Por Nelson Fragelli
La conversación es un tema amplio. Delinear algunos principios que deberían guiar nuestras conversaciones puede ayudarnos a comprender mejor el tema. Esto nos ayudará a ver el verdadero valor y alcance de este importante arte.
En primer lugar, el principio que debe guiar nuestra elección de temas y nuestros comentarios debe ser el bien de los demás. Debemos procurar hacer el bien a quienes conversamos. En otras palabras, la conversación es un valioso medio de apostolado, es decir, un medio para difundir la fe. Por lo tanto, nuestra actitud hacia la conversación debe ser como la de un apóstol que actúa con celo y pasión.
En segundo lugar, tenemos un vasto campo de trabajo, ya que las características de la Iglesia son insondables. Dios es infinito, por lo que siempre hemos tenido mucho que decir sobre la Iglesia y Dios. Las conversaciones destinadas a difundir nuestro pensamiento son una parte importante de nuestra misión como católicos. Conversamos para acercar las almas a la Iglesia Católica y a la civilización cristiana.
El apostolado externo
Hay dos tipos de apostolado que podemos realizar mediante la conversación. El primero es un apostolado externo para llegar a quienes no practican la fe.
En su apostolado en la India y Japón, San Francisco Javier presenció el entusiasmo que la doctrina católica despertaba entre los pueblos paganos y, en consecuencia, innumerables conversiones. En sus conversaciones y predicaciones, convirtió a un gran número de paganos. Solía decir: “Quisiera recorrer las universidades de Europa y gritar a viva voz delante de todos: 'Un gran número de almas son excluidas del Cielo y arrojadas al Infierno por vuestra culpa'”.
El gran misionero jesuita decía que las almas se pierden porque la gente no conversa ni difunde la fe.
Podríamos decir lo mismo de quienes caminan por los oscuros senderos de nuestro mundo neopagano. San Francisco Javier habló a los paganos de Japón, India y Corea. Nuestra tarea es comunicarnos con quienes, desde afuera, caminan por los oscuros caminos del pecado, donde abundan el engaño y la iniquidad. Muchos desearían cambiar de vida y caminar con nosotros. Debemos acercarnos a estas personas y conversar con ellas.
Este es el apostolado externo con quienes no practican la fe. Cuando nos encontramos con personas que aún no son contrarrevolucionarias ni practican la fe, también ejercemos un apostolado externo.
El Apostolado Interno
El segundo tipo de apostolado es el interno. Según el fundador de la TFP, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, esta acción puede ser más importante que el externo, ya que mantiene el fervor de los fieles. Este apostolado se dirige a nuestros contactos cercanos, quienes ya piensan como nosotros y se adhieren a la doctrina católica ortodoxa.
¿Cómo hacemos este apostolado con aquellos que son como nosotros?
Tenemos el deber de conectar con estas personas, haciendo que nuestra interacción social y nuestra convivencia sean más agradables y atractivas. Nuestra conversación debería convertirse en un medio para aumentar el fervor y distanciarnos aún más del mundo.
El gran instrumento de este apostolado de aliento y fervor es la conversación. No se trata de oración solitaria, sino de conversación. Así, este apostolado interno es nuestra arma para avivar el fervor y el entusiasmo entre nosotros.
Debemos abrazar el esfuerzo de este apostolado porque es muy necesario. En el pasado, muchos esfuerzos fracasaron porque nadie pudo asumir esta tarea. Al observar la historia de la Iglesia, observamos que el entusiasmo de los buenos católicos a menudo decae y su fervor se enfría. El espíritu del mundo los atrae y los perturba.
Momentos de gracia
Entablar una conversación agradable y provechosa es similar al caso de un anfitrión que invita a sus amigos a cenar. Se alegra de ver que sus invitados han disfrutado de los platos, el vino y el postre.
En una conversación, cada participante es a la vez anfitrión y invitado. Cada participante ofrece sus ideas y comentarios, y recibe observaciones y reflexiones de quienes lo escuchan. Todos se alegran cuando surgen expresiones de alegría. El placer consiste en sentir que los participantes comparten sus puntos de vista. El éxito de una conversación se alcanza cuando algunos o todos pueden decir: “He aprendido nuevos aspectos de la vida que desconocía, y también siento que los demás están contentos con mis ideas”. Esta conclusión expresa el verdadero significado de la amistad y la conversación.
En estos momentos de alegría por una conversación fructífera, podemos sentir la presencia invisible de Nuestro Señor Jesucristo, quien prometió: “Les digo que si dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”. ¡Qué promesa de Nuestro Señor!
Cuando las conversaciones son así bendecidas, podemos ver la acción de la gracia obrando. Dios tiene un interés personal en las conversaciones, como lo demuestra su promesa. La gracia se manifiesta cuando el tema nos atrae. La gracia se manifiesta como una ayuda espiritual cuando sentimos un estímulo hacia nuevas ideas y opiniones, o un entusiasmo por el tema. Nuestro Señor se manifiesta en estos casos al brindarnos participación en su vida divina. Él es el gran compañero en una conversación porque dijo: “Estaré en medio de ustedes”. Nuestro Señor Jesucristo, por gracia, viene a nosotros cuando interactuamos.
Una intersección de lo espiritual y lo temporal
En consecuencia, tales conversaciones constituyen una intersección de dos esferas: la espiritual y la temporal. La conversación ocurre en la esfera espiritual porque es una oración, según la promesa de Nuestro Señor. La conversación también ocurre en la esfera espiritual porque es un acto de apostolado realizado en la presencia de Nuestro Señor Jesucristo. La conversación se sitúa en la esfera temporal porque la interacción social es un placer compartido, consuetudinario y legítimo.
Por lo tanto, debemos evitar ser indiferentes a las necesidades de las almas durante la conversación. También debemos evitar pensar en nosotros mismos y en nuestros argumentos brillantes. Estas distracciones nos alejan del aspecto sublime de la conversación. El propósito de la conversación no es glorificar a uno de los presentes, sino santificar a quienes participan en ella.
Cuando conversamos por amor al prójimo, hacemos nuestro apostolado.
Así pues, con celo apostólico, debemos observar ciertas reglas, especialmente la regla suprema de hacer el bien a los demás. De esta manera, podemos atraer a nuestras conversaciones al interlocutor principal: Aquel que ha prometido estar entre nosotros siempre que nos reunamos en su nombre.
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