III
NO SOLO DE PAN...
1. Vida del espíritu: la palabra.- ¡No! Sólo el pan, -la mera satisfacción de las necesidades materiales-, no basta para la vida del hombre. Esta es compleja, como lo es la naturaleza humana. El alma tiene también imperiosos derechos. Una vez saciadas las necesidades materiales, sentimos que en nosotros persisten otros deseos de orden más elevado, que no se contentan con tener llena la despensa, ni con los goces del sentido.
Lo que necesitamos no se ve, ni se palpa; pero nos damos perfecta cuenta de que lo que anhelamos nos es necesario para animar nuestra alma, confortarla y darle vida: Es el pensamiento, el afecto, la palabra, -la palabra sobre todo-, vehículo e intérprete del pensamiento y del amor.
Soberanamente respondió Jesús al tentador: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4, 4). Sin esta divina sentencia, podría el hombre hartarse de pan, pero su vida, la del espíritu, llevaría una existencia atrofiada y triste. La energía del alma no proviene del alimento corporal, sino de la palabra espiritual, de la palabra que tiene en sí la virtud de confortar el alma, en sus más nobles manifestaciones: el raciocinio y el amor.
2. Vida del cuerpo: el pan. - Parece haber caído en el olvido la sublime palabra del Maestro, la única que abarca por completo a todo el hombre, en su doble esfera de vitalidad. Parece que, especialmente en nuestro tiempo, se concede excepcional importancia a la palabra del tentador: “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Ibid., 3). “Pan es lo que queremos; ¡pan y trabajo! Es preciso que todo se convierta en pan”. Hacia ese ideal convergen todas las energías. Es la realidad. ¿Hubo acaso algún tiempo en el que se tratara de este asunto tanto como en el nuestro? ¿Cuándo, en la historia, se ha declamado, se ha gritado y se ha escrito más sobre el “pobre pueblo que no tiene pan”? ¿Cuándo se ha discutido con más calor la célebre cuestión de la vida material, del bienestar, del mejoramiento social de las clases pobres? Ni en el tiempo de la vieja República Romana. Nunca como hoy se ha alzado tan grande grito sobre la cuestión del pan, del alimento material. No es que no se deba tratar de esto. Es preciso; está de perfecto acuerdo con la voluntad de Dios. El hombre no puede prescindir del pan; pero no se ha de olvidar que existen además otras necesidades dignas de la mayor atención.
3. No solo de pan vive el hombre, sino también de la palabra.
a) Palabra humana. ¡Oh! También de la palabra; y palabras... ciertamente no han faltado. Se han prodigado mucho; más de lo necesario. Se ha hablado hasta la saciedad. Palabras hubo y hay, más que pan; pero de tanta palabrería no ha salido harina. La palabra no ha saciado el hambre del alma. ¿Por qué no? Porque es palabra humana solamente, y el hombre tiene sed de la palabra de Dios, palabra de verdad, de santidad, de Religión. Es la palabra sustanciosa, alimenticia, vivificadora, bien diferente de la palabra humana, comparable al viento, que empolva y reseca, más no alimenta.
b) Palabra divina. La palabra de Dios, sí que debe ser dada al hombre en todas las formas, de todos los modos asimilables. El hombre no se satisface solamente con la palabra de la ciencia, aunque la acate y la aprecie por cuanto es bella y prometedora; pero la conceptúa inferior a aquella otra palabra divina, que revela los misterios del origen, del fin, de la existencia de Dios, y de sus relaciones actuales y futuras con nosotros, que somos sus criaturas.
Es insuficiente la palabra que instruye, pero que no da calor. Insuficiente es la palabra incapaz de suscitar afectos durables y santos, llamas purificadoras y luminosas, que adornen y orienten la vida del mísero mortal. Los filántropos hablan bien y bellamente, pero no lo dicen todo. Demos al pueblo pan y bienestar; pero hemos de dárselo de manera noble y elevada. Démosle lo que la estéril palabra del hombre no puede dar: la palabra viva de Dios. “Pan y catecismo”, repiten hoy los que tienen verdadero amor al hombre, los que no lo quieren meramente cebado, como un animal cuyo destino termina con el último suspiro, sino elevado como ángel desterrado que se esfuerza por aceptar nuevamente con el camino de la patria eterna.
Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.
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