Por el padre Federico Palma
Los que me conocen o me siguen en la red social X saben de mi posición teológica con respecto al concilio Vaticano II y los “papas conciliares”, desde Juan XXIII hasta Francisco, inclusive. Por decirlo de alguna manera, soy católico apostólico romano, fiel a la Tradición de la Iglesia y a la Misa Tridentina, la Misa en latín.
Mi posición es que el concilio Vaticano II y sus reformas han sido nefastas para la Iglesia, representando un verdadero quiebre con lo anterior. Considero que los “papas conciliares”, a pesar de haber sido válidamente electos y, por lo tanto, de haber gozado de un verdadero título y derecho exclusivo al papado, nunca lograron, sin embargo, recibir la autoridad formal que viene de Cristo, Cabeza de la Iglesia, para regir y gobernar su Iglesia. Esto se debe a su intención de implementar dichas reformas nocivas sobre la Iglesia toda, lo cual es incompatible con la recepción de la autoridad por parte del sujeto elegido, o sea, el “papa-electo”. Para recibir la autoridad, uno debe tener la voluntad de ejecutar “el bien común”; en este caso, el bien común es sobrenatural, a saber, custodiar el depósito de la Fe y llevar las almas al cielo.
En fin, no es mi intención aquí ahondar en esas cuestiones, por lo demás bastante complejas, más cuando esto ha sido desarrollado y abordado con profundidad filosófica y teológica en otros lugares y a lo largo de muchos años en diversos escritos, los cuales explican, en cuanto humanamente es posible hacerlo, la gran crisis que la Iglesia Católica viene sufriendo, concretamente desde la muerte del papa Pío XII. Dije “crisis”, y en esto creo que la mayoría de los que lean estas líneas estarán de acuerdo, porque lo que estamos presenciando en la Iglesia es, en definitiva, una crisis como nunca antes la hubo.
De todas formas, quiero hablar más específicamente de Francisco. En todos lados se dice que “es el argentino más importante de la historia”, y eso es absolutamente verdad. A mí, como argentino, esa frase me generó durante doce años sentimientos encontrados, “mixed feelings”, como le dicen en inglés. Sentimientos encontrados porque siempre albergué la esperanza de una conversión, incluso al estilo de San Pablo: una conversión milagrosa, drástica, por la cual Francisco hubiese “pateado el tablero”, como se dice coloquialmente. Francisco era bien capaz de sorprendernos y de aparecer un buen día transformado por la gracia, como un nuevo Moisés, llevando a la Iglesia por los caminos de Dios y no por los del mundo o del ecumenismo. Pero eso, claramente, no sucedió. Por eso llamo a este artículo “Francisco, un papa que no fue”.
Sentimientos encontrados y mi esperanza, que terminó trunca y frustrada por los secretos designios de Dios. Francisco es, sin duda alguna, “el argentino más importante de la historia”, pero me temo que más para mal que para bien. Tener un verdadero papa argentino hubiese significado una gran bendición para mi tierra, pero no se dio. O se dio a medias. A medias, como la Argentina misma, un país o nación que todavía está in medias res, debatiéndose entre el bien y el mal.
También diría que Francisco fue “el argentino más poderoso de la historia”, y aquí me quiero detener. Corría el año 2020, y la Argentina aprobaba la ley inicua del aborto. Francisco estaba en el apogeo de su poder temporal y religioso, y con ese poder hubiese podido detener esa ley infanticida. Si hubiera sido necesario, su sola presencia en Argentina, o incluso la amenaza de la misma, hubiese parado todo. Ese era el sentimiento general de las personas pro-vida, de la mayor parte del pueblo argentino. Lo pudo hacer, pero no lo hizo. Fue una oportunidad de oro que tuvo a mano para, al menos en un acto concreto, mostrarse siquiera como el padre espiritual de la humanidad. No sucedió. Francisco, un papa que no fue.
Si a eso le sumamos el daño que infligió a las enseñanzas de la Iglesia, a la Fe, a la Moral católica y a su Liturgia, entonces se entenderá mejor el porqué de mi esperanza trunca y frustrada. Francisco fue el “papa conciliar” que mejor captó el “espíritu del Vaticano II”, el que mejor entendió “su esencia”. Eso fue fatal para los católicos de buena fe, que se encontraron más perplejos que nunca al ver a un “papa” atacar, sistemática y metódicamente, casi todo lo que la Iglesia consideró sagrado hasta la llegada del concilio. Francisco en eso fue implacable. Con sus discursos, gestualidades y documentos oficiales y obligatorios, durante doce años pareció más bien dedicarse a destruir lo poco que quedaba de tradicional en la Iglesia conciliar. Amoris Laetitia y Traditionis Custodes son documentos y nombres latinos que tristemente confirman lo que escribo.
Sumemos a eso sus innumerables acciones litúrgicas teñidas de aquel indiferentismo religioso ya condenado por la Iglesia, y sus frases tristemente célebres, como “todas las religiones son un camino para llegar a Dios”, pronunciada en su viaje a Singapur.
En fin, no es mi intención aquí ahondar en esas cuestiones, por lo demás bastante complejas, más cuando esto ha sido desarrollado y abordado con profundidad filosófica y teológica en otros lugares y a lo largo de muchos años en diversos escritos, los cuales explican, en cuanto humanamente es posible hacerlo, la gran crisis que la Iglesia Católica viene sufriendo, concretamente desde la muerte del papa Pío XII. Dije “crisis”, y en esto creo que la mayoría de los que lean estas líneas estarán de acuerdo, porque lo que estamos presenciando en la Iglesia es, en definitiva, una crisis como nunca antes la hubo.
De todas formas, quiero hablar más específicamente de Francisco. En todos lados se dice que “es el argentino más importante de la historia”, y eso es absolutamente verdad. A mí, como argentino, esa frase me generó durante doce años sentimientos encontrados, “mixed feelings”, como le dicen en inglés. Sentimientos encontrados porque siempre albergué la esperanza de una conversión, incluso al estilo de San Pablo: una conversión milagrosa, drástica, por la cual Francisco hubiese “pateado el tablero”, como se dice coloquialmente. Francisco era bien capaz de sorprendernos y de aparecer un buen día transformado por la gracia, como un nuevo Moisés, llevando a la Iglesia por los caminos de Dios y no por los del mundo o del ecumenismo. Pero eso, claramente, no sucedió. Por eso llamo a este artículo “Francisco, un papa que no fue”.
Sentimientos encontrados y mi esperanza, que terminó trunca y frustrada por los secretos designios de Dios. Francisco es, sin duda alguna, “el argentino más importante de la historia”, pero me temo que más para mal que para bien. Tener un verdadero papa argentino hubiese significado una gran bendición para mi tierra, pero no se dio. O se dio a medias. A medias, como la Argentina misma, un país o nación que todavía está in medias res, debatiéndose entre el bien y el mal.
También diría que Francisco fue “el argentino más poderoso de la historia”, y aquí me quiero detener. Corría el año 2020, y la Argentina aprobaba la ley inicua del aborto. Francisco estaba en el apogeo de su poder temporal y religioso, y con ese poder hubiese podido detener esa ley infanticida. Si hubiera sido necesario, su sola presencia en Argentina, o incluso la amenaza de la misma, hubiese parado todo. Ese era el sentimiento general de las personas pro-vida, de la mayor parte del pueblo argentino. Lo pudo hacer, pero no lo hizo. Fue una oportunidad de oro que tuvo a mano para, al menos en un acto concreto, mostrarse siquiera como el padre espiritual de la humanidad. No sucedió. Francisco, un papa que no fue.
Si a eso le sumamos el daño que infligió a las enseñanzas de la Iglesia, a la Fe, a la Moral católica y a su Liturgia, entonces se entenderá mejor el porqué de mi esperanza trunca y frustrada. Francisco fue el “papa conciliar” que mejor captó el “espíritu del Vaticano II”, el que mejor entendió “su esencia”. Eso fue fatal para los católicos de buena fe, que se encontraron más perplejos que nunca al ver a un “papa” atacar, sistemática y metódicamente, casi todo lo que la Iglesia consideró sagrado hasta la llegada del concilio. Francisco en eso fue implacable. Con sus discursos, gestualidades y documentos oficiales y obligatorios, durante doce años pareció más bien dedicarse a destruir lo poco que quedaba de tradicional en la Iglesia conciliar. Amoris Laetitia y Traditionis Custodes son documentos y nombres latinos que tristemente confirman lo que escribo.
Sumemos a eso sus innumerables acciones litúrgicas teñidas de aquel indiferentismo religioso ya condenado por la Iglesia, y sus frases tristemente célebres, como “todas las religiones son un camino para llegar a Dios”, pronunciada en su viaje a Singapur.
Por último, añadamos su política, verdaderamente suicida, en favor de la inmigración masiva y no cristiana a Europa (contribuyendo así con una estocada mortal al continente, otrora cuna de la cristiandad), su ambivalencia ante el aborto y su coqueteo con los regímenes socialistas del mundo. Todo esto nos da una visión de conjunto con un saldo muy negativo de sus doce años de “pontificado”.
Claramente, sus preocupaciones eran otras; su cabeza estaba en otro lado, casi exclusivamente en el bienestar temporal de la humanidad, en el llamado “cambio climático”, en la erradicación de la pobreza. Todo ello como eje fundamental de su “papado”, cuando en realidad esas cuestiones son, permítanme decirlo, “la añadidura” de la cual habló Nuestro Señor Jesucristo. “Buscad primero el reino de los cielos y su justicia” (Lc. XII, 31), dijo el Divino Taumaturgo, pero él se concentró en la añadidura y no en el reino. En definitiva, Francisco, un papa que no fue.
No estoy aquí para “hacer leña del árbol caído”. Nobleza obliga. Hay dos circunstancias de su frustrado “pontificado” que merecen de mi parte una mención especial. Son como dos destellos de lo que Francisco pudo ser y no fue.
No estoy aquí para “hacer leña del árbol caído”. Nobleza obliga. Hay dos circunstancias de su frustrado “pontificado” que merecen de mi parte una mención especial. Son como dos destellos de lo que Francisco pudo ser y no fue.
La primera, dejando de lado por un momento la cuestión sobre la validez de los sacramentos en la iglesia conciliar, fue su reacción durante la llamada “pandemia”. Se lo vio, por única vez apareciendo como verdadero Pontífice, en una noche lluviosa, en completa soledad en la plaza San Pedro, con la Custodia eucarística, arropado con ornamentos sacerdotales solemnes, dando la bendición a la humanidad entera. Fue un destello, un relámpago nada más, un segundo que rememoró la majestuosidad de los papas de antaño. Pero fue eso, nada más que un momento poderoso y conmovedor, pero fugaz.
El segundo momento, a mi juicio, que cabe destacar fue su constancia cotidiana en consolar y comunicarse con los habitantes de Gaza durante esa tragedia que todavía continúa. Como digo, son dos momentos, pero, comparados con el resto de sus doce años como Francisco, son dos gotas en un océano de desilusiones. Francisco, un papa que no fue.
Como cristianos, no odiamos a nadie; al contrario, amamos en la Verdad (III Juan I, 1) a la humanidad y anhelamos su conversión a Cristo. Rezamos por ella. Por eso, pedimos a Nuestro Señor y a su Santísima Madre, la Virgen Santísima, la dicha de tener al fin un Papa verdadero que ponga fin a esta crisis eclesial, al mismo tiempo que ofrecemos nuestras pobres oraciones suplicando la misericordia divina por el alma “del argentino más importante y poderoso de la historia”, por Francisco, un papa que no fue.
El segundo momento, a mi juicio, que cabe destacar fue su constancia cotidiana en consolar y comunicarse con los habitantes de Gaza durante esa tragedia que todavía continúa. Como digo, son dos momentos, pero, comparados con el resto de sus doce años como Francisco, son dos gotas en un océano de desilusiones. Francisco, un papa que no fue.
Como cristianos, no odiamos a nadie; al contrario, amamos en la Verdad (III Juan I, 1) a la humanidad y anhelamos su conversión a Cristo. Rezamos por ella. Por eso, pedimos a Nuestro Señor y a su Santísima Madre, la Virgen Santísima, la dicha de tener al fin un Papa verdadero que ponga fin a esta crisis eclesial, al mismo tiempo que ofrecemos nuestras pobres oraciones suplicando la misericordia divina por el alma “del argentino más importante y poderoso de la historia”, por Francisco, un papa que no fue.
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