En el curso de los años 1885- 1886 el R.P. Emmanuel André escribió una serie de artículos para el boletín parroquial de la Parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza en Mesnil- Saint- Loup, Francia, de la cual era párroco. Estos artículos son una explicación muy interesante sobre el futuro de la Iglesia en los últimos tiempos y el desenvolvimiento de las profecías bíblicas. Este texto forma parte de toda una obra que el P. Emmanuel había dedicado a la Historia de la Iglesia, siendo ésta la parte postrera.
Su incomparable estilo hace honor al título, ya que sumerge al lector dentro de los acontecimientos narrados. Si en tiempos del Padre Emmanuel se sentían latentes las señales del fin con mucha más razón, pues, en nuestros días se ha de ver en los acontecimientos actuales el estado propicio para el cumplimiento de las profecías bíblicas y para el Advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo: Usurpación de la Cátedra de San Pedro por herejes, infiltración judeomasónica en la Iglesia, apostasía de las naciones, Nuevo Orden Mundial anticristiano, falsas pandemias, ingeniería social anticristiana, leyes perversas, colectivizadoras y coercitivas en pro de la perversión sodomítica, de la manipulación de los hijos por el Estado, del asesinato de los niños en el vientre de sus madres pagados por los bolsillos de todos, y un largo etc.
La situación está más que dispuesta para que venga aquél hombre de iniquidad (II Tes. 2, 3) que tiranizará al mundo con su yugo insufrible, en contra del yugo suave y carga ligera (S. Mt. 11,30) que el mundo rechazó por la apostasía predicha por el Divino Redentor (S. Lc. 18, 8).
Este texto fue rescatado y reimpreso por la FSSPX en Francia en el año 1985 y tiene un prefacio del Arzobispo Lefebvre que ponemos tal cual al principio del texto.
Prefacio de Monseñor Marcel Lefebvre
Las páginas que siguen, escritas por el Reverendo Padre Emmanuel, Prior del Monasterio de Mesnil-Saint-Loup, tienen cien años. Las escribió en un boletín entre 1883 y 1885. Se publican en un volumen en 1985.
El Reverendo Padre Emmanuel es teólogo, pero su doctrina se orienta hacia la vida espiritual. Su alma arde en el deseo de comunicar la verdad a las almas, de llevarlas hacia Dios, de santificarlas a la manera de San Benito, que quería hacer de sus monjes buenos cristianos, es decir, discípulos de Nuestro Señor Jesucristo.
La lectura de estas páginas sobre la Iglesia, entusiasma, se siente en ellas el soplo del Espíritu Santo. Algunas, hasta son proféticas, cuando describe la Pasión de la Iglesia. Ese año, 1884, es también el año en el que León XIII redacta su exorcismo por la intercesión de San Miguel Arcángel, que anuncia la iniquidad en la sede de Pedro.
Algunos años antes el Papa Pío IX hacía publicar las Actas de la secta masónica de la Alta Vendita, que son verdaderas profecías diabólicas para nuestro tiempo.
El Reverendo Padre, de precisiones sorprendentes sobre el indiferentismo religioso, que corresponde exactamente a la herejía ecuménica de nuestros días. ¡Qué habría dicho de haber vivido en nuestra época! Por sus escritos nos anima a permanecer firmes en le fe de la Iglesia y a rehusar los compromisos que menoscaban su liturgia, su doctrina y su moral. El ejemplo de su apostolado litúrgico en la Parroquia de Nuestra Señora de la Santa Esperanza de Mesnil-Saint-Loup queda como testimonio de su celo y santidad.
Ojalá que estas páginas tengan gran difusión por la intercesión de Nuestra Señora de la Santa Esperanza. Que Ella se digne bendecir a los lectores y a los editores.
Marcel Lefebvre
I. UNAS PALABRAS AL LECTOR
Hemos considerado a la Iglesia en el pasado y en el presente; nos falta contemplarla en el futuro.
Dios ha querido que los destinos de la Iglesia de su Hijo único fuesen trazados de antemano en las Escrituras, como lo habían sido los de su Hijo mismo; por eso, en ellas buscaremos los documentos de nuestro trabajo.
La Iglesia, como debe ser semejante en todo a Nuestro Señor, sufrirá, antes del fin del mundo, una prueba suprema que será una verdadera Pasión. Los detalles de esta Pasión, en la cual la Iglesia manifestará toda la inmensidad de su amor por su divino Esposo, son los que se encuentran consignados en los escritos inspirados del Antiguo Testamento y del Nuevo. Los haremos pasar ante los ojos de nuestros lectores.
No tenemos intención de espantar a nadie, al abordar semejante tema. Diríamos más: nos parece desgranar, juntamente con las grandes enseñanzas, grandes consuelos.
II
Ciertamente es un espectáculo triste ver cómo la humanidad, seducida y enloquecida por el espíritu del mal, trata de ahogar y de aniquilar a la Iglesia, su madre y su tutora divinas.
Pero de este espectáculo sale una luz que nos muestra toda la historia en su verdadera luz.
El hombre se agita sobre la tierra; pero es conducido por fuerzas que no son de la tierra.
En la superficie de la historia, el ojo capta trastornos de imperios, civilizaciones que se hacen y que se deshacen. Por debajo, la fe nos hace seguir el gran antagonismo entre Satán y Nuestro Señor; ella nos hace asistir a las astucias y a las violencias de que se vale el Espíritu inmundo, para entrar en la casa de la que Jesucristo lo expulsó. Al fin volverá a entrar en ella, y querrá eliminar de ella a Nuestro Señor. Entonces se rasgarán los velos, lo sobrenatural se manifestará por todas partes; no habrá ya política propiamente dicha, sino que se desarrollará un drama exclusivamente religioso, que abarcará a todo el universo.
Podemos preguntarnos por qué los escritores sagrados han descrito tan minuciosamente las peripecias de este drama, cuando sólo ocupará algunos pocos años. Es que será la conclusión de toda la historia de la Iglesia y del género humano; es que hará resaltar, con un brillo supremo, el carácter divino de la Iglesia.
Por otra parte, todas estas profecías tienen el fin incontestable de fortalecer el alma de los fieles creyentes en los días de la gran prueba. Todas las sacudidas, todos los miedos, todas las seducciones que entonces los asaltarán, puesto que han sido predichos con tanta exactitud, formarán entonces otros tantos argumentos en favor de la fe combatida y proscrita. La fe se afianzará en ellos, precisamente por medio de lo que debería destruirla.
Pero nosotros mismos tenemos que sacar abundantes frutos de la consideración de estos acontecimientos extraños y temibles. Después de haber hablado de ellos, Nuestro Señor dijo a sus discípulos: “Velad, pues, orando en todo tiempo, a fin de merecer el evitar todos estos males venideros, y manteneros en pie ante el Hijo del hombre” (Lc. 21 36).
Así, pues, el anuncio de estos acontecimientos es un solemne aviso al mundo: “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt. 26 41).
No sabéis cuándo sucederán estas cosas: velad y orad, para que no os tomen por sorpresa.
Sabéis que desde ahora la seducción opera en las almas, que el misterio de iniquidad realiza su obra, que la fe es reputada como un oprobio (San Gregorio); velad y orad, para conservar la fe.
Llegó la hora de la noche, la hora del poder de las tinieblas: velad para que vuestra lámpara no se apague, orad para que el torpor y el sueño no os venzan.
Más bien levantad vuestras cabezas al cielo; porque la hora de la redención se acerca, porque las primeras luces del alba clarean ya las tinieblas de la noche (Lc. 21 28).
III
Después de haber hablado de las enseñanzas, digamos algunas palabras de los consuelos.
Jamás se habrá visto al mal tan desencadenado; y al mismo tiempo más contenido en la mano de Dios.
La Iglesia, como Nuestro Señor, será entregada sin defensa a los verdugos que la crucificarán en todos sus miembros; pero no se les permitirá romperle los huesos, que son los elegidos, como tampoco se les permitió romper los del Cordero Pascual extendido sobre la cruz.
La prueba será limitada, abreviada, por causa de los elegidos; y los elegidos se salvarán; y los elegidos serán todos los verdaderos humildes.
Finalmente, la prueba concluirá por un triunfo inaudito de la Iglesia, comparable a una resurrección.
En esos tiempos, e incluso en los preludios de la crisis suprema, la Iglesia verá cómo se convierten los restos de las naciones. Pero su consuelo más vivo será el retorno de los Judíos.
Los Judíos se convertirán, ya antes, ya durante el triunfo de la Iglesia; y San Pablo, que anuncia este gran acontecimiento, no puede aguantarse de alegría al contemplar sus consecuencias.
Como se ve, podemos aplicar aquí a la Iglesia la palabra de los Salmos: “Según la multitud de las aflicciones que han llenado mi corazón, vuestras consolaciones, Señor, han alegrado mi alma” (Sal. 93 18).
Continúa...
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