martes, 15 de abril de 2025

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (27)

Que Jesús nos da su Corazón para ser nuestro corazón

Por Monseñor de Segur (1888)


Nuestro adorable mediador Jesucristo, queriendo tributar a su eterno Padre en todos sus miembros místicos, y en cada uno de ellos en particular, los homenajes de una religión perfecta y verdaderamente digna de Él, se une interiormente a todos los cristianos, y les da su Corazón. Sí, nos da este grande e inefable Corazón, a fin de que por Él y con Él podamos cumplir con todos los deberes que tenemos para con Dios, y satisfacer a todas nuestras obligaciones para con su divina Majestad.

Cinco son los grandes deberes a que estamos obligados para con Dios: 1º adorarle en sus infinitas grandezas; 2º darle gracias por los beneficios que hemos recibido y recibimos continuamente de su bondad; 3º satisfacer a su santísima justicia por nuestros innumerables pecados y negligencias; 4º amarle en retorno de su amor incompresible; 5º, en fin, rogarle con humildad y confianza para obtener de su soberana liberalidad todo lo que necesitamos, tanto para el alma como para el cuerpo.

Pero ¿cómo cumplir con todos estos deberes de una manera digna de Dios? Esto no lo podemos nosotros; pues solamente lo infinito es digno de lo infinito y lo divino de lo divino. Aun cuando tuviéramos a nuestra disposición todos los entendimientos, todos los corazones y todas las fuerzas de todos los Ángeles y de todos los hombres, y los empleáramos en adorar, dar gracias y amar al Señor, sería esto todavía muy poco, habida consideración a su santidad y bondad infinitas.

Mas ved aquí un medio, un medio infinitamente infinito para llenar enteramente todos estos deberes: este medio es el Corazón mismo de Jesús, que se nos da para que usemos de Él como de nuestro propio corazón, para adorar a Dios tanto cuanto es adorable, para amarle tanto cuanto merece ser amado, y para cumplir con Él todos los deberes de la religión más perfecta, de una manera enteramente digna de su Majestad suprema.

Gracias eternas os sean dadas ¡oh mi querido Salvador Jesús! por el don infinitamente precioso de vuestro Corazón. Ayúdenme a bendeciros los Ángeles y la Reina de los Ángeles. ¡Oh! ¡cuán ricos somos! ¡qué tesoros poseemos!

El Corazón de Jesús hecho nuestro corazón, nos hace entrar en la participación del amor eterno con que el Padre ama al Hijo, y el Hijo ama a su Padre. El Padre nos ama como ama a Jesús; y a su vez Jesús nos ama con el mismo amor que le une a su divino Padre. Y así en Vos, en vuestro Corazón, oh Jesús, somos también nosotros consumados en uno, como Vos y vuestro Padre sois consumados en uno por el amor y en el amor, por el Espíritu Santo y en el Espíritu Santo. ¡Oh qué abismos de divina ternura!

Además de lo dicho, encuentro en el Corazón de mi Dios el medio de amar perfectísimamente todo lo que debo amar fuera de Dios, pero según Dios: desde luego y ante todo a la Santísima Virgen, a quien no puedo amar dignamente sino con la ayuda del Corazón de su divino Hijo; y después a todos mis hermanos del Cielo y de la tierra. Leemos en los Sagrados Libros que los primeros cristianos no tenían más que “un corazón y una alma”; y este corazón único era el Corazón de Jesús hecho su corazón; era la reunión de sus corazones santos, puros, penitentes, caritativos, mansos y humildes en el sagrado Corazón de Jesús, que era así su único foco de amor y su celeste lugar de reunión. Para ellos era lo que es el centro de una esfera donde convergen, para no formar más que un solo punto, todos los radios que de la superficie van a juntarse al centro.

¡Yo también, pobre radio de la grande esfera de la Iglesia, me lanzo hacia Vos, a Vos me entrego y en Vos quiero permanecer siempre, Corazón adorable y adorado de mi Dios! En Vos encuentro con qué amar superabundantemente todo lo que debo amar, en el Cielo y en la tierra, en el tiempo como en la eternidad; en Vos estoy seguro de amar santamente, de amar perfectamente, y también de ser amado como debo ser amado, ni más ni menos.

Mas ¿qué he de hacer para permanecer así prácticamente en el Corazón de Jesús? ¿de qué manera, en lo que me concierne, mi pobre corazón y ese Corazón divino no formarán más que un solo corazón? Me aplicaré a dos cosas: primera, en las circunstancias diversas de mi vida, de mis deberes, de mis obras cotidianas, me esforzaré en renunciar a mí mismo, abneget semetipsum; en renunciar a las inclinaciones, no solamente culpables, sino también bajas y naturales de mi propio corazón, que desde el pecado original está instintivamente desviado de la verdad y del bien e inclinado al mal. Segunda, tendré gran cuidado de vivir en unión habitual e interior con Jesús, para dejar a su sagrado Corazón que viva, quiera, ame, sufra y se dilate en mi corazón, con mi corazón, y, por decirlo así, en lugar de mi corazón.

¡Oh Corazón todo amor de mi Salvador! seáis de hoy en más hasta mi último suspiro el verdadero corazón de mi corazón, el alma de mi alma, el espíritu de mi espíritu, la vida de mi vida; el único motor de todas mis potencias, de todos mis pensamientos, palabras y acciones.

¡Oh Jesús, amor de mi corazón! Yo no quiero otro libro que vuestro Corazón divino.

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