Por el padre Michael Müller CSSR
CAPÍTULO 18
Ejemplos relacionados con el Santo Sacrificio de la Misa
1. San Isidoro fue contratado por un rico granjero para cultivar su finca. Sin embargo, nunca empezaba a trabajar por la mañana antes de haber oído Misa. Fue acusado por algunos de sus compañeros de trabajo con su amo de permanecer demasiado tiempo en la iglesia y de llegar siempre demasiado tarde al trabajo. Su amo, para convencerse de la veracidad de la acusación, salió temprano por la mañana para ver si Isidoro llegaba a tiempo a la granja, pero cuán grande fue su asombro cuando vio a dos ángeles vestidos de blanco, arando con dos yuntas de bueyes, y a San Isidoro en medio de ellos. A partir de ese momento, Isidoro fue objeto de gran veneración por parte del rico granjero y de todos los que se enteraron del hecho.
2. El siguiente suceso me fue relatado por uno de nuestros Padres, en cuyo país natal tuvo lugar: En el año 1828 o 1829, un joven viajó por Suiza. Cuando llegó a Zurich, cayó gravemente enfermo. Siendo católico, suplicó al hostelero que mandara llamar a un sacerdote católico.
- Mandaré llamar a uno -le dijo.
Mientras tanto, acordó con otros dos huéspedes suyos fingir ser un cura con dos servidores. En consecuencia, se dirigió al joven y le confesó, tras lo cual recibió de él algo de dinero como pequeño regalo, con la petición de que dijera tres Santas Misas. Después de esta acción criminal, dejó al joven, fue con los otros compañeros a otra habitación, diciéndoles:
- Venid, vamos a decir las tres Misas -queriendo decir con ello que beberían tres botellas de vino.
Capítulo 12: Consideraciones sobre las virtudes que nos enseña Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar
Se sentaron a la mesa, y habiendo vaciado una botella, dijeron:
- He aquí, una Misa ya está dicha.
Habiendo vaciado la segunda botella, gritaron con gran risa:
- Ahora son dos Misas.
Pero Dios no tardó en vengarse. Apenas habían bebido la tercera botella de vino, los tres murieron repentinamente y se volvieron negros como el carbón. El pueblo se enteró de este terrible suceso. El magistrado civil intervino; cerraron la habitación, dejando en ella los tres cadáveres negros por espacio de 26 días, a fin de hacer un minucioso examen del caso. Este hecho es bien conocido en esa ciudad y en las provincias vecinas.
3. San Antonio, arzobispo de Florencia, cuenta que dos jóvenes salieron de caza un día de precepto. Sólo uno de ellos tuvo cuidado de oír Misa previamente. Poco después de haber partido, se desencadenó una espantosa tormenta, y un rayo mató instantáneamente al que no había oído Misa. Al otro joven le entró pánico, sobre todo porque había oído al mismo tiempo una voz que decía:
- Matadle también a él.
Poco después, se sintió animado por otra voz, que le dijo:
- No puedo golpearle, porque ha oído Misa esta mañana. (Ant. II, p. Theologiae ix., C. 10).
4. Leemos de santa Isabel, reina de Portugal, que dio órdenes a su limosnero para que nunca negase una limosna a un pobre; además, ella misma daba limosna con frecuencia y empleaba a varios de sus domésticos para que hiciesen lo mismo. Escogió especialmente para este caritativo oficio a uno de sus pajes, porque había notado en él una piedad más que habitual. Nunca dejaba de oír Misa todos los días. Sucedió que otro paje, por envidia, le acusó ante el Rey de demasiada familiaridad con la Reina. El Rey se enfureció; sin más examen, dio orden a cierta persona que tenía el cuidado de un horno, de arrojar en él al primero de sus pajes que fuera al lugar, y de comunicarle inmediatamente el resultado. Envió entonces al paje acusado al lugar donde estaba el horno. En su camino, el paje oyó la campana de Misa y esperó para asistir al Santo Sacrificio. Al no oír inmediatamente la noticia que esperaba de la persona empleada en el horno, el Rey envió al otro paje a ver qué había sucedido. El miserable acusador, siendo el primero en llegar, fue arrojado al horno y quemado vivo. El inocente paje apareció después, y al ser reprendido por el Rey por no haber obedecido prontamente su orden, dijo que se había detenido en su camino para oír Misa. El Rey empezó a sospechar que la acusación era falsa, buscó mejor información y descubrió la inocencia del devoto paje. (Chron. S. Fr., P. 2, Lib. 8, C. 28).
5. Tres mercaderes se disponían a viajar juntos desde la ciudad de Gubbio. Uno de ellos quiso oír Misa antes de partir, pero los otros se negaron a esperarle y partieron solos. Pero cuando llegaron al río Corfuone, que había crecido mucho a causa de la lluvia caída durante la noche, el puente cedió y se ahogaron. El tercero, que había detenido para oír Misa, encontró a los dos compañeros muertos en la orilla del río y agradeció la gracia que había recibido por haber asistido a Misa.
6. San Anselmo, arzobispo de Canterbury, cuando, a causa de su vejez, ya no podía decir Misa, se hacía llevar diariamente al oratorio para oír Misa. (Vida de Ediner).
7. En las Crónicas de España, se cuenta de Pascual Vivas, célebre general, que mientras estaba oyendo Misa en la iglesia de San Martín, se le vio al mismo tiempo luchando en la batalla contra el rey de Corduba y obteniendo una victoria espléndida sobre los enemigos, aunque no estaba presente en persona cuando tuvo lugar el combate, su ángel de la guarda asumió su forma y luchó en su lugar.
8. San Basilio no terminaba la Misa a menos que fuera favorecido por una visión celestial. Una vez este favor le fue negado a causa de una mirada lasciva de su asistente. El Santo entonces lo envió lejos, con lo cual la visión regresó y él terminó el Santo Sacrificio.
9. Paschasius cuenta que cuando San Plegil decía Misa, este santo sacerdote veía a Jesucristo en la Hostia Consagrada bajo la forma de un hermoso Niño que extendía sus brazos como para abrazarlo.
10. Una vez, en Pascua, el Papa Gregorio I celebró Misa en la iglesia de Santa María la Mayor, y después de haber dicho las palabras, Pax Domini sit semper vobiscum [La paz del Señor esté siempre con vosotros], un Ángel del Señor respondió en alta voz, Et cum spiritu tuo [Y con tu espíritu]. Por eso, cuando el Papa celebra Misa ese día en la iglesia y dice: Pax Domini sit semper vobiscum, no se responde. (Vida de Juan Diácono)
11. Leemos en la vida de San Osvaldo, Obispo, que un Ángel le asistía en la Misa y hacía todas las respuestas necesarias.
Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars
12. “Hijos míos -dijo un día el Cura de Ars- os acordáis de la historia que os conté de aquel santo sacerdote que rezaba por su amigo. Dios le había hecho saber, según parece, que este amigo estaba en el Purgatorio; le vino a la mente que no podía hacer nada mejor que ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa por su Alma. Cuando llegó al momento de la Consagración, tomó la Sagrada Hostia en sus manos y dijo: 'Oh, Padre Santo y Eterno, hagamos un intercambio. Tú tienes el Alma de mi amigo que está en el Purgatorio, y yo tengo el Cuerpo de Tu Hijo que está en mis manos; pues bien, libera Tú a mi amigo, y yo te ofrezco a Tu Hijo con todos los méritos de su muerte y pasión'. De hecho, en el momento de la Elevación, vio el Alma de su amigo elevándose al Cielo, toda radiante de gloria. Pues bien, hijos míos, cuando queramos obtener algo del buen Dios, hagamos lo mismo. Después de la Consagración, ofrezcámosle a su Hijo bien amado, con todos los méritos de su muerte y de su pasión. Él no podrá negarnos nada”.
En el momento en que la madre de San Alexis reconoció a su propio hijo en el cuerpo sin vida del mendigo que había vivido 30 años bajo la escalera de su palacio, exclamó: “¡Oh hijo mío! ¿Por qué te he conocido tan tarde?”. Así el Alma, al dejar esta vida, verá a Aquel a Quien poseyó en la Sagrada Eucaristía, y a la vista de los consuelos, de la belleza y de las riquezas que no supo reconocer, exclamará también: “¡Oh Jesús! ¡Oh Dios mío! Por qué Te he conocido tan tarde!”.
13. Durante el reinado del emperador Galerio, 30 hombres y 17 mujeres fueron arrestados en la ciudad de Abitinia, en África, por haber oído Misa, contraviniendo las órdenes del emperador. Mientras se dirigían a Cartago, no cesaban de cantar himnos de alabanza en honor de Dios. Cuando llegaron a Cartago, donde iban a ser juzgados ante el Emperador, un oficial de la guardia dijo: “He aquí, oh Emperador, a estos impíos cristianos, a quienes hemos arrestado en Aluta por haber oído Misa, en contra de las órdenes de vuestra Majestad”.
Inmediatamente, el Emperador mandó despojar a uno de ellos de sus ropas, colocarlo en el potro y despedazar sus carnes. Mientras tanto, uno de los cristianos, Telica de nombre, gritó en voz alta: “¿Por qué, oh tirano, sólo pones a uno de nosotros en el potro, mientras que todos somos cristianos y todos hemos oído Misa al mismo tiempo?”. Inmediatamente el juez trató a éste tan cruelmente como al otro, diciendo:
- ¿Quién fue el autor de vuestra reunión?.
- Saturnino, el sacerdote -respondieron los cristianos- y nosotros todos juntos; pero tú, oh impío miserable, actúas muy injustamente con nosotros. No somos asesinos ni ladrones, ni hemos hecho ningún daño.
El juez dijo:
- Deberías haber obedecido las órdenes y haberte mantenido alejado de tu falso culto.
Telica replicó:
- Obedezco las órdenes del Dios verdadero, por lo que estoy dispuesto a morir.
Entonces, por orden del emperador, Telica fue sacado del potro y arrojado a la cárcel.
Después de esto, salió el hermano de Santa Victoria acusando a Datioro por haber llevado a su hermana Victoria a Misa. Pero la Santa replicó:
- No por permiso de hombre, sino por mi voluntad fui a oír Misa. Soy cristiana, y como tal estoy obligada a obedecer las leyes de Cristo.
Su hermano replicó:
- Estás loca y hablas como una loca.
Ella respondió:
- No estoy loca, soy cristiana.
El Emperador le preguntó:
- ¿Deseas volver a casa con tu hermano?
Ella respondió:
- No, no lo haré; tomo a aquellos por mis hermanos y hermanas, que son cristianos como yo y sufren por Jesucristo.
El Emperador le dijo:
- Salva tu vida y sigue a tu hermano.
Ella respondió:
- No dejaré a mis hermanos y hermanas, pues te confieso que oí Misa con ellos y recibí la Sagrada Comunión.
El juez intentó entonces por todos los medios hacerla apostatar, pues era muy hermosa e hija de una de las familias más nobles de la ciudad. Cuando sus padres quisieron obligarla a casarse, saltó por la ventana y se cortó el pelo. Entonces el juez se dirigió al sacerdote Saturnino, diciéndole:
- ¿Has convocado tú, contraviniendo nuestras órdenes, a estos cristianos a una reunión?
El sacerdote respondió:
- Los convoqué en obediencia a la ley de Dios para que se reunieran para Su servicio.
El emperador preguntó entonces:
- ¿Por qué has hecho esto?
Saturnino respondió:
- Porque se nos prohíbe ausentarnos de la Misa.
- ¿Eres tú, entonces, el autor de esta reunión? - preguntó el Emperador.
- Lo soy - respondió el sacerdote - y yo mismo he dicho la Misa.
Ante esto, el sacerdote fue llevado y puesto en el potro, y su carne desgarrada por afiladas puntas de hierro, tanto que se le veían las entrañas; finalmente, fue arrojado a la cárcel.
Después de esto San Emericus fue juzgado.
- ¿Quién eres tú? - le preguntaron.
- Yo soy el autor de esta reunión - respondió - pues la Misa se celebró en mi casa. "
- ¿Por qué - dijo el Emperador - les permitiste, en contra de nuestras órdenes, entrar en tu casa?
- Porque son mis hermanos - dijo Emericus - y no podemos prescindir de la Misa.
Entonces su carne también fue destrozada, después de lo cual fue llevado a prisión junto a los otros Mártires.
El juez dijo entonces a los demás cristianos:
- Habéis visto cómo han sido tratados vuestros compañeros; espero que tengáis piedad de vosotros mismos y salvéis la vida.
- Todos somos cristianos - gritaron a una voz - y cumpliremos la ley de Cristo, estando dispuestos a derramar nuestra sangre por ella.
Entonces el inicuo juez dijo a uno de ellos, llamado Félix:
- No te pregunto si eres cristiano, sino si estuviste presente en esta reunión y oíste Misa.
- Qué pregunta más tonta es ésa - respondió Félix - como si los cristianos pudieran prescindir de la Misa... Diablo encarnado, te digo que fuimos muy devotos en la reunión y rezamos con mucho fervor durante el Santo Sacrificio.
Ante estas palabras, el tirano se sintió tan enfurecido que derribó al santo Mártir y lo golpeó hasta que expiró. El resto de los cristianos también fueron arrojados a la cárcel, donde murieron de inanición. (Baronio).
14. Se cuenta en la vida de San Juan a Facundo, O.S.A., que era inusualmente largo en decir su Misa. Por esta razón a nadie le gustaba servirla. Su Prior le dijo que no debía tardar más en decir su Misa que los demás sacerdotes. Él trató de obedecer, pero encontrando la obediencia en este punto tan extremadamente difícil, suplicó a su Prior que le permitiera decir su Misa de la misma manera que antes. Después de escuchar sus razones, el Prior le concedió el permiso de muy buena gana. Con el permiso de Juan, contó estas razones a los Hermanos del convento. Fueron las siguientes:
- Creedme -dijo- que la Misa del padre Juan dura tanto porque Dios le concede el privilegio de ver los misterios del Santo Sacrificio, que son tan sublimes que ninguna mente humana puede comprenderlos. De estos misterios me contó cosas tan sublimes, que me sobrecogió un santo temor y casi estaba fuera de mí. Creedme, Jesucristo se muestra a este Padre de la manera más maravillosa, conversa con él dulcísimamente y le envía desde sus llagas una luz celestial y un esplendor tan refrescante tanto para el cuerpo como para el alma que podría vivir sin ningún otro alimento. El Padre Juan también ve el Cuerpo de Jesucristo en su gloria y belleza celestiales brillando como un sol brillantísimo. Ahora, considerando cuán grandes e indeciblemente sublimes son las gracias y favores que los hombres derivan de decir Misa, o de oírla, he resuelto firmemente no omitir nunca decir u oír Misa, y exhortaré a otros a hacer lo mismo. (Mensehen in Act. Sanct., Ad. xii., Diem Juni.)
15. Bollandus cuenta de Santa Coleta que un día, cuando estaba oyendo la Misa de su confesor, exclamó de repente en la Elevación:
- ¡Dios mío! ¡Oh Jesús! ¡Oh ángeles y santos! Oh vosotros, hombres y pecadores, ¡contemplad las grandes maravillas!
Después de la Misa, su confesor le preguntó por qué había llorado tan amargamente y proferido tan lastimeros gritos.
- Si Vuestra Reverencia - dijo ella - hubiera oído y visto las cosas que yo oí y vi, tal vez habría llorado y exclamado más de lo que yo lo he hecho.
- ¿Qué fue lo que visteis? - preguntó además su confesor.
- Aunque lo que oí y vi - respondió ella - es tan sublime y tan divino que ningún hombre puede encontrar palabras para expresarlo de una manera apropiada, me esforzaré por describírselo a Vuestra Reverencia tan bien como mi débil lenguaje me lo permita. Cuando Vuestra Reverencia estaba levantando la Sagrada Hostia, vi a Nuestro Señor Jesucristo como colgado en la Cruz, derramando Su Sangre, y rezando a Su Padre celestial con acento muy lamentable: He aquí, Padre mío, en qué estado estuve un día colgado en la Cruz y sufriendo por la redención del mundo. He aquí mis llagas, mis sufrimientos, mi muerte; todo lo he padecido para que los pobres pecadores no se pierdan. Pero ahora Tú los enviarás al infierno por sus pecados. ¿Qué bien, pues, resultará de mis sufrimientos y de mi cruel muerte? Esas almas condenadas, cuando estén en el infierno, en vez de agradecerme mi pasión, sólo me maldecirán por ella; pero si se salvaran, me bendecirían por toda la eternidad. Te suplico, Padre mío, que perdones a los pobres pecadores y los perdones por Mi causa; y por Mi pasión, presérvalos de ser condenados para siempre.
16. Un milagro muy notable ocurrió en Walduren en el año 1330: Un sacerdote llamado Otto, durante la celebración de su Misa, accidentalmente volcó el cáliz después de la Consagración, y la Sagrada Sangre se derramó sobre el corporal. Al instante apareció sobre el corporal la figura de Jesucristo colgado en la Cruz, y a su alrededor doce figuras de la sagrada cabeza coronada de espinas y desfigurada con Sangre. El sacerdote, casi muerto de miedo, trató de disimular el accidente escondiendo el corporal en el altar. Cuando el sacerdote yacía en su lecho de muerte, su agonía fue inusualmente grande y horripilante. Pensando que sus grandes sufrimientos se debían a haber ocultado así el corporal, llamó a un sacerdote, a quien hizo su confesión, pidiéndole que buscara el corporal y dándole permiso para revelar el hecho milagroso. El corporal fue encontrado y enviado al Papa Urbano V, quien confirmó la autenticidad del milagro. Este acontecimiento es bien conocido en toda Alemania.
Papa Urbano V
17. Un milagro similar ocurrió durante el tiempo del Papa Urbano IV, en el año 1263, en Vulsia, una ciudad no lejos de Roma. Cierto sacerdote, habiendo pronunciado las palabras de la Consagración sobre el pan en la Misa, tuvo una tentación contra la fe, sugiriéndole el demonio la duda de cómo Jesucristo podía estar presente en la Hostia cuando no podía ver nada de Él. Él consintió a la tentación, pero sin embargo continuó diciendo la Misa. Ahora, en la elevación de la Sagrada Hostia, he aquí que él y todas las personas que estaban presentes vieron la Sangre fluyendo abundantemente de la Hostia hacia abajo, sobre el altar. Algunos gritaron:
- ¡Oh, Sagrada Sangre! ¿Qué significa esto? ¡Oh Sangre Divina! ¿Quién es la causa de Tu derramamiento?
Otros rezaban:
- ¡Oh Sagrada Sangre! Desciende sobre nuestras almas y purifícalas de las manchas del pecado.
Otros se golpeaban el pecho y derramaban lágrimas de dolor por sus pecados.
Terminada la Misa, todos corrieron a la sacristía para saber del sacerdote lo que había sucedido durante la Misa. El sacerdote les mostró el corporal manchado con la Sagrada Sangre y, al verlo, cayeron de rodillas implorando la misericordia divina. El milagro se hizo conocido en todo el país, y muchas personas se apresuraron a ir a Vulsia para ver el corporal milagroso. El Papa Urbano IV llamó allí al sacerdote, que vino, confesó su pecado y mostró el corporal. Al verlo, el Papa, los Cardenales y todo el clero se arrodillaron, adoraron la Sangre y besaron el corporal. El Papa mandó construir una iglesia en Vulsia en honor de la Sagrada Sangre y ordenó que el corporal fuera llevado en procesión solemne en el aniversario del día en que ocurrió el milagro. (Vida de Urbano IV de Platinas)
18. Santo Domingo estaba una vez diciendo Misa en Londres, Inglaterra, en presencia del Rey y la Reina y otras 300 personas. Mientras hacía el Memento para los vivos, de repente se quedó embelesado, permaneciendo inmóvil durante una hora entera. Todos los presentes se quedaron estupefactos y no sabían qué pensar o qué hacer al respecto. El rey ordenó al monaguillo que tirara de la túnica del sacerdote para que pudiera continuar con la Misa. Pero al intentar hacerlo, el monaguillo se asustó tanto que fue incapaz de cumplir la orden del Rey.
Después de una hora, Santo Domingo pudo continuar la Misa, cuando, ¡he aquí! en la Elevación de la Sagrada Hostia, el Rey y todos los presentes vieron, en lugar de la Hostia en manos del sacerdote, al Santo Niño Jesús, ante cuya visión todos experimentaron una gran alegría interior. Al mismo tiempo contemplaron a la Madre de Dios en gran resplandor y esplendor y rodeada de doce estrellas brillantes. Ella tomó la mano de su Divino Infante para bendecir con ella a todos los que estaban presentes en la Misa. Ante esta bendición, muchos experimentaron una alegría inefable y derramaron lágrimas de ternura. Al elevar el cáliz, todos vieron una Cruz que se alzaba de él, con Jesucristo colgado de ella en las más lastimosas condiciones y derramando toda su Sangre. También se vio a la Santísima Virgen rociando, por decirlo así, la Sagrada Sangre sobre el pueblo, ante lo cual todos recibieron un claro conocimiento de sus pecados y un profundo dolor por los mismos, tanto que todos los que los vieron no pudieron evitar llorar con ellos.
Terminada la Misa, Santo Domingo subió al púlpito y se dirigió al pueblo de la siguiente manera:
- Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho cosas maravillosas (Sal. 97). Todos vosotros habéis visto con vuestros propios ojos y experimentado en vuestros propios corazones las cosas maravillosas que Jesucristo ha hecho en el Santísimo Sacramento. Habéis visto con vuestros ojos y os ha sido dado comprender cómo Jesucristo, Salvador del mundo e Hijo de María, se ha complacido en nacer de nuevo y en ser de nuevo crucificado por vosotros. En este misterio divino y tremendo de la santa Misa sólo habéis presenciado cosas santísimas, sublimísimas, consoladoras y conmovedoras. No sólo uno o unos pocos de vosotros habéis visto estas cosas maravillosas, sino que los 300 aquí reunidos las habéis presenciado. Ahora bien, si no hay más que una pequeña chispa de amor divino en vuestros corazones, sentimientos de gratitud e himnos de alabanza en honor de la divina bondad y majestad deberían brotar incesantemente de vuestros labios (Ex. lib. inter: B. Alanus rediv., Par. 3, Cap. 22).
19. Se cuenta de Dráhomira, la madre de San Wenceslao -una muy impía Duquesa de Bohemia- cómo un día fue en su carruaje a Saes, con el fin de prestar solemne juramento sobre la tumba de su padre de extirpar a todos los cristianos de sus dominios. Al pasar por una capilla en la que se decía Misa, el cochero, al oír la campana que tocaba a Elevación, se apeó del caballo y se arrodilló reverentemente para adorar a Nuestro Señor Jesucristo en el altar. Al ver esto, la impía Duquesa montó en cólera, maldiciendo al cochero y al Santísimo Sacramento.
En castigo por sus horribles blasfemias, la tierra se abrió y se la tragó a ella y a toda su escolta. Gritaron pidiendo ayuda, pero fue en vano. En un instante desaparecieron para siempre. El conductor se regocijó por haber bajado de su caballo para adorar al Santísimo Sacramento, su fe y devoción le salvaron de la destrucción. (Hagec. in Chronic. Bohemie, ad. ann. 930).
20. Los albigenses, ciertos herejes que surgieron a principios del siglo XII, prohibieron a cualquier sacerdote, bajo gran pena, decir lo que ellos llamaban una Misa privada. Habiendo sabido que cierto sacerdote había dicho Misa en contra de sus órdenes, lo arrestaron, diciendole:
- Nos han dicho que has dicho una Misa privada, a pesar de nuestras estrictas órdenes de lo contrario. ¿Es cierto?
El sacerdote respondió sin miedo, como hicieron los Apóstoles ante el concilio judío:
- Debemos ser más obedientes a Dios que a los hombres; por eso he dicho Misa en honor de Dios y de la Santísima Virgen, a pesar de vuestras injustas órdenes.
Enfurecidos por esta respuesta, golpearon al piadoso sacerdote y le arrancaron la lengua.
El siervo de Dios sufrió con mucha paciencia este dolor tan cruel. Fue a la iglesia y allí se arrodilló ante el altar de la Santísima Virgen, rogando con el corazón a la Madre de Dios que le devolviera la lengua. La Santísima Virgen se le apareció con la lengua en la mano, diciéndole:
- Por el honor que has rendido a Dios y a mí diciendo Misa, te devuelvo la lengua, rogándote al mismo tiempo que sigas diciendo Misa.
Dio las gracias a la Madre de Dios por esta bendición, y volviendo al pueblo, les mostró su lengua y confundió a los enemigos de la Misa (Cesario de Heisterbach, que protesta en su libro que no ha escrito nada que no haya visto él mismo, o escuchado de testigos que estarían dispuestos a morir antes que decir una mentira).
Capitulo 11: Sobre la Comunión Espiritual
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