30 de Septiembre: San Jerónimo, presbítero y doctor
(✞ 419)
El austero penitente Doctor máximo de la Iglesia y eruditísimo intérprete de la Sagrada Escritura, San Jerónimo, nació en Estridón de Dalmacia.
Siendo todavía muy joven fue enviado por su padre a Roma para aprender las letras humanas, y en aquella ciudad, cabeza del orbe cristiano, recibió el Bautismo.
La instruyeron Donato y otros célebres maestros en cuantas ciencias por aquellos tiempos se enseñaban.
Ansioso de saber y amigo de los libros y del trato de hombres doctos, recorrió las Galias y pasó a Constantinopla para ver y oír a San Gregorio Nacianceno, de quien confiesa haber aprendido las Letras Sagradas, como de otros la filosofía y la elocuencia.
Viajó luego a Palestina para venerar el pesebre del Señor, en muchas ocasiones trató con los Doctores más eruditos de los hebreos, ayudándose con ellos en gran manera para entender las Santas Escrituras.
De Belén pasó a Siria, donde estuvo cuatro años en la soledad del desierto, ejercitándose en santas meditaciones y austerisíma penitencia; llegando hasta golpearse el pecho con una piedra, aterrorizado por el sonido de aquella trompeta que como dice el Sagrado Evangelio, nos ha de llamar a juicio.
De aquí le llamó a Antioquía el Obispo Paulino para combatir el cisma, y lo ordenó como presbítero, y volvió después a Roma a donde le llamó el Papa San Dámaso para que le ayudase en el gobierno de la Iglesia, más, llevado por el amor a la soledad, muerto el Papa, volvió por segunda vez a Belén, y puso su asiento en un monasterio fundado allí por Santa Paula, haciendo en aquel retiro una vida celestial.
Lo visitó Dios nuestro Señor con enfermedades, las que sufrió él con la admirable paciencia, siempre ocupado en escribir, leer y tratar con Dios.
Desde el pesebre del Señor fue un sol que alumbró a toda la Iglesia, pues con el conocimiento que tenía de las lenguas latina, griega, hebrea y caldea, podía como pocos alcanzar perfecta inteligencia de las Sagradas Escrituras, y así a él acudían como a un oráculo los Doctores y Prelados de toda la cristiandad.
Lo consultó entre otros aquella resplandeciente lumbrera de la Iglesia, San Agustín, el cual afirma que San Jerónimo había leído todo cuanto hasta entonces se había escrito.
Fue llamado con razón el martillo de los herejes y cismáticos, y columna de la Iglesia Católica.
Tradujo con admirable fidelidad y gracia del cielo los libros del Antiguo Testamento del original hebreo a la lengua latina, corrigió por encargo de San Dámaso el texto griego del Nuevo Testamento y lo interpretó en gran parte, y ocupado en estas y otras grandes obras y trabajos, llegó a una edad muy avanzada, que dicen que fue de setenta y ocho años.
Su bendita alma voló al cielo en tiempos del emperador Honorio, dejándonos ilustre memoria de santidad y doctrina.
Su cuerpo sepultado en Belén, descansa hoy en Roma en Santa María ad Pracsepe.
Reflexión:
Este gran Santo traía el temor del día del juicio muy metido en las entrañas. Pues ¿Cómo vivimos tan olvidados de esta verdad revelada por Dios, nosotros, miserables pecadores? Temamos aquel divino tribunal, porque es cosa horrenda caer en las manos de Dios airado. Démosle mientras vivimos cumplida satisfacción de todas nuestras culpas, y así podremos esperar en aquel día una sentencia favorable de gloria eterna.
Oración:
Oh Dios, que te dignaste proveer a tu Iglesia del santo confesor y doctor máximo San Jerónimo para la exposición de las Sagradas Escrituras, concédenos, te rogamos, que con tu auxilio podamos poner por obra lo que él con palabras y ejemplos enseñó. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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