16 de Abril: Santo Toribio del Liébana
(🕆 456)
El bienaventurado y celosísimo santo Toribio de Liébana, Obispo de Astorga, fue natural de la provincia de Galicia, y a lo que se puede entender, era hijo de una de las familias principales de la ciudad de Astorga.
Habiendo aprendido y aprovechado mucho en las letras humanas, distribuyó su patrimonio a los pobres y navegó a Jerusalén, donde el Obispo de aquella iglesia hizo tal estimación de su santidad, que le confió el riquísimo tesoro de las cosas sagradas y reliquias de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, de las cuales trajo después muchas a España.
Volviendo de los Santos Lugares a su patria, curó milagrosamente a una hija del rey de los Suevos, y a otros muchos enfermos y con las merecidas limosnas que le dieron, edificó un templo al Salvador, y puso en él las reliquias que había traído.
Murió en esta sazón el Obispo de Astorga, y todos pusieron los ojos en Santo Toribio, el cual aunque mucho se resistió, hubo de rendirse a la voluntad divina.
Entonces, un ambicioso diácono de Astorga le acusó de un crimen de adulterio, ya que él pretendía aquella cátedra, y el santo Obispo, inspirado de Dios se justificó plenamente.
Porque habiendo ido a su Catedral, un día de gran concurrencia de fieles, dijo al pueblo de la necesidad que tenía de volver por su honra y con muchas lágrimas pidió al Señor que deshiciese aquella calumnia.
Luego mandó traer al altar un brasero, y tomando en sus sagradas manos las ascuas encendidas las envolvió en el sobrepelliz que traía puesto, y entonando el salmo de David, que comienza: “Levántese Dios, y sean disipados sus enemigos”, rodeó toda la iglesia llevando las ascuas en el roquete; y todo el pueblo vio con sus ojos como ni en el roquete ni las manos del santo apareció ninguna lesión de fuego, pues no quedó de él ni la más leve señal.
Asombráronse todos de semejante maravilla, y el calumniador confesó a voces su pecado, y cayó muerto en la iglesia.
Pero la obra más excelente que hizo Santo Toribio, fue el acabar con la herejía de los priscilianos en España para lo cual se armó de una carta en que refutaba victoriosamente aquellos errores, y la envió a algunos Obispos españoles.
Y con las Letras Apostólicas del Papa, que era San León el Magno, y la autoridad de un Concilio nacional que se juntó en Toledo, y otro provincial que se celebró en Galicia, cortó la cabeza de aquella herejía que inficcionaba muchos pueblos de España.
Finalmente, después de haber cumplido Santo Toribio las obligaciones de un buen pastor y defendido su rebaño de los lobos infernales, descansó en paz; y en el siglo VIII, por causa de la invasión de los moros fueron trasladadas sus reliquias, y las que trajo de Jesucristo, al monasterio de San Martín de Liébana que se llamó después Santo Toribio de Liébana.
(Imágenes de Monasterio Santo Toribio de Liébana aquí).
La gloriosa virgen y fuertísima mártir de Cristo Santa Engracia era hija de un gran caballero y señor muy principal de Portugal, y habiendo concertado de casarla con un duque de Rosellón, o capitán de aquella frontera de Francia, la enviaba para celebrar las bodas muy bien acompañada de dieciocho caballeros, parientes y familiares suyos, cuyos nombres eran Lupercio, Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturio, Casiano, Fausto y Jenaro: y estos cuatro últimos tenían por sobrenombre Saturninos.
Hallábase esta ilustre comitiva en Zaragoza cuando Daciano como tigre fiero y cruel se relamía en la sangre de los cristianos de aquella ciudad principalísima y les afligía con los más horribles tormentos.
Entonces armada de Dios, la virgen Santa Engracia, se presentó con sus dieciocho compañeros cristianos ante el tribunal del inicuo juez y le reprendió severamente por haberse despojado de la razón de hombre y haberse vestido de la crueldad de una fiera, vertiendo tanta sangre de hombres inocentes, que no tenían otra culpa sino adorar al único Dios verdadero.
Daciano quedó pasmado, y pensativo sobre lo que había de hacer con aquella nobilísima y hermosísima doncella que así le hablaba; pero por fin, pudo en él más su cruel naturaleza que la humanidad, ni otro algún buen respeto y mandó detener y azotar rigurosamente a la santa virgen y aquellos dieciocho caballeros; y para escarmiento de los demás cristianos de Zaragoza, hizo arrastrar a Engracia atada a la cola de un caballo por toda la ciudad.
Despedazáronle después sus virginales carnes con uñas de hierro, dislocáronle los miembros, cortáronle el pecho izquierdo, y cuando todo su santo cuerpo estuvo hecho una llaga, la cubrieron con una larga vestidura, y la dejaron así para que con los dolores de sus heridas se prolongase su martirio y se dilatase la muerte.
Y como ella perseverase en la confesión a Jesucristo, Daciano, irritado por aquella invencible constancia, mandó que le hincasen un clavo en la frente.
Todavía se muestra en la cabeza de la Santa el agujero de aquel clavo, en cuyo tormento la fidelísima esposa del señor acabó de recibir la corona del martirio.
Finalmente, a los dieciocho caballeros, mandó el procónsul a degollar fuera de la ciudad, y en el mismo día recibieron con Santa Engracia la palma de gloriosos Mártires de Jesucristo.
Se conservan con gran veneración las preciosas reliquias de la Santa en la cripta del templo de su nombre, magníficamente restaurado en nuestros días en la capital de Aragón.
En un depósito del mismo sepulcro están las reliquias de san Lupercio, y en otro sepulcro de mármol, las de los otros Santos compañeros cuyos huesos son de color rosa y despiden fragante aroma.
16 de abril: Santa Engracia y sus 18 compañeros mártires
(🕆 303)
La gloriosa virgen y fuertísima mártir de Cristo Santa Engracia era hija de un gran caballero y señor muy principal de Portugal, y habiendo concertado de casarla con un duque de Rosellón, o capitán de aquella frontera de Francia, la enviaba para celebrar las bodas muy bien acompañada de dieciocho caballeros, parientes y familiares suyos, cuyos nombres eran Lupercio, Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturio, Casiano, Fausto y Jenaro: y estos cuatro últimos tenían por sobrenombre Saturninos.
Hallábase esta ilustre comitiva en Zaragoza cuando Daciano como tigre fiero y cruel se relamía en la sangre de los cristianos de aquella ciudad principalísima y les afligía con los más horribles tormentos.
Entonces armada de Dios, la virgen Santa Engracia, se presentó con sus dieciocho compañeros cristianos ante el tribunal del inicuo juez y le reprendió severamente por haberse despojado de la razón de hombre y haberse vestido de la crueldad de una fiera, vertiendo tanta sangre de hombres inocentes, que no tenían otra culpa sino adorar al único Dios verdadero.
Daciano quedó pasmado, y pensativo sobre lo que había de hacer con aquella nobilísima y hermosísima doncella que así le hablaba; pero por fin, pudo en él más su cruel naturaleza que la humanidad, ni otro algún buen respeto y mandó detener y azotar rigurosamente a la santa virgen y aquellos dieciocho caballeros; y para escarmiento de los demás cristianos de Zaragoza, hizo arrastrar a Engracia atada a la cola de un caballo por toda la ciudad.
Despedazáronle después sus virginales carnes con uñas de hierro, dislocáronle los miembros, cortáronle el pecho izquierdo, y cuando todo su santo cuerpo estuvo hecho una llaga, la cubrieron con una larga vestidura, y la dejaron así para que con los dolores de sus heridas se prolongase su martirio y se dilatase la muerte.
Y como ella perseverase en la confesión a Jesucristo, Daciano, irritado por aquella invencible constancia, mandó que le hincasen un clavo en la frente.
Todavía se muestra en la cabeza de la Santa el agujero de aquel clavo, en cuyo tormento la fidelísima esposa del señor acabó de recibir la corona del martirio.
Finalmente, a los dieciocho caballeros, mandó el procónsul a degollar fuera de la ciudad, y en el mismo día recibieron con Santa Engracia la palma de gloriosos Mártires de Jesucristo.
Se conservan con gran veneración las preciosas reliquias de la Santa en la cripta del templo de su nombre, magníficamente restaurado en nuestros días en la capital de Aragón.
En un depósito del mismo sepulcro están las reliquias de san Lupercio, y en otro sepulcro de mármol, las de los otros Santos compañeros cuyos huesos son de color rosa y despiden fragante aroma.
(Historia e imágenes del monasterio de Santa Engracia aquí)
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