creencia alguna.

Los hijos de Satanás niegan que Dios sea la sabiduría suma y que tenga el poder de dictar leyes. Se niegan a reconocer la santidad de Dios y a adorarlo como Él merece. Niegan que Dios sea el Creador y que tenga derecho a exigir obediencia de Sus criaturas. Niegan la bondad suprema de Dios y no reconocen que todo lo bueno proviene de Él y que no puede haber otra fuente de bondad.

Los hijos de Dios, en cambio, conquistan su libertad obedeciendo a Dios. Él es el origen de nuestra libertad y, cuanto más dependemos de Dios, más libres somos.

Obediencia y humildad frente a la soberbia de la rebelión luciferina. Mi voluntad por encima de la Voluntad de Dios o la Voluntad de Dios frente a mis propios deseos. Cumplir los mandamientos con humildad o rebelarse contra Dios con la altanería satánica.

En resumen:
1. Dios es más grande, más sabio y mejor que yo; y sus mandamientos son infinitamente justos, eternos y universales. Dios es causa primera. Nosotros somos contingentes y causas segundas. Nuestra vida está en todo momento en las manos de Dios.

2. Soy más libre cuanto más obedezco a Dios; y seré más esclavo cuanto más pecador y más impenitente. Somos libres para la caridad, para el amor a Dios y al prójimo. No somos libres para pecar, para hacer el mal, para rebelarnos contra Dios. La verdadera libertad va unidad a la caridad. Sin caridad, la libertad se convierte en licencia para el mal, en libertinaje.

3. Humildad: no soy mejor que nadie. Todo lo bueno se lo debo a Dios. A Él la gloria. La humildad es necesaria para que el hombre mantenga viva su conciencia de que es una simple criatura. Porque, si perdemos esa conciencia de que somos criaturas creadas por Dios, la soberbia nos conduce a considerarnos a nosotros mismo como “creadores”, “causas primeras”, seres autónomos y dueños absolutos del mundo, negando radicalmente nuestra esencial dimensión religiosa; es decir, de dependencia respecto a nuestro Creador.

4. Caridad: hay que amar mucho a todos. Y para ello, Cristo debe cambiar mi corazón de piedra para convertirlo en un corazón semejante al suyo. Pero hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Dios. Ama mucho, hasta que duela, hasta que te vuelvas loco de amor por Dios y por tus hermanos.

5. El Sacramento de la Caridad es la Santa Misa. Si no existiera la Misa, el mundo ya se habría hundido en el abismo por el peso de su propia iniquidad (decía San Pío de Pieltrecina). La Misa nos acerca al cielo, nos une a Cristo y nos santifica, no por nuestros méritos, sino por los de Cristo, que se sacrifica de manera incruenta en la Santa Misa para la remisión de nuestros pecados y de los pecados del mundo entero.

6. Para vivir según la caridad, tenemos que acudir a los sacramentos: a la confesión o al bautismo, lo primero; a la comunión sacramental, después. La gracia de Dios, la capacidad para amar como Dios quiere que amemos, la recibimos a través de los sacramentos.

7. La Hostia Consagrada es realmente Cristo. “El que Es” es la Hostia: el amor de los amores. Sin Cristo no podemos salvar el mundo ni salvarnos a nosotros mismos. Sin Dios no podemos hacer nada: ni siquiera vivir. Todo depende de la voluntad de Dios.

8. Hay que adorar a Dios en el Santísimo Sacramento.

9. Tenemos que rezar el rosario cada día. Así, el Señor purificará nuestro corazón y limpiará nuestra mirada.

10. La solución para cambiar en mundo es Cristo. La solución para España es Cristo. Cristo es el único redentor, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y de cada uno de nosotros. Las ideologías y los partidos son pseudorreligiones que prometen falsos paraísos. Son falsos mesianismos, anticristos, enemigos de Dios y de los hombres, verdaderas estructuras de pecado. Los partidos dividen y enfrentan. Dios es comunión, caridad y bien. Cristo ama a todos y quiere la salvación de todos. Pero no todos se salvan.
¡Vivan las cadenas que me atan a Cristo!


RECORDATORIO

No se puede cambiar el depósito de la fe. No se puede bendecir el pecado. No se puede comulgar en pecado mortal. Y quien pretenda cambiar la doctrina y el Evangelio para contentar al mundo, sea anatema.


Santiago de Gobiendes


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