12 de Septiembre: San Guido, sacristán
(✞ 1012)
El glorioso y devotísimo sacristán San Guido o Guidón, fue hijo de padres tan escasos de bienes como ricos en virtudes cristianas y nació en una aldea de Bramante llamada Anderlecht, por lo cual era conocido con el nombre de santo padre de Anderlecht.
Siendo todavía niño, pasó por el pueblo de Lacke que está a media legua de Bruselas, y entrando en una iglesia, estuvo una larga hora en oración muy fervorosa ante el altar de la Virgen Santísima Nuestra Señora; y al verlo el capellán que gobernaba aquella parroquia, le rogó que se quedase para ser monaguillo de la iglesia.
Fueron a aquella iglesia los padres del santo muchachito, y dando su autorización, él comenzó a cumplir desde aquel día con gran devoción las obligaciones de su oficio.
No podía soportar que se manchasen los manteles de los altares con alguna gota de aceite o de cera, y tenía muy aseadas y bien compuestas todas las cosas del templo; porque decía que así habían de estar las del palacio de Dios.
Decía que las campanas eran la voz del Señor que llamaba a los fieles, y que las velas que arden en el altar representaban la vida de los cristianos que debe gastarse toda en servicio y honra de Jesucristo.
Obedecía puntualmente y reverenciaba con gran acatamiento a los sacerdotes; jamás ponía los ojos en rostro de una mujer, y era tan rara su modestia y compostura que cuantos le hablaban y miraban, le veneraban como a un ángel de la iglesia.
Daba a la oración largas horas antes de acostarse y tomaba después breve descanso en el suelo del templo, y lo que recibía para sustentarse, lo repartía en gran parte entre los pobres.
Le sacó de aquel oficio cierto mercader de Bruselas, diciéndole que podría recibir más grandes limosnas si cambiaba el oficio y tomaba parte en los negocios de su casa.
Así lo hizo el santo, y al poco tiempo, bajando por el río en una nave cargada de mercancías; dio en un banco de arena, y queriendo sacar la nave con un largo madero, hizo tanta fuerza, que lo rompió, y le entró una astilla muy dentro del brazo.
Con este mal suceso, volvió a la iglesia, y postrado a los pies de la Virgen, le rogó con muchísimas lágrimas que le sanase; y antes de levantarse de su oración salió por sí misma aquella astilla del brazo.
Después de haber servido algunos años más en aquella iglesia, pasó los últimos siete años de su vida peregrinando a pie a Roma y mendigando, hizo dos veces el viaje a tierra Santa.
Volviendo a Anderlecht entendió que se acercaba su dichosa muerte.
Una noche, se vio resplandecer con una luz muy clara el aposento donde él oraba, y se oyó una voz del cielo que decía:
- Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor.
Y en aquella hora, pasó el fidelísimo siervo de Dios de esta vida mortal a la eterna.
Reflexión:
La reverencia con que San Guido trató las cosas del templo, y la edificación que daba a todos los fieles, nos enseña el respeto que se debe a la divina Majestad de Dios, que tiene allí su morada. No permitamos, pues, que se le ofenda con irreverencias, faltas de silencio, inmodestias, miradas licenciosas y trajes profanos; y, si es posible, procuremos que los sacristanes y monaguillos que sirven en el templo, sean tales que muevan a devoción como nuestro Santo, a los que los miren.
Oración:
Oh Dios! Que nos alegras en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Guido; concédenos propicio, que los que celebramos su nacimiento para el cielo, imitemos sus virtudes y loables acciones. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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