Por Fr. Paul D. Scalia
Devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Con esta frase, nuestro Señor evita la trampa tendida por los fariseos y los herodianos. Pero es algo más que una hábil escapatoria. Sus palabras también establecen uno de los principios más importantes en la historia del pensamiento humano: el gobierno limitado y la distinción entre la Iglesia y el Estado.
Nosotros podemos dar estas cosas por sentadas. Pero en el mundo antiguo, tales límites y distinciones eran desconocidos. Fíjate que los fariseos y los herodianos se aliaron contra nuestro Señor. Se trató de dos grupos que de otro modo no estarían juntos. Lo que compartían en este contexto es la convicción de que el reino y el culto debían ser una sola cosa. Sin límites, sin distinciones. Jesús no sólo frustró su objetivo a corto plazo de atraparle, sino que también les obligó a replantearse ese acuerdo.
La primera parte de la respuesta de nuestro Señor -Devolved al César lo que es del César- indica claramente que el Estado tiene un papel legítimo y autonomía. Incluso los gobernantes paganos deben ser obedecidos. Nadie puede decir: “¡Mi Emperador no!”.
Los Apóstoles continúan la enseñanza de nuestro Señor. San Pablo dice: Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay han sido establecidas por Dios. San Pedro escribe: Estad sujetos a toda institución humana por amor del Señor, ya sea al rey como supremo o a los gobernantes.
Por lo tanto, la Iglesia reconoce y respeta el papel legítimo y la autonomía del Estado. La gran mayoría de las cuestiones políticas no admiten una respuesta específicamente Católica y se dejan en manos de quienes ocupan cargos públicos. El papel de la Iglesia no es dirigir el gobierno sino formar conciencias e identificar los principios para el discernimiento en el ámbito público. Los detalles deben dejarse en manos de quienes tienen a su cargo el servicio del bien común.
Pero luego está la segunda parte de la frase de Nuestro Señor: devolved a Dios lo que es de Dios. Eso establece un límite a la autoridad del Estado. Entonces, hay una línea en la que la Iglesia le dice al estado: “Hasta aquí y no más”. ¿Cuál es esa línea?
Pues bien, si lo que lleva la imagen del César pertenece al César, lo que lleva la imagen de Dios debe pertenecer a Dios. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, pertenece a Dios. No puede ser entregado al Estado. Así pues, la verdad, la dignidad y los derechos de la persona humana establecen los límites -y la finalidad- de la autoridad gubernamental. La Iglesia no exige que las autoridades públicas legislen la Doctrina y la Moral Católicas, sino que gobiernen según la verdad de la persona humana.
Pero cuando el Estado sobrepasa sus límites y asume una autoridad sobre la persona que no tiene, cuando redefine el matrimonio, cuando rechaza la realidad del hombre y la mujer, cuando descuartiza a los inocentes en el vientre materno, cuando viola la libertad de religión... entonces el César se ha apoderado de lo que pertenece a Dios. Entonces los pastores de la Iglesia tienen la responsabilidad de hablar, de defender los derechos de Dios y la verdad del hombre.
Algunos pondrán el grito en el cielo y recitarán las viejas falacias: La política no tiene lugar en el púlpito. Debemos mantener la religión fuera de la política. Separación de Iglesia y Estado. Por supuesto, nadie cree realmente esas cosas. Al fin y al cabo, una crítica habitual a la Iglesia es que sus pastores no se pronunciaron lo suficiente contra la esclavitud, Hitler o la segregación. Y nadie excusa ese silencio con: “Bueno, la política no tiene cabida en el púlpito”.
Por supuesto, un sacerdote no debería absolutizar esas muchas cuestiones que admiten un juicio prudencial y una diversidad de opiniones entre los fieles católicos. No hay una solución específicamente católica sobre la inmigración, o la sanidad, o Ucrania, etc. Podemos luchar por esas cuestiones. Sólo tenemos que luchar como hijos de Dios, según la enseñanza Católica.
Pero cuando los pastores se pronuncian contra el aborto, o la redefinición del matrimonio, o el atropello de la libertad religiosa, no se están inmiscuyendo en política. Están defendiendo los derechos de Dios frente a políticos intrusos. El derecho a la vida, el significado del matrimonio, la realidad del varón y la mujer: esas cosas pertenecen a Dios. No podemos cooperar para entregárselas al César. Cuando la Iglesia se pronuncia sobre estas cuestiones, no hace más que hacerse eco de la palabra de su divino Esposo: devolved a Dios lo que es de Dios.
Devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Hay otro significado más personal de este versículo. Perteneces a Dios, no al César. Perteneces a la oración, no a la política. Sí, debes estar informado y participar en la política, hasta cierto punto. Pero la política no es lo único ni lo más importante. Si inviertes más tiempo en la política que en la oración; si lees más sobre las próximas elecciones que sobre tu Señor; si estás más preocupado por el gobierno terrenal que por el celestial - entonces le has dado al César lo que pertenece a Dios. El César se ha convertido en tu dios.
La primera manera de defender los derechos de Dios contra las incursiones del Estado es asegurarte de que estás viviendo tu vida como alguien que le pertenece; pensar más en su Reino que incluso en nuestro propio país; pasar más tiempo contemplando verdades eternas que siendo arrastrado por lo que pasa por noticia. Cuando pones la adoración y el servicio al Dios eterno por delante de todo lo demás, entonces relativizas la autoridad del Estado y le das lo que pertenece a Dios.
The Catholic Thing
No hay comentarios:
Publicar un comentario