Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
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Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
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Capítulo XVIII al XLIII
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Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
CUARTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPÍTULO XIV
DE LOS QUE ENTRABAN POR ESPECIAL DEVOCION E INSPIRACION DE LA BIENAVENTURADA MARÍA
I. Refería Fr. Tancredo, Prior un tiempo en Roma, del cual se hace mención en la vida del Bienaventurado Domingo, que estando él de soldado en la corte del emperador y considerando cierto día su estado peligroso, oró con todo su corazón a la Bienaventurada Virgen para que le dirigirse a la salvación, y en sueños vio a la misma Virgen que le decía: “VENTE A MI ORDEN”. Estaba él entonces en Bolonia, y despertando, y orando otra vez a la Bienaventurada Virgen, Y de nuevo durmiéndose, se le aparecieron dos hombres en hábito de Predicadores; uno de los cuales, que era anciano, le decía: “¿Tú pides a la Bienaventurada Virgen que te dirija a la salvación? Pues ven con nosotros y serás salvo”. Despertó, y como no hallase aquel hábito que había visto, creyó que todo era un sueño y nada más. Por la mañana pidió a su posadero que le condujese a una iglesia para oír misa, y le condujo a la del Bienaventurado Nicolás, donde recientemente se habían instalado los Hermanos Predicadores. Y entrando en el claustro le salieron enseguida al encuentro dos Hermanos, uno de los cuales era el Prior llamado Fr. Ricardo, hombre anciano, a quién inmediatamente reconoció Tancredo, pues era el mismo que la noche antes se le había aparecido; y disponiendo de sus cosas allí mismo entró en la Orden.
II. Cierto joven Borgoñés, rogaba frecuentemente a la Virgen que dirigiese su vida y le diese la gracia de entrar en aquella Orden que más acepta le fuese, diciendo con especial afecto aquellas palabras: “Dame, Señor, a conocer el camino que haya de seguir, pues a Ti elevé mi alma”. Tenía ya él formado el propósito de entrar en otra Orden; pero cuanto más rogaba a la Bienaventurada Virgen, poco a poco y de inesperada manera, más se sentía inclinado a venir a la nuestra, en especial cuando un santo e ilustrado varón le aseguró que podía muy bien abandonar el primer propósito y entrar en los Predicadores que a la iglesia de Dios eran más necesarios. Entrando, pues, guiado de la Virgen, en la Orden el joven devoto, vivió después en ella tanto más agradecido a la misma Virgen cuanto mayores fueron las gracias que ella le concedió; pues se le apareció una noche la Bienaventurada María acompañada de dos Vírgenes, derramando perfumes suavísimos, y al levantarse él para ver si era o no un sueño, oyó claramente una voz que le decía: “Persevera como bien has empezado”. Y quedó lleno de consuelo.
III. Fr. Enrique, de santa memoria, primer Prior de Colonia, siendo exhortado por su compañero, el Maestro Jordán, de feliz recordación, a entrar con él en la Orden, (pues el Maestro Jordán había ya prometido que entraría) velando una noche en la iglesia de la Virgen en París y pidiendo a la Señora que dirigiera sus pasos, como a su parecer no sintiese provecho ninguno por la dureza de su corazón, dijo compadecido de sí mismo: “¡Oh, Virgen Bienaventurada! ¡Ya veo que no os digáis oírme y que no hay para mí lugar en la compañía de los pobres de Cristo!”. Urgíale su corazón el apetito de la perfección evangélica, como que le había sido mostrado cuán segura se presenta en el tribunal del severo juez la santa pobreza; pues a sí mismo se había visto en sueños comparecer con otros ante el tribunal de Cristo, y cuando, por juzgarse inocente, creía salir de allí libre, uno de los asesores del juez le había dicho: “¿Qué has dejado tú por el Señor?” Con lo cual aterrado despertó deseando ser pobre; pero se le resistía la mal habituada voluntad. Saliendo, pues, de aquella iglesia en que orando había velado, pesaroso y disgustado de sí mismo, conmovióle los fundamentos de su corazón Aquel que mira lo humilde; y desecho en lágrimas y trocado su espíritu, derramóse todo ante Dios y fue ablandada aquella anterior dureza en espíritu vehemente, de tal suerte que, lo que antes le parecía pesadísimo le era ya suave y plácido. Se levantó, pues, en medio de aquel ímpetu de fervor, y corriendo al Maestro Reginaldo, hizo voto, y lo cumplió a los pocos días, de entrar con el dicho compañero. -Este es aquel Fr. Enrique, en el principio de la Orden predicador graciosísimo y joven, aquí en su amantísimo Maestro Jordán, se cuenta que le vio después de la muerte entre la multitud de los ángeles y que bajaba a darle la bendición para predicar fructosamente la palabra de Dios.
IV. Otro estudiante de París visitaba, también, casi todos los días la Iglesia de Nuestra Señora, y encomendándosele con lágrimas le pedía muchas veces y con gran fervor que le diese a conocer y tomar aquel estado que más le agradaba. Más tentado fuertemente del estímulo de la carne e inducido por un mal compañero, marchaba un día dicho joven a un lupanar; pero el piadoso Señor, por los piadosos ruegos de su Madre, le cercó de espinas el camino; pues como él mismo me refirió, cuando ya estaba cerca del lupanar, quedó de tal suerte inmóvil en medio de la plaza, que no pudo dar un solo paso más. Estupefacto y vuelto en sí dijo: “Iré a la Bienaventurada Virgen, pues comprendo que al Señor no le agrada lo que hago”. Y al instante, suelto y libre, se fue sólo a la iglesia, dio con muchas lágrimas gracias a la Virgen que había guardado su castidad, y pocos días después, guiado por la misma Señora, entró en la Orden de los Predicadores.
V. Otro estudiante que, después de haber cursado artes en París se preparaba al estudio de la teología, marchó entre tanto a su patria en la cual vivía un abad muy santo y devoto de la Virgen, a cuyas oraciones muy afectuosamente se encomendó. Cierto día, pues, que volvía a París a oír la teología, recordando la santidad y devoción de aquel hombre, fue súbitamente conmovido de tanta contrición de espíritu e inundación de lágrimas, que no pudo sostenerse en la caballería y cayó clamando y gritando fuertemente y vertiendo lágrimas. El mozo, que delante del caballo marchaba, ignorando la causa de tal llanto, porque el estudiante nada le decía, comenzó también a llorar con él. Los dos lloraban solos en aquel camino: el estudiante por las cosas del cielo, el mozo de compasión. En medio de sus gemidos prometió el primero consagrarse perpetuamente al Señor y a su Bienaventurada Madre, pidiéndoles que le inspirasen dónde y cómo había de cumplir su promesa. Y le fue inspirado que continuara su camino a París y que allí entrara en la Orden de los Predicadores que entonces florecía. Cuando llegó a la ciudad y observó la novedad, y la pobreza, y la austeridad de la Orden, y a la vez su propia debilidad, y a ciertos calumniadores oyó hablar mal de la misma Orden, comenzó a titubear en su ánimo. De nuevo se dio a la oración y con instancia, rogó otra vez al Señor que le mostrase lo que para su salvación era más útil. Y repitiendo con fervor estos ruegos, en sueños, se le apareció cierta noche la Virgen María, la cual le mostró el lugar de los Hermanos, y el modo de recibir, y el hábito, y el Capítulo en que se reunían, y cómo eran así recibidos los postulantes y quienes los vestían; con las cuales cosas compungido el joven, a la mañana siguiente se fue a los Hermanos, quienes le recibieron. Mas el lugar, y el hábito, y el modo, y las personas que recibían, halló que eran cuál en la visión de la noche se lo había mostrado la piadosísima Señora Virgen Madre. - este fue uno de los Hermanos Borgoñeses que primero entraron en la Orden, por cuyo medio obró el Señor la salud de muchas almas, cuya vida fue santa, y la doctrina sana, y la fama preclara.
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