Por Auguste Meyrat
Los líderes de hoy, comenzando por Francisco, prometen “revitalizar su institución” y reformar la sociedad con políticas “progresistas” y “volver a lo básico”, sin embargo, acaban siendo mediocres corruptos e incompetentes que intentan en vano gestionar el declive que han contribuido a crear. Su única habilidad es generar tanto tedio y confusión que se protegen eficazmente de cualquier crítica seria.
Aún así, por muy tentador que pueda ser bostezar ante la noticia de otro sínodo, motu proprio o “comentario improvisado” durante el “pontificado” de Francisco, los católicos deberían considerar lo que estas cosas están haciendo en la comunidad cristiana en general. En conjunto, esta absoluta vacuidad ha causado más daño colectivo que cualquiera de los escándalos del Vaticano o sus simpatías con el radicalismo de izquierda.
En este momento, la Iglesia necesita líderes orgullosos y dedicados a preservar la civilización e inspirar la excelencia. Lo que no necesita son demagogos pusilánimes comprometidos a buscar aprobación, acomodarse a los marginados y aislarse de la realidad. En cuanto a las grandes demostraciones de virtud y piedad personal, éstas son secundarias frente a la necesidad de competencia y confianza.
Este es uno de los principales argumentos que el escritor y editor HW Crocker presenta en su fenomenal historia, “Triumph: The Power and the Glory of the Catholic Church”. Aunque Cristo y sus santos constituyen los cimientos del cristianismo, son los discípulos audaces, aunque imperfectos, los que explican el crecimiento y la vitalidad de la Iglesia. Aunque la Iglesia necesitaba hombres como san Atanasio y san Jerónimo para mantenerse firme contra la herejía y conservar y aclarar la doctrina cristiana, también necesitaba emperadores como Constantino y Justiniano, que no temían ensuciarse para mantener a su pueblo en el buen camino.
Esta evaluación se aplica especialmente a los papas del Renacimiento, a quienes Crocker generalmente defiende como hombres cultos que enfrentaron hábilmente los numerosos desafíos de su época. Aunque los cristianos modernos difaman a estos papas por su (a menudo exagerada) venalidad, impiedad y bajeza general, estos hombres eran expertos diplomáticos, generales, gestores y administradores que dirigieron campañas militares, negociaron alianzas, celebraron juicios, supervisaron la creación de Ordenes Sagradas, enviaron misioneros al Nuevo Mundo, encargaron obras de arte, organizaron programas sociales y supervisaron la reconstrucción de Roma, todo ello mientras intentaban sobrevivir al tumulto de la política italiana de la época. Por algo el célebre teórico político Nicolás Maquiavelo fue el candidato perfecto para ser consejero de dos de los papas del Renacimiento, León X y Clemente VII, e incluso basó su obra maestra “El Príncipe” en César Borgia, el hijo ilegítimo del papa Alejandro VI.
Salvo contadas excepciones, los Papas renacentistas menos eficaces fueron los piadosos sacados del monasterio, que se resistían naturalmente a la mundanidad del cargo. Debido a su falta de previsión y a sus posturas intransigentes, Crocker explica cómo estos papas moralmente rectos a menudo tenían dificultades para mantener la paz, inspirar a sus rebaños y mantener el orden general. A pesar de su admirable ascetismo y pureza de corazón, el Papa Eugenio IV tenía la mala costumbre de enfurecer a los líderes mundiales, perder guerras y organizar concilios que no interesaban a nadie (¿le suena familiar?). Por el contrario, papas más mundanos, como Calixto III o Alejandro VI, podían presumir de haber restaurado Roma, reconciliado reinos en guerra, ganado batallas y patrocinado a los más grandes artistas del mundo, además de haber engendrado varios hijos ilegítimos pero consumados (como ya se ha señalado).
Todo esto importa porque la Iglesia hoy se encuentra en una posición muy similar a la de hace cinco siglos. Al igual que la desintegración de la cristiandad en Europa, los cristianos de hoy son testigos de la desintegración del orden mundial liberal liderado por Estados Unidos. Nuevas sectas y religiones, principalmente de variedad secular neopagana, están amenazando la cultura occidental. Incluso Internet ha actuado como una especie de imprenta, ofreciendo una plataforma a las voces disidentes, así como una poderosa herramienta de propaganda para los regímenes autoritarios. Lo que Crocker dice del Renacimiento se puede aplicar fácilmente al siglo XXI: “el frenesí del caos y la cultura, el asesinato y la majestad”.
Como antes, este tipo de mundo requiere un Papa formidable que encarne lo mejor de la civilización y tenga la capacidad de comprender el momento actual y responder a él en consecuencia.
Por el contrario, la confusión, la fragmentación, la inseguridad y la estupidez general que ahora caracterizan al cristianismo en el mundo moderno serán el legado de Francisco y sólo suyo.
Si el pasado “sínodo sobre la sinodalidad” ha servido para algo, es demostrar que la Iglesia y el mundo necesitan más personas con talento en la cúspide. De lo contrario, el cristianismo seguirá desapareciendo y la sociedad colapsará en la mediocridad y el caos. Aunque los cristianos puedan consolarse con la promesa de Cristo de que su Iglesia sobrevivirá a todo hasta el fin de los días, no por ello deben renunciar a luchar por lo que es verdadero, bello y bueno.
Imagen: Papa Clemente VII, realizado por Sebastiano del Piombo
Extracto de Crisis Magazine
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