viernes, 8 de marzo de 2024

¿PARA QUÉ ESTUDIAR TEOLOGÍA?

¿Estamos preparados con respuestas que ayuden a la gente a entender su fe para que puedan vivirla más plenamente en un mundo caído y complicado?

Por Randall Smith


Dada la cantidad de mala teología que hay y la frecuencia con que parece corromper la fe de la gente, cabe preguntarse: “¿Para qué estudiar teología?”. Incluso muchos padres y alumnos católicos parecen pensar que estudiar teología es una pérdida de tiempo. “Mi hijo va a misa y reza con regularidad. Estudiar teología probablemente sólo minará su fe”. Y si eres un adulto católico devoto que va a Misa y se confiesa regularmente, ¿para qué vas a necesitar teología?

Un estudiante me dijo un día: “Profesor Smith, aprendo mucho más sobre Dios viendo una puesta de sol sobre el lago que en cualquier clase de teología”. Siempre me resulta conmovedora la fe que tienen en mí alumnos como éste, convencidos de que no les voy a poner mala nota si dicen cosas como ésta, algo con lo que la persona que imparte ese curso de teología podría ofenderse. Pero mi respuesta fue: “¡Claro que sí!”. En clase de teología, sólo hablamos de Dios. Pero Dios nos habla en y a través de la Creación. Por eso el libro del Génesis describe el acto de la Creación como Dios hablando. Dios dice... y así es. Pero ahora tenemos que aprender a ver a Dios en toda la Creación, especialmente en los rostros de los pobres y los discapacitados.

Bien, pero no necesitamos leer libros llenos de un montón de cosas complicadas para aprender eso, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no nos limitamos a ver atardeceres, trabajar en comedores sociales e ir a misa?

Esas son cosas buenas, pero la mayoría de los que enseñamos teología sabemos algo que los demás suelen olvidar. La gente, especialmente los niños, hace preguntas. Me acordé de esto el otro día cuando mi colega, una brillante y dulce Hermana Dominica, dio una charla sobre la Eucaristía. Mencionó que cuando daba clases a niños de secundaria, le hacían preguntas como “¿Qué pasaría si un ratón entrara en el Sagrario y mordisqueara la Eucaristía? ¿Habría mordido el Cuerpo de Cristo? ¿Tendría a Cristo dentro de él?”.

Cualquiera que haya pasado tiempo con niños sabe que les encantan este tipo de preguntas. ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Tienen realmente alas los ángeles? Si sales del confesionario y, mientras estás arrodillado en oración, tu mente divaga y tienes un mal pensamiento sobre una chica, ¿tienes que volver a entrar y decir: “Perdóname, Padre, he pecado. Han pasado dos minutos desde mi última confesión”?

A veces los chicos hacen esas preguntas sin preocuparse mucho por las respuestas, pero a veces mucho depende de que obtengan las respuestas correctas. Conozco a una joven que se reunió con un sacerdote cada dos semanas durante años tratando de obtener respuestas a sus preguntas. Él no tenía la formación teológica necesaria para darle lo que ella necesitaba. Cuando por fin llegó a su primera clase de teología en la universidad, se dio cuenta de que ese profesor tampoco sería capaz de darle las respuestas que necesitaba, así que preguntó por ahí y se cambió a la clase de alguien que sí podía.

San Agustín tenía cuestiones que resolver antes de entrar en la Iglesia. Al principio de las “Confesiones”, se quejaba: “Oh Señor, tanto tiempo has estado lejos de mí”. Pero entonces se daba cuenta de que el problema no era que el Señor estuviera lejos de él, sino que él había estado lejos del Señor. ¿Pero cómo podía ser eso? Si Dios está en todas partes, ¿cómo es posible que Dios haya estado “lejos” de él? Dondequiera que fuera, Dios estaba allí. Sólo que él no lo sabía.

Tardó un tiempo en darse cuenta de que había estado pensando en Dios de forma equivocada, como si el Dios cristiano fuera un ser del que Agustín pudiera huir, como Apolo huyendo de Zeus. Con el tiempo, san Ambrosio le ayudó a darse cuenta de que el Dios del que hablaban los cristianos era la Fuente del Ser y la Bondad del cosmos, no sólo otro ser especialmente poderoso en él.

Las Escrituras dicen que Cristo es “el Hijo de Dios”. Estupendo. Pero, ¿qué significa eso? ¿Es un “hijo de Dios” como Hércules o Apolo fueron hijos de un dios? Los primeros Padres y Doctores de la Iglesia estaban lejos de ser acríticos en su aceptación de la filosofía griega, pero utilizaron sus recursos para ayudar a aclarar que el Hijo es “uno en el Ser” (consustancial) con el Padre. Y finalmente, tras más años de ardua reflexión teológica, afirmaron que esos tres personajes de las Escrituras -el Padre, el Hijo y el Espíritu- eran tres hipóstasis (otro término tomado de la filosofía griega) en un solo Ser.

La teología pretende ser una “comprensión de la fe”, no un “socavamiento de la fe”. Pero cuando la gente tiene preguntas, siempre las tenemos, especialmente los jóvenes, y esto es algo bueno- ¿quién dará respuestas? ¿Y qué tipo de respuestas?

¿Deberán esas respuestas provenir de perspectivas seculares? “Los milagros no ocurren realmente”, o “Dios nunca condenaría ningún acto sexual”? ¿Deberían venir de una perspectiva fideísta: “No pienses demasiado; haz lo que te dice la Iglesia”?

San Pedro nos pide que “estéis siempre dispuestos a responder a todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). ¿Pero estamos preparados con respuestas que ayuden a la gente a entender su fe para que puedan vivirla más plenamente en un mundo caído y complicado?

Si no es así, quizá deberíamos leer más teología de la buena. Las cosas están mal, sí. En un mundo caído, siempre lo están. Pero, ¿estaríamos mejor preparados si leyéramos o escucháramos otro discurso enfadado quejándose de nuestros problemas, o si recurriéramos a la sabiduría de los Doctores de la Iglesia para que nos ayudaran a entender qué debemos hacer con esos problemas?

No hay vuelta de hoja. La gente tiene preguntas. Y más vale que tengamos respuestas buenas y bien pensadas, o los perderemos. Y, lamentablemente, con demasiada frecuencia lo hacemos.


The Catholic Thing


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