De vez en cuando se oye decir que los Romanos Pontífices son elegidos por el Espíritu Santo. Esta afirmación debe ser explicada, pues de lo contrario se corre el riesgo de caer en desagradables malentendidos. El Catecismo de San Pío X enseña que Dios es incapaz de hacer el mal porque sólo puede desear y hacer el bien. Por lo tanto, es imposible que el Señor desee que sea elegido un Papa “malo”, por ejemplo un clérigo sacrílego que tiene concubina e hijos, o un simoníaco que compra el papado con dinero o promesas varias, o un prelado poco instruido en materia teológica o que tiene sus ideas algo confusas, etc.
Los que dicen que los Papas son siempre elegidos por el Espíritu Santo corren el riesgo de ofender a Dios. Pongo un ejemplo: Santo Tomás de Aquino y San Alfonso María de Ligorio (no dos teólogos cualesquiera, sino dos grandes Doctores de la Iglesia) dicen que si un seminarista es reincidente en pecar contra la virtud de la pureza, es señal de que no tiene verdadera vocación, porque el Señor no llama al sacerdocio a tales elementos. Si esto es cierto para ser sacerdote, con mayor razón lo es para ser Papa, por lo que si un prelado es lujurioso y tiene una concubina, y el cónclave lo elige sucesor de San Pedro, ¿cómo se puede culpar al Espíritu Santo por elegir a un sacrílego para ser Papa? ¡No es culpa de Dios si un hombre indigno es elegido Papa!
En realidad, el Señor no quiere obligarnos a hacer el bien, porque de lo contrario nuestras buenas obras no serían fruto del amor hacia Él, sino simplemente fruto de la coacción, y por lo tanto, sin valor meritorio. Por eso, cuando los cardenales se reúnen en cónclave, el Espíritu Santo se limita a iluminar sus mentes para “sugerir” algunos buenos nombres a elegir, pero no obliga a los cardenales a seguir sus consejos. Por lo tanto, si, por ejemplo, un prelado simoníaco es elegido Papa, la culpa es de los cardenales que se dejaron comprar, ciertamente no del Espíritu Santo que, pudiendo desear sólo el bien, quiso que fuera elegido un hombre piadoso y sabio.
Dios es infinitamente misericordioso, pero también infinitamente justo, por eso recompensa a los buenos y castiga a los malos. En tiempos de los reyes de Israel, el Señor castigaba los pecados del pueblo tolerando a los monarcas que gobernaban mal. Algo parecido ocurre en la Iglesia: los clérigos “poco celosos” son un castigo de Dios. En el “Diálogo de la Divina Providencia”, el Padre Eterno dijo a Santa Catalina de Siena que, para dar a la Iglesia buenos clérigos, deseaba las oraciones, los sufrimientos y las lágrimas de las almas piadosas (cf. cap. 129).
Entonces, ¿cómo se explica que sea elegido un Papa indigno? La respuesta la da San Vicente de Lerins, según el cual algunos Pontífices son dados por Dios, otros son meramente “tolerados” por Él y, finalmente, otros son infligidos a la Iglesia como castigo, es decir, el Señor no quiere que sean elegidas para el papado personas “indignas”, pero no les impide subir al trono pontificio porque las personas merecen este castigo a causa de sus pecados.
Si un Papa es según el corazón de Dios, se nota en los frutos, de hecho las cosas en la Iglesia van muy bien durante su pontificado: nombra buenos obispos que a su vez forman sacerdotes celosos en los seminarios, enseña la Doctrina Católica de forma clara y precisa (evitando expresiones ambiguas que causan confusión entre los fieles), combate los errores dogmáticos y los vicios que campan a sus anchas en el orbe, corrige a los obispos “poco celosos” que gobiernan mal sus diócesis, ayuda a las comunidades religiosas fervorosas y observantes, mientras que a las laxas intenta corregirlas y devolverlas a su antiguo esplendor, las vocaciones religiosas y sacerdotales gozan de un notable aumento, muchos fieles laicos se convierten y comienzan a vivir de forma coherente con el Evangelio y a practicar una intensa vida espiritual, muchos herejes y paganos abjuran de sus errores y abrazan la fe católica, etc.
Por eso, con lágrimas en los ojos, debemos implorar al Señor que nos dé, hasta el fin del mundo, sólo Pontífices romanos ricos en celo por la salvación de las almas, como lo fue el gran Papa San Pío X (el Padre Pío decía que Roma nunca vio un alma tan grande como la suya). Es cierto que por los muchos pecados cometidos por nosotros los católicos, merecemos tener Pontífices indignos, pero debemos llorar para pedir a la Santísima Trinidad que si quiere castigar a la humanidad, lo haga con cualquier otro castigo temporal (pestes, terremotos, inundaciones, hambre, etc.), pero no con malos Sumos Pontífices, que gobernarían mal la Iglesia y causarían la condenación de tantas almas.
Cordialiter
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