En medio de una hemorragia de creencias, la liturgia tradicional es un medio probado de transmisión de la fe, sobre todo en el seno de las familias, y de mantenimiento de la práctica religiosa.
Se pueden hacer muchos juicios sobre el pontificado que ha llegado a su fin. En el lado negativo, una cosa es cierta: no hizo nada para promover la paz dentro del catolicismo. Su postura moral fue profundamente divisiva. Y su motu proprio Traditionis custodes reinstauró una guerra litúrgica que Summorum Pontificum había contribuido a calmar.
Pero, dice el Eclesiastés (3, 1, 3), “hay un tiempo para todo y un tiempo para todo bajo el cielo [...], un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para construir”. Pues bien, hoy es tiempo de curar, hoy es tiempo de construir.
Por la paz de la Iglesia
Aunque la analogía histórica es muy imperfecta, principalmente porque los partidarios de la liturgia tradicional están muy alejados de las tesis jansenistas, queremos recordar un ejemplo histórico interesante, el de la “Paz Clementina” de 1669, una Paz de la Iglesia, establecida para calmar la gran crisis que sacudió a la Iglesia de Francia en los siglos XVII y XVIII. La Paz Clementina o “Paz de la Iglesia” fue pensada por el Papa Clemente IX para Francia, donde el episcopado, las universidades, el clero y los parlamentos estaban siendo desgarrados por las interminables controversias del asunto jansenista.
En el estado de abandono en que se encuentra hoy la Iglesia en Occidente, con sus fieles alejándose de toda práctica religiosa, los seminarios cerrando sus puertas, la misión extinguiéndose y las finanzas eclesiásticas agotándose, ¿tiene sentido la persecución de las celebraciones tradicionales?
Es cierto que las reuniones parroquiales en torno a la Misa antigua son siempre más numerosas, con una media de edad mucho más baja que en las parroquias ordinarias. Están formadas en su mayoría por familias jóvenes. Las vocaciones atraídas por esta forma de culto hacen que los seminarios tradicionales estén llenos. Las conversiones, sobre todo de jóvenes, son numerosas. ¿Todavía hay lugar para los celos estériles? Está claro que la política de marginación, intimidación y persecución de esta parte del mundo católico, que dista mucho de ser mayoritaria pero sigue muy viva, es insostenible a largo plazo.
Entre el clero diocesano joven hay también un número importante de seminaristas y de sacerdotes jóvenes muy partidarios de las formas antiguas. Todo este clero, mucho más tradicional que sus mayores de generaciones anteriores, no comprende la guerra que libran las autoridades contra algunos sacerdotes y fieles.
Por no hablar del despilfarro de personal eclesiástico en un momento en que nos hemos empobrecido tanto. A los sacerdotes “especializados” formados en los seminarios tradicionales nada les gustaría más que prestar servicios pastorales “transversales”, sirviendo a los enfermos en las parroquias o en los hospitales, atendiendo un cierto número de capellanías, etc. Y por el bien mayor de todos. Y por el mayor bien de todos, ante todo por el bien de la paz y la inmensa satisfacción de sus feligreses, los párrocos, si tuvieran libertad para ello, prestarían de buen grado ambas formas de culto.
Por la libertad de la liturgia tradicional
Ha quedado claro que, en virtud de la libertad de la Iglesia, hay que dejar plena libertad de desarrollo a las fuerzas vivas que siguen manifestándose en el seno de un catolicismo moribundo, que siguen llenando las iglesias, generando vocaciones y desarrollando la misión. Entre ellas están los católicos que se agrupan en torno al culto tradicional. Si el catolicismo en el mundo occidental está en vías de desaparecer de la escena pública, la celebración digna y santa de la liturgia que ofrece la liturgia tradicional es sin duda uno de los elementos de un posible renacimiento y de un nuevo impulso misionero.
Sin embargo, contra toda justicia y, sobre todo, contra todo sentido común, a esta liturgia sólo se le permiten algunos espacios limitados, que en el mejor de los casos se toleran. Esto es tanto más inútil cuanto que todos los intentos de reducir esta liturgia se han revelado inútiles: ninguna de las medidas que se han utilizado para sofocarla ha impedido que se difunda (en Europa y América, pero hoy en día en más de 100 países donde la liturgia tradicional está viva) y consolide la fe y la piedad de quienes la practican.
Hemos mencionado los frutos de crecimiento vocacional y de conversión que aporta. En torno a ella florecen la pastoral juvenil, el trabajo escolar y una sólida enseñanza catequética. La peregrinación de Chartres y otras peregrinaciones organizadas hoy en Francia y en el mundo son emblemáticas de este hecho masivo: la liturgia tradicional atrae a los jóvenes. En medio de una hemorragia de creencias, es un medio probado de transmisión de la fe, sobre todo en el seno de las familias, y de mantenimiento de la práctica religiosa.
Jean-Pierre Maugendre, Director General de Renaissance Catholique, en el llamamiento que lanzó en siete idiomas a favor de la libertad de la liturgia tradicional el 21 de abril de 2024, y que fue recogido en todo el mundo en revistas, sitios web y redes sociales, como expresión clara de un sentimiento universalmente compartido, decía: “Pedimos simplemente, en nombre de la libertad de la Iglesia, que se reconozca la plena y total libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros, para que, sin trabas, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla”.
“Dejar-hacer” y “Dejar-vivir”
Jean-Pierre Maugendre señaló que esta medida beneficiosa no requiere ninguna legislación adicional, como la publicación de un nuevo motu proprio que contradiga el de Francisco.
Basta con que las autoridades eclesiásticas decidan, de la forma más sencilla posible, poner fin en la práctica a las medidas coercitivas contra la antigua liturgia. Todo lo que se requiere, sin cambiar nada, es una actitud de “dejar-hacer” de caridad. En el fondo, no es más que la aplicación del consejo de Gamaliel a los judíos sobre los primeros cristianos: “Os digo ahora que no os preocupéis por esa gente, dejadla en paz. Porque si sus palabras u obras vienen de los hombres, se destruirán a sí mismos. Pero si realmente vienen de Dios, no podrán destruirlos. No os arriesguéis a encontraros en guerra con Dios” (Hch 5, 38-39).
Esta actitud pacificadora es, pues, la más sencilla de conseguir, dejando libertad concreta en forma de “dejar-vivir” en todas partes y sin trabas a la liturgia inmemorial de la Iglesia latina.
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