Muchos de ustedes ya han recibido su recompensa o, más bien, su castigo por una elección deliberadamente malvada. Otros muchos siguen vivos y han visto, con creciente dolor, cómo el circo adquiría rasgos cada vez más siniestros a medida que pasaba cada año. Otros aún, entre su grupo caído en desgracia, sufren ahora en el purgatorio.
Sí, me refiero a ustedes, los cardenales deshonrados que un 13 de marzo hace once años atrás, sumieron a la Iglesia en una de las mayores crisis de toda su existencia.
De nuevo, algunos de ustedes eran, o son, simplemente malvados. Pervertidos temerosos de ser descubiertos y también temerosos de las órdenes de la mafia homo, o de los izquierdistas que perdieron la fe décadas antes de aquel fatídico día, y pensaron que la elección llevaría a la Iglesia hacia un rumbo más “social”, porque estaban convencidos que Cristo “nunca fue lo suficientemente social”, y “necesitaba ser mejorado”.
En el caso de ustedes, la traición a Cristo fue evidente, aunque con diferentes grados de malicia. Cuántos de ustedes han escapado, o escaparán del infierno, no lo sé; pero la razón nos dice que ese número debe ser muy pequeño y, de hecho, cada año que pasa nos dice que el número va a ser menor, porque la escala del delito nos hace imaginar la escala del castigo.
Pero los que se han dejado llevar por la corriente deben de ser de los más asustados. Los que no conocían realmente al “hombre” y sólo tenían una vaga idea de su pasado y sus inclinaciones. Los que ya intuían la superficialidad, ignorancia y arrogancia del “hombre”, y prefirieron no verlo, porque otros les habían dicho que “el tipo era perfecto”. Aquellos que tenían una clara percepción de que la gente equivocada estaba presionando por el “hombre”, y entre esta gente había cardenales claramente sospechosos de tendencias incalificables, y no hicieron nada. Los que entre ustedes tenían claras reservas, pero sólo querían terminar con el trámite. Aquellos que habían aprendido, ya hace muchos años, que el secreto de una vida cardenalicia feliz es no atraer nunca la atención sobre uno mismo.
Los que así actuaron deben estar ahora realmente asustados, pues la magnitud de su incumplimiento del deber les estalla en la cara cada mañana, a primera hora, al entrar en el cuarto de baño, y empeora cada día por vuestra inacción ante un daño tan casi apocalíptico.
Se han cumplido once años. Años entre los más confusos que ha vivido la Iglesia. Años de ofuscación increíblemente arrogante, de manipulación, de mentiras descaradas, de insultos a la doctrina de la Iglesia y de herejías manifiestas.
¿Ven lo que han hecho? Fue la cobardía de ustedes en aquel momento, y la cobardía de ustedes después. Es una carga que ningún católico recto querría tener. Debe pesar mucho sobre aquellos de ustedes que aún tienen conciencia.
Once años, y todavía ninguna acción.
Moriré, sin duda, con muchos pecados en mi historial. Pero nunca fui Cardenal. Se les exigía estar dispuestos a sufrir de un modo correspondiente a su condición principesca, y eligieron colaborar con el mal primero, y ser cómplices mediante el silencio después.
¿Ven lo que han hecho?
Once años y unos cincuenta kilos después, ese payaso malvado sigue por ahí, y supo todo el tiempo que no tenía nada que temer de ustedes. Nada de correcciones fraternales, nada de censuras, reacciones muy escasas y tibias a sus peores payasadas, y luego silencio, durante los once años completos.
Nadie los obligó a convertirse en Cardenales. Pero si lo son, espero que dejen su vida, prestigio y comodidades a un lado si Cristo lo requiere.
Pero no, prefieren mejor esperar a que el tipo se muera. Cosa que, como muy mala hierba que es, no querrá hacer.
Once años después, miren lo que han hecho.
Espero que la Iglesia no vuelva a tener una panda de cobardes maulladores e ineptos como ustedes.
Mundabor
Pero los que se han dejado llevar por la corriente deben de ser de los más asustados. Los que no conocían realmente al “hombre” y sólo tenían una vaga idea de su pasado y sus inclinaciones. Los que ya intuían la superficialidad, ignorancia y arrogancia del “hombre”, y prefirieron no verlo, porque otros les habían dicho que “el tipo era perfecto”. Aquellos que tenían una clara percepción de que la gente equivocada estaba presionando por el “hombre”, y entre esta gente había cardenales claramente sospechosos de tendencias incalificables, y no hicieron nada. Los que entre ustedes tenían claras reservas, pero sólo querían terminar con el trámite. Aquellos que habían aprendido, ya hace muchos años, que el secreto de una vida cardenalicia feliz es no atraer nunca la atención sobre uno mismo.
Los que así actuaron deben estar ahora realmente asustados, pues la magnitud de su incumplimiento del deber les estalla en la cara cada mañana, a primera hora, al entrar en el cuarto de baño, y empeora cada día por vuestra inacción ante un daño tan casi apocalíptico.
Se han cumplido once años. Años entre los más confusos que ha vivido la Iglesia. Años de ofuscación increíblemente arrogante, de manipulación, de mentiras descaradas, de insultos a la doctrina de la Iglesia y de herejías manifiestas.
¿Ven lo que han hecho? Fue la cobardía de ustedes en aquel momento, y la cobardía de ustedes después. Es una carga que ningún católico recto querría tener. Debe pesar mucho sobre aquellos de ustedes que aún tienen conciencia.
Once años, y todavía ninguna acción.
Moriré, sin duda, con muchos pecados en mi historial. Pero nunca fui Cardenal. Se les exigía estar dispuestos a sufrir de un modo correspondiente a su condición principesca, y eligieron colaborar con el mal primero, y ser cómplices mediante el silencio después.
¿Ven lo que han hecho?
Once años y unos cincuenta kilos después, ese payaso malvado sigue por ahí, y supo todo el tiempo que no tenía nada que temer de ustedes. Nada de correcciones fraternales, nada de censuras, reacciones muy escasas y tibias a sus peores payasadas, y luego silencio, durante los once años completos.
Nadie los obligó a convertirse en Cardenales. Pero si lo son, espero que dejen su vida, prestigio y comodidades a un lado si Cristo lo requiere.
Pero no, prefieren mejor esperar a que el tipo se muera. Cosa que, como muy mala hierba que es, no querrá hacer.
Once años después, miren lo que han hecho.
Espero que la Iglesia no vuelva a tener una panda de cobardes maulladores e ineptos como ustedes.
Mundabor
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