lunes, 15 de septiembre de 2025

¿Y SI FUESE EL SEÑOR CURA A CONTAR LO QUE YO LE DIJESE?

Gracias al cielo este crimen no ha sido cometido jamás, y el secreto de la Confesión ha sido siempre lo que debe ser; el secreto de la tumba. 

Por Monseñor de Segur (1868)


24. ¿Y SI FUESE EL SEÑOR CURA A CONTAR LO QUE YO LE DIJESE?

No hay un sacerdote en todo el mundo que no se halle dispuesto a dejarse matar antes que revelar el formidable secreto de la Confesión. Este secreto es tan absoluto, que nunca ni bajo ningún pretexto puede faltar a él el sacerdote, ni aun cuando se tratase de salvar a un inocente del cadalso, de evitar a una familia entera la ruina y el deshonor, de arrancar de la muerte a toda una ciudad, o a todo un pueblo.

El sacerdote que con una palabra o un signo violase el secreto de la Confesión, incurriría inmediatamente en los más terribles anatemas de la Iglesia; sería excomulgado y se le privaría por toda su vida de confesar, de celebrar el Santo Sacrificio, de enseñar y predicar y, en una palabra, de desempeñar ninguna función del santo ministerio.

Gracias al cielo este crimen no ha sido cometido jamás, y el secreto de la Confesión ha sido siempre lo que debe ser; el secreto de la tumba. 

Dios ha permitido algunas veces que algunos sacerdotes perdiesen la razón y, lo que aún es más doloroso, la fe y el honor sacerdotal; pero nunca ha permitido que esos desgraciados caídos en la demencia o en el vicio violasen el secreto del Confesonario. 

Durante los horrores de la revolución francesa se vio a algunos sacerdotes abandonar sus deberes, levantar contra la Iglesia una mano sacrílega, asesinar a sus hermanos que habían permanecido fieles, casarse y faltar a todos sus juramentos; pero no se cita ni uno solo que haya faltado a la ley del sigilo.

Lo mismo ha sucedido con sacerdotes que se han vuelto locos. 

Un cura de Sablé, en la diócesis de Mans, había perdido la razón a consecuencia del terror que le habían causado los asesinatos del '93. 

Encerrado en el hospital general de Mans, pasó en él más de cincuenta años: en 1848 vivía todavía. 

Un día fueron a visitarle tres o cuatro jóvenes con el incalificable propósito de hacerle hablar de los secretos del Confesonario. 

Después de haber conversado sobre cosas indiferentes vinieron al hecho: 

- “En otro tiempo ¿habéis confesado?” -le dijo uno de ellos con aire de falsa bondad- “Debía ser muy interesante... ¿Qué os decían?” 

El pobre loco se levantó en seguida poniéndose furioso; 

- “¡Sois unos impíos!” -exclamó en medio de su acceso- “¡Sois unos infames! ¡Me preguntáis sobre la Confesión! ¡De esto no se habla nunca, nunca!” y los echó de su celda.

El mismo sacerdote recibió otra vez la visita de una de sus antiguas penitentes. 

- “¿No me conocéis ya?” -le dijo- “en otro tiempo me he confesado con vos”. 

- “¡Desgraciada!” -exclamó interrumpiéndola- “salid de aquí; ¡me habláis de Confesión! no es permitido hablar de esto...”

Algunas coincidencias fortuitas han sido causa de que se sospechase a veces de la discreción de tal o cual confesor, pero al examinar el hecho, se ha visto que la sospecha era infundada. 

Un excelente sacerdote, director del seminario de san Sulpicio, me contó cierto día acerca de esto un hecho muy curioso. 

Una tarde, según costumbre del seminario, había señalado el asunto de la meditación para el día siguiente. Uno de sus penitentes fue en seguida a encontrarle todo azorado: 

- “Señor” -le dijo con indignación- “no me confesaré nunca más con vos. Acabáis de revelar lo que os dije ayer en el confesonario. Nunca lo hubiera creído de vos”

El buen Director admirado, le pide explicaciones y enseña al seminarista el papel en que estaba escrito aquel tema de meditación; ¡hacía quince años que lo tenía en su cartera!

El secreto de la Confesión no ha sido violado nunca. Puedes con toda seguridad echar tus faltas en ese abismo sin fondo. El mismo sacerdote no tarda en olvidarlo todo; te lo aseguro por mi propia experiencia. Es un beneficio que nos concede Dios. 

“Lo que sé por la Confesión” -decía ya en el cuarto siglo san Agustín- “lo sé menos que lo que no sé”.

Se cuenta que uno de esos sacerdotes apóstatas de la revolución, se había casado. Era por naturaleza de genio suave, y reinaba la paz en aquel piadoso matrimonio. Solo una vez se turbó aquella paz y por cierto que muy gravemente. Se oyó en el aposento conyugal gritos, choque de muebles y el ruido de una batalla en toda regla. ¿Qué había sucedido? Que la esposa había tenido la fatal ocurrencia de querer saber el secreto de las confesiones que había en otro tiempo recibido su marido, y este recobrando por un momento el honor de sacerdote, había contestado con golpes y bofetones. Ve a confesarte sin temor. Tu cura no está casado.

Continúa...


 


 
 


 
 

No hay comentarios: