domingo, 10 de marzo de 2024

10 DE MARZO: LOS CUARENTA MARTIRES DE SEBASTE


10 de Marzo: Los 40 Mártires de Sebaste

(🕆 320)

Estando el bárbaro emperador Licinio en Capadocia con un poderoso ejército, hizo publicar un edicto en el que se mandaba a todos los cristianos, so pena de la vida, que abandonasen la Fe en Cristo.

Había en el ejército un escuadrón de cuarenta soldados valerosos y cristianos, y todos de la misma provincia de Capadocia, que escogieron antes morir por la Fe, que rendir sacrificio a los falsos dioses.

El cruel prefecto, para quebrantar la constancia de aquellos guerreros de Cristo, los hizo llevar a una laguna de agua muy fría, cerca de la ciudad de Sebaste. El tiempo era muy riguroso y de grandes hielos, el sol ya se ponía y venía la noche áspera y cruda, en que aquella laguna se había de congelar.

En esa laguna mandó el impío juez que fuesen arrojados desnudos los 40 cristianos para que traspasados sus cuerpos con el frío de la noche y del hielo, desfalleciesen, y juntamente ordenó que allí cerca de la laguna se pusiese un baño de agua caliente, para que si alguno, vencido por la fuerza del frío, quería renegar de Cristo, tuviese a mano un refrigerio; que fue una terrible tentación para los santos, por tener a la vista el remedio de aquel tan crudo tormento.

Armados, pues, aquellos mártires con el espíritu de Dios, ellos mismos se desnudaron de sus vestidos, y con grandes esfuerzo y alegría se arrojaron en la laguna, sin dejar de rogar al Señor que les diese perseverancia hasta el fin.

Pero como el frío era rigurosísimo, uno de ellos, llamando al guarda, salió de la laguna, y entró en el baño, pero poco después expiró.

A medianoche, apareció sobre los mártires una claridad inmensa, y bajaron del cielo ángeles con treinta y nueve coronas, y las pusieron sobre los treinta y nueve caballeros de Cristo, lo cual viendo uno de los guardas, se despojó de su ropa, y se arrojó en la laguna, clamando a grandes voces que quería también ser y morir cristiano; por lo cual, embravecido el juez a la mañana siguiente los mandó sacar del agua y quebrarles a palos para que acabasen de expirar.

Tomando después los cuerpos para quemarlos, vieron que uno de los mártires, llamado Melitón, que era el más hermoso y robusto, estaba aún vivo, y como entre otros muchos testigos se hallase presente a aquel espectáculo su misma madre, tomó ella a cuestas al hijo mártir y le exhortó a morir en las llamas si fuese menester, y viéndole expirar en sus brazos, lo puso en el carro donde llevaban los cuerpos de los otros santos, como a compañero de su misma gloria.

Fueron echados los mártires en una gran hoguera y aunque el gobernador dio orden para que sus cenizas fuesen arrojadas en el río, los cristianos tuvieron modo para recogerlas, extendiéndose tanto la devoción a estas preciosas reliquias, dice San Gregorio Niceno que apenas hay país en la cristiandad que no esté enriquecido con este tesoro.

Sus nombres, según se hallan en las actas más antiguas, son los siguientes: Quirión, Cándido, Domno, Melitón (el más joven), Domiciano, Eunoico, Sisino, Heraclio, Alejandro, Juan, Claudio, Atanasio, Valente, Heliano, Ecdicio, Acacio, Vibiano, Elio, Teóduío, Cirilo, Flavio, Severiano, Valerio, Cudión, Sacerdón, Prico, Eutiquio, Eutiques, Smoragdo, Filoctemon, Aecio, Nicolás, Lisímaco, Teófilo, Xanteas, Angeas, Leoncio, Hesiquio, Cayo y Gorgonio.



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