jueves, 10 de abril de 2025

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (26)

Admirable ejemplo de la unión del alma fiel con el Sagrado Corazón de Jesús.

Por Monseñor de Segur (1888)


En el mismo siglo en que la Providencia suscitaba a la bienaventurada Margarita María para la glorificación del Sagrado Corazón de Jesús, los misterios de este Corazón adorable eran manifestados a una santa Religiosa carmelita, sor Margarita del Santísimo Sacramento. Esta margarita del Carmelo era una flor no menos preciosa que la del jardín de la Visitación. Se extendió a lo lejos su buen olor, y San Vicente de Paul y otros santos varones le tenían singular veneración.

Sor Margarita del Santísimo Sacramento recibió de Nuestro Señor una gracia análoga a la de Santa Gertrudis y de la beata Margarita María. Juntaba en un mismo amor el Santísimo Sacramento y el Sagrado Corazón, y este amor la absorbía toda.

Entre los numerosos favores sobrenaturales de que estuvo llena la vida de Sor Margarita, refiere su historiador que uniéndosele un día Jesús más estrechamente aún que hasta entonces, le abrió su divino Corazón y la ocultó en aquel Santuario. “Se le mostró -dice- su Corazón como una inmensa hoguera de amor, en la cual la encerró de día y de noche por espacio de más de tres semanas. Allí bebió tantas gracias en su fuente misma y llegó a tal grado de santidad, que sus progresos parecieron mayores en un solo día que lo habían sido antes en años enteros.

Algunas veces este Corazón divino, abrasándola toda como un fuego vivísimo, consumía sus imperfecciones; otras se hallaba sumergida en él como en un abismo de caridad que la abrasaba de tal suerte, que hasta su cuerpo sentía sus ardores: ora el amor de Jesús la arrobaba con tal impetuosidad, que se la veía levantada del suelo, hermosa e inflamada como un Serafín; ora parecía bañada en su arrobamiento como en una fuente de santidad: tan pronto se encontraba en él como sumergida en la inocencia misma; como, en fin, era allí toda embalsamada de pureza.

Notó en el Corazón de Jesús un doble movimiento de dilatación y de compresión; y Jesús le hizo comprender que su Sagrado Corazón se comprimía como para llenarse del divino Espíritu, para amar a su Padre celestial, para ofrecerse a Él en sacrificio, para anonadarse ante su infinita majestad, para entrar en su vida divina, para unirse a todas sus adorables perfecciones y tributarle los debidos homenajes; y que por el contrario se dilataba para difundir su Espíritu en todos sus miembros y comunicar a su Iglesia, que es su Cuerpo, el calor y la vida.

En este Corazón adorable divisó un océano sin fondo y sin límites, océano de amor a Dios su Padre, una posesión y un goce de su divina bondad, un reposo en su infinita beatitud, una calma y una paz que sobrepujan toda inteligencia, un tesoro incomprensible de todas las virtudes, que brillaban allí con una belleza, una elevación, una extensión y un esplendor tan grandes, tan inefables, que había con qué llenar una infinidad de mundos.

Vio también cómo este divino Corazón, en medio de tantas riquezas y beatitud, había estado anegado en profundos abismos de amarguísimos sufrimientos; que bajo el peso de los pecados de los hombres había estado como quebrantado y reducido a la agonía; y que hubiera sucumbido a ella a no sostenerle la omnipotencia del Verbo increado.

Esto, no obstante, conoció en aquel Corazón benignísimo un transporte de amor tan admirable hacia aquellos que le habían hecho tanto mal, que no se puede expresar; y la fuerza y la generosidad de este amor eran las que le habían causado el sudor de sangre en el huerto de Getsemaní.

Vio a este adorable Corazón como el palacio sagrado donde habían nacido y se habían nutrido todos los sentimientos del Salvador, todas sus aflicciones, sus deseos, sus alegrías, sus tristezas. Pero entre tantos tesoros de virtud y santidad, sor Margarita fue hecha partícipe principalmente del amor, de la pureza de corazón y de la inocencia.

La posesión que Jesús tomaba de ella la consumía cada día más, en tal grado que ya apenas tomaba alimento. En el Corazón de Jesús encontraba un suplemento sobrenatural que la sostenía y reparaba sus fuerzas con mayor eficacia que hubiera podido el fruto del árbol de la vida en el paraíso terrenal. Le parecía a veces que de este divino Corazón se destilaba en todos sus miembros un licor sagrado y vivificante, ya como un aceite suavísimo, ya como leche purísima, ya como un bálsamo que exhala un olor celestial, ya en fin como un maná delicioso que, no sólo fortificaba su cuerpo, sino que también producía en su alma efectos maravillosos.

Esta vida enteramente oculta en el Sagrado Corazón no era, téngase bien presente, un transporte sensible del cuerpo, sino solo del alma; y esta entrada que Jesús le dio en su Corazón era una amorosa invención de su misericordia para asociarla más estrechamente a su divina inocencia”.

Tal fue la unión sobrenatural y milagrosa de la venerable Sor Margarita del Santísimo Sacramento con el Sagrado Corazón del Hijo de Dios. Aunque Jesús no conceda gracias tan extraordinarias a todos los fieles, es sin embargo cierto que todos aquellos que le aman sinceramente y con todo su corazón están verdaderamente unidos a su Corazón en el misterio de la gracia. El mismo espíritu que obra las uniones milagrosas de que nos ofrecen tantos ejemplos las vidas de los Santos, obra en nosotros, cuando somos fieles, una unión muy real, íntima, profunda y enteramente celestial con Nuestro Señor Jesucristo, y muy especialmente con su adorable Corazón.

Contentémonos humildemente con estar unidos a Jesús por medio de este lazo común de la Iglesia, que es el lazo de la fe; y cuando queramos amar o adorar a Dios, concebir un verdadero dolor de nuestros pecados, cumplir con los deberes de religión que nuestro Padre celestial espera de nuestra fidelidad, volvámonos interiormente al divino Corazón de Jesús; unámonos a Él con la oración y el amor; entremos, permanezcamos en Él, no formando con Él, más que una cosa, orando y adorando con Él, amando todo lo que Él ama, aborreciendo y rechazando todo lo que Él reprueba.

¡Gloria, amor y acciones de gracias al Corazón bondadosísimo y misericordiosísimo de nuestro Salvador, por todas las gracias y bendiciones que ha derramado y derramará, hasta el fin de los tiempos, en la tierra y en el cielo, en todos los corazones que le aman y que eternamente le amarán!


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